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La píldora (parcialmente) inventada
jueves, setiembre 23, 2004 |
Hoy comprendí que el cuerpo (seguramente) lampiño de Pertur no me satisfacería tanto como siempre lo hacen las anatomías velludas de pies a cabeza. Además, toda la vida he pensado que un hombre no es hombre si no tiene pelo en el pecho. Un concepto más bien machista, pero que encuentra su verdadera dimensión a la hora de hacer el amor. ¿Me explico?
Ayer, harto de mi nueva etapa de cyber-lover, decidí darme una vuelta por el canal limeño de gay.com y atrapé un pez gordo en un tiempo récord para la posteridad de mi currículum usualmente promiscuo. Me sentí un poco mal porque aquella acelerada experiencia asemejaba a la inmediatez callejera de los actos meretrices, pero como al mismo tiempo mi corazón se tornaba opaco ante el recuerdo de Pertur, decidí obsequiarme con un poco de diversión. Y vaya que la presa era bastante suculenta.
Ricky Szimo, a juzgar por la foto, era híper velludo, pero había algo en él que me cautivó en seguida: la tristeza de su mirada. Llegó 15 minutos tarde al punto de encuentro, pero al observar sus nostálgicos ojillos azules, comprendí que la espera había valido la pena. Mientras caminábamos hacia su departamento, y Ricky comentaba sin parar lo mucho que lo había castigado la vida, reparé que aquella aura de melancolía que lo rodeaba, además de la palidez de su piel madura, contribuían a hacer más atractivo a aquel trágico especimen de 38 años (eso dijo él, aunque opino que ya ha sobrepasado la barrera de los 40).
Llegamos al lugar: el esperado departamento era en realidad un cuartucho en una quinta olvidada de la Av. Benavides. A pesar de que sólo habían cuatro cosas de mobiliario, ahí estaba la cama, esperándonos, y era todo lo que necesitábamos para empezar a comunicarnos. Ricky se echó en ella a fumar, mientras yo me quité la casaca y los zapatos, y me quedé en polo y en jeans, yaciendo muy cerca de él.
Estuvimos hablando durante una media hora. Ricky se sacó el chullo de lana y puder dar cuenta que no tenía una pizca de pelo en la cabeza. Al observarlo así, blanquísimo, calvo, delgado y con esos ojos azules de príncipe trágico, mi pene empezó a ponerse duro bajo el jean. Sin embargo, no fui yo quien tomó la iniciativa: el se acercó y me tomó de la mano, estrujándola dulcemente mientras con la otra daba una última pitada a su cigarrillo. Yo, con mi otra mano, le subí el polo y empecé a recorrer la mata espesa de vello rubio que cubría todo su pecho y abdómen, y era tanto pelo reunido que mi ansiedad se incrementó y, soltando mi otra mano de la suya, le subí el polo hasta el cuello y continué las ansiosas caricias de aquél pecho extremadamente velludo que, ahora, ya era mío.
Cuando alcancé sus tetillas erectas, Ricky apagó el cigarrillo y selló mis labios en un beso al principio inocente, pero que después se cargó de lascivia mientras yo me echaba encima de él y sentía nuestros penes, erectos ya, presionándose el uno contra el otro bajo nuestras ropas. Yo, poseído por la excitación de no haber tenido sexo en los últimos 3 meses, me senté encima de él y le saqué todo el polo, y recorrí con mi lengua aquél pecho velludo presto a saborearse. Al mordisquearle las tetillas, Ricky me bajó el pantalón y sacó mi pene, ya mojado con harto líquido pre-seminal (los pechos velludos hacen actuar a mi pene antes de tiempo) y empezó a masturbarme suavemente.
Aquella provocación me insitó a sacarle el pantalón. Su pene en 90º apuntaba hacia mi boca y antes de atacarlo, lo observé: era liso e inmaculado, como un pene de adolescente, de un tamaño más que considerable. Acto seguido lo lamí como un helado, mientras se ponía más duro y vibraba como un taladro, y cuando Ricky empezó a jadear de placer, lo metí en mi boca y empecé a succionar. Ya no pude aguantar más. Mi pene estaba a punto de explotar y me desnudé completamente, pero él no quizo sacarse las botas (?). Ya desnudos, nos abrazamos y, yo sobre él, empecé a sentir su piel velluda contra la mía, mientras lo besaba con locura. Él me besaba con los ojos cerrados: parecía estarlo disfrutando, aunque nunca he podido descubrir el verdadero significado de besar con los ojos cerrados.
Tanta pasión se diluyó cuando me hizo una pregunta irreverente: "¿Te gusta mi pinga?". Algo ofuscado, le respondí :"Me encanta". Era verdad, pero había roto mi concentración. Algo pasó, pues, cuando se la chupaba nuevamente, miró su reloj (!) y dijo "hey, ya es tarde, tengo que irme, ¿te importa si lo dejamos ahí?". Yo me quedé helado. Pensé que era una broma. Pero cuando comprendí que la cosa iba en serio, lo odié. Mi percepción cambió y me dieron náuseas. Ese cuerpo que hasta hace poco me excitaba, dejó de provocarme. Ofuscado, decidí no chupársela (a pesar que, contra todo pronóstico, quería probar el sabor de su sémen) y le dije "Bueno, está bien, pero al menos córrete entre mis piernas".
Así que nos colocamos de lado, él atrás mío, sobando su pene contra mis nalgas y rozando mi ano. Yo me masturbaba, y fue ahí donde recobré el "sentido de la situación" y comprendí que una oportunidad así no la tendría en mucho tiempo, así que, sintiendo su pene arremetiendo contra la punta de mi ano (sin llegar a penetrarme), y mientras con la otra mano acariciaba su pecho velludo, eyaculé finalmente. Él, movido como por un rayo, se vistió de prisa y casi fue capaz de arrastrarme fuera sin esperar a que me vistiera. No obstante, ya con ropa, me acompañó hacia Benavides, a la vez que me dijo que "me llamaría pronto", se despidió cordialmente y se perdió entre la espesidad de un parque.
Por mi parte, sin ánimos de ir a casa aún, empecé a caminar por el Parque Reducto, evaluando lo que me acababa de pasar y entendí que el sexo con extraños podía ser una buena píldora para el desamor, y que, por lo menos, hacía 30 minutos que no pensaba en Pertur. Sin embargo, había algo que no cuajaba. Ricky no eyaculó (ni llegó al orgasmo, porque no probé su líquido pre-seminal), no quiso sacarse las botas y para coronar el pastel, prácticamente me expulsó de su "casa" sin perder una pizca de amabilidad. No me importa, total, me vacié completamente y me daba por más que satisfecho. Sin embargo, camino a casa, el recuerdo de Pertur volvió a mí, y todo fue igual que siempre. Maldita sea.
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