Starship en el país de los desnudos
martes, agosto 31, 2004

Hoy en la mañana viendo la televisión en el comedor mientras desayunaba con un enorme pan baguette (siempre me imagino que es un pene de feria) y mi acostumbrado capuccino, vi una propaganda en OkTV: Starship viene a Lima, mejor dicho, Starship y su vocalista como-se-llame. Obviamente, no viene la inolvidable Grace Slick, pues si esto sucediera hubiese dejado todo para correr a comprar una entrada.

Starship fue la derivación contranatura de los Jefferson Airplane, aquella legendaria banda psicodélica que me hizo delirar durante mi etapa dark de la adolescencia, cuando me dio por enfrascarme en los discos (descubiertos gracias a primo) de Deep Purple, Led Zeppelin, Black Sabbath, Velvet Underground (el primer album con Nico) y los ya citados Jefferson Airplane. La voz de su vocalista, Grace Slick, me emocionaba de la misma forma que lo hacía la enigmática Yoko Ono, por ese entonces (los 60s) también de moda.

La cosa es que ahora vienen a Lima sin Grace Slick. Una lástima, o mejor dicho, una novedad, porque los grupos que suelen pisar esta ciudad están más muertos y sepultados en su tierra natal que buscan el apoyo de los países subdesarrollados del tercer mundo, a los cuales siempre todo lo que caiga de USA les parecerá una novedad. No pues, señores, a nosotros no nos den gato por liebre, O GRACE SLICK O NADA!!!

Y a pesar de que la mayoría me va a odiar (los puristas odian la etapa ochentera de los Jefferson Airplane, los cuales en el colmo de la inteligencia, decidieron re-bautizarse Jefferson Starship y posteriormente Starship), no puedo dejar de conmoverme ante sus tres canciones más famosas: "We Built This City", "Sara" y "Nothing's Gonna Stop Us Now", canciones que sonaban en mi niñez y que recuerdo intentaba cantar a duras penas con la ayuda de los Funky Hits (¿se acuerdan?). Dato curioso: hoy estuve por la Av. Emancipación y vi unos Funky Hits a todo color y en papel couché... ¿al fin evolucionaron? Los prefería cuando no pasaban de ser unos simples fanzines / cancioneros que comparaba con avidez a la salida del colegio. Cómo cambian los tiempos...

Posteado por Cyan a las 10:24 p. m.
 
 

The Talented Mr. Australia
lunes, agosto 30, 2004

Anoche, en mi eterna búsqueda de sexo virtual por los salones de gay.com, me encontré con un australiano. Precioso. No puedo describirlo. Tenía su gorrito de lana en la cabeza y su barba a medio afeitar que me hicieron cuasi desmayarme. Cuando pasamos al MSN, prendió su cam inmediatamente. Era más que bello, era... no hay palabras. No pude evitar decírselo.

Cyan> fuck! you're really handsome...
Andy> i'm glad u like me but... you're the handsome ;)


Acto seguido le entró muy bien a la situación. Se despojó de sus ropas en un santiamén. Y me quedé desolado. Aquél chico, aparte de ser arrebatador, tenía la cabeza rapada. Parecía tenista, una versión mucho más bella de André Agassi. Cuando se sacó el sweatshirt, pude ver, temblando de ansiedad, que era muy velludo, aparte de ser delgado y formadito. "Vellos rubios" me dije, "debo estar alucinando". Me pellizqué: no estaba soñando. Andy empezó a modelar para mí: era una estatua griega. Yo, por supuesto, me estaba masturbando, y Andy me excitó tanto que a los 2 minutos de trabajo manual, mi pene comenzó a chorrear de líquido preseminal.

Andy quizo verme a mí también. "Llegó la hora del rechazo" pensé. Resignado, me saqué la chompa y traté de evitar lo más que pude los rollos de mi barriga, pero fue inútil: él los vio en versión "uncut". Y para mi alivio, dijo que yo también le excitaba. Contrariado, me volví a sentar: "este chico debe tener miopía", me dije. El voyeur que llevo bajo la piel surgió, y a continuación obligué a Andy a echarse en su cama y a masturbarse y tocarse para mí. Efectuó muy bien su actuación, yo rechinaba de impotencia de no estar junto a él en ese mismo momento.

Andy regresó a la PC y me pidió que me pusiera de pie. Ambos, de pie frente a la cam, comenzamos la recta final. Yo, observando su estómago firme, blanco, y velludo, y su hermosa pinga, lo imaginé parado atrás mio, los dos de pie, mientras me sobaba su erección en las piernas y en las nalgas, y no pude más, hice algo que hasta la fecha no he hecho: me metí un dedo al ano. Con un poco de ayuda mental multipliqué 5 veces el grosor de mi dedo y me imaginé que era su pene ingresando sin piedad en mí. Cuando elaboré mentalmente la sensación de Andy, además de estar penetrándome, besándome el cuello y lamiendo mi nuca, y colocando sus pies encima de los mios, eyaculé con tal fuerza que manché el teclado, los parlantes y el mouse. Fue un descubriento: Andy eyaculó al mismo tiempo.

Luego de limpiarnos, me puse a llorar. No era el gato-sin-nombre de Tiffany, pensé, pero probablemente Andy fuese el indicado para adoptarme y darme un nombre. Las lágrimas corrían por mis mejillas, pero él no las vio: las tapé oportunamente con mi mano. Lloraba porque quería estar con ese hombre, quería casarme con él. Y quizás me entusiasmé demasiado, pero siempre sabemos cómo va la cosa: un australiano y un peruano, no hay muchas oportunidades de encontrarse en la vida. Pero como la esperanza es lo último que se pierde, ahora tengo una nueva preocupación: hacer lo posible por ir a Australia.

Por su parte, Andy me dijo que le encantaría estar siempre en contacto conmigo y que quisiera conocerme más, y en pocos párrafos me contó lo que pudo, porque dijo estar apurado por salir a cenar con unos amigos: dijo tener 36 años (parece de 25), tener un negocio de exportación de autopartes (nada mal), haber nacido en Melbourne pero vive actualmente en Queensland (al fin conozco algo de geografía australiana), y estar soltero por el momento, luego de haber roto el año pasado una relación de 17 años con su amigo del colegio (me muero).

Quedamos en chatear pronto vía MSN, parece que le gusto en verdad, pero uno nunca sabe... DIOS! Creo que en mi vida nunca he deseado a nadie tanto así. Y el cybersex... fue tan real... al menos fue mejor que las pocas veces que han intentado penetrarme (y yo felíz aguantaría el dolor si fuese Andy).

Posteado por Cyan a las 8:48 p. m.
 
 

El Gato de Tiffany
domingo, agosto 29, 2004

Ninguna película de todas las que he visto hasta ahora me ha hecho llorar. Nada de lo que presenten en la pantalla me conmueve. Ni el cine hindú, ni la maquinaria hollywoodense, ni la película de Björk ("Dancer In the Dark", que más bien me removió el estómago de angustia) pudieron arrancarme una sóla lágrima. Mi récord permanecía intacto, hasta que fue quebrantado por una escena cumbre, pero no trágica: fue la primera vez que vi "Breakfast at Tiffany's" (Blake Edwards, 1961).

La protagonista, Holly Golightly (interpretada por mi heroína Audrey Hepburn), pertenece a esa raza de chicas intrépidas, insomnes, divertidas y muy positivas que pueblan las películas de mi héroe Almodóvar. Aparte de ser hermosa y lucir radiante hasta para dormir, Holly se enamora de un mancebo rubio y apetitoso, un escritor fracasado, interpretado por George Peppard en su etapa juvenil (mención aparte merece la gran erección que me produjo la encantadora sonrisa de George, su redondo trasero y su físico impresionante me hicieron masturbarme en la sala de mi casa mientras veía la escena donde aparece con el torso desnudo bajo las sábanas de Holly).

En la escena final de la película (OJO: SPOILERS) Holly Golightly se va en un taxi rumbo a Brasil, huyendo de la justicia al ser sospechosa de pertenecer a una red internacional de comercialización de drogas. George la persigue y consigue entrar al taxi. Empieza una lluvia torrencial. Él, desesperado, le confiesa su amor. Ella, desolada, no reacciona como es debido, y en vez de cambiar sus planes, toma a su gato (su mascota, un gato callejero sin nombre), le pide al chofer que se detenga, y abandona al animal en medio de la calle. George le recrimina su acción, y se baja a buscar, en medio de la lluvia, al gato perdido. Luego de unos eternos instantes, Holly detiene el taxi y también lo acompaña, ahora llorosa en su búsqueda. "Gato! Dónde estás gato?" grita Holly con angustia, y es que el hecho de no haberle dado siquiera un nombre la acongoja más.

Ambos, exhaustos, llegan a un callejón, cansados de buscar y con las esperanzas perdidas. Comienza la discusión. Es demasiado para Holly (yo en su lugar me hubiese desmayado). Pero allí, en medio de los botes de basura, un ronroneo acompaña al gato que asoma, triste, su cabeza desde una caja vacía. Holly corre a su encuentro y abraza al gato. George, conmovido, besa a Holly en los labios por primera vez y esta le corresponde, mientras el gato, entre los dos, observa inmóvil la pasión de sus amos entre el estruendo de la lluvia y la palabra FIN que acompaña al logo de la Paramount.

Pastiche romántico muy conmovedor, pero que ocasionaron las lágrimas y el hipo convulsionado del que escribe. Las escenas de Audrey Hepburn bañada en lágrimas y empapada por la inmisericorde lluvia, gritando, buscando a su gato sin nombre, sobresaltaron mi corazón. Al borde de mi asiento me dije "no, el gato no, no puede perderse el gato...". Más allá de mi conciencia ecológica, comprendí que ese gato sin nombre, solitario, extremadamente callado y triste, era YO. Yo, al que nadie quería, al que siempre dejan botado en cualquier esquina, yo que siempre espero, bajo el frío y la llovizna (que no lluvia) los desplantes de mis contínuas citas a ciegas.

¿Por qué lloré? Porque ese gato, aparte de interpretar con maestría MI papel, representaba el fin que yo, desgraciadamente, nunca podré tener: un final felíz. Aún hoy, por morbosidad, vuelvo a ver la película y a reírme de las réplicas musicales por cortesía de Audrey Hepburn, vuelvo a imaginarme a George Peppard desnudo, en la cama de sábanas grises, con sus tetillas perfectas y erectas, mientras yo me acerco y se la chupo, enérgicamente, saboreando la suavidad de su piel blaquísima y su líquido preseminal... para terminar llorando a mares en la escena final del gato perdido en el basural. Me gustaría saber si a alguien más le ocurre lo mismo.

Posteado por Cyan a las 5:04 p. m.
 
 

La Aridez del Valle de las Muñecas
sábado, agosto 28, 2004

Todo tiene un comienzo. También un final. Desde que puse los pies en este mundo, estuve seguro de que conocería el final mucho antes de empezar, como todo el mundo, por EL COMIENZO. Mejor dicho, cuando uno nace marcado por la llaga eterna de la soledad y el contínuo ensañamiento del destino, nuestra vida se rige siempre al límite del final, preservando solamente unos pocos pasos del abismo.

Este es el primer post de este weblog. Les parecerá extraño empezar por un párrafo tan crudo, pero yo no estoy en esta vida para hablarles de la felicidad. De modo que desde ya quiero desilusionar a los que esperan encontrar aquí frases inherentes a la felicidad y a la dicha. ¿Por qué? Porque desde que nací, ya en los brazos de mi madre, observándola, supe que tenía el estigma del desamor, o mejor dicho, del sufrimiento perpetuo.

Yo pertenezco a la estirpe del coronel Aureliano Buendía. En mi libro de cabecera, "Cien Años de Soledad", podría yo haber sido un ejemplar miembro de la familia iniciada por José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, pero prefiero no entrar en detalles porque sé que la mayoría, para su desgracia, aún no han leído oportunamente la monumental obra de García Marquez.

A lo que me refiero es que, a mis ya castigados 24 años de edad (recién cumplidos hace poco) me he dado cuenta que siempre estaré solo. Bien triste, bien acompañado, bien penetrado por otros, pero solo. Solitario. Hay una teoría que dice que los gays siempre mueren solos, y eso parece ser cierto. Debe ser porque el hombre (mucho más que la mujer) es un animal que nunca se termina de conocer bien.

Casi un cuarto de siglo y ninguna pareja, novio, enamorado o como quieran llamarlo. Tan sólo un par de relaciones que nunca llegaron a formalizarse (y que a la larga dejaron profundas llagas en mi alma, que aún duelen) y muchos encuentros de sexo desesperado con hombres de muchos rostros y vocación efimera. En fin, espero que vayan conociéndome poco a poco, porque no tengo tiempo (ni ganas) de relatarles toda mi vida amorosa (si es que se le puede llamar así).

Mencioné mi primer libro de cabecera. El segundo es "El Valle de las Muñecas", de Jacqueline Susann. La autora no se refería a los juguetes, sino a las píldoras, a los tranquilizantes y a los somníferos, a las cuales llamaba "Dolls". Más allá de los relatos de mujeres solas y condenadas al naufragio sentimental (con las cuales me siento profundamente identificado), aquél libro fue el inicio de la tentación por auto-medicarme. De ahí el título del blog. Y como de la tentación a la adicción hay que dar sólo paso, para variar, no tengo el suficiente valor de darlo. No necesito ayuda, pero si pueden, me gustaría saber lo que piensan al respecto.

Posteado por Cyan a las 4:17 p. m.
 
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