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Holy Triangle
lunes, enero 31, 2005 |
Luego de ver a Rodrigo por segunda vez, insistí en sumergirme en la idea que martillea mi cabeza una y otra vez: que él no es para mí. Tampoco creo que se trate de un simple capricho. ¿Será la desesperación lo que me lanza a tenerlo siempre presente, a todas horas? ¿Realmente me gustaría que fuese mi novio o simplemente me aferro a él porque no existe nadie más? ¿Valdrá la pena, es decir, podré sacar algo positivo si es que establezco una relación formal con él?
Al concluir la lluvia de interrogantes decidí darle una oportunidad en el MSN. Y ¡oh sorpresa! lo encontré conectado. Lo que no me esperaba en lo absoluto era que Rodrigo se tomara muy en serio lo de ser amigos. No paró de ametrallarme con preguntas acerca de Carlos ¿Cyan, está seguro que Carlos me quiere? ¿Cyan, estás seguro que Carlos me llamará? ¿Cyan, cómo puedo saber si estoy enamorado de Carlos?
Sumado a mi nueva etapa de Dr. Corazón (me gustaría más el apelativo de "Ask Alice"), tuve que ir respondiendo una a una sus preguntas, como una especie de psicoterapeuta sexual a domicilio, y lo que es peor, sin cobrar un sol por las consultas. Claro que lo hacía por mero interés: podía llegar a enterarme con pelos y señales de la vida, milagros y misterios de el chico que actualmente gobernaba mis pensamientos.
Cuando acabaron las largas sesiones de psicoanálisis por MSN, me sentí muy mal. No pude evitar sentir un gusto amargo en el paladar al descubrir lo que ya había descubierto hace unos días: que Rodrigo estaba tan ilusionado con Carlos, tanto como yo lo estaba con él. Pero ilusionado no es la palabra correcta. Creo que Rodrigo amenaza con convertirse en un ser mucho más patético que yo, pues ha idealizado su relación con Carlos a tal punto que se acaba de construír un inmenso castillo en el cielo, en él cual él se autodenomina la princesa (!).
Rodrigo: Cyan, creo que lo amo. Estoy enamorado de él.
Cyan: No digas huevadas. Lo conoces hace una semana.
Rodrigo: Menos. Sólo hemos salido dos veces.
Cyan: Qué?
Rodrigo: Lo amo. Tengo miedo de perderlo.
Cyan: No puedes enamorarte de él, Rodri. Eso no es amor, es ilusión.
Rodrigo: Bueno, lo que sea. Así Carlos sea feo, para mí es muy lindo, me hace muy felíz, tengo que tenerlo a mi lado porque sé muy bien que ésta puede ser mi única oportunidad de ser feliz.
Cyan: No lo creas...
Me entraron ganas de decirle, por si lo había olvidado, que yo también lo quería, que he salido con él más veces de las que él ha salido con Carlos, que yo sí estaba en la capacidad de quererlo, de amarlo, de respetarlo, de hacerlo felíz. "Yo te quiero más, Rodrigo", iba a decirle, pero mis dedos se volvieron de piedra y no respondieron a los impulsos que mi cerebro les ordenaba teclear.
Rodrigo: Ah, verdad. La vez pasada me llamó un pata y me dijo para tener sexo. Pero le dije que no, y le sugerí que tenía un amigo muy guapo. ¿Quieres que te de tu fono para que te llame?
Cyan: ¿QUÉ?
Rodrigo: Pensé que querías sexo.
Cyan: NO QUIERO SEXO! ¿Qué te hace pensar eso?
Rodrigo: Discúlpame, por favor, me equivoqué. No te molestes, te lo ruego... lo que menos quisiera es perder tu amistad.
Cyan: ....
Llegado a este punto, acababa de encontrarme ante el dilema más grande de mi existencia: ¿Rodrigo es un subnormal o es sencillamente un imbécil? ¿Por qué sigo persiguiendo a éste energúmeno? ¿Es que acaso estoy condenado a tener que ser "el mejor amigo" para siempre, en plan Julia Roberts, hasta que Rodrigo escoja su Cameron Diaz?
Rodrigo: Debo irme, gracias por escucharme, por estar siempre ahí.
Cyan: No me des las gracias. Me contento con poder seguir viéndote.
Rodrigo: ¿Cuándo nos vemos?
¿Me extraña? ¿De verdad me extraña? ¿De verdad querrá verme?
Cyan: Nos veremos cuando tú quieras.
Rodrigo: Este fin de semana es mi cumple. Si quieres vente a mi casa.
Cyan: ¿Estará Carlos ahí?
Rodrigo: Yo creo que sí.
Cyan: Olvídalo, no quiero estar de violinista. Pero gracias por la invitación.
Rodrigo: A ver si nos vemos antes, pues.
Si es su cumpleaños, entonces sólo se me ocurren dos cosas: o mandarle un e-mail de lo más elocuente, o hacerle un regalo carísimo. De tener su foto en mis manos, la escanearía y crearía una linda tarjeta de cumpleaños en photoshop para enviársela, de seguro que nunca ha recibido un gesto así, y menos por correo electrónico. La segunda opción es mucho más cara, podría regalarle un perfume... ¡Ahí está! Un perfume ni tan elegante ni tan barato. COLORS de Benetton me parece la mejor elección. Apuesto a que Rodrigo en su puta vida ha usado un perfume así.
No puedo decirle que lo quiero el día de su cumpleaños. Se ilusionará con el regalo, como un niño pequeño, y de seguro a mí ni me prestará atención. Entonces tendré que posponer mi gran pregunta por lo menos unas dos semanas más: "Rodrigo, yo te quiero. ¿Por qué no te olvidas de Carlos y dejas que lo nuestro fluya como el arrollador caudal de un río desbocado?"
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Mi clon
viernes, enero 28, 2005 |
Alguna veces la noche refugia a los fantasmas que no pueden salir de día. Siempre me intrigó averiguar cómo sería Rodrigo bajo la luz del sol, y ayer finalmente lo comprobé. A las 6 de la tarde el sol aún quemaba cuando nos dimos la mano en el Jockey Plaza (el cual se ha convertido en nuestro punto de encuentro) y observé que Rodrigo me resultaba menos atractivo que en la semana pasada. Quizás los besuqueos raudos a merced del peligro me hicieron poner a Rodrigo sobre el pedestal de una divinidad griega, y lo cierto es que bellísimo no es. El muchacho es muy atractivo, pero no es el cuero del año ni mucho menos un modelo europeo. Además, noté que su nariz era rara, un poco torcida hacia un lado, nada que se notase a kilómetros de distancia. De una cosa estoy seguro: Rodrigo es más guapo que Pendex, Hiro, Pertur y Akio juntos, y todos los que en algún momento se treparon en las arterias de mi corazón. Y eso es un mérito, pues no puedo ir de Guatemala a Guatepeor.
También me percaté que su piel es menos blanca de lo que parecía, no tiene esa palidez lechosa y cadavérica que me excita de algunos hombres, sino más bien es de tonalidad pastel, aunque debe ser por el verano. Para acabar de rematarse, se había puesto un collarín, una especie de chaquira de piedras blancas, pasadísima de moda, que lo hacía verse muy del populórum... No puedo negar que sentí un leve malestar al darme cuenta de la cruda realidad del chico por el que casi empezaba a sufrir. Hasta Pertur podría tener una noción de moda actual más clara que Rodrigo. Compramos un par de helados y nos sentamos en el segundo piso del Food Court, como la última vez que nos vimos antes de ir a besarnos.
Mientras su voz infantil (lo único que me seguía gustando de él) emitía palabras sin sentido, empecé a preguntarme por qué me había fijado en él. La respuesta la encontré a la media hora de la plática: me gustan sus ojos, sus leves ojeras, su boca carnosa, sus dientes, sus brazos velludísimos (que anticipan la selva de vello corporal que debe hallarse bajo su camiseta y que ansío descubrir y acariciar), su manera de conversar, de comportarse. De pronto, Rodrigo me gustó de nuevo, me excitó, hizo que tuviese una erección como en la semana pasada. Cuando intentaba conversar con él, balbuceaba y su mirada se turbaba. No me escuchaba. Perdía la hilación de las cosas. ¿Es que acaso Rodrigo era distraído o tenía aire en la cabeza?
Distraído. Demasiado distraído. Fue lo que pensé cuando le pregunté por qué no me había llamado, por qué se había ido con el otro chico...
Cyan: Lo siento, yo te dije que quería salir contigo y ver si pasaba algo entre nosotros, pero creo que te lo dije muy rápido, hubiese esperado más.
Rodrigo: ¿Me lo dijiste? ¿Cuándo?
Cyan: El viernes.
Rodrigo: ¿Así?
Cyan: ¡¿No te acuerdas?!
Rodrigo: No...
Cyan: Siento que estoy quedando como un imbécil.
Rodrigo: El imbécil soy yo. Discúlpame. Qué vergüenza, he quedado muy mal contigo. Me debes estar odiando.
Quizás lo odié un poquito, porque no sabía si creerle o no. ¿Era cierto que no se dio cuenta de lo que le dije, que quería salir con él? Luego adiviné que podía tener razón. Rodrigo olvidaba muchas cosas que ya le había contado. ¿Su cerebro sufre alguna clase de retardo mental que le impide retener la información? ¿O sencillamente es un idiota? En eso pensaba cuando Rodrigo miró con ansiedad su celular.
Rodrigo: No me llama. ¡No me llama!
Cyan: ¿Quien?
Rodrigo: Carlos, el chico con el que estoy saliendo desde el sábado.
Cyan: Ah...
Rodrigo: Gracias por permitir que me desahogue contigo. Carlos es muy frío conmigo, no me llama, creo que me oculta algo, tengo miedo ser engañado una vez más.
Cyan: No sé qué decirte...
Le iba a decir que yo pasaba exactamente por lo mismo. Por él. Estábamos en un círculo vicioso. Cuando miré a Rodrigo sujetando su celular con tristeza, me vi a mí mismo. Rodrigo estaba así por Carlos. Yo estaba así por Rodrigo. ¿Es que acaso no se acordaba que le dije lo mucho que me gustaba? ¿Era el momento propicio para decirle que Carlos no lo merecía, que yo era el único que podía y quería hacerlo felíz?
Rodrigo: Es que no sé qué me pasa, Cyan. Todos me dan la espalda. Siempre me fijo en chicos que pasan de mí. Y me hacen sufrir mucho.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
Rodrigo: Tengo 27 años Cyan. Dentro de 3 años tendré 30. Nunca he tenido un novio, una pareja. No sé qué es el amor. A veces pienso en ello por las noches y no puedo dormir.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo. Yo tomo pastillas.
Rodrigo: A veces creo que el amor no está hecho para mí. Pienso que acabaré solo. Nunca conoceré a mi alma gemela.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
Rodrigo: Tengo miedo de la soledad. Estoy harto de llorar. He estado a punto de matarme. Quisiera dormir y nunca más despertar.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
Rodrigo: No me importa quién sea. Necesito cariño, comprensión, amor. Sea quien sea. Lo necesito ya. ¡Puta madre ya no aguanto más!
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
Llegando a este punto me sentí muy mal. Rodrigo estaba al borde de las lágrimas y yo la pasé fatal porque Rodrigo era mi clon. Pensaba exactamente como yo. Los dos estábamos ahí, un par de desterrados por la naturaleza, sintiéndonos mierda, casi arrastrándonos por conseguir un amor. Me dieron escalofríos. Los dos éramos iguales. ¿Acaso Rodrigo era mi alma gemela?
Pero las almas gemelas no siempre son compatibles. Se parece demasiado a mí, es un contínuo espiral de dolor. Al borde de las lágrimas me confesó que Carlos lo había llevado a un antro de gente gay, un sitio llamado Minotauro, de lo peor, donde existían callejones oscuros e iba gente de mal vivir, un lugar horrible, y había aceptado porque Carlos le había gustado. Se metieron a un cuarto, Carlos lo desvistió y le besó todo el cuerpo. Rodrigo se la chupó y fue incapaz de seguir adelante porque le dio miedo. No había querido acelerar las cosas con Carlos.
Rodrigo: Cyan, creo que me he enamorado de Carlos en tan sólo un día. ¿Será posible?
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
Rodrigo: Lo raro es que Carlos no es atractivo. Es más, es feísimo.
Cyan: ¡Y entonces por qué sales con él!
Rodrigo: Porque sabe hacer las cosas. Saber decir las cosas. Desde que me tocó sentí un vibración por todo el cuerpo, y cuando me besó no pasó ni un segundo para que me muriese de ganas de que me llevara a la cama.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
Rodrigo: Yo soy una persona que se ilusiona fácilmente.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
Rodrigo: Carlos me supo encandilar, me escribía cosas lindas al celular, me enviaba acrósticos con mi nombre por mail, me susurraba maravillas al oído. Creo que caí redondito... Cyan, creo que Carlos sólo quiere sexo. Si eso pasa, me muero.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
¿Por qué a un chico tan lindo como Rodrigo le puede gustar un energúmeno como Carlos? ¿Por qué no se puede dar cuenta que yo soy lo que busca, y él es lo que busco yo? ¿Por qué el destino se empeña en desviarnos del camino?
Lo acompañé hasta la casa de su tía, y nuevamente caminamos unas 30 cuadras. Todo iba en círculos, estaba pasando lo mismo que pasó el viernes, sólo que esta vez, lamentablemente, no hubieron besos. Y se lo dije. Y volvió a pasar de mí.
Rodrigo: Cyan, tú me gustas. Pero yo escogí a Carlos.
Cyan: Lo sé.
Rodrigo: Me siento muy mal por todo lo que pasa. Tal vez Carlos sea un hijo de puta. Los hombres siempre me dan bola y me chotean cuando encuentran a alguien mejor. Y nunca se quedan conmigo.
Cyan: Lo sé, a mí me pasa lo mismo.
En el camino, me invitó un chocolate que compró en un puesto de periódicos. Aquél gesto me dejó en las nubes. Mientras comía el chocolate, pensaba en por qué Rodrigo y yo no podíamos estar juntos. ¿Llegaría algún día la oportunidad que ambos estamos esperando? Por lo pronto puedo decir que no sufriré por él, porque a su vez él sufrirá por Carlos. Seguiremos viéndonos como amigos, hasta que yo pueda decirle (pues él lo olvidó) que me gusta demasiado. De dos cosas estoy seguro. Uno: que la relación de Rodrigo y Carlos durará poco. Y dos: que yo seré siempre el que llame a Rodrigo para salir, porque él nunca me llamará de vuelta.
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Carrie Bradshaw
jueves, enero 27, 2005 |
Me ha tomado cerca de dos días comprender, luego de mucho renegar, que tal vez Rodrigo no sea precisamente la persona indicada para darle todo lo que quiero (o necesito darle). De una cosa estoy seguro: así sea tierno, Rodrigo puede ser también el ser humano más frío del mundo. La pregunta es: ¿es frío con los demás o sólo conmigo? Me refiero al asunto de las llamadas telefónicas. Con Hiro pasó lo mismo. Ambos son de una estirpe llamada "hombres-entrevistas-de-trabajo" una nueva clase de homo sapiens de nombre rarísimo e idiota, que resumen su existencia con un eficaz (y directo) "no nos llames, nosotros te llamaremos".
Si lo que deseo es entablar una amistad con Rodrigo, eso ya es más difícil. Una amistad no se hace de uno, sino de a dos y de a más. No puedo ser siempre yo el que lo llame, el que siempre se acuerde, el que lo tenga en cuenta todos los días de mi vida. No le voy a poder la misma obsesión a cambio, pero al menos una llamadita inocente desde un teléfono público para averiguar siquiera que no estoy muerto. ¿Existen verdaderamente los hombres que son incapaces de llamar por teléfono o es sólo un invento del destino para hacernos creer que la vida es color de rosa?
Cuando me levanté, miré en el calendario (porque ya no sé ni en qué día vivo), y noté que estábamos jueves. En uno de sus innumerables cuentos, García Márquez dijo que el jueves es el día más largo de la semana. Y fue un jueves como hoy, hace ya una semana, que Rodrigo se cruzó en mi vida. Y no hablo en plural porque fue él que se cruzó conmigo, no yo. Fue él quien me lanzó aquella inquietante mirada, y hasta la fecha no sé exactamente si estuvo mirando a mi amigo o a mí, a pesar de que me lo aclaró ni bien me senté a conversar con él.
O quizás él se cruzó conmigo, pero fui yo quien le hice caso, quien le seguí el jueguito de gato y ratón que terminó en un nada casto beso a la luz de la luna. Algunos se resisten a creerlo, y no sé si fue producto de mi imaginación, pero cuando besaba a Rodrigo bajo el cielo negro pude ver en lo alto una luna en cuarto creciente lo bastante luminosa para enfermarme observando la belleza de aquél chico, por puro amor al masoquismo.
Y es el masoquismo lo que me ha llevado a tomar una decisión: quiero volver a verlo. Podría tranquilamente no hacerlo, es más, quiero y no quiero, sin embargo algo en mí me motiva, secretamente, a lanzarme al ruedo nuevamente. Lo llamé ayer y recibí el mismo tono despreocupado, como si ni se hubiera detenido a pensar en mí un mísero minuto, pues es todo lo que le pido en la vida. "Cyan, creo que el chico con el que salgo me oculta algo" me dijo un poco preocupado, y yo, con la satisfacción que traen consigo los malos deseos ("ojalá que lo suyo dure poco") le sugerí vernos hoy para una inocente plática. Creo que si estoy pensando en no volver a verlo, al menos tengo que evaluar qué siento por él luego de una semana entera de confusión mental. ¿Existirá una posibilidad, por pequeña que sea, de volver adonde estábamos?
Note el lector que las preguntas vienen a mi mente como nunca. Tanta querella desesperada me hace pensar en el estilo narrativo que Carrie Bradshaw (genialmente interpretada por Sarah Jessica Parker) le imprimía a su columna "Sex and the city". Lo que menos quiero ahora es una pancarta mía en topless circulando sobre los buses de la ciudad.
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The end
martes, enero 25, 2005 |
Quizás siempre haya una parte de nuestro ser que nos advierta del peligro inminente y que se manifieste días antes de la tragedia. Recuerdo la noche inolvidable que pasé con Rodrigo: el beso, el disfrutar de la luna tomados de la mano bajo el árbol de un solitario parque cercano a la avenida El Derby, la idea que cruzaba por mi mente de que ese chico sentado a mi lado era demasiado perfecto para ser cierto. Cuando llegué a casa, luego de acordar futuras salidas, debía de sentirme eufórico, pero no: no conseguí dormir, me limité a dar vueltas en la cama, tenía un mal presentimiento, tal vez porque él estaba pensando, en ese mismo momento, que había cometido un error conmigo.
Ya me había destrozado la estabilidad emocional al plantar nuestra cita e irse a ver al misterioso enmascarado que no cesaba de enviarle mensajes sublimes al celular, acción con la cual traté de competir, sin éxito, y que después entendí como un gran error que me dejó en el ridículo.
Ayer logré afrontar el calor del mediodía y hacia las 2 de la tarde mi cerebro estaba haciendo tal calistenia que no pude soportarlo más. Me avalancé sobre el celular y marqué su número. Ahora me arrepiento de haber gastado el poco saldo que me quedaba en vano. Me saludó con esa timidez y esa despreocupación tan inherentes a él, con una normalidad cuasi alarmante.
Cyan: ¿Y qué tal el fin de semana?
Rodrigo: Ahí bien...
Cyan: ¿Nos vemos más tarde?
Rodrigo: ¿A qué hora?
Cyan: No sé, como a las 7...
Rodrigo: Mmmm... ¿no puede ser más temprano? A las 8 tengo que estar en mi clase de canto.
Cyan: Bueno, si me desocupo más temprano, te llamo.
Rodrigo: OK, cuidate.
No se me ocurrió preguntarle acerca del tipo con el que salió el sábado, ni mucho menos inquirirle por qué no me había llamado durante el fin de semana, cuando me prometió hacerlo tras su desplante y su intempestiva cancelación. Era ÉL quien estaba en falta, no YO. Pero hasta ese momento yo aún conservaba la calma, y sobretodo las esperanzas de verlo más tarde y podar robarle otro de sus besos impulsivos, aspirar el aroma de su cuello que sigue impregnado en mi nariz y acariciar bajo su camiseta la espesa mata de vello que cubre su pecho y estómago.
Al pensar de esa manera reparé en que además de ser lindo, Rodrigo me excitaba. Y mucho. Demasiado. Empecé a masturbarme pensando en recorrer con mi lengua aquél cuelpo delgado y velludo, pero a la mitad de la fantasía me detuve por motivos ajenos a mis ímpetus: había algo que seguía mal, un presentimiento extraño, un mecanismo que amenazaba con fallar. Lamentablemente la erección no cedió y mi pene seguía vibrante, en los perfectos noventa grados, ansioso de deseo hacia Rodrigo. Opté por tomar una ducha helada, beber de seguidilla dos latas de Red Bull y enfrascarme en el trabajo que había dejado relegado desde hace días.
A las 6 de la tarde tomé la resolución de que no podría verlo. No me alcanzaría el tiempo: él se iría a las 8, no habría tiempo ni de conversar bien ni de besarlo, que era lo que más me importaba. Pensé en pegarle una llamada para proponerle posponer nuestro encuentro para mañana, pero luego me di cuenta que no era necesario: si quería hacerme el interesante, tranquilamente podría llamarlo al día siguiente. En medio del caos mental, sólo se me ocurrió una alternativa viable y divertida: ir a visitar a mis amigos que ensayaban en el gimnasio del AELU.
Luego de una hora y media de camino, me encontré con un imprevisto: el gimnasio estaba siendo fumigado, no había atención, y por supuesto que de mis amigos, ni rastro. Me senté en una de las escalinatas tratando de buscar a alguien conocido, cuando miré mi reloj. Eran casi las 8 de la noche. Hasta hoy sigo pensando que fue mejor hacer esa llamada, porque quizás podía seguir viviendo de un engaño, de una falsa esperanza, de una postergación indefinida que no hizo más que perpetuar el dolor que yace en mí desde el momento en que puse los pies sobre este mundo.
Deposité una moneda y marqué su número desde un teléfono público cerca a la cancha de futbol. Rodrigo no tardó en responder, mucho más animado. Creí conveniente ofrecerle mis disculpas por no poder vernos hoy día, y pareció no importarle.
Cyan: ¿Te parece bien si lo dejamos para mañana?
Rodrigo: ¿Mañana a qué hora?
Cyan: No sé... Fácil a las 4, ó 5...
Rodrigo: Ya pero... normal... pero antes tengo que decirte algo.
Cyan: ¿Qué cosa?
[Click...]
Mierda, la comunicación se cortó sin haber escuchado el bip para depositar las monedas. ALGO, tenía que decirme ALGO. ¿Era lo que me esperaba? El final perfecto para la aventura de una noche, el fin indiscutible para una vida amorosa con más mierda que un inodoro de callejón de un sólo baño. Rebusqué con ansiedad entre mis bolsillos hasta encontrar otra moneda. Temblando, más de miedo que de otra cosa, volví a marcar su número, quizás ya por última vez.
Rodrigo: ¿Aló, Cyan?
Cyan: Sí... Dime, ¿qué paso? ¿qué es lo que tienes que decirme?
Rodrigo: Ah...
Cyan: [A punto de caer muerto] ¡DÍMELO!
Rodrigo: Bueno que.. ¿te acuerdas el sábado que te llamé cuando estaba esperando al pata ése?
Cyan: Ajá.
Rodrigo: Pues... no me dejaron plantado. El pata llegó.
Cyan: Sí, me lo imaginaba.
Rodrigo: Y me fue muy bien con él. Muy bien.
Cyan: Claro, por eso sonabas tan raro cuando te llamé.
Rodrigo: Sí, el hecho es que... normal, o sea, podemos salir mañana si gustas, pero sólo como amigos.
Cyan: ¿Estás con él?
Rodrigo: No aún no, pero recién estamos empezando algo.
Cyan: Ah, OK... o sea que me estás despachando de antemano.
Rodrigo: No hables así, por favor, no se trata de eso, mira...
[Click...]
Se cortó la comunicación, ahora para siempre. Se cortó mi angustia, se cortó mi ansiedad, mi alegría, mis ganas de vivir, mi vida. Todo. Y nada. Recorro el mismo camino que recorrí con Pendex, con Hiro, con todos y cada uno de los que vinieron y vendrán. El círculo vicioso de mi infelicidad es también un estrago infinito en las llagas del alma, que arañan, que hacen sentirse mal, verdaderamente mal, al reparar en aquél martilleo en el cerebro, en aquella voz interior que dice "yo te lo dije, yo te lo dije"...
Me senté en las gradas y desheché cualquier tentativa de volver a colocar una moneda y llamarlo para aclarar las cosas. No había nada qué aclarar: quería ser mi AMIGO, y hace mucho tiempo que yo NO quiero ni necesito AMIGOS. El sábado había conocido al miserable ése y luego de UN día, no dudó en liarse con él. Yo sólo fui un puente para asegurar lo que sentía, lo que le era permitido hacer por sus impulsos. A mí me tomó DOS días ganarme su confianza, arrancarle un beso y proponerle una posible relación, la cual él mismo tiró por el cagadero. Al otro imbécil le tomó un día, UN DÍA ganarse su corazón y hacerle caer en cuenta que era mejor que yo. Todos son mejores que yo. Él había echo su elección, y no le tomó mucho tiempo hacerla, casi nada, una mierda: lo escogió a él. ¿Y a mí? A mí que me parta un rayo, que me trague la tierra, que venga un ventarrón como en Macondo, que me sepulte y que me regrese al subsuelo del cual nunca debí salir.
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Denwa
lunes, enero 24, 2005 |
Acabo de perder el sueño para siempre. Mi cuerpo está agotado, pero soy incapaz de sobrevivir al universo de la inconciencia. Tan solo me limito a cerrar los ojos y abandonarme a un mar de pensamientos, temeroso de perder la memoria, como ocurrió con la peste del insomnio en "Cien Años de Soledad". En mi caso, no puedo concebir un mejor remedio que un beso de Rodrigo, sintiendo su aliento en mí, semejante a una version contranatura de "La Bella Durmiente", pues mi príncipe azul sellará mis labios no para despertarme, sino para poder conciliar el sueño y finalmente poder dormir, y si se puede, a su lado.
Conseguí batallar contras mis deseos de llamarlo y gané la guerra, al menos, a medias. No pude sacarlo de mi mente por un sólo instante, por más que traté. Sin embargo, logré la hazaña de no llamarlo, al menos no durante el día de ayer. Pasar un domingo a la deriva, como un náufrago, confundiendo el aletargamiento con el aburrimiento, que se conjugan y se magnifican a la milésima potencia, es lo más horrible que le puede suceder a un alma al filo del abismo. Si de algo me puedo sentir orgulloso es por no haberlo llamado. Pero no me siento orgulloso ni mucho menos triunfante: no lo llamé, pero a cambio, no dejé de pensar ni un sólo minuto en él.
Casi al mediodía quise competir con el "amigo" de Rodrigo, aquél que le manda mensajes al celular, similares a misivas de telenovela a lo Corín Tellado y que consiguen aflorar su ansiedad. ¿Conseguiría YO poner a Rodrigo exactamente en el mismo trance si le mando un mensaje igualmente arrollador al celular? Nada perdía con intentarlo, y así, por lo menos, se enteraría que lo tengo siempre presente. Aún a riesgo de estar enviando un mensaje al vacío, pues Rodrigo, como tuvo a bien en confiarme, no acostumbra a responder jamás ningún mensaje.
El primer mensaje se lo envié a las 1:45 pm, y para no sonar tan desesperado, me inventé una situación bastante normal:
"Estoy regresando a mi casa, estuve de compras por el Jockey y pasé por el lugar donde nos conocimos. Me senté en las escaleras y pensé en tí. - Cyan".
Breve y conciso, y sin terceras interpretaciones. Por supuesto que esperé en vano una respuesta o una llamada, y tuve que luchar, ahora sí, para no mandarle otro mensaje. A las 9 de la noche tome una doble dosis de Diazepam y conseguí dormir hasta las 6:03 am de hoy, pero para no despertarlo, tuve que esperar hasta las 9:12 am para mandarle un segundo mensaje, mucho más pisado:
"Buenos dias, alegría. Qué lindo día, no? Sabías que aún no veo el reflejo de tus ojos a la luz del sol? - Cyan".
Era cierto, hasta la fecha, en las dos veces que lo he visto, sólo he podido contemplar el resplandor de su mirada a la luz de la luna. Me pregunto cómo se verá Rodrigo de día, y sólo existe una conclusión: apuesto a que de día se ve mucho más guapo. Por eso creo que será mejor seguir viéndolo de noche, si es que puedo seguir viéndolo, porque si no... no sé qué voy a hacer.
Son casi las 12 del mediodía y ya han transcurrido oficialmente 36 horas sin llamarlo y sn saber nada de él. Me parece un plazo considerable, y aparte me resulta imposible esperar más. No puedo esperar más. Le diré, haciéndome el interesante, que mi fin de semana estuvo divertídisimo y, como quien no quiere la cosa, le propondré vernos hoy en la noche. ¿Aceptará? ¿O tendrá OTRA cita con su OTRO amigo? Imposible esperar más: lo llamaré inmediatamente.
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Never is a promise
domingo, enero 23, 2005 |
Y tuve que volver a tomarlas. Al menos los somníferos, una buena dosis de Diazepam, porque no conté conque tantas experiencias vividas me impidiesen conciliar el sueño, haciéndome dar vueltas sobre la cama con sólo una persona en mente: Rodrigo. Rodrigo y su belleza. Rodrigo y sus besos bajo la luna. Rodrigo y el infinito aroma de su cuello. Rodrigo y su promesa de vernos al día siguiente. Antes de despedirse de mí, inclusive mucho antes de la "conversación" que tuvimos sobre continuar saliendo en plan de citas, Rodrigo tuvo a bien confiarme una historia que olvidé mencionar: hace un par de días, él había conocido a una persona por internet y quedaron en verse el sábado. Por supuesto, en el interín, Rodrigo no se imaginaba que un día antes me iba a conocer.
Según Rodrigo, el chico en cuestión no para de mandarle mensajes al celular, de lo más emotivos, que han conseguido cautivarlo a base de la vieja estrategia de "irle trabajando el corazón de a pocos". Si bien aún no lo conocía, no podía evitar sentir una enorme curiosidad por aquél extraño de los mensajes de telenovela.
Rodrigo: Cyan... quedé en conocer a este chico mañana, y ahora que ha pasado esto entre nosotros, como que la situación cambia un poco. ¿Qué hago?
Cyan: No lo sé, Rodri, es decisión tuya. Si quieres verlo, pues ve. ¿Quieres verlo?
Rodrigo: No sé... tengo curiosidad. Pero no quiero cagar las cosas entre nosotros.
Cyan: Difícil elección. Pero si estamos quedando en seguir saliendo, ya te dejé en claro que no quiero que hayan terceras personas.
Rodrigo: Tienes razón. No lo veré. Salgamos mañana.
Cyan: ¿Te parece bien a las 8?
Rodrigo: Perfecto.
Cyan: Oye, dame el télefono de tu casa.
Rodrigo: 666-6666.
Cyan: OK, yo te llamo.
Rodrigo: Cuidate mucho.
He ahí la razón por la cual tuve que tomar un par de somníferos. Esperando, sintiendo un vacío en la boca del estómago, tenía un mal presentimiento. Tal vez estaba siendo extremista, pero cuando el río suena... es porque MUCHAS piedras trae. Me puse a pensar que quizás necesitaba ayuda médica, es imposible que en menos de dos días me haya ilusionado con un chico al cual acabo de conocer. ¿Es que el amor para mí es una mera búsqueda de cariño, una necesidad irreprimible? ¿Rodrigo lo pensaría mejor y preferiría ir a conocer al enmascarado de los mensajes al celular, a pesar de que ya habíamos quedado en salir? Así fue.
Al día siguiente todo fue interminable. Los somníferos no habían opacado el sentimiento de que algo no andaba bien. Intenté concentrarme en el trabajo (a pesar de ser sábado) en internarme en alguna lectura interesante o en simplemente ir a tomar sol a la azotea, pero no pude: esperé a que llegara el mediodía para llamarlo a su casa. Me contestó una voz femenina muy cortante, intuí que debía ser su mamá, que por más que ignore que su hijo es gay, no deja de tener un interminable espiral de sospecha. Las madres siempre saben. No obstante, pronto Rodrigo se puso al teléfono con aquella voz infantil que seguía poniéndome nervioso. Pero esta vez, el nervioso era yo, sino él. Parecía que algo lo perturbaba.
Rodrigo: ¿Qué tal?
Cyan: Ahí, estaba por almorzar, tengo que salir dentro de una hora a la casa de mi amiga Ana Conda, ¿recuerdas que te lo dije?
Rodrigo: Sí, me acuerdo. Yo también saldré dentro de media hora.
Cyan: [Intentando sonar calmado] ¿Adónde vas?
Rodrigo: ...
Cyan: [Sintiendo un abismo] ¿Pasa algo?
Rodrigo: Emmm...
Cyan: [Pensando en morirme] Rodrigo... ¿qué pasa?
Rodrigo: ¿Te acuerdas de lo que te conté ayer?
Cyan: ¿El chico de los mensajes? ¿Vas a salir con él?
Rodrigo: No sé... ya habíamos quedado.
Cyan: Y yo ya había quedado contigo...
Rodrigo: Sí pero... tengo curiosidad por conocerlo.
Cyan: Pero... ¿nosotros vamos a salir a la hora que quedamos, o ya no?
Rodrigo: No lo sé aún... Yo te llamo. Yo te llamo al celular.
Cyan: ¿A qué hora?
Rodrigo: No sé... dentro de una hora.
Cyan: ¿Pero me llamas?
Rodrigo: Sí, a tu celular.
Cyan: OK
Rodrigo: Chau.
Colgó y me quedé sujetando el auricular en el aire. Ya no me parecía tan gratuito aquél cuento de hadas a lo Lewis Carrol, sino que se estaba tornando en un relato de intriga a lo H.P. Lovecraft. La comida me cayó pésima, y tuve que vomitar las lentejas y el asado y tomarme un alka-steltzer. Salí rumbo a la casa de Ana Conda sintiéndome miserable por haberme tragado toda la historia, reprimiendo mis ganas de llorar. Estaba seguro de que no llamaría, Rodrigo había utilizado el cuento laboral de "No nos llames, nosotros te llamaremos", y el único currículum vitae que había recibido de mí fueron los besuqueos a la intermperie en aquella noche oscura.
Ni bien llegué, repetí toda la tortuosa historia ante Ana Conda (¿mínimo la lees en el blog, no, hijita?) y no dudó en espetarme de improviso:
Ana: ¿Pero cómo se te ocurre decirle que quieres salir con él sin terceras personas? ¡Hace menos de 2 días que lo conoces! ¡Firmar un contrato de exclusividad con él ha sido un grave error! ¡Acabas de meter las cuatro patas!
Tenía razón, la había cagado. Al menos, Rodrigo fue sincero conmigo y me dijo que se iba a conocer al otro chico de los mensajes, y podía tranquilamente no haberme dicho nada, pero lo hizo, y eso significaba que yo le merecía alguna clase de consideración, o quizás ¿pena?. Pasó más de una hora y Rodrigo no llamaba. No me extrañaba. No me llamaría. Pasó una hora y media, dos horas...
[Riing...]
Me llamaban desde una cabina telefónica. Luego de un par de repiques, completamente desesperado, contesté. Era él. Estaba esperando al chico de los mensajes, en el lugar en el que habían quedado. ¿Por qué me contaba estas cosas? ¿Es que acaso se sentía obligado?
Rodrigo: Discúlpame si cuando me llamaste sonaba medio raro, pero es que estaba con mi madre al lado y me sentía ofuscado.
Cyan: Ah, por eso era...
Rodrigo: Lo siento. Pero me gustaría seguir viéndote, cualquier otro día. Eres el único chico que me ha escuchado verdaderamente, te has soplado todas las huevadas que te contado, sin pestañear, y eso yo lo aprecio mucho.
Cyan: OK, pero ¿cuándo, hoy? [Otro error]
Rodrigo: No sé, éste pata no llega, parece que me ha dejado plantado. Y ya sería la segunda vez que lo hace.
Cyan: ¡No puedo creerlo! Oye llámame pues.
Rodrigo: Ya.
Cyan: A ver si...
[Click!]
La comunicación se cortó luego de un pito del teléfono público que indicaba poner más monedas para continuar con la llamada. Sí, me había llamado, pero tampoco me había dado una respuesta concreta. Quería seguir viéndome pero ¿como confidente? ¿como paño de lágrimas? ¿como amigo? Ya lo dije antes, yo no necesito un amigo, necesito alguien que me de cariño, un amante, un novio, como él mismo me había dicho el día anterior.
A las 7 de la noche, saliendo de la casa de Ana Conda, quise llamarlo. Tenía que hacerlo, me había quedado en ascuas, sin poderle hacerle muchas preguntas, la comunicación se cortó, no sabía qué hacer ni qué pensar.
Ana: No lo llames. Date tu lugar. Sonarás desesperado. Ya te llamó. Ahora haste el interesante. Además, puede estar ahorita con el otro tipo y serán muy inoportuno. ¡NO LO LLAMES!
Y cometí el siguiente de los muchos errores: lo llamé. Mis manos temblaban al pulsar los números del teléfono público. Me había dicho que me llamaría, pero estaba seguro que lo olvidaría, o quizás no llegó a escucharlo... Necesitaba que me dijera cuándo llamaría, cuándo volveríamos a salir.
Cyan: ¿Aló? ¿Rodri? Soy Cyan.
Rodrigo: Ah, sí...
Cyan: ¿?
Rodrigo: ...
Cyan: Bueno, acabo de salir de casa de mi amiga, ¿y tú? ¿dónde estas?
Rodrigo: Emmm... no puedo hablar ahorita.
Cyan: Entonces, ¿nos vemos más tarde?
Rodrigo: No. No voy a poder.
Cyan: OK, entiendo. Llámame.
Rodrigo: Ya.
Colgó. Y en ese instante me odié a mí mismo por haberlo llamado. Mierda. Con el otro tipo, estaba con el otro tipo. Quizás estaban haciendo el amor. O quizás haría con él lo mismo que hizo conmigo: llevarlo a un parque para darle un beso bajo la sombra de los árboles. No pude soportarlo. Cuando llegué a mi casa, tuve que comprar un nuevo frasco de Xanax, y de paso uno de desinflamantes, sólo por puro vicio.
Tampoco logré conciliar el sueño. Al tomar somníferos, dormí con miedo de pensar que mi cuerpo o mi sistema cardíaco pudiesen asimilar tanta medicación inducida a la vez. Mi cuento de hadas se estaba derrumbando antes de empezar. Hoy desperté bajo los inclementes rayos de sol dominicales, pensando en volver a llamarlo. Tengo que llamarlo. Porque si, como dice Ana Conda, no lo llamo, ¿qué pasaría? Quizás, si no lo llamo, él no me llamaría nunca más. Por eso tengo que llamarlo.
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First Date
sábado, enero 22, 2005 |
Lo pensé cuando ya estábamos sentados el uno frente al otro, en una mesa olvidada, en el desierto segundo piso del Food Court del Jockey Plaza: ésta podría ser nuestra primera cita. Ya habíamos pasado por la incomodidad de saludarnos, de balbucear unas cuantas palabras y de hacer cola en el Burger King porque yo me moría de hambre y él ya había cenado. Me sentí estúpido al mordisquear un king de pechuga mientras él me examinaba con esos ojos preciosos, sintiendo escalofríos al pensar que posiblemente estuviese saliendo conmigo por una simple y sincera pena. Qué equivocado estaba.
Como no encontrábamos tema de conversación, tardamos más de una hora en ponernos a tono con la situación. La charla se tornó amena cuando, entre risas, descubrimos que teníamos poquísimas cosas en común. Él gustaba de ver películas tontas, y admitió haber llorado cuando vió "Si tuviera 30". Yo, por dármelas de neo-snob, le conté que prefería el circuito off-hollywood y/o el cine clásico: la única película que me había hecho llorar fue "Breakfast at Tiffany's".
Él gustaba de la salsa, el vallenato y la música hispanoamericana en general, incluyendo las baladas. Yo, por dármelas de punk, le dije que me decantaba por el bossa nova, el acid-house, el trip-hop y el new-rock. Pero encontramos una cosa en común: la música cheesy de los ochentas, en especial "Caribe" de Ángela Carrasco. Como la conversación se tornó amena, pronto las risas dieron paso al nerviosismo. Puse el sandwich a un lado: ya no lo podía comer, sentí náuseas de la sola ansiedad. Nos quedamos mirándonos, el uno frente al otro, sin decir una palabra. Yo observaba sus labios deliciosamente rosados, sus dientes perfectos, tenía ganas de comerle la boca. Se lo iba a decir, y sin embargo, algo en su mirada me advirtió que estaba por lanzarse. Y lo hizo.
Rodrigo: Bueno, ya hablamos demasiado, ¿no te parece?
Cyan: Así es.
Rodrigo: Vamos... dime al menos que te gusto un poquito.
Cyan: [Freaking out] Me gusta mucho, Rodrigo. Te lo digo en serio.
Rodrigo sonrió. Ya no existieron más personas para mí en la faz de la tierra, su sonrisa había resumido mi mundo, mi espacio terrenal. "Pensé que no te gustaba, anoche tenía ganas de que hiciésemos algo", me dijo. No podía creerlo. Tenía a ese chico precioso allí, frente a mí, diciéndome que él también estaba dispuesto a alcanzar la misma felicidad que la vida se había rehusado a entregarme hace casi 25 años.
Cyan: No quiero que vayamos a un hostal.
Rodrigo: Yo menos.
Cyan: No porque no me gustes, sino porque me gustaría conocerte más.
Rodrigo: Lo mismo digo.
Era mentira: me moría de ganas por degustar ese cuerpo seguramente delicioso bajo aquél buzo azul. Rodrigo metió una mano bajo la camiseta para rascarse.
Rodrigo: Es una joda ser velludo. A veces da mucho calor, y yo soy muy velludo. ¿Eso te molesta?
Cyan: !
Se acabó. El destino acababa de colocar frente a mí al hombre perfecto, un chico terriblemente atractivo y para colmo velludo. Pero existía un detalle: Rodrigo confesó vivir con un eterno sentimiento de culpa. Católico ferviente, no aceptaba la homosexualidad como género, pero tampoco negaba que él mismo fuese gay por defecto. Y en su caso, le gustaba pasar desapercibido, prefería que la gente no supiese nada acerca de su condición. Había salido del closet en el 2003, y hoy, a sus 27 años, aún existían muchas cosas que no terminaban de cuadrarle. De lo único que estaba seguro era de que le gustaban los hombres y que quería establecer una relación formal con uno. ¿Era mucho pedir?
Cyan: Me muero de ganas de darte un beso.
Rodrigo: ¿Acá?
Cyan: No pues acá no. Busquemos un lugar más adecuado.
Rodrigo: Vamos.
Salimos caminando lentamente, yo sintiendo plomo en las piernas. El chico que estaba haciéndome volar hacia la luna y las estrellas, acababa de aceptar un beso mío. El problema era encontrar el lugar propicio. Como un niño pequeño, se dejó conducir por mí, mientras caminábamos por la avenida Manuel Olguín, a la salida del Jockey. Internándonos en las calles residenciales, pasada la medianoche, encontramos un caserón con un pórtico lo suficientemente oscuro para que nadie nos viera. Yo tragaba saliva: creía que no iba a ser capaz.
Me quité los anteojos con una parsimonia milimétrica. Rodrigo colocó su mochila en el piso, se recostó contra la puerta de aquél caserón oscuro y yo me aproximé a él, lentamente. No pude besarlo de arranque. Lo abracé. Con mi naríz acaricié su cuello, que olía riquísimo, y palpé su cabello desordenado. Él me apretaba contra sí con una ansiedad considerable, y noté que estaba tratando de frotarme su erección. Yo también me erecté, y busqué sus labios. Se los humedecí con mi lengua, y nos fundimos en un tierno beso, besándonos despacio, casi con cariño.
Fuimos interrumpidos por la luz de una camioneta que pasó por la pista y que nos iluminó, pero que no reparó en nuestra presencia. Estábamos corriendo demasiado riesgo. Optamos por irnos del lugar, caminando a pasos cortos, tratando de respirar el aire de ambos que aún permanecía con nosotros. De repente, presentí que algo estaba mal. ¿La había cagado?
Cyan: ¿Estás bien?
Rodrigo: Sí...
Cyan: Dime la verdad, por favor. No me mientas.
Rodrigo: Pues... pensé que ibas a ser más agresivo.
Cyan: ¿Te gustaría que fuese agresivo?
Rodrigo: Sí... me excita que los hombres me abracen fuertemente, que me devoren la cara entera a besos... y lo tuyo fue muy suave. Diria que demasiado. Pensaba que aquí el activo era yo. Y no me gusta tomar la iniciativa.
Cyan: Lo siento. Perdóname. Es cierto que yo soy el activo, pero eso tampoco nos da roles establecidos. Me dieron ganas de tirarte contra la pared y mordisquear tu cuerpo de pies a cabeza. Pero los nervios me lo impidieron.
Rodrigo: [Con brillo en los ojos] ¿En serio?
Seguimos caminando, y yo sentía unas ganas terribles de llorar, por más que Rodrigo ya me había dicho que no pasaba nada. No quería perder a un chico tan lindo como él a causa de mis nervios y mi inexperiencia. Hallamos un parque lo bastante grande, y nos sentamos en la vereda, bajo la sombra de un naranjo. Podría decirse que estábamos en plena oscuridad.
Rodrigo me sorprendió al sacar un chocolate y una coca-cola de su mochila. Me ofreció un poco, pero las náuseas persistían y rechacé el alimento. Nos quedamos en silencio mientras él consumía su bocadillo nocturno. Yo tomé la tapa de la botella y me la llevé al bolsillo, para que me sirviese de recuerdo. No sabía qué decirle, pues él seguía estando muy callado. Temblando, lo tomé de la mano. Él la entrelazó con la mía y nos quedamos allí, aún en silencio, en la penumbra, cogidos de la mano de manera cursi. Él palpó mi entrepierna.
"Estás erecto" me dijo, "¿te provocaría que te haga sexo oral?". Le respondí, muy a mi pesar, que no me parecía correcto. En lugar del ofrecimiento, comencé a acariciar su cuello, sus orejas, su pelo. Él cerraba los ojos y los entreabría, mirándome con ternura, perforándome con esos ojos que ya de antemano sabía que me causarían muchas malas noches.
Rodrigo: Dime algo.
Cyan: Eres lindo.
Rodrigo: No lo soy.
Cyan: No digas huevadas.
Me lancé a sus labios. Me besó casi rehusándose, y yo consideré que tenía que ser más agresivo en mis ímpetus. Comenzé a comerle la boca, pero él volteó la cara.
Cyan: ¿Qué pasa?
Rodrigo: No puedo.
Cyan: ¿Por qué? ¿No te gustó?
Rodrigo: No es eso. No sé qué me pasa. Alguien nos puede ver. No sé, creo que ya no me provoca. Lo siento.
Una lágrima bajó por mi mejilla izquierda. Él felizmente, no lo notó.
Rodrigo: Dime algo, Cyan. No te molestes conmigo, por favor.
Cyan: Ya... No sé qué decirte.
Rodrigo: Quiero seguir viéndote.
Cyan: Y yo quiero seguir besándote.
Rodrigo: Ahora no puedo.
Cyan: No te preocupes... A veces... cuando las cosas se toman con más calma... suelen durar más.
Rodrigo: [Tomando mi mano y bésándola] Tienes razón. Hay que tomarlo con más calma. Por lo pronto, quiero seguir viéndote.
Tuvimos que huír del lugar porque un vigilante nos había estado viendo y nos iluminó con linterna. Quién lo diría, ambos siendo perseguidos por hacer actos obscenos en la calle. Caminamos por la avenida Javier Prado hasta el cruce con la avenida La Molina. Rodrigo no cesaba de pedirme disculpas, y yo no dejaba de pensar que quería retener a ese chico como sea. En un momento de extrema sinceridad, me contó que no buscaba sencillamente una aventura sexual, sino alguien que le diera protección y cariño. CARIÑO, amor, afecto. Y era exactamente lo que yo pretendía darle.
Llegamos a su paradero. Creí oportuno hacerle LA PREGUNTA.
Cyan: Rodrigo, tú me gustas. Demasiado. ¿Quieres seguir saliendo conmigo y ver si podemos intentar una relación?
Rodrigo: Por supuesto, Cyan. Yo también estoy buscando lo mismo.
Cyan: Eso significa que ya no habrán más citas con terceros. Ahora somos sólo tú y yo.
Rodrigo: Me parece lo justo para ambos. Ya no veré a nadie más.
Cyan: Nos vemos mañana, entonces.
Rodrigo: Me encantaría.
Cyan: Yo te llamo.
Rodrigo: Perfecto.
Nos despedimos con un apretón de manos. Camino a mi casa pensé que me había olvidado de preguntarle algo muy importante: si acaso no le importa verme todos los días. No sé qué tan mala pueda llegar a ser la costumbre. ¿Acaso podríamos acabar por hartarnos? No me importa, tengo que conquistarlo y ENAMORARLO, hacer que se enamore de mí, y a juzgar por la manera en que abre su corazón y sus sentimientos, es una tarea muy fácil. Llegando a casa, saqué la tapa rosca de su botella de gaseosa, que había guardado en mi pantalón, la besé con afecto y la coloqué junto a mi frasco de Xanax. La observé con detenimiento, y me hice la promesa de que nunca volvería a tomar pastillas.
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Finalement...
viernes, enero 21, 2005 |
Me resultaba imposible e increíble. Creer que iba a existir la posibilidad de un segundo encuentro con el destino era poco viable, pero llegó. Y en menos de dos días, aunque no sin antes dejarme una sensación insalubre en el paladar. Pero esta vez, hice lo que tenía que hacer. Hasta yo mismo me sorprendí.
Eran casi las 10 de la noche. Funky (mi mejor amigo) y yo estábamos extenuados luego de un apabullante día de compras en el Jockey Plaza, en medio del tumulto de gente que en verano y en vacaciones no duda a lanzarse al ruedo mercantil, y más aún cuando los grandes almacenes promocionan a todo dar sus “4 días fantásticos”. Aún así decidimos ir a comprar lo necesario para irnos a la playa el día sábado, y entre chicos guapos y amas de casa histéricas obtuvimos lo que queríamos, no sin tener que caminar de más, pues mis adoloridos pies no podían dar un paso más. Luego de un iced capuccino que nos revivió las fuerzas, decidimos (calabaza, calabaza) ir cada uno a su casa, saliendo por la puerta de Ripley del segundo piso.
Riéndonos, felices de la vida, nos disponíamos a bajar por la rampa del estacionamiento cuando, sin pensarlo, posé los ojos en un chico que caminaba para el lado opuesto. Cuando lo miré, pude notar luego de dos segundos que el chico era más que guapo, y comprobé, no sin cierto horror, que él, con sus deliciosos ojos, me devolvió la mirada, siguió caminando, mirándome, y fue en ese preciso instante cuando noté la lujuria que intentaba transmitirme. Cuando quedó fuera de mi campo visual, fue cuando pude exhalar a bocanadas.
Funky: ¡DIOS!
Cyan: …
Funky: Un poco más y me come con la mirada.
Cyan: ¿Qué? ¡Estás loco! ¡Si me miró a mí!
Funky: ¡NO, a mí!
Cyan: ¡A mí!
Existía la posibilidad que yo, en mi desesperación, hubiese malinterpretado la mirada del chico que, tal vez, ésta se hubiese posado en mi amigo, no en mí. Pero tampoco podía asegurarlo, a ciencia cierta. Lo que sí hicimos fue voltear a verlo: el chico volteó al mismo tiempo, y al comprobar que le seguíamos el juego, se quedó parado, ahí, en medio de la vereda, al igual que nosotros, que estábamos a escasos metros de distancia. Era la excusa perfecta para que ambos emitiéramos esta vez un segundo, fuerte y rotundo: “¡DIOS!”
Funky: Amigo, ve tú.
Cyan: Estás bromeando.
Funky: Ve tú. Tú lo necesitas más que yo.
Cyan: ¿Pero qué mierda le voy a decir? ¿Y si te miraba a ti y no a mí?
Funky: Qué chucha. Vas, le preguntas a quién miraba, y si se te hace, se te hace. Yo te espero en la puerta de Ripley. Si no pasa nada, me timbras. Si pasa algo, vete con él. Aprovecha.
Sentí un escalofrío y un gran impulso en la espina dorsal. Sin darle una respuesta concreta, me dirigí hacia donde estaba el chico, que se había sentado en las escaleras. No había un alma por allí. Las piernas me temblaban, el corazón se me salía por la boca, y sin embargo, me dije a mí mismo: “Es ahora o nunca”.
Lo encontré de espaldas. No volteó a mirarme y no me importó. Me senté a su lado y le extendí mi mano diciéndole “Hola” con una voz lo más masculina posible. El chico me miró, y ya con esa mirada descubrí que había caído en sus redes, de pies a cabeza. Era una mirada tierna, o acaso ¿tímida? Sus ojos parecían dos destellos sobre las pequeñas pecas de sus mejillas, su cabello castaño y arremolinado, su perfil perfecto y su piel blanquísima. Me dijo “Hola” con voz infantil. Tuve que agarrarme de la baranda para no desmayarme: su voz era cuasi idéntica a la de Pertur. No obstante, cuando el chico extendió su mano y pude observar su brazo musculoso y poblado de una considerable mata de vello negro, me olvidé a Pertur en un santiamén.
Contra todo pronóstico, el chico resultó ser bastante tímido. Demasiado. Le pregunté su nombre. Se llamaba Rodrigo. Con una vocesilla entre infantil y angelical, fue respondiendo a las preguntas que yo le sacaba con cucharita. Me contó que estudió Comunicaciones y que vivía en La Molina (cuánta coincidencia). Sin embargo, mientras él hablaba tímidamente, yo empecé a temblar, de manera inexplicable. Quizás me había dado cuenta del gran paso que había tomado y era recién ahora que lo estaba asimilando. Lamenté no tener algunos calmantes para apaciguar mi creciente epilepsia que él, gracias a Dios, no consiguió notar. Pero había que hacerle la pregunta. Y se la hice.
Cyan: Oye ¿y a quién mirabas? ¿A mi amigo o a mí?
El chico me miró con sus ojos infinitos y sonrió. Sonrió lanzando un leve exhalo, se me quedó mirando durante tres segundos y luego giró su cabeza hacia atrás.
Rodrigo: A tu amigo.
Mierda. A me parecía sospechosa tanta felicidad, tanto cuento de hadas repentino. Pero, ¿por qué me miró antes de dar su veredicto? ¿Por qué me miró con esa expresión entre dudosa y divertida? ¿Era quizás, porque mi pregunta le molestó? ¿En verdad le gustaba mi amigo, o había mentido, y le gustaba yo? No, no podía ser. Ese chico era demasiado para mí. Too much.
Cyan: [Mintiendo] Pues él se llama Funky, pero tiene novio.
Rodrigo: ¿Novia?
Cyan: Novio. Aunque ahorita su relación va muy mal, pero está enamoradísimo.
Rodrigo: Ah.
Y sonrió. SONRIÓ. ¿Por qué lo hizo, por todos los santos? Mierda, mierda, mierda. ¿Y ahora qué hago? Opté por seguir hablando, y continuamos la plática, mucho más relajada. Me contó que estaba yéndose a la casa de un amigo, y que le daba miedo ir solo porque el barrio era bastante peligroso. Quise preguntarle, en plan progre, ¿qué hace un chico como tú en un barrio como ese? Pero seguimos hablando, hasta que mi nerviosismo impidió traer a la luz un nuevo tema.
Rodrigo: Oye, me ha encantado conversar contigo.
Cyan: A mí también. [Nervios] Pero… [más nervios] me gustaría poder seguir hablando contigo otro día. Si quieres claro.
Rodrigo: Bacán.
Cyan: [Dudando] Dame tu fono.
Rodrigo: 0000-00000.
Cyan: OK, apuntado. [El mío, no me ha pedido el mío. ¿Se lo doy? ¿Y si no lo quiere?]
Rodrigo: Oe, pero dame el tuyo también pues.
Cyan: [Rojísimo] Emmm… yap. Es el 1111-11111.
Rodrigo: Genial.
[Riiiiiiiiiing…]
Mi celular. SUENA MI CELULAR. Fuck. ¿Quién puede ser? Miro antes de contestar: es Funky. Me había olvidado de él. Contesto. Le digo que me espere porque ya estaba yendo para allá. ¿Por qué le dije eso? Rodrigo se puso de pie. Mierda.
Cyan: Si quieres le digo a mi amigo para acompañarte hasta el paradero.
Rodrigo: Qué vergüenza. Me parece mucho abuso de mi parte.
Cyan: No, cómo crees, nada que ver.
Rodrigo: Bueno… gracias.
Ni bien se lo dije me arrepentí. ¿Para qué llevar a Funky? Fue un gran error. ¿Qué pintaría él ahí? Ya no podía hacer nada, el daño estaba hecho. Funky vino hacia nosotros, se saludaron y fuimos los 3 caminando hacia Javier Prado. Funky, inteligentísimo, se colocó a unos metros de ambos, como dejando en claro que quería estar fuera de nosotros. Gran atino. Fue entonces cuando mandé todo a la mierda y me atreví.
Cyan: ¿Y qué vas a hacer mañana?
Rodrigo: Mmmm… tengo que hacer hasta la 1 de la tarde, más o menos. Después estoy libre.
Cyan: Si gustas podemos salir a conversar por ahí…
Rodrigo: Me encantaría.
No. Definitivamente, este chico o está miope o se hace el tonto. ¿Por qué ha aceptado salir conmigo? ¿No que le gustaba Funky y yo no? ¿O yo le gustaba? ¡Mierda! Y para colmo, llegamos al paradero sin poder terminar de asimilar las cosas. Le dí la mano diciéndole “Te llamo” y lo dejamos allí, solo, mientras nosotros regresamos al Jockey.
Funky: Al menos no la cagaste. Sal con él. Nada pierdes.
Cyan: ¡Pe-pero él quiere contigo!
Funky: Quien sabe… la vida da muchas vueltas. ¿Acaso no te pidió tu teléfono? ¿Acaso no aceptó tu invitación a salir?
Cyan: …
Funky tenía razón, mucha razón. Pero nada podía sacar de mi cabeza que a Rodrigo le gustaba Funky. Él mismo me lo dijo: “Miraba a tu amigo”, no pudo haber mentido. Entonces ¿por qué aceptó mi invitación? ¿Por pena? ¿O porque le caí bien y quiere mi amistad? No, así no. Tengo que dejar las cosas en claro. Le diré que no busco un amigo. Tengo ya demasiados amigos. Necesito un novio, alguien con quien salir, con quién intentar algo, por más insignificante que sea, pero ALGO. Se lo diré cuando lo vea. Ya no sé qué pensar. Mierda. Y hoy tengo que llamarlo. ¿Y si no me contesta? ¿Y si ya no quiere salir conmigo? Mierda.
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Personne
miércoles, enero 19, 2005 |
Los que sean adictos a este blog se habrán dado cuenta que las cosas más sorprendentes siempre me ocurren cuando no estoy lo suficientemente disponible para aceptarlas (y asimilarlas). El inclemente sol del verano quiso que, en esta oportunidad, perdiera en el limbo un inesperado regalo en pleno mes de enero. Y vaya si se trataba de un regalo maravilloso.
Ayer me encontraba en una clase de asesoría, en la academia de francés, intentando absorber todo lo que mis escasas neuronas me lo permitían, haciéndolas trabajar más de la cuenta y ocasionándome a raíz de ello un terrible dolor de cabeza. En mi afán por tener una excelente preparación para el examen de fin de nivel que se acerca a pasos agigantados, tuve que quedarme unas 3 horas después de clase. A mitad del soponcio de mediodía, intentaba sobrellevar el calor mientras mi cuerpo goteaba un pegajoso sudor y me lamentaba y requintaba en silencio, granputeando al mundo machista de la cosmética, que hasta la fecha no ha producido ningún body fresh para hombres con esencias florales que escape a los aromas de colonias baratas tipo Brut. Lamenté no haber traído una toalla en mi mochila para poder correr al baño, secarme el sudor y echarme unas gotitas del B-United que tanto adoro.
Cuando finalmente lograron soltarme de la asesoría, los sonidos de mi estómago me recordaron que no le echaba nada al buche desde el tazón de Cap N' Crunch que devoré en el desayuno. Tenía un hambre atroz, y en la calle la triste realidad era otra: el sol de mèrde, el horrible sudor corriéndome por las sienes y mejillas, deshidratándome, deseando con ansias un manantial de agua pura. El único oasis disponible era un bidón de agua San Antonio con el infaltable vasito color guinda, seguramente inmundo y lleno de chupeteadas del populórum. Fuck! cómo me fui a olvidar mi botella de agua Evian... El único sitio donde podría obtenerla sería en el supermercado, pero... ¿caminar hasta el puente para cruzar e ir a Plaza Vea, bajo este fuckin' solazo? No way!
Resignándome, hice de tripas corazón e inicié mi trayectoria zombie hacia un lugar donde no hubiesen tantos niños arremolinados, para poder tomar un taxi con toda la libertad del mundo. Despeinado, muriéndome de hambre y de sed, acompañado de mi amiga La Enana, me dirigí hacia la esquina. La muy ladina quiso orinar, y tuve que acompañarla hasta el baño del segundo piso. Cuando bajamos, conversando de lo más bien, había ALGUIEN al pie de la escalera. Un chico. En terno azul marino. Con maletín. El pelo castaño algo enrulado, piel blanquísima, cejas gruesas y sobretodo, ojos del color del cielo, que me estaban perforando con la mirada.
Quizás ésta haya sido la primera vez en la vida que he sentido un flechazo instantáneo, por mi parte y la de él. Lo deseé desde que posé mis ojos en él, y él me decía con sus infinitos ojos celestes que también me deseaba a mí. Nos comimos con la mirada, en una escena de película, con cámara lenta, mientras yo bajaba las escaleras y La Enana hablaba huevada y media que yo no conseguía entender porque lo miraba a él. Sólo existía por él y para él. La escalera era interminable, él seguía apoyado al final del barandal, mirándome. Me sentí Alicia Silverstone en "Clueless", cuando bajaba las escaleras vestida en un Calvin Klein transparente mientras Paul Rudd, lindo, la recibía cual quinceañera.
En este caso, mi Paul Rudd también era lindo, con muchos años menos, pero enfundado en un terno... ¿sería acaso un profesor? ¿Un alumno? ¿Tendría acaso mi edad o sería mayor, calculando unos 27 a lo mucho? En todo eso pensaba cuando logramos bajar. Seguíamos mirándonos, sin sonreír, pero comprendiendo que él también había sentido el flechazo. Lo pasé de largo y junto a La Enana, caminé hacia la puerta. Él y yo giramos para vernos, sincronizados, ralentizados, como Javier Bardem y Francesca Neri en "Carne Trémula". No supe qué hacer.
Llegué a la puerta, salí a la calle y me dí la vuelta para verlo por última vez. Él también volteó, subiendo las escaleras, para perderse en el pasillo de segundo piso. Y aún cuando salió de mi campo visual, sentí que me estaba esperando en el segundo piso... ¡eso es! Quizás me esperaba en el baño del segundo piso... Pero no. No podía ir. No con La Enana. No estando despeinado y con el pelo hecho trizas, con calor, con sed, con hambre, con un infinito dolor de cabeza. ¿Cómo lo iba a besar con éste aliento de bilis, de esófago abierto esperando recibir alimento? Cuando estaba en el taxi camino a casa, pensé que no era necesaria tanta alharaca. Hubiese subido, hubiésemos conversado, le hubiese pedido su teléfono y hubiésemos quedado en vernos otro día. HUBIESE. Esa palabra de mierda sigue rigiendo mi vida.
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A los hombres también nos viene la regla
martes, enero 18, 2005 |
Nunca pude reencontrarme con Nina, Mili y Fer en la discoteca. Y lo que es peor, tampoco pude despedirme de Fer, que el domingo partió de vuelta a Milano. No fue a propósito: quizás a estas alturas Fer me esté odiando por no mandarle siquiera un mensaje al celular. Y eso fue, entre otras cosas, porque me dio la regla. No, no es un error de ortografía ni mucho menos mi imaginación desbordante, producto de un porro mal armado. Ni muchos menos estoy por repetir una nueva edición de "El día de los inocentes". Me dio la regla. Y este mes me vino horrible.
Dicen que los gays tenemos el lado femenino más desarrollado de lo normal (qué duda cabe) y siempre, al menos una vez al mes, nos viene un periodo de melancolía intensa, de una tristeza inexplicable y de un mal humor fácilmente irritable. Además de haberme puesto a pensar en Pertur (debería graduarme en materia de dramatismo y self-humilliation) , ocurrió algo incongruente: quise masturbarme, pero por más que una docena de pectorales velludos desfilaron por la pantalla de mi televisor (gracias a los videos bajados de E-mule), no conseguí erectarme.
Tras la natural reacción de haberme quedado impotente antes de tiempo, cruzó por mi mente la idea de lesbianismo aún por descubrir. Por lo tanto, al día siguiente me levanté temprano y le pregunté al señor que reparte el periódico todas las mañanas en la puerta de mi casa, si tenía un ejemplar de algún paskín sensacionalista-de-calata-en-portada. Podría masturbarme pensando en Audrey Hepburn, y cuando lo intenté comprobé por qué esa actriz nunca caló en el imaginario sexual masculino.
El señor me alcanzó un diario de 50 céntimos con Giuliana Rengifo en la portada. ¡Qué tetas tiene la hija de puta, mucho más grandes que las de mi amigo Funky! La abundancia mamaria usualmente llama la atención a cualquiera, y en mi caso comprobé que mi pene seguía apuntando hacia abajo. No era lesbianismo. Tampoco creía en Dios, pero le agradecí. Puse el periódico en la cama de mi perro y me dirigía a la mía, intentando afrontar la imaginaria ola carmesí.
Pertur... creo que lo amo inclusive más que antes. Aquél ser inalcansable y a la vez tan cercano. Nunca tendré los huevos para averiguar qué sucedió con él. Y tampoco los tendré para hacerme un despistaje: es la tercera vez en la semana que se me duerme el brazo derecho. ¿Amenaza de infarto o producto de la regla? Lo que más me aterraría de morir de improviso es no poder dejarles un último post.
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Injustice
domingo, enero 16, 2005 |
La pregunta ya había circulado desde hacía mucho tiempo por la lista de BlogsPeru y por conversaciones privadas vía MSN, pero ya que nadie se ha dignado a darme una respuesta fiable, y para evitar ponerme a pensar que si deseo obtener luz verde deberé reformular mi blog para que éste sea ordinario e insustancial, hacer posts monotemáticos, monoexpresivos o monosilábicos (sin aluciones personales, tan sólo exagero los términos), me atrevo a preguntar:
¿A QUIÉN SE LA TENGO QUE CHUPAR PARA QUE ME ENTREVISTEN EN BLOGSPERÚ?
Se aceptan propuestas indecentes (pero sin pasarse).
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Perrea, niño, perrea...
jueves, enero 13, 2005 |
Dice la ley de Murphy que al encontrarnos en una encrucijada, ya sea material o inmaterial, siempre escogeremos la peor opción, y por consiguiente nos lamentaremos de haberla escogido. Conclusión: sea cual sea la alternativa, la sensación de malestar acostumbra ser la misma. Movido por mi nueva etapa de lesbianismo (que es el término más claro para calificar a un gay que manifiesta su gusto por una mujer), era prácticamente lógico que aceptara la invitación de Mili para ir a la fiesta al día siguiente, en una casa de playa. Y como ya dije antes, no lo hice, pues desde hacía una semana le había prometido a SuperScout que asistiría a su fiesta de cumpleaños. El párvulo usó una estrategia irreprochable para convenserme:
Tienes que venir, Cyan. Si tu no vienes, no irá nadie más. Tú serás el alma de la fiesta.
Recuerdo que Alicia Silverstone en "Clueless" hizo una aparición imprevista en una fiesta venida a menos, y la convirtió en todo un acontecimiento social. Claro que eso fue en los suburbios de Beverly Hills, y nosotros estamos en Lima la horrible, aunque igualmente cosmopolita. Y entre los suburbios de Beverly Hills y los suburbios de lo que se dice la Lima "como Dios manda" hay un trecho del tamaño del universo, eso está más claro que el agua. Por lo tanto, debí de hacerles caso a los que me aconsejaron de ir a la fiesta playera a averigüar qué era lo que pasaba con Mili, si es que pasaba algo. Como dice Bibi Gaytán: "Tonta... tonta que fuí...".
Y fuí, pero no solo. Tenía que ir acompañado. La invitación decía en San Miguel, y San Miguel está a las afueras de Lima, ad-portas de lo que mis oligarcas padres llamaban "El Callao, aquél peligroso distrito lleno de rateros y outcasts; abstente de ir por allí, hijito, después de las 6 de la tarde". Así que me reuní previamente con Ricardo y con Leuzor, en casa del primero, que a decir verdad estaba cerca del point, o sea, en Pueblo Libre. "Al menos no es Barrios Altos", pensé, y salí de mis cuarteles de invierno, o mejor dicho, de verano. Una hora después ya estábamos reunidos y nos dirigimos hacia la anunciada "fiesta-perreada".
Reconozco que lo de bailar perreo me había parecido una broma de mal gusto, pero ni bien llegué, sentí escalofríos cuando me di cuenta de la triste realidad: en aquella "fiesta" sólo se bailaba perreo, reggaetón o salsa cantinera de La Victoria. Debí de haberlo imaginado, pues el miedo comenzó momentos antes, cuando más allá de Plaza San Miguel, el carro de Ricardo se perdía por intrincadas avenidas de tierra y asfalto. "Fuck, me olvidé de traer mi paralizer" pensé cuando el carro pasó por una pared que decía MUNICIPALIDAD DE LA PERLA. "Oh dear god!, estoy en El Callao y son más de las 10 de la noche" cuasi lloré para mis adentros.
Bajamos en un barrio no tan feo, gracias a Dios, pero por si las moscas guardé mi celular en el bolsillo y sujeté con todas mis fuerzas mi back-pack marca Nike. Scout nos dio la bienvenida algo incrédulo, pero la sorpresa vino después: de manos de su enamorada Karen (regia) recibió un risible envoltorio de Barbie, que guardaba dentro un CD original y nuevecito de Mago de Oz (¿y eso con qué se come?). Luego de que Scout ahogara lágrimas de cocodrilo, nos dirigimos a su vivienda y ahí comenzó el suplicio: perreo, perreo, salsa, perreo, perreo y más perreo. Toma toma chuculún, perrea mami perrea, ya-ya-ya-yatusá-yatusá... gritaban los inmisericordes parlantes, la cabeza me daba vueltas y sentí que necesitaba una dosis urgente de My Bloody Valentine.
Más tarde, llegaron el resto de bloggers, de los cuales sólo recuerdo a Ser Humano, que con su largo cabello generó ansiedad entre la concurrencia femenina (no me incluyo), pero tampoco diré de quién, pues el chisme no es mi especialidad. ¡Buena con el jale! Y también llegó Vodkita, linda, y lamentablemente no le di tanta bola porque tanto perreo me estaba dando dolores de pre-parto. Cuando los dolores se convirtieron en sueño y me quedé rendido en los brazos de Morfeo en pleno sofá, me desperté de improviso al recordar que la gente cool no se queda dormida en plena fiesta. Opté por retirame amablemente a la 1 de la mañana, gracias a la gentil compañía de Leuzor y Karen. Por supuesto que sentí miedo por la pobre chica, porque Karen, toda ella con sus tacones negros y su falda larga, super regia, caminaba despreocupada por esas calles oscuras de las cuales no me extrañaría que en cualquier momento hubiese salido un violador. Y que conste que les agradezco porque me prometieron enseñar las fotos. Así que chicos: gracias. Pero otra reunioncita así NO, por favor.
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Magenta
martes, enero 11, 2005 |
Una vez recuperados de la sobreexposición ante propuestas indecorosas de hombres igualmente indecorosos, Fer y yo nos dirigimos a la casa de Nina por sugerencia suya. Llegamos a un oscuro edificio de la avenida Larco, y mientras recorríamos los 6 pisos entre tinieblas, no me pareció prudente contarle a Fer lo mucho que me aterroriza la oscuridad, una fobia que me persigue desde niño y que me obliga hasta hoy a mantener encendidas todas las luces de mi casa. Pero ahora estábamos en aquél edificio, tanteando las paredes y los peldaños, y cuando llegamos a un descanso levemente iluminado, sentí escalofríos al recordar que el piso se parecía al de la película Dark Water. Felizmente, llegamos al departamento de Nina, la que como buena anfitriona colocó un disco de Belle & Sebastian para redondear el efecto de intimidad. Sin embargo, Nina no estaba sola. Allí, sentada en el sillón, acurrucada como un gato, también se encontraba una chica bajita, pecosa y vivaz. La saludé sin que me dijese su nombre, lo cual era lo de menos, porque luego de un brindis con un licor de menta que trajo Fer, miré mi reloj que indicaba la 1 de la mañana, y pensé que ya era hora de irme.
Mili: ¡Vamo' al Sargento!
Y todos dijeron que sí de forma unánime. Para no aguarles la fiesta, me quedé callado y dispuesto a seguirles, con la idea de quedarme a mitad de camino en el taxi en el que se dirigirían al Sargento Pimienta, al cual dicho sea de paso no iba desde mi periodo dark de la universidad. Fue en la calle y en plena subida al taxi donde me di cuenta que habíamos formado, sin saberlo, parejas cómplices: Nina conversaba con Fer, y la chica bajita-pecosa-vivaz conversaba conmigo, bastante animada. En la calle pude ver su indumentaria a la luz de la luna ybajo el resplandor naranja del alumbrado eléctrico: vestía una casaca sui generis, sin hombros ni cuello (!) y una falda psicodélica rematada por un par de ballerinas púrpura. Además, llevaba piercings en la naríz y en la ceja. Su cabello rubio estaba atado en un moño alto que dejaba caer algunos cabellos mostaza sobre sus ojos color celeste cielo. Cuando me sonrió, comprendí que estaba ante la chica más linda que había conocido nunca. En medio de mi admiración, Nina paró un taxi.
Nina: ¡Suban, suban! Sube, Mili...
Se llamaba Mili. Aquella chica guapísima tenía un nombre igualmente coqueto, pensé, y me dio un escalofrío por pensar así. En el taxi, todos hablaban de ir a una fiesta gay en la playa al día siguiente. Mili, con sus ojillos como dos gotas de luna, me dijo: "Cyan, ¿tú también vas mañana a la fiesta? Anímate". Le respondí, muy a mi pesar, que era imposible, porque ya le había prometido a SuperScout que bailaría perreo con él en su fiesta de cumpleaños aquél mismo sábado, por lo cual no podría ir. Mili dejó escapar una expresión de tristeza, que me cayó como un baldazo de agua. ¿Qué es lo que me pasaba con ésta chica, y viceversa?
Nina y Fer continuaban hablando de fiestas gays, de gays en el clóset, de gays fuera del clóset y de drags. Mili también se reía, y me preguntó, de casualidad, si yo también iba a lugares de ambiente.
Cyan: No, no voy. O sea, no tengo nada contra la gente que va a esos sitios, pero yo paso completamente. Y no por eso dejo de ser gay.
Mili: Ja! Yo también pienso lo mismo.
Cyan: Y tú vas a sitios de ambiente? Qué risa!
Mili: Sip... aunque ya no mucho, pero solía ir bastante. Es que yo soy lesbiana.
Me agarré de una manija del techo para evitar desvaneserme en el asiento junto a ella. No podía ser. Aunque suene a cliché, las ideas que yo me había hecho del mundo lésbico eran dos: chicas machonas con pinta de camioneras o chicas dark a las que les va la onda mística con gipsy looks incluído. Pero ella no. Mili no. Mili no podía serlo. Mili era demasiado bonita para ser lesbiana. Demasiado linda, demasiado preciosa, demasiado... todo. Y dejé de pensar porque sentí de repente un gran dolor en la boca del estómago. ¿Por qué estaba triste? ¿Por qué le daba tanta importancia? ¿Por qué Mili me ponía nervioso con sus ojos de anime y su voz de ángel? ¿ES QUE ACASO ESTA CHICA ME GUSTABA?
Llegamos al Sargento. Había bastante gente. Muchos chicos altos, rubios, con enamorada, sin enamorada, solos y acompañados, unos que me miraban y otros que pasaban de mí. La cabeza me daba vueltas. Como éramos cuatro, ni bien entramos nos pusimos a bailar. Gracias a Dios, la música era más que buena. Cuando tocaron algo de Primal Scream, Mili se puso a bailar demasiado cerca. No me miraba, bailaba para sí misma. Sus contorneos y su proximidad me causaron ansiedad y una mayor confusión. Nina se fue al baño, Fer se apartó porque se encontró con otros amigos y Mili y yo nos quedamos solos en una mesa. Y hablamos, hablamos demasiado acerca de todo y de todos. La observaba reírse, mirarme, tomar su shot de tequila, chupar el limón, esbozar una expresión de tormento al lamer la sal, y yo entendí en ese instante que, definitivamente, esa chica me perturbaba, esa chica podría cambiar mi mundo, cambiar mi universo. Y me dio miedo. Mucho miedo. Ella lo advirtió, pero me excusé aduciendo un dolor de cabeza. Mili me contó de sus parejas, de cómo acababa de terminar una relación de 3 años con una chica que creía era el amor de su vida.
Mili: Pero ya fue pues. Además, alucina, soy lesbiana pero ahorita estoy saliendo con un amigo de Fer.
Mili sonrió, pero no se rió. Yo sí lo hice, más por nerviosismo que por otra cosa. Y ya no supe qué pensar, qué decir. Ella continuaba hablando, pero sus palabras retumbaban en el vacío. Era como escuchar hablar a la profesora de Charlie Brown: "ba-ba-ba-ba-ba-ba...". Inicié un recuento en mi cabeza de las repetidas veces en que Mili me convenció para que fuera a la fiesta del día siguiente, lo mucho que me había sonreído y conversado conmigo. Quizás, alguna parte de mí quería pensar que yo también le gustaba. Quizás. Era probable, pero no imposible. En la pista de baile, Fer y Nina bailaban como locos una canción de B-52's. Y nunca las voces de Kate Pierson y Cindy Wilson me parecieron tan agridulces.
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Algo para contar...
lunes, enero 10, 2005 |
El viernes por la mañana, entre tantas epístolas insustanciales, hallé algo curioso en mi bandeja de entrada: un e-mail enviado por alguien que decía haber estudiado en mi misma facultad. Fer, que así se llamaba el autor de la misiva, me contaba lo mucho que le había gustado leerme, y que además le gustaría conocerme para intercambiar opiniones, pues él había partido a estudiar fotografía de modas a Italia y estaba de paso por Lima. Todo me sonaba demasiado familiar, recordaba haber conocido sólo de vista a un chico de mi facultad que reunía las mismas características descritas, y la posibilidad de encontrarme en un error era de cero absoluto. Tenía que ser él. Y despertó mi curiosidad, no precisamente por él, pues pese a ser simpático, ya desde los tiempos de la facultad no me atraía sexualmente, sino porque prometía mostrarme su book de fotos de la escuela italiana donde estudiaba, y también porque accedió, en un gesto amable, a prestarme unos CDs que se trajo consigo, entre ellos el soundtrack de la última película de Wong Kar Wai.
De modo que hice algo que no acostumbro hacer: darle mi teléfono. No tenía nada qué perder, después de todo siempre es interesante conocer gente que viene de Europa y después ser absorbido por la envidia a los que tuvieron más suerte (y huevos) que uno mismo. Tampoco tuve que esperar mucho para conocerlo: me llamó alrededor de las 8 de la noche, invitándome a tomar un helado. Accedí de inmediato movido por el hecho de que vivía cerca de mi casa, y porque no habia absolutamente nada qué ver en la televisión. Llegó a recojerme con diez minutos de retraso (la gente interesante siempre debe hacerse esperar, la impuntualidad es un recurso esencialmente chic, en palabras de Nicole Ritchie) y ya desde la puerta del taxi, visualicé a Fer como un ser fascinante: vestía una camiseta rosada de "Michael Jackson - Thriller" (fascinante uso del pop en una prenda tan común) y un abrigo blanco estampado con dibujitos de miles de lentes de sol negros, repartidos como lunares, sobre la tela, y por doquier.
Bajamos en pleno corazón de Miraflores y Fer sugirió ir al "Café-Café". Accedí movido por la tentación de volver a ver al adorable mesero de aquél bar de tertulias cosmopolitas. Caminamos por el Parque Kennedy y disfruté la sensación de frescura que me invade cuando la gente me observa con ojos desubicados. En este caso, el populórum nos miraba como si fuésemos un par de marcianos. El atuendo kitsch de Fer no iba nada mal junto a la camiseta color naranja eléctrico que decidí ponerme, parecíamos un par de chicos salidos de algún bar londinense de los años ochenta. Elegimos una de las mesas de afuera para digerir aún más las miradas del público y, bendita mala suerte, no fuimos atendidos por el mesero adorable, sino por una negrita con un cabello muy a lo Lenny Kravitz, que nos saludó con cariño porque conocía a Fer desde hacía años. A Fer le brillaron los ojos cuando propuso cambiar los helados por un par de tragos, y comprendí que necesitaba algo de alcohol. De modo que ordené un vodka con naranja, y él pidió un martini.
Fer no paraba de hablarme acerca de su experiencia europea. Yo conversaba con él animadamente, sintiendo que éramos amigos de toda la vida. Como dije anteriormente, pocas veces sucede que conozco a alguien que parece cortado con las mismas tijeras con las que me cortaron a mí. Sacó de su bolso sus sendos books de fotos, y no pude evitar odiar un poquito su talento: las fotos (y los modelos-clones de Justin Timberlake) eran sencillamente impresionantes. Sonaba muy desarrapado felicitarle por cada foto que veía, así que opté por quedarme callado y dejar que mis ojos brillaran más de lo normal, cosa que él comprendió al instante, además de sentirse halagado.
La charla se detuvo cuando ante nuestros ojos pasaron tres hombres de mediana edad, extranjeros, que fueron a sentarse en la mesa de al lado. Fer percibió en el acto mi turbación, y no me quedó otra opción que contarle la historia que a mí mismo me parecía inverosímil. Uno de los tres extranjeros que acabábamos de ver era nada menos que Otto, con quien tuve sexo virtual hace aproximadamente 6 meses. El sujeto en cuestión prometió venir a Lima a visitarme, pero nunca imaginé encontrármelo en persona por primera vez, sin que me hubiese anunciado antes que vendría. Por si fuera poco, uno de los que acompañaban a Otto era su novio, al cual reconocí por las fotos que me enviaba. Desconocía quién era el tercero: era un cuarentón de gafas y cabello negro y estaba, de lejos, muchísimo mejor que Otto y que su novio.
Empecé a temblar. Fer me samaqueó y estuvo a punto de darme un par de bofetadas para que superase el shock. Este tipo de encuentros imprevistos siempre me causan una ansiedad desbordante, pero Fer insistía en que los fuese a saludar. Yo prefería cagarme en mi asiento antes de ir a su mesa y presentarme. No obstante, Otto me miraba con insistencia: me había reconocido. Quien también me comía con la mirada era su amigo precioso de cabello negro, así que al menos no tendría nada qué perder.
Fer: Anda a saludarlos, carajo, no seas tímido.
Cyan: No puedo, Fer. Me cago vivo. Me meo.
Fer: Vamos, anímate. Así, al menos, tendrás algo para contar en el blog...
Tenía razón. Pagamos la cuenta, Fer se despidió de la mesera-Lenny Kravitz y nos dirigimos hacia la mesa de los tres extranjeros que, de lejos, habían notado que nos acercábamos a ellos. Llevé a cabo mi magistral interpretación de hacerme el sorprendido. Iba mirando hacia todos lados, en plan Alicia Silverstone, cuando de repente observo a Otto y me llevo las manos a la cabeza.
Cyan: Oh my gosh!!!! What the hell are you doin' here??? (y carcajada nominada al Oscar).
Otto me examinaba como quien observa una Playgirl. Y ni qué decir de los otros tres. Les presenté a Fer, quien empezaba a mostrar su incomodidad. Por primera vez en mi vida me sentí un trozo de carne. Ahí estaban los tres viejos verdes, elegantísimos, pero sin poder ocultar que por dentro babeaban y sus penes se erectaban por nosotros. Otto me contaba sus planes de quedarse 3 meses en Lima, pero yo no le hacía caso: miraba al cuarentón de cabello negro que parecía un lord inglés y que sonreía sin parar con sus ojillos pícaros tras sus gafas Gucci, haciendo relucir descaradamente sus deseos de llevarme a la cama de inmediato. Obviamente, yo también quería degustar cuanto antes aquél semental europeo, pero decidí ser prudente. Como decía Alicia Silverstone, una siempre debe parecer una señorita de su casa. Esto me lo dijo Fer al oído y tuve que aplacar una risotada. Le prometí a Otto que le mandaría mi número de celular a su e-mail (lamenté en el alma no tener una de esas tarjetitas personales, que me hubiesen hecho quedar como todo un caballero) y nos despedimos, no sin que antes de irnos, el lord inglés de cabello negro me lanzara un guiño.
De vuelta hacia la avenida Diagonal, Fer me echaba aire con ambas manos, pues yo estaba a punto de desmayarme. Allí mismo me dí cuenta del error garrafal que cometí: no se me ocurrió preguntarles muy caletamente qué iban a hacer después, para dar pie a que el lord inglés sugiriese "darnos una vuelta". Pero tampoco podía abandonar a Fer, que fue tan lindo conmigo y que no dejaba de sentirse asqueado por haber sido presa de los bajos instintos de los 3 viejos verdes. Yo le sonreí y le dije que ya habría oportunidad de desquitarnos. Fer propuso ir a visitar a su amiga, que vivía a unas pocas cuadras de donde nos encontrábamos. Y accedí, sin saber que horas después, la cosa más contra natura y sui generis del mundo estaba por sucederme.
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Publicherry Baudelariano
viernes, enero 07, 2005 |
A propósito de las recientes peripecias de año nuevo, hace unos días me llegó el siguiente dato: una publicación online había realizado una breve reseña este blog, echando mano de un inusitado floro (que se agradece), llegando inclusive a calificarme de (cito):
"(...) venenoso y hábil narrador de peripecias personales, quien a través de sus crónicas diarias transmite —con eficiencia y humor encomiables— reflexiones existenciales, anécdotas en su condición de gay, sus filias, sus fantasías, etc.; todo desde una personalidad poco convencional (por momentos muy Baudelaireana) y desde la innegable calidad de su prosa, seguramente, envidia de otros bloggers".
Por si fuera poco, según la perspectiva de quien escribió la nota, convierto a Lima en "(...) una ciudad de un cosmopolismo inusitado (proto y ambiguo) pero a la vez fascinante". Nada mal para un blog carente de intenciones a posteriori, ¿no lo creen?.
Todo aquello, más que sorprenderme y halagarme, no hace sino instigarme aún más en perseguir la exploración (experimental) de escribir un libro de cuentos, una novela, un ensayo o lo que fuere. ¿Podrá convertirse este humilde servidor en una versión descarada (y muy chic) de Baudelaire con éxitos de ventas que puedan hacer posible mi sueño de largarme de este país y regresar por la puerta grande?
Para leer el artículo publicado por Cultopía, hagan click aquí.
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Size DOES matters
jueves, enero 06, 2005 |
Siguiendo con el tema del aparato reproductor masculino que dejé inconcluso el año pasado, anoche, en el chat de Gay.com, creí que al fin iba a tocarme algo de suerte para celebrar la venida del Año Nuevo, hasta que el susodicho soltó la pregunta del milenio.
GuapoGymArrech: ¿Cómo la tienes?
Cyan: Como todos los hombres.
GuapoGymArrech: No pues, o sea, ¿cuánto te mide?
Cyan: ¿El tamaño importa?
GuapoGymArrech: Jejejejejeje...
Cyan: No soy un fenómeno de feria, si es lo que buscas.
GuapoGymArrech: No, pero quiero saber.
Puede resultar inverosímil, pero nunca me habían hecho esa pregunta, y decidí responderla, muy suelto de huesos, para evitar futuros mal entendidos.
Cyan: Emmm... no es muy grande, eh...
GuapoGymArrech: ¿Cuánto?
Cyan: 15 cms.
GuapoGymArrech: No pasa nada, choche. Bye.
GuapoGymArrech seems to be offline.
¿Qué le ocurre a la gente, mejor dicho, a los hombres? ¿Están acaso dispuestos a tolerar el dolor infrahumano de tener un enorme, grueso y larguísimo pene entre sus nalgas? Recuerdo que la última (y única vez) que me penetraron, sentí que me habían metido un cuchillo filudo en el orto, y me puse a llorar en vez de jadear de placer. El pene del autor de tamaña experiencia no podía considerarse grande, era más bien un tamaño promedio, e inclusive se untó previamente medio pomo de lubricante. Días después, al no poder satisfacer al susodicho, se lo pasé a mi mejor amigo, Funky. Y días después, Funky vino a mí, ofuscadísimo, ofendidísimo, trayendo el cuento de que aquél hombre tenía la pinga de un enano. Estuve a punto de morirme cuando Funky, también ese mismo día, me confesó que no suele usar lubricante. ¿Será, quizás, que unos soportan el dolor mejor que otros? ¿Por qué yo gozo cuando me introduzco un vibrador, pero grito cuando me incertan the real thing? ¿Seré asexual? ¿Estoy condenado a ser gay y no disfrutar plenamente del sexo? ¿Mi pene también es pequeño?
Existen ya muchas razones por las que me atrevo a pensar que el sexo anal no se hizo para mí. Otra desgracia más para la colección de malos ratos que guardo bajo el colchón.
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La depression II
martes, enero 04, 2005 |
Cuando pasé mi primer año nuevo junto a Akio (el encantador y heterosexual chico nikkei del cual estuve enamorado perdidamente y hasta el tuétano), comprendí que aquella celebración se convirtió el mejor de mi vida por una simple razón: después de la cuenta regresiva, como a todos los presentes, Akio me abrazó. Fue el primer contacto físico que tuve con él además del acostumbrado apretón de manos. Toda mi vida se resumió en ese simple abrazo, al poder estar unido, fusionado con él al menos por dos segundos, tratando de alargar el éxtasis que sin embargo acababa más rápido de lo imaginado. Mi mente vio una cosa clara: habría de vivir todos los años esperando el momento justo en que Akio se abalanzara a mis brazos en un tierno gesto de camaradería, siempre el 31 de diciembre por la noche. En resúmen, 364 días esperando un contacto físico con el ser amado.
La costumbre se volvió una consigna: pasar el año nuevo junto a él sólo para recibir aquél abrazo. Posteriormente, cuando comprendí que nunca tendría el valor para seducir a Akio, por muy heterosexual que él fuese, la consigna se convirtió en costumbre: pasaba el Año Nuevo en las fiestas nikkeis porque apreciaba a mis amigos, ya no tanto por Akio, aunque el abracito siguió dándose, religiosamente, hacia la medianoche.
Si me preguntan por qué me enamoré de Akio, ni yo mismo podría elaborar una respuesta acertada. Puede ser por su cabello negro, puede ser su nariz minúscula, o aquella voz que cuando entona estrofas de canciones japonesas de la post-guerra hacen que me derrita y me vaya por la coladera, como en el filme francés "Amelie". Es más, podría pasarme horas comparando mi destino con el de Amelie Poulain, pero tampoco es mi intención irme por las ramas. Siempre me he enamorado de chicos que a simple vista no tienen nada de interesante, y Akio físicamente lo proyectaba: solía vestirse con una camiseta regalada, de publicidad de anuncios (la que más acostumbraba a usar era una roja de JVC u otra azul de Telefónica) y pantalones blancos con bolsillos en las piernas, algo que muchos siguen usando sin percatarse que pasaron de moda hace más deun lustro.
Este año, sin embargo, estaba yo en el AOP, aburriéndome en la fiesta de año nuevo por no haber podido ir a la playa con Toshiro y compañía. La maldita orquesta que contrataron emitía tonadas horrendas, de feria, de pollada, de fiesta patronal, y la gente se abalanzaba hasta la pista de baile en movimientos escalofriantes, botella en mano. Mientras tanto yo, embutido en mi camisa Springfield, mirando cómo el resto bebía sin asco cerveza del mismo vaso, me conformaba con analizar el panorama nikkei: chicos con barriga, chicos con enamorada, chicos con peinado hongo, y uno que otro gay declarado que pretendía ser fashion pero que no pasaba de ser una triste imitación de The Yellow Monkey en plan travesti.
Alrededor de las 3 de la mañana, después de haber bailado tan sólo una pieza ("Disco Samba", que me hizo recordar mi niñez) y añorando que la banda tocara alguna de Stereolab (qué iluso), me llamó la atención un muchacho que saludaba efusivamente de mesa en mesa. Era alto, de pelo negro, se perfilaba en un físico envidiable. Cuando dio la vuelta, sufrí una alucinación porque el resto de la gente desapareció y me quedé solo con él: era Akio. Pero un Akio reloaded o presa de un efectivo fashion emergency. Vestía una camisa a rayas bastante ceñida al torso, a la que había desabrochado dos botones, dejando al descubierto unos biceps que nunca le ví anteriormente, además de un vello casi inexistente, pero palpable. Su eterno peinado de champignon lo cambió por un desflecado con raya al centro, muy moderno. Y lo más importante: pantalón de cuero negro (!).
Empecé a temblar: Akio se acercaba a mi mesa. Las chicas lo miraban como se mira a un anuncio de Calvin Klein Underwear, y no era para menos. Por su parte, Akio disfrutaba cada momento de su desfile: sonreía a todos, derrochaba carisma y self steem. Parecía una estrella de cine. El asian hunk llegó pronto a mi mesa. Mientras saludaba al resto de mis amigos, yo recordaba las malas noches de insomnio pensando en él, los largos días llorando por él, los infinitos periodos conversando con él, amigablemente, cara a cara, y yo muriendo por dentro con el sólo deseo de tocarlo, de saborear aquella piel sonrosada.
Akio llegó hacia mí. ¡Cyan! gritó con cariño sincero. ¡Feliz Año, huevonazo! Y repitiendo la hazaña de años anteriores me abrazó. Yo me dejé caer entre esos brazos de ensueño, mis manos tocaron su cuello, sus orejas, y parte de su cabello. Fingí soltarme para pasar mis dedos por su pecho, rogando para que no lo notase y no lo notó: tenía que seguir felicitando a la gente, no podía quedarse conmigo para toda la vida. Y pensando en eso me retiré al baño, me encerré en un excusado y lloré por seguir enamorándome de chicos heterosexuales, por posar mis ojos en quien no me corresponde, por ser gay y no poder ser una chica atractiva que pueda ser poseída por él, que aún era virgen. A las 6 de la mañana dejé de oír música en el salón, salí del baño con unas ojeras kilométricas y me dirigí, caminando como un zombie, a mi casa, que estaba a unas cuadras de allí. El 1º de enero por la mañana, aún lloraba cuando me eché a dormir.
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La depression I
lunes, enero 03, 2005 |
Estos últimos días, sucedieron dos cosas que convirtieron el recibimiento del Año Nuevo en uno de los peores de mi vida, antológicamente, como si el gran peso emocional que llevo sobre los hombros no hubiese sido ya bastante de sobrellevar, pues como solía decir mi abuela, "cada quien carga con su cruz". Vale decir que mi cruz no es como las demás: es una cruz de hierro, que pesa toneladas y está empapada de sangre. Aparte del indescriptible peso, el derrame hemoglobínico ocasiona que se me resbale constantemente y me cause más heridas en el cuerpo. Conclusión acelerada: mi sangre se convina con la sangre de la cruz.
Esta visión de mi universo personal se asemeja a cualquier video de Marilyn Manson, por lo cual prefiero no entrar en detalles (para variar, siempre me voy por las ramas). Desde que hice mi primer debut en la sociedad limeña, recuerdo haberme quejado de la monotonía de mis días, de la falta de emoción, de haber elaborado un sistema de acciones al cual me apego para no salirme de la raya, cuando yo ya estoy salidísimo al haber elegido una conducta homosexual reprimida. Por consiguiente, el año nuevo, desde hace unos 5 años, era la misma cosa: recibirla en grande en el AELU o en el AOP (Asociación Okinawense del Perú), y por supuesto, rodeado de mi infaltable círculo straight de amistades nikkeis.
Este año había una gran posibilidad de cambio: Ana Conda organizó con el grupo de amigos de nuestra universidad (todos igualmente straights) una fiesta de año nuevo en la casa de playa de uno de ellos. Yo le dije que cambiaría mi acostumbrada fiesta nikkei con una condición: que Toshiro fuese con nosotros. Con todo lo difícil que el contacto con Toshiro implica para mí, a causa de mi extrema timidez, pude reunir el suficiente valor como para invitarlo, recordándole que todos nuestros amigos comunes estarían allí. Y dicho y hecho, como Ana Conda pronosticó, Toshiro aceptó encantado, y el plan era reunirnos el viernes en la tarde para partir en bus hacia la playa. Al menos eso es lo que pensaba.
El viernes por la mañana me encontraba yo empacando mi equipaje playero: unas bermudas Diesel que una amiga me envió de Canadá, unos lentes de sol más grandes que mi cara, mi toalla a rayas kitsch, mi loción Coppertone... Para completar el feeling, puse en el mini un disco de Pizzicato Five y su "Nonstop to Tokyo" para alegrar las ansias veraniegas con su consabida dosis de divertido bossanova. Después de almuerzo, intenté relajarme con otro disco de The Strokes, y pensé en Toshiro y sus movimientos epilépticos. Entré al MSN, y felizmente lo encontré. No se me ocurrió preguntarle acerca del plan que teníamos para más tarde, sino que, para barajarla, conversamos de música, y se emocionó un poquito, contándome con lujo de detalles su melomanía. En esas estábamos, cuando...
Cyan: No sabía que te gustara Scissor Sisters.
Toshiro: Me fascina.
Cyan: Porque es un grupo descaradamente gay... que chévere que te guste.
Toshiro: Y deben ser tus ídolos, o de repente el cantante te arrecha.
Cyan: Jaaaaaa...
Toshiro: Oe, ¿sabes qué?... es bacán conversar contigo, porque te puedo joder y no me alucino que me afanas.
Cyan: ...
La madre que lo parió. Otro para mi interminable lista de amores no correspondidos.
Toshiro: O sea, que no dices "ahhh manya, está hablando su cabreada, entonces esta cayendo".
Cyan: Ah, jaja. Sí pues.
Toshiro: Pero pucha, es jodido cuando viene un pata gay y te afana, te intenta convertir.
Cyan: Claro, me imagino.
Toshiro: Sí, porque piensan: "an manya, se me acercó, entonces lo puedo convertir", y pienso que para un gay debe ser jodidazo que nadie quiera ser su pata.
Cyan: Te entiendo. A mí una vez me pasó.
Toshiro: Pero pucha igual me llega al pincho, cuando te tratan de transformar, es casi como un Testigo de Jehová.
Cyan: Bueno. hay gente desesperada.
Mierda, mierda, mierda. Cualquier intento de "trabajar" a Toshiro había sido desterrado de la faz de la tierra por sus intensas declaraciones. No obstante, lo que más me aterró fue la seguridad con la que me transmitió lo que pensaba. ¿Es que acaso sospechó que me gustaba y que yo, por consiguiente, había decidido hacer aflorar, poco a poco, su lado gay? Quizás lo intuyó, pero no estoy completamente seguro. O tal vez es cierto que tan sólo me ve como un el elemnto gay entre su variopinta colección de amigos raros. De manera que fuck off, cambio de planes. No quería pasar otro año nuevo con alguien que nunca sería mío. A la mierda todo. Luego de llorar un par de horas, me eché colirio en los ojos, me puse una camisa Springfield y me dirigí al AOP para recibir un nuevo año nuevo nikkei.
Estoy destinado al fracaso, qué duda cabe. Y para rematar, en el AOP me estaba esperando un antiguo tormento: Akio.
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