Temperatura corporal
viernes, julio 29, 2005

Aprovechando la improductividad de unas Fiestas Patrias nuevamente sin poner un pie en la calle y disfrutando de la laxitud del fiel colchón amigo, me aboqué al visionado de un clásico que permanecía adormecido en mi memoria. A falta de novio (amén de unos padres sobreprotectores), bueno es el cine francés, tan bueno como el pan, así sea producto del happening que a medidados de los ochenta obligó a los productores a apuntar sus derroteros hacia tramas abundantes de sudores y protuberancias cárnicas.

Además, ¿quién no ha visto Betty Blue? Tienen que verla. Recuerdo una lejana emisión televisiva en el año 94, vía Canal 13, y la única razón por la que decidí verla fue porque la promocionaron como la obra cumbre del erotismo. Huevadas. Para mí es y seguirá siendo una obra maestra sobre la soledad y el amor sin barrera. Gracias a que conseguí el DVD pirata en Blue Dust (léase Polvos Azules, así le dice Funky), hoy fue el día perfecto para reencontrarme con la magia. Ya desde los tiempos en la universidad, nos escapábamos a verla en la Filmoteca cada vez que la programaban, porque vamos, es imprescindible verla en el cine.

Tengo muchas, demasiadas razones para ser como Zorg, el personaje que interpreta Jean-Hughes Anglade: escritor frustrado, enamorado de alguien casi una década menor que él y encima ortodoxo a la hora de afrontar los problemas cotidianos. Las editoriales rechazan sus manuscritos. Betty lo vuelve loco con las tetas y el coño. Él no deja de meterle mano cada vez que puede y decirle "el mundo no está diseñado para que yo pueda vivir en él". Nunca una frase definió con tal perfección mi apreciación del universo. Por su parte, la francesita Beatrice Dalle, es capaz de ser la mujer más obcena al sonreír con esa boca dientona y cargada de lujuria.

O sea que me pasé el día entero en pijama viendo cómo la pobre Betty se vuelve loca, envuelta entre el misticismo de la fotografía perfecta de tonos pastel y la pieza cándida de la partitura original de Gabriel Yared. Siempre tuve la duda de si esa tímido acorde del piano pertenece a Yared o a algún compositor clásico. El DVD en cuestión es una versión integral y trae una hora más de metraje, es decir, casi TRES HORAS de subyugante poesía fílmica.

Y claro, finalmente pude entender por qué el título original de Betty Blue, en francés, es 37,2º Le Matin. Al principio solía identificarlo con la resolana de los cuerpos desnudos al amanecer, bajo los asfixiantes rayos del sol de los bungalows en la costa de la riviera francesa. Después lo confundí con el vaivén de los vestiditos de Betty, que guardaba dentro tanto fuego como el mismísimo infierno. Finalmente, concluyo que se refiere a la naturaleza humana. La temperatura corporal del cuerpo rondea los 38º, y como es una película sobre la pasión y el desenfreno, entonces di en el centro de la diana. O al menos eso quiero creer.


Posteado por Cyan a las 12:02 a. m.
 
 

El cumpleaños de Helen Phante
miércoles, julio 27, 2005

Más vale mencionarlo tarde que nunca. El día sábado, así de la nada (como suelen salir las mejores reuniones) fuimos a celebrar el cumpleaños de Claudia Helefante o Helen Phante, como le digo yo. Lo mejor de todo fue que tuve que colgar prejuicios iconoclastas y acabamos devorando hamburguesas/sandwiches de pollo de dudosa procedencia, en una sanguchería de la Av. La Marina de similar categoría. El localcito en cuestión se llamaba "Camilón", si mal no recuerdo, y más parecía la taberna de La Tía Veneno que un restaurante digno.

No fuimos muchos, ni muy machos, pero bastaron unas palabritas para establecer confianza y lazos de simpatía. Además de la cumpleañera y yo, asistieron Daniel, Diego y Percy. Ninguno le llevó regalo (amén de la improvisada celebración), pero la festejada hizo acopio de pretenciones y disfrutó de regalitos muy indies, a saber: boletos de microbús, una tarjeta de cine con todos los sellos para reclamar una entrada gratis pero ya vencida, un fósforo, un plaje de lógica (que resulto ser regalo ajeno), un fósforo quemado, una chapita de botella de cerveza, etc.

Estoy corroborando que las personas más importantes de mi vida cumplen años el mismo mes que yo, y no en vano hemos conseguido congeniar tanto en los últimos tiempo, aunque para el resto de la sociedad seamos un cáncer (todos nosotros somos del signo Cáncer), hay reuniones improvisadas para rato. Existen de igual manera, millones de fotos, desde las más glamorosas hasta las más vergonzosas, sin embargo, tampoco seré yo quien las postee, pero como muestra, un botón. Premio para que adivine quién es quién.

Posteado por Cyan a las 1:57 p. m.
 
 

Gastritis emotiva
martes, julio 26, 2005

[Agradecimiento especial a Ana Conda por haber acertado con el nombre exacto de este mal]

Acabo de descubrir que la enfermedad del amor (porque es una enfermedad, no me lo van a negar), presenta en todas sus facetas una equiparable cantidad de malestares, para bien o para mal, dentro de la gama indisoluble de su cognotación anímica. Cuando suelo estar enamorado, que yo sepa, pierdo el apetito. A otros les ocurre lo contrario: empiezan a tragar como descosidos. Pero yo no. Dentro del cojunto de actividades que se pueden calificar de "normales", el amor no correspondido se identifica fácilmente con la ansiedad del platonismo ególatra, ergo, una obsesión que se extiende hasta los remotos senderos de la desdicha.

Si hablamos de desdicha, se compara con la infinita sensación de una pérdida total de tiempo. Al menos eso era lo que pensaba al abrir la refrigeradora y confundir los alimentos conmangares infernales producto de mixturas malolientes del subsuelo y la carroña. Ahora, me sorprende descubrir que lo que conocía del amor, es decir, en el rango de lo platónico, se aleja del amplio significado de dicha palabreja, desde una perspectiva más psicológica que sintáctica. Resulta que si estoy enamorado, digamos, en clave "obsesiva" y platónica, pierdo el apetito. Hoy en día, que estoy enamorado lo que se dice ENAMORADO, extendiéndose la palabra hasta la más minúsculo de mis poros y de mis inmateriales deseos, he perdido el apetito nuevamente.

Se supone que no iba a pasar, o no DEBERÍA pasar, pero es así. No tengo hambre. Acostumbraba almorzar a la una de la tarde con una cronometría digna de reloj alemán, y sin embargo el momento de acopio pasa desapercibido, o es camuflado por la indiferencia de mi estómago. ¿Dónde ESTÁ, que no lo SIENTO? Temo haber perdido la sensibilidad gástrica. La tripa no me suena. Tengo MIEDO. Dan las ocho de la noche y permanezco en el limbo de los pensamientos absorbidos por mi amado. ¿Dónde está? ¿Por qué no me timbra? ¿Por qué no me mensajea? ¿A qué hora se conecta?

¿Por qué me siento realizado sólo cuando estoy cerca de su diminuta anatomía? ¿Por qué no tengo HAMBRE? No termino de entenderlo, tampoco creo que alguien me pueda dar una respuesta verídica o amparada por recursos científicos. Soy FELÍZ, y ello implicaría tener hambre y comer bien. Pero NO. La comida me da ASCO. Tal vez mi hormonas femeninas estén tan desarrolladas que al rendirme ante el muermo del amor, me convenso a mí mismo de que estoy embarazado, como aquellas heroínas televisivas matutinas o las solteronas desgraciadas. Estoy embarazado, puede ser, pero de amor infinito, y dentro de unos meses daré a luz más amor del que tengo ahora. Por lo pronto no me APETECE comer, y seguiré sin probar BOCADO hasta desenamorarme, lo cual significaría la muerte. De todas formas voy a morirme algún día, así que por lo PRONTO, me dejaré de anacrónicas diatribas y voy a alegrarme porque al MENOS bajaré de peso. Qué alegría.

Posteado por Cyan a las 8:27 a. m.
 
 

Grabaciones legendarias - Cap. 3
domingo, julio 24, 2005

Caso: Ricchi & Poveri - "Mamma Maria" (1982)

Vivir bajo el estigma de ser hijo único de un matrimonio que trabaja suele relegarnos a merced de las empleadas del hogar. Durante la primera etapa de mi niñez (que transcurrió hasta los 6 años), como ya lo he relatado anteriormente, la abundancia de gente en la casa solía suplir la carencia de hermanos. Secretarias, empleados, domésticas, primas de provincia traídas con la finalidad de ser mis compañeras de juegos pero que no lo fueron nunca porque ya estaban grandecitas y se dedicaban a los caprichos de la adolescencia, fallidas amistades con niños del mismo barrio, amistades forzadas con los hijos de los empleados, etc.

En el año 1986, mi madre dispuso dos empleadas en casa: una que se encargara de la limpieza y la lavandería, y otra que se abocase a mi cuidado y a hacer la comida. Esta última se llamaba María. En casa era toda una novedad, pues acababa de venir de la selva, recién bajadita, a alborotar las hormonas de los componentes masculinos de la cuadra. Como buena charapa era muy coqueta, se pintaba y se vestía con mucho exceso, toda ella, estaba que daba la hora y el que más la piropeaba por las calles.

María era adicta a la salsa. Por esa época se puso de moda la salsa erótica, y mi mamá nunca vio con buenos ojos que me hiciera escuchar canciones de Eddy Santiago, Andy Montañez, o hacerme cantar de memoria líricas tipo "he manchado tus sábanas blancas recordándote". A la charapa, por supuesto, le llegaba al huevo. O mejor dicho, a la punta de la teta. Mi madre, escandalizada, empezó a llenar mi dormitorio de discos "con mensaje", como aquél tormentoso cantar de las tablas de matemáticas de los españolitos de Enrique y Ana, vinilos de Yola Polastri, o en especial un disco de canciones románticas, que las secretarias de mi papá le recomendaron comprar, y que se llamaba Ricos y Pobres.

Eso fue lo que me dijo en un primer momento, pues ni bien recibí el disco me atreví a pensar que a mi pobre madre la habían estafado. Una amiga del jardín de infantes me dijo: "Es que Ricos y Pobres en italiano se dice Ricchi e Poveri". Decidí darle una oportunidad al vinilo, para lo cual saqué mi desgastado disco de Thriller y coloqué bajo la aguja a la reciente adquisición que se revelaba bajo el nombre impreso con letras doradas de Ricchi e Poveri. La primera impresión fue de una explosión inusitada de ñoñez, quizás demasiado chochi para mi gusto, pero resaltaban melodías acarameladas como las manzanas de feria, sobretodo la que daba título al álbum: "Mamma Maria".

La letra, por supuesto, no la entendía, porque no tenía sentido ni quería encontrarle significado alguno (un gato blanco/de buen humor), sin embargo me acordé casi al instante de mi tormentosa niñera, quien tampoco tardó en enamorarse de la canción y pensar con sorna que los italianos la habían escrito pensando en ella. Ya para 1986, "Mamma Maria" era una oldie, pues circuló por las radios limeñas en el año de su lanzamiento, en 1982, primero en la versión original en italiano y luego en la adaptación al español. Las secretarias de mi padre deliraban con ella e inclusive me pidieron prestado el vinilo, que nunca más volví a ver, hasta recuperarlo unos diez años después, en una edición mucho más antigua, entre los "disqueros" de la erradicada avenida La Colmena.

Volviendo a la historia, solía escuchar mañana, tarde y noche mi vinilo de "Mamma Maria" durante la época en que Maria, mi niñera, dejó de darme bola para desvivirse en atender, sin miramientos, a mi primo, un espigado, larguirucho y dientón jovenzuelo de 18 años, flamante cadete del Ejército Peruano que acostumbraba a pasar sus relevos en casa. María perdió el dominio de sí misma. Preparaba juanes y sesinas todos los días, reservaba un poco de su sueldo para comprar los ingredientes y preparar los dulces preferidos de mi primo, e inclusive comenzó a usar, tras conseguir luego de ardua lucha, la ropa que mi mamá dejaba de usar de un día para otro porque sus amigas se conseguían algún modelito mejor.

Podría decirse que los niveles de auto humillación a los que llegó María rindieron los frutos esperados. Mi madre los llamaba a gritos cuando ambos parecían desvanecerse por entre los rincones de la casa, y lo que tenía que ocurrir, tarde o temprano ocurrió. María no llegó a trabajar un lunes, mi primo tampoco dio señales de vida, y la bomba explotó cuando mi madre descubrió los sangrados en las sábanas y los emplastos bajo la cama del dormitorio de servicio. Porque María no sólo estaba embarazada, sino que consiguió que mi primo se enamorara locamente de ella, haciendo que moviera cielo y tierra para proponerle matrimonio.

No obstante, las cosas tuvieron un giro trágico. Luego que María fuese echada de casa por mi madre (recuerdo como si fuese ayer la despedida en el umbral de la puerta, con María llorando a mares abrazada de mí, incapaz de pronunciar palabra alguna), partió con su maleta en una mano y la mano de mi primo en la otra hacia nuevos horizontes, al menos eso fue lo que ambos pensaron. Después de casarse por el civil, ninguno de ellos contó con que la familia les diese la espalda. A oídos de mi madre llegó la historia que la familia de mi primo, tras cerrarle las puertas del apoyo económico, lo botaron de su casa, por lo cual se vio obligado a llevar a su flamante esposa a dormir bajo las esteras y el polvo de un asentamiento humano en el cerro de Carabayllo.

Lo último que supe de ellos, hace algunos años, fue que mi primo dejó el Ejército, consiguió trabajo de albañil y pudo construír una casa de material noble bajo el terrenito que invadieron. Tuvieron dos hijos, pero jamás consiguieron salir de la miseria en la que se encontraron desde un primer momento. Su paradero es actualmente inubicable, a causa de los prejuicios de la familia de mi primo y sin embargo, aún hoy continúo escuchando el vinilo de "Mamma Maria", no sin acordarme de cierta moraleja: la vida nunca es como la pintan en las novelas. Así que, empleadas del hogar, tengan cuidado, que les puede salir el tiro por la culata. Para los demás, disfruten del tema en la columna izquierda de MUSICATION.

Posteado por Cyan a las 3:16 p. m.
 
 

Temptation waits
viernes, julio 22, 2005

Y me llamó, después de todo. Aún no consigo entender por qué conservaba la secreta esperanza de que no volviera a llamar. ¿Quizás porque aquello cognotaba un posible "aprovechamiento" de la situación, por cortesía de mi carácter díscolo? Todas las respuestas, todas, habría de encontrarlas en el preciso momento en que ocurriese lo inevitable: el pene erecto como mástil de Fiestas Patrias.

- ¿Aló, Cyan? Soy Rodrigo.

Ahí estaba la vocesilla torpe del apuesto mancebo al que meses atrás había considerado una rata gorda, equipado con la antigua promesa de convertirme en la "oreja amiga" que habría de sacarlo del estado de desmoralización en el que se encontraba. Como no tenía ganas de salir, y Billy estaba disfrutando al máximo sus vacaciones (léase estar en pijama todo el día y llevar el hueving hasta estado de suprahumanidad), le di a Rodrigo mi dirección y me senté a esperarlo en la sala. Mientras hacía zapping, tratando de entretener a mi sistema nervioso (¿por qué estaba nervioso?), mi abuela pasó caminando con su cartera extra large y su penetrante olor a Thimolina Leonard.

- Vengo a eso de la once. Comes nomás. Voy al velatorio de una vecina que se ha muerto.

Estuve a punto de llamar a Rodrigo y decirle que no venga. ¿Por qué? ¿Porque estaría completamente solo en casa y sin la vigilancia discreta de mi abuela, la cual conseguía burlar cada vez que hago el amor con Billy en el cuarto colindante? Era muy tarde para cancelar, el timbre sonó prestísimo, y una corazonada me indicó que era él.

- Hola, Cyan.

Me dio un abrazo y no supe qué hacer con el cuerpo, ni dónde ponerlo. Cuando pude verlo bien bajo las arañas luminosas del techo, descubrí que estaba mucho más delgado y feo que la última vez que lo había visto. Llevaba una casaquita verde Rip Curl de franela y su infaltable mochila Samsonite. Las ojeras de su rostro se habían intensificado, pero a grandes razgos continuaba siendo el mismo. Ni bien llegó me contó atropelladamente de su crisis de "mediana edad". Veintiocho años y aún en el limbo. Palidecí al escuchar sus revelaciones, pues quizás en unos tres años yo también me encontraría en aquella misma situación. Intenté consolarlo dándole palmaditas en la espalda, y ni bien lo hice me arrepentí: se abalanzó en mi regazo y soltó unos cuantos chillidos. Me sentí muy mal porque no me atreví a abrazarlo. ¿Por qué tenía miedo de abrazarlo?

Le traje un vaso de agua y se calmó. Intentó echarse de largo en el sillón y la gran estela de polvo que salió del mismo me hizo enrojecer, pues al minuto recordé que la empleada se había largado hace una semana y la casa estaba echa una mierda. Quise explicárselo pero desvió el tema.

- No importa. Oye, ¿bien incómodo tu sillón, no? ¿Y si vamos a tu cuarto?

Lo dudé por dos segundos. Después de todo, habría sido una descortesía decirle que no. ¿Qué más daba, si ya estábamos solos en casa? Si hubiese querido aprovecharme de él, le hubiese bajado el pantalón y lo hubiese violado ahí mismo, en el sillón de la sala. De manera que lo conduje hasta mi dormitorio y me senté en en la silla del escritorio, mientras él recorría con la vista, maravillado, los afiches de las paredes y mi colección de discos.

- No tengo Selena ni nada de tex-mex, ¿eh?
- Da igual. ¿Puedo prender la tele? Me pregunto qué estarán dando a esta hora. ¿Me puedo echar en tu cama?

Ni siquiera pude responderle porque de un salto posesionó de largo su anatomía sobre el colchón. Comenzó a cambiar de canales y yo a hacerme un mundo en la cabeza. El chico que hace meses me excitaba, deseaba, y con cuyo recuerdo inclusive me había masturbado, estaba echado frente a mí, en mi propia cama. ¿No era motivo suficiente para despertar mi morbo?.

El morbo empecé a sentirlo cuando recordé que había visto su torso desnudo por cam. No pasaba de ser un pechito de murciélago, pero de todos modos despertó mi curiosidad. Hubiese dado el mundo por que Billy me llamase en ese mismo momento.

- Oe, ¿hace calor, no?

Y dicho y hecho, bajó el cierre de su casaca verde, se la sacó, la tiró sobre una silla y se quedó embutido en una breve camisa manga corta que delineaba muy bien su silueta, por cuyos pliegues del cuello y de los primeros botones se veía crecer una deliciosa mata de vello pectoral. Poco tiempo después, una manos invisibles (telekinesis, quizás), desabrocharon otro botón superior de la camisa, dejando al descubierto parte de un pecho velludo, mucho más velludo de lo que yo recordaba haber visto por cam. Probablemente solía rasurarse, y en ese entonces había olvidado de hacerlo.

La sangre no sólo se me subió a la cabeza, sino también a la entrepierna. Por mi mente pasó la idea de arrancarle la camisa de un sólo sarpazo, para poder recorrer con mis manos la textura de aquella selva recóndita. Y voilà, sufrí una erección de las fuertes, de la cual hasta él pareció darse cuenta.

- ¿Por qué me miras con esa cara?
- ¿Qué cara?
- Suave, ah, no te confundas -rió.
- ¿De qué hablas?
- Cyan, te lo dije antes y te lo vuelvo a decir ahora: tu no me resultas atractivo.
- Eso ya lo sabía.

Me sentí estúpido, pues tranquilamente hubiese podido hacerlo mío por la fuerza, y Rodrigo tampoco es el santo que aparentaba. Por eso le pedí que se fuera.

- ¿Te has molestado?
- No, ¿por qué habría de molestarme?
- Sólo preguntaba. Además, me contaste que tenías novio, ¿o no?
- Así es.
- Bueno, entonces, ¿no hay paltas?
- Claro que no.
- ¿Seguimos siendo amigos?
- Por supuesto.

Me volví a sentir estúpido cuando me dio la mano para despedirse con un apretón leve y una sonrisa cachacienta. Cerré la puerta, algo aliviado. Había sobrevivido a los innumerables afrodisíacos de la tentación divina, y había sobrevivido. ¿He de sentirme contento?

Posteado por Cyan a las 11:19 a. m.
 
 

Post chochi
miércoles, julio 20, 2005

[Post originalmente titulado "You mean the world to me"]

Desde que empecé a inmiscuírme en los libros, la poesía nunca llegó a conectarse conmigo, y viceversa. Durante años me vi forzado a leer y releer aquellas páginas de vacua laxitud, al menos para mí, de autores que se ganaron el mundo por su propio peso (o verso). Bécquer, Neruda, Vallejo. Para alguien cuya referencia permanente eran las telenovelas mexicanas y las revistas del corazón, el amor era algo mucho más simple que libros como "Trilce". Lo que estoy afirmando podrá sonar a que estoy metiendo las cuatro patas en un estanque de ácido muriático, porque a pesar de tantos años intentando leerlo, siempre me quedo dormido a la tercera página de "Trilce", y aún hoy en día, me es imposible responder a la pregunta sobre "¿De qué se trata?", porque no lo sé, ni quiero saberlo. Podría vivir la vida entera sin ninguna clase de remordimiento por no saberlo.

Aunque Rimbaud sí me parecía chévere, no por sus versos (pues ni siquiera he leído ni uno solo de sus putos poemas), sino por toda el background de malditismo literario y social. Tampoco voy a ponerme a decirles a todos que soy fan de Rimbaud (como hacen muchos) sólo por parecer erudito. No obstante, el amor hace que hagamos huevadas, entre ellas, el que los no-poetas escriban (o intenten escribir) poesías sin el menor sentido poético, y sin someterse a las reglas de la métrica literaria. Esta debe haber sido la primera vez que intento escribir versos, y me sigue pareciendo lo más difícil del mundo. Alabados sean los poetas, sólo Dios sabe lo jodida que es su profesión. Por eso intenté escribir una poesía para Billy, sin preocuparme por la rima ni la extensión de las estrofas, y me salió más o menos así:

Cánon Cianúrico

Lo intuí cuando observé la profundidad de aquellos ojos negros
que centellearon su brillo de ébano
contorneándose nerviosos dentro del lecho razgado
de las comisuras infinitas, delineando la alegría
por observarme demasiado, supongo.

También sentí el peso flotante de aquellos pequeños brazos
que ansiosos encontraron su camino enroscándose en mi cuello
dejando a su paso un abanico de expresiones sórdidas pero encantadoras
que desfilaban a través de la sonrisa tímida,
la sonrisa que define y gobierna
mis días y mis noches.

Aquella sonrisa maravillosa que concentra
el minuto exacto de la creación,
dejándome desolado y a la deriva
como un náufrago de amor entre las olas de alabastro
del mar espumoso por la suavidad que invaden
los poros de tu piel,
y que encuentran tan bien el objetivo alcanzado
de pertenecer a mi silueta rozagante y deseosa
de conjugarse con la tuya.

Fue así que con estos versos acabé de redondear
el círculo concéntrico de mis pensamientos al andar.
Musicalmente acompasados por tus pequeños pies
dejando huellas ignotas al rastro de mis jornadas del calendario
Teniendo ya los relampagos del razonamiento ignoto
a grandes zarpasos de rauda memoria
consiguiendo grabar la única verdad absoluta
de amarte con toda mi alma,
de pertenecerte entero
y de ser tuyo hasta el final certero.

Te amo, bebé hermoso.

Felíz Cumpleaños.

Tu Cyan

Posteado por Cyan a las 12:19 p. m.
 
 

Bon fête
martes, julio 19, 2005

Inclusive hasta tuvimos tiempo de retozar un ratito antes de partir a la casa de Eva Siva, quien gentilmente había cedido las instalaciones de su morada para la borrachera a desatarse más tarde. Tras asistir al concierto de Catervas en la Alianza Francesa de Miraflores, junto a Ana Conda, Eva Siva, Anne Horexia y Aero Lito, Billy y yo regresamos a casa extenuados pero con muchas ganas de amarnos como perros, haciendo un tratado de libre comercio gracias al vale especial que me concedió por ser el día de mi cumpleaños:

- Sólo por hoy, puedes ponerlo donde quieras.

Tampoco obtuve demasiado esparcimiento porque debíamos apurarnos, así que me concentré lo mejor que pude y saqué provecho de la única oportunidad que tengo al año de disfrutar de semejante regalito. Al compás del apuro, también obtuvimos la mejor cópula hasta la fecha, y nos vestimos de prisita, pues había que terminar con los preparativos de la oportunamente renombrada FIESTA INDIE.

De modo que me puse el polo indie a rayas verdes y naranjas que compré en "Los cachineros de Grau", el jean pegadísimo y desgastado pero bien indie, y las All Star color turquesa, nuevecitas y super indies. Luego grabamos música entre indie y techno-chochi, condimentándola con algo de child pop, quemándola en CDs Imation que a continuación decoramos con motivos ultra indies en la superficie y partimos muy indies hacia la mentada FIESTA INDIE.

Al llegar, Eva Siva nos recibió con un atuendo indie para la ocasión, un híbrido entre Anne of Green Gables y Trent Reznor. Por su parte, Ana Conda y Anne Horexia emularon con éxito la androginia de su bienamado Brian Molko, mientras que Aero Lito se quedó con su melenita a lo Robert Smith.

Aunque hay que reconocer que cuando llegó C, más conocido como "la Tía C", le costó un poquito asimilar la fauna que constituíamos bajo nuestros atuendos (así somos, no nos avergonzamos), por lo cual se limitó a sentarse en un sillón y a ponerle apodos a todo el mundo. Supongo que el alcohol lo impulsó a confundir a la pobre Kary Smathica con Mamalú, y a Billy con un repartidor de DHL, a causa de la camiseta amarillo patito con líneas rojas que horas antes había sustraído de su pequeño cuerpo con ansiedad y morbo, utilizando únicamente mis dientes. En pocas palabras podría asegurar que disfruté de la mejor juerga de cumpleaños de mi vida, pese a que la mayoría fue falla (de Ale, Camila, Carol, Santos, Karen y el novio de Eduardito no vi ni sus humos), armándome de fuerzas para recibir, mañana, los 18 años de mi amado Billy.

Posteado por Cyan a las 12:10 a. m.
 
 

25 años
sábado, julio 16, 2005

Cuando era niño y me preguntaban qué quería ser de grande, respondía, sin vacilar:

- Quiero ser una estrella.

Fue así como a la pequeña estrella infantil le empezaron a comprar de todo. Hasta discos de vinilo. El que más me gustaba, y que embriagó mis noches solitarias de niño introvertido y sin hermanos, incapaz de salir a la calle en búsqueda de amigos en el barrio, fue el "Thriller" de Michael Jackson. Todas las noches, luego de hacer mis tareas y ver novelas mexicanas con mi madre, asistía con religiosidad cronometrada al rito de colocar el vinilo de "Thriller" bajo la aguja del tocadiscos e intentar emular a un ser camaleónico que sin embargo no me agrada en lo absoluto, tan sólo me regodeaba al compás de la punzaciones del sintetizador de "Billy Jean".

Un día mis padres, ansiosos por conocer el secreto que se escondía detrás de aquellos rituales nocturnos, me descubrieron contorneando la pelvis en una explosión improbable de obsenidad, y atacando las primeras tentativas del moonwalking hacia atrás que jamás me salió. Cuando me preguntaron, con pasmosa intranquilidad, qué se suponía que estaba haciendo, tampoco dudaba en responder:

- Estoy practicando. De grande voy a ser una estrella.

De modo que se entusiasmaron con la idea, quizás impulsados por la certeza de ser los millonarios mánagers del próximo Pablito Ruíz, y nunca me anteponían un "no" como respuesta cada vez que señalaba algún nuevo y banal lanzamiento en La Discoteca, una casa de discos de la Av. Larco, con el logotipo de un cassette robótico y con sombrerito de capitán, y que acostumbrábamos visitar cada fin de semana. Por lo demás, los rituales nocturnos al ritmo de "Thriller" empezaron a tener connotaciones magnánimas. Ya no estaba sólo, ahora iba teniendo un público fijo. Desde las secretarias de mi padre, pasando por las empleadas domésticas, hasta las amigas de mi madre, quienes incluisive solían llevar a sus propios hijos y decirles muy bajito al oído: "mira ese niñito qué bonito baila, tú deberías hacer lo mismo". Los familiares más cercanos también venían, y eran tal vez los más entusiastas. Inclusive mi abuela se sentaba a verme cada vez que podía, y aplaudía y se reía como la que más.

De la etapa de estrella infantil frustrada, vino la etapa de actriz dramática. No sólo descubrí la idea incongruente de querer ser mujer, sino que además me hallé indefenso ante los remilgados ademanes de los galanes de telenovela. Fue así como tuve la clarísima certeza de que quería ser una "gran" actriz como Erika Buenfil, Lucía Méndez, Verónica Castro, Rebecca Jones o Leticia Calderón. Claro que ninguna de ellas puede considerarse como "grande", pero igual las admiraba.

Al ingresar a la escuela secundaria cambié de idea. No me interesaban más las telenovelas,sino el cine. Erradiqué cualquier vestigio de estrella prefabricada y me concentré por esgrimir un plan milimétricamente calculado: me convertiría en un director de cine famoso, mis películas ganarían muchos premios y sería, finalmente, una celebridad. Cuando, a los 15 años, alguien durante un campamento de invierno me preguntó cómo me veía dentro de diez años, yo no dudé en responder:

- Seré un grandísimo director de cine. Ganaré la Palma de Oro en Cannes a los 23 años por mi primer cortometraje, y después todos se alucinarán con la idea de que soy el mejor y el más jóven director de la historia, y para colmo peruano, y sabré hablar perfectamente 5 idiomas, y Catherine Deneuve e Isabelle Huppert se jalarán las mechas por tener el protagónico de mi próxima película. Por lo menos, a los 25, me veo en la alfombra roja del brazo de Carmen Maura, nominado al Oscar como Mejor Película Extranjera.

Hoy cumplo 25 años. Tan sólo me queda sonreír al pensar que a esta edad el mundo habría cambiado, los viajes a la luna serían cosa de todos los días, y nos encontraríamos sumergidos en trajes polares debido al resquebrajamiento de la capa de ozono, viviendo en grandes edificios-colmenas y transitando en automóviles voladores. Tengo 25 años y las cosas no parecen haber cambiado mucho, salvo descubrir que ninguno de mis sueños se ha hecho realidad. No puedo evitar dejar de sentirme frustrado, abatido, viejo y sobretodo fracasado, sin una meta clara en la vida, pero con muchas ganas de vivir, eso sí. Al menos mi primer cortometraje, "La Guerra de los Cosméticos" y que cuenta con la actuación de Coco Marusix como la enfermera asesina, en plan Isabella Rosselllini en "Wild at Heart", duerme aún el sueño de los justos, esperando ser editada pese a ser más un bodrio o un blooper que un cortometraje. 25 años me parece muchísima edad. 25 años me quedan demasiado grandes, al menos con todo lo que me queda por hacer. Felíz Cumpleaños para mí.

Posteado por Cyan a las 11:40 a. m.
 
 

Todos vuelven
jueves, julio 14, 2005

Como si no fuese poco reencontrarse con teorías del hedonismo griego adormitadas en las cutículas y en los poros de la piel (léanse las reacciones a posteriori que causaron a servidor el descubrimiento de la similitud Pertur Bado/Rufus Wainwright) hacía falta aquella gota que rebasara el caudal de los recuerdos de ínfima clasificación, por demás perpetuados en la irreconocible perspectiva de mi subcosciente, hoy por hoy, digamos, sumergido en los placeres del amor absoluto, impersonado en la breve anatomía de un muchacho a punto de cumplir los 18 años dentro de una semana. Amor verdadero. Amor perfecto. Amor a punto de atravesar la cúspide del infortunio, la última prueba de fuego que corresponde también al último círculo del infierno de Dante: el de la carne. Círcolo di la merda como diría Passolini.

El teléfono, siempre mensajero de malas noticias y/o vestigios de remembranzas cocidas ya en baño maría, habría de ser, una vez más, el causante de un síncope cardíaco.

Un teléfono público, pensé. De seguro es mon bébé.

- ¿Aló?-contesté, emocionado.
- ¿Aló, Cyan? - contesto alguien que no era mon bébé.
- ¿Sí, quién es? - inquirí, decepcionado.
- Soy Rodrigo.

Rodrigo. Rodrigo, Rodrigo, Rodrigo... a ver, a ver, pensé. Rodrigo. Una vez hubo un niño que se llamaba Rodrigo, cuando estaba en 5º grado, pero al pasar a secundaria lo jalaron de año y nunca más supe de él. Después... otro Rodrigo... no había. A no ser... Oh my god. El parque, los besuqueos de madrugada, el vientre velludo, el beso Kevin Arnold/Winnie Cooper, la decepción, la depresión, el remordimiento, el odio, el rencor. Rodrigo. Era ése Rodrigo. El Rodrigo del cumpleaños en El Sol de La Molina, en el cual el único invitado menor de 30 años fui yo. Rodrigo, que bailó canciones de Olga Tañón descalzo, y además, con su vieja. Rodrigo, aquél efebo arrollador que adormeció hasta el último rincón de mi ser y cuyo recuerdo no obstante me resistí a abandonar, ni en mis noches solitarias. Hasta la fecha, me resultaba imposible creer que le gustaran Selena, Bronco y demás, motivo más que suficiente para que Funky le apodase "la Tex-mex". Porque era ése Rodrigo. Era La Tex-Mex.

- Ro... ¿Rodrigo? -tartamudeé al recordar que éra la primera vez que él me llamaba.
- Sí, o ¿ya no te acuerdas?
- No sí, sí, claro, disculpa, es que, el... -balbuceé intentando lidiar con las palabras que salían a borbotones por mis comisuras.
- ¿El qué?
- No nada, ¿cómo estás? ¡Asu! ¿y ese milagro?
- Pues acá, disculpa si te llamo así después de tanto tiempo.
- No, qué va, qué ocurrencia.
- ¿Y cómo has estado?
- Ahí, bien, felíz, emmm... ¿te conté que tengo novio, no? ¿o no?
- Sí, me contaste por messenger.
- Ah, verdad.
- Oye, necesito un favor.

La clásica. Ya a éstas alturas deberían aprender a decirle NO a alguien que me había hecho tanto daño.

- Sí -maldición- sí, dime, ¿qué pasa?
- Tu sabes que siempre te he considerado un amigo, un buen amigo, tú sabes que yo nunca te he mentido.
- Emmmm...
- Además, fuiste el único que vino a mi cumpleaños y él único que conoce mi casa y todo. Mi vieja siempre se acuerda de tí, como esa vez que estábamos paseando y nos encontramos en Wong.
- Ya pero, ¿a qué viene tanto floro?
- Espera un ratito que meto otra moneda en el teléfono.

One moment please. Cerebro funcionando. ¿Rodrigo gastando dos soles en hablar conmigo? ¿De cuándo acá? ¿Qué está pasando con el mundo?

- Ya, ahora sí. Mira, normal si no puedes, pero la verdad estoy de malas y necesito hablar con alguien.
- ¿Qué ha pasado?
- No te lo puedo contar por teléfono, pero ahora estoy muy mal y quisiera un amigo para conversar.

Si hay algo que me moleste en extremo, mucho más que la gente que se obsesiona conmigo (las consecuencias de ser una estrella), es la gente que se piensa que yo puedo ser un amigo más, así como así. O la gente que me busca sólo cuando tiene problemas. Éste era uno de esos casos. Y lo que quedaba por hacer era resistir a la tentación y pagarle con la moneda de la inmisericordia. Sin embargo, el que me haya llamado amigo, o su amigo, aparte de ser patético, me causó un poco de pena. ¿Y si era verdad que estaba desesperado? ¿Sería yo el responsable de un posible suicidio? Después de todo, ya conocía de memoria el cuadro clínico de histeria y conmoción mental que el mismo Rodrigo me había contado.

De modo que le dije que sí, tras un eduardezco "¿Cómo haríamos?".

- No sé -dijo él- fácil podemos vernos por ahí.
- Ya pero, ¿adónde, en el Jockey?
- No, es que hay mucha gente, y tengo todo un rollo para contarte. ¿Podría ser en tu casa?
- ¿Qué?
- Es que sería más cómodo pues, me das tu dirección y yo llego, además estamos cerca.
- No es que, esta semana estoy ocupadísimo.
- Bueno entonces la otra semana, ¿te parece?
- Ya hablaremos, llámame el lunes y quedamos.
- Mostro.

Que venga a mi casa significaría tener que darle demasiadas explicaciones a Billy. Es natural que desconfíe, sobretodo si le aseguro que en verdad sólo vendrá a conversar un poco. Claro está, primero le pediré permiso. Aunque, ¿qué querrá Rodrigo? ¿Por qué quiere venir a mi casa? ¿Qué le digo a Billy? Ah, sí. Una de las cosas más geniales de tener un blog es que te ahorras todo el rollo y el susodicho se entera mucho antes.

Posteado por Cyan a las 3:12 p. m.
 
 

Pertur Wainwright
lunes, julio 11, 2005

Nunca se me dio por reparar en lo mucho que se parecían, pero la evidencia es cuasi palpable. A Rufus Wainwright lo conocí a raíz del soundtrack de la película I Am Sam, donde entonaba una ensoñadora pieza original de The Beatles, llamada "Across the universe". Esa misma melodía había sido manoseada años atrás por Fiona Apple, que es una genio, porque se le ocurrió coger la canción, desnudarla de su grandilocuente instrumentación, y sustituírla por aquél lacónico susurro, tan característico de ella, deslizándose a través de una paleta sonora que despegaba a medias entre la cadencia emocional y la laxitud onírica, desde un sintetizador un tanto quejica.

La versión de Rufus, sin embargo, jamás logró encajar en mis gustos nada exigentes. Lo que sí me llamó la atención por ese entonces fue darme cuenta, tras ardua investigación, que se trataba de un rock star abiertamente gay y para remate, de una belleza sepulcral digna de un efebo de la Capilla Sixtina. Quizás demasiado bello para mi gusto. Por añadidura, sus primeros discos me amuermaban. No obstante, la curiosidad pudo más y continué asimilando esporádicamente sus futuros lanzamientos, amparado en la aureola ilegal de la música bajada por internet. Tal vez haya sido por eso que nunca antes se me habría ocurrido ponerme a observar con detenimiento alguna foto suya, pues a esas alturas no lo necesitaba. Me causaba indiferencia.

Hasta que el último número de la revista 69 cayó en mis manos y, al recorrer las páginas a breve vistazo, un espasmo helado cual ráfaga del mar antártico me alcanzó de lleno en el centro mismo de la espina dorsal. Acababa de ver la foto en blanco y negro de un muchacho agazapado en la hendidura de una gran ventana, con el mentón descansando sobre la plama de su mano mientras miraba con nostalgia hacia la calle, con elucubrante mirada de ojillos motivadores. Lo que hice a continuación fue preguntarme el por qué de tanto espasmo. Esa mirada, esos ojos, esa expresión ensimismada de divinidad trágica la había visto ya, no cabía duda alguna. Tampoco tuve que indagar tanto en las aristas de mi memoria para establecer con locuaz exactitud que aquél perfil sólo correspondía a una sola persona sobre la creación: Pertur Bado.

Me sentí como Jodie Foster a la búsqueda de Hannibal Lecter, atando cabos tras dar con pistas engañosas que no encajaban tan lejos de la verdad. Me hallé de repente a la caza de una evidencia, de una verdad absoluta para demostrarle al resto del mundo que quizás no haya estado equivocado y que Pertur haya sido, digamos, un ser de prístina belleza, muy distante de aquél rollizo impresentable con el cual me topé hace varios días en el bus. De modo que localicé en Google, todas las fotos de Rufus Wainwright que arrojó la primera indagación. Todo encajaba, especialmente el color de la piel y la mirada lánguida de los condenados a muerte. Sin embargo, faltaba encontrar algo más, algo que me permitiese asegurar la vacuedad de las meras casualidades.

La respuesta no cayó del cielo, sino de una página web cualquiera, una de las tantas que circulan por la red de redes. Una foto de Rufus Wainwright tomada hace un par de años, con la melena castaña contrastando la palidez de un rostro desesperado por romper la lírica incongruente de su propia frialdad. Era Pertur. En esa foto, Rufus Wainwright absorbía la perfección cada uno de los elementos que hicieron de Pertur una experiencia sensorial difícil de olvidar. Más allá de parecer un clon, dado a que el verdadero Pertur es mucho más rubio, prevalece la aureola mística del feeling de su tiempo. Si no me creen, les coloco la foto a continuación. Definitivamente, como diría Julio Ramón Ribeyro, sí existe el doblaje corporal.

Posteado por Cyan a las 5:01 p. m.
 
 

Madurez
jueves, julio 07, 2005

Lo primero que que hago apenas termino de almorzar, inclusive antes de lavarme los dientes, es cagar. Me encontraba con los pantalones tocando la superficie de las mayólicas del baño, en posición cuasi fetal sobre el inodoro, fisgoneando las páginas de la revista "69" (de compra obligatoria así sea por la imprescindible recopilación de Elefant Records que viene incluída), escuchando la rauda liberación de mis intestinos, cuando el celular comenzó su inquieto repique entre los pliegues de mi bolsillo derecho. Mal momento para contestar una llamada, sobretodo si hemos de luchar contra viento y marea para evitar que nuestro interlocutor se percate de la incómoda y absurda situación que atravezamos. Alcé el brazo para abrir el grifo del lavamanos y me escudé tras la reverberación del chorro del agua.

- ¿Aló? Espérame un momento, amor.

Diantres, era Billy. De seguro había leído el blog, y de seguro ya tendría preparados algunos dardos predestinados a inquirirme, previamente mancebados entre el rumor de sus expresiones meditabundas. Opté por dejar la cagada a medio hacer (pese a que el dolor estomacal me indicaba que la sesión de evacuado aún no concluía de todo), me limpié el culo con presteza y jalé la cadena, a la vez que avanzaba hasta el chorro de agua del grifo y me restregaba las manos con jabón, colocándome el celular apoyado entre el hombro y la oreja.

- Ahora sí. ¿Cómo estás? -le pregunté, reprimiendo lo más que pude la censación del cague truncado.
- Em... bien. -respondió él con su vocesilla inquieta.
- Ya. Tan buen actor no eres.
- No... O sea que lo viste.

Bingo.

- Sí, y no tengo nada más que decir ni agregar. Si necesitas aclarar alguna cosa, no tienes más que leer el blog.
- Te mentiría si te digo que no estoy celoso.
- Ya lo veo.
- ¿Pero, qué quieres que haga? Él es físicamente mucho mejor que yo.
- A eso se le llama baja autoestima, pensé que ya habíamos solucionado el asunto.
- Siento tener que ponerme así.
- No es tu culpa ser así. Pero tampoco es mi culpa haberme encontrado con él en el bus.
- No sé por qué, pero la manera en cómo lo contaste deja entrever que siempre estas al pendiente de él cada vez que subes al bus.
- ¿Y qué querías? El pasado forma parte de mi vida, así luche por erradicarlo completamente.

Era cierto, como también era cierto que aquella no era la conversación que me esperaba. Se suponía que la diatriba ya estaría, a estas alturas, alcanzando niveles estratosféricos. ¿Es que Billy había madurado?

- Bueno, nada. Es inevitable que sienta celos cada vez que me hablas de él -dijo Billy.
- Igualmente, es inevitable ponerme a pensar todas aquellas cosas que viví cada vez que lo veo.
- ¿Por qué siento celos, entonces?
- Porque quizás aún no comprendes que de quien estoy enamorado es de tí, y no de él.
- Y yo te amo más. Mucho más.
- Eso no es posible. Yo te amo más todavía.
- Nada que ver. Yo más.
- Nos vamos a pasar de cursis.

No nos importaron las cursilerías. Tal vez la discusión tendría bastante material a posteriori, y cuando las cosas no se resuelven hablando, siempre nos queda la cama para reconciliar los ímpetus, y de qué manera. Pero quizás, esta haya sido la primera vez que tenemos una conversación más que civilizada.

Posteado por Cyan a las 3:10 p. m.
 
 

Nouvelle vague
lunes, julio 04, 2005

Mientras algunos, como yo, estamos estigmatizados por un cadencioso afán de simulación, otros, sin que los llamen, van drenando de cuando en vez, como gotas de agua empozada o pústulas sobre un cadáver maltrecho, dentro del vasto catálogo de experiencias cotidianas que más que anécdotas, transcurren en paralelo con lo que nos atrevemos a llamar "cuestiones de azar".

Pertur Bado subvierte los límites imaginarios de mis desesperadas epístolas. Mientrás más me prometa a mí mismo no volver a hablar sobre él, más continúa reescribiendo los cánones de mi destino. Ergo, valdría la pena averiguar qué titiritero se esconde tras los hilos conductores de mi intrincada existencia, pues podría jurar que se divierte con una malsana pasión al escarbar entre los desechos de la memoria escondida. Adormilada quizás.

Porque adormilado estaba cuando me quedé dormido en el autobús. Venía realizando la travesía interprovincial de Miraflores hasta La Molina, tras haberle rendido una cordial visita a mi amiga Patty Neta, de quien escribiré en los próximos capítulos. Lo que sí es de este, resulta meramente episódico si careciese de la estrella invitada que se hizo presente, muy por delante de mis ojos aún atontados por el letargo.

La persona (desconozco si era hombre o mujer) que viajaba sentada a mi lado, me propinó un pisotón al ponerse de pie para abandonar la unidad vehicular. Desperté de golpe. No tuve tiempo de gruñir alguna querella ponzoñosa por estar todavía espabilándome. Eché un vistazo hacia la ventana: una sala de juegos de estrafalario letrero me indicó que me encontraba en la intersección de las avenidas San Luis y Javier Prado. Entretanto, intentaba recordar lo que esa esquina excitaba en mi memoria.

Pertur. Muchas veces, cuando estaba colgadísimo de él, guardaba la secreta esperanza de encontrármelo en ese mismo autobús, pues sabía de antemano que aquella era la línea que él utilizaba para ir y venir de la PUCP. También tenía muy presente su acostumbrado paradero, el del puente Rosa Toro, que estaba a unas 5 cuadras de su casa. Ya para ese entonces había caído en cuenta que el ómnibus se encontraba a escasos metros de distancia del paradero de Pertur, y se me ocurrió pensar si el haberme acordado de él tal vez accionaría el mecanismo intrínseco de la casualidad.

Así fue. Entre la maraña de personas que se pusieron de pie, preparándose para bajar en Rosa Toro, distinguí una silueta espigada. La melena castaña, bastante descuidada y horquillada, caía en desorden sobre los hombros y sobre la mochila negra pintarrajeada de Liquid Paper. Fue esa mochila la que me condujo a deducir que su dueño era nada menos que el otrora célebre Pertur Bado.

No pude verle la cara sino hasta que acabó de bajar y se posicionó sobre el pavimento. Su desgastada anatomía apenas si concordaba con la instantánea que perduraba en mi memoria. Algo le había pasado. Más allá de su cabello descuidado, los bordes de su rostro y de su cuello, anteriormente sometidos a una blancura y una palidez cuasi anoréxicas, ahora permanecían entintadas por un rosado un tanto porcino. No sólo su apariencia era un desastre, sino que los pliegues del cuello denotaban una inocultable papada. Estaba gordo. Aquél no era el Pertur que recordaba. La última vez que lo vi, me emocioné por sus lentes que le insuflaban un aire intelectualoide pero ¿y ahora?

Tal vez hayan tenido mucho que ver las sombras de la noche y mi actualmente comprometido estado civil. Me atemoriza pensar en la probabilidad de haber tenido todo este tiempo una máscara, o por el contrario, haber maquillado una falsa esperanza. ¿Será ÉSE realmente el verdadero aspecto de Pertur Bado? ¿Por ese entonces mi mente desesperada y carente de cariño lo habrá confundido por un ser de belleza angelical? No me atrevo a encontrar la respuesta, ni tampoco a confesarle este nuevo descubrimiento a Billy. La última vez que vi a Pertur, decidí contarle la anécdota y acabamos teniendo una discusión. He subsanado muchos errores en mi vida. No quiero agregar uno más.

Posteado por Cyan a las 5:41 p. m.
 
 

Venganza agridulce
viernes, julio 01, 2005

Hoy, movida supongo por la angustia de haber sido acorralada en su propio juego, léase ampayada masturbándose en su dormitorio (o cualquier otra actividad que nunca conoceré porque me causa infinita vergüenza preguntarle, a no ser para chantajearla sin piedad), mi abuela planeó la venganza más vil e inteligente que alguna vez pudiese concebir. Como principal encargada de mi balanceada alimentación, producto de los caprichos de hijo único y otrora pijo, que incluyen la erradicación total de verduras y legumbres, y la elaboración de un menú detallado a base de pollito frito con papitas doradas o ciertas menestras suaves, y si son instantáneas tanto mejor, pues como buen fan de Warhol hay que hacer del consumismo un deleite de buen comensal.

Es por eso que cuando bajé a la cocina, escuchando a mi paso las quejas de la empleada de turno, vapuleada (como siempre) por las órdenes de mi abuela, encontré a la vieja pajera apagando las ollas y colocando con delicadeza los amorfos bordes de lo que parecía ser uno de los vegetales que más detesto: el brócoli. Mi abuela cocinó brócoli saltado, con pedacitos de pollo frito como para rematar el gustito de su venganza que ya había empezado a consumarse, en ése preciso momento. Un día de estos me volveré loco y le autoinflingiré una forzada eutanasia.

- ¿Qué significa ésta mierda?-pregunté yo, enfadadísimo.
- Esa mierda es comida saludable -replicó ella, conchudísima.

Resulta curioso si lo analizamos desde el punto de vista regresivo, pues la primera palabra que aprendí con mi abuela, la primera palabra de todo aquél maravilloso léxico de la lengua castellana, fue mierda. Primero me indigné e intenté tragar de un sólo bocado tan asqueroso mejunje, ya de lleno en los brazos del hambre y porque no quedaba nada más que comer. Una barra de Snickers tampoco era precisamente un almuerzo. Después mi estómago, acostumbrado al junk food y al instant lunch, no actuó como lo esperado y se me vino un huayco torrencial en el cual erradiqué medio plato sobre el suelo recién lustrado y oliendo a Pinesol. Mi empleada me mandó literalmente a la mierda en su masticado lenguaje aguaruna. A continuación decidí hacer de tripas corazón ante el ramillete de pensamientos herejes que se me vinieron a la cabeza como consecuencia de la visión apocalíptica de los niños pobres de Somalia y demás perlas sociológicas. Cual chica con bulimia, vertí el contenido del plato (tras tomarle una interesante instantánea que reproduzco líneas abajo) en la taza del excusado y jalé la cadena entre muerto de hambre y feliz. Luego me fui.

Posteado por Cyan a las 1:23 p. m.
 
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