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Dolor y vida
lunes, octubre 31, 2005 |
La adversidad de las circunstancias. Es curioso ponerse a pensar en lo que equivocados estamos al hacernos una idea mental sobre la estabilidad emocional. Muchas veces pensamos que lo único capaz de sacarnos a flote es sentirnos (y sabernos) amados, pero no contamos con los innumerables factores u obstáculos predestinados a afectar dicho proceso. Lo peor es que suelen ser demasiados.
Un ejemplo es, como bien saben, el tiempo. El tiempo está omniprescente, el paso del tiempo afecta y se trae abajo muchos paradigmas. Es un estigma universal. Es una tragedia que muchos temen, y hasta son capaces de hacerle un disco entero (sino, miren a Fangoria). Durante el fin de semana me encontré a la búsqueda de información. Necesitaba empaparme de nuevas perspectivas. El único testimonio valedero me lo dio un amigo nerd:
"Cuando no estoy con mi novia, trato de mantener la cabeza ocupada en otra cosa. En mi caso, son los juegos de video. Eso me ayudó bastante".
Claro, para enfermos como él sólo les basta sentarse a perder el tiempo frente a un televisor y dedicarse a matar honguitos, o lo que fuese. Sin embargo, para personas como yo, que todo el mundo (todos los discos, todas las canciones, todas las películas) gira alrededor de alguien, es verdaderamente un caos.
Anoche me puse triste sin razón alguna. O mejor dicho, me puse triste por falacias que atravesaron mis pensamientos. Pero más que nada, por él. Había pasado un día entero sin recibir un mensaje suyo. Sólo me llegaron timbradas. No obstante, pasó un día entero sin poder conversar vía MSN, o por teléfono.
Yo sabía que él estaba allí, pensando en mí. No obstante, necesitaba escuchar la armonía de su voz, o ver los emoticons o las frases escritas en su ventana del MSN. Está bien, pueden suceder peores cosas, pero ¿por qué me afecta tanto? ¿Por qué me es difícil dejar de pensar en su sonrisa, en el tacto de su piel, en sus ojos de perrito, en sus orejas, en su naríz congelada, en el aroma natural de su cuerpo?
Y me puse a llorar, sin más ni más. Su celular estaba apagado, porque intenté llamarlo miles de veces sin respuesta alguna. Debía de estar durmiendo. Y si así fuera ¿iba a despertarlo por cojudeces como "oye, contéstame porque te extraño"? ¿iba a interrumpir su sueño por ñoñerías mías? ¿se molestaría, quizás? Quizás no, aunque tampoco era lo correcto. Lo correcto era decir "bueno, mi novio no se puede poner al teléfono, pero de seguro está bien y mañana lo veré, ¿para qué preocuparme por boludeces?".
Y no pude. Seguí llorando. Lo extrañaba más de la cuenta. Y no habían pasado ni veinticuatro horas desde la última vez que lo ví. Y después me odié a mí mismo por no poder dejar de depender de él, por seguir encerrándome en mi círculo vicioso, por ser incapaz de vivir en paz conmigo mismo. La dependencia es una enfermedad. A veces pienso que debería ir al psicólogo. O deberían existir talleres tipo "Hombres que aman demasiado".
Y lo seguía extrañando. Y las lágrimas continuaban corriendo cuesta abajo. Recordé que habíamos decidido ir por rumbos separados, en pos de la realización personal y profesional. Ya pronto llegaría el día en que partiera de viaje, dejándolo aquí, con el alma en vilo. Yo no creo en las relaciones a distancia, pero había que empezar a creer, porque no quedaba de otra. Teníamos que sacar la relación a flote, así estuviésemos separados en el futuro. Y yo tendría que ser el que de el primer paso. Estar seguro de mí mismo, para no afectarlo. para que se sienta seguro. Y si bien ya me había hecho la idea, caí en cuenta que sería imposible. Lo extrañaría y se me iría la vida en ello.
No voy a poder. |
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Con faldas y a lo loco
sábado, octubre 29, 2005 |
Nunca antes había ido a un desfile de modas. Sí, sí, ya sé, a la mayoría le parecerá atroz que me ponga a escribir acerca de superficialidades cuando ni siquiera he experimentado la superficialidad desde dentro, pero siempre hay una primera vez. La primera vez siempre duele, dicen por ahí, y esta no fue la excepción.
Para ser cronológicamente exactos, hay que retroceder una semana. Me encontraba en mi acostumbrado estado de aletargamiento post-clase aburrida, en la Alianza Francesa de Miraflores, cuando al bajar al patio durante el break, fui asaltado por un arcoiris de colores chirriantes que abofetearon la plomiza humedad de la mañana. Se trata de una expoventa de ropa urbana, de lo más almodovariana y alternativa.
Me bastaron sólo cinco minutos para hacerme amigo de los diseñadores de todos los stands, inclusive de aquellos que sólo ofrecían ropa para chicas, bajo la eterna excusa de ay si fuese mujer usaría esta falda y me quedaría divina. Me encargué de hacer suficientes migas como para que me regalaran gentilmente una invitación personal al desfile del viernes, pues ya había quedado en ir con Daniel y su amiga Lila.
Una vez en la puerta empezaron los problemas. Nos esperaban unos vigilantes nada amables, y una mesa con chicas verificando nombres en unos enormes planillones que contenían la lista de invitados confirmados.
- No pueden entrar, señor. - ¡Pero aquí está mi invitación! - Lo siento, ahí decía bien claro que se debía confirmar la asistencia por e-mail.
Tuvimos que sentarnos en una baranda y esperar a que ingresara toda la crème de la crème, que era de lo más variopinta, entre ellos, un diseñador de modas que había sido uno de mis tantos calentados durante mi etapa voraz, antes de sentar cabeza con mi novio. Al parecer me reconoció, pero nunca llegamos a intercambiar saludos. Después de todo, un choque y fuga no implica necesariamente una amistad.
Nos quedamos, como muchos, aguardando a que la cola de invitados desapareciese. Me sentí en plan de groupie olvidada en concierto de rock venido a menos. De pronto, se abrió la puerta de la esperanza. Apareció Andrea Caracortada, una diseñadora amiga de Lila, con la cual pudimos entrar sin problemas no sólo nosotros, sino también la gente que se quedó afuera. Las chicas de los planillones habían desaparecido. Es muy cierto que quien ríe al último, ríe mejor.
Por supuesto que tampoco era un desfile, digamos, muy chic. La idea de cualquier muestra de clase o sofisticación fue resquebrajada por un ballet (?) de bailarines de dizque hip hop, que interpretaron una vergonzoza secuencia de movimientos rítmicos al compás de canciones pasadas de moda de Sean Paul y Beyoncé.
- ¿A esto le llaman clase? - Quelle horreur! - Más parece un conjunto de technocumbia.
Y lo era, porque el conjunto de baile parecía sacado de un concurso de aficionados llevado a cabo en el Mega Plaza. Pasado el alboroto, pude por fin ver a mi adorada Titi Guiulfo, el epítome de la elegancia. Si algún día me cambio de sexo, de vieja me gustaría ser como ella. ¡Qué regia!
Nos encontramos también con mi amigo Kaboogie luciendo ropa estrambótica, fungiendo de vendedor para el stand de El Gato Espacial. Desde esa posición estratégica, pudimos ver el desfile en primera fila. Definitivamente, aquello fue la apoteosis. Me encantaría reencarnar en una modelo. Edith Tapia, pese al estereotipo, era de lejos la más regia de todas.
Luego de cocktelitos y copitas de vodka con jugo, decidí retirarme del lugar al verme rezagado y sin tener con quién conversar (Daniel y Lila desaparecieron por ahí). Agradecí infinitamente a un par de diseñadoras que se me acercaron a hablarme sobre ropa, hombres y colores. Antes de irme, observé los restos de la fiesta. Una pasarela sin modelos es tan vacía como la indiferencia de los sentimientos. |
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Nacido para comprar
jueves, octubre 27, 2005 |
Tener dinero en el bolsillo se convierte en un problema. Cuando eso pasa, termino comprando cualquier chuchería, inclusive por el sólo hecho de cambiar un billete grande para recibir, complacido, una montaña de sencillo con el cual llenar la billetera (y de paso, mis bolsillos de atrás). No obstante, por lo general suelo andar sin un duro.
Es más, desde hace un lustro no he podido comprarme ningún CD original. Los únicos que he recibido hasta la fecha han sido regalos de mi novio. El gran dilema es que me gustaría devolverle el gesto pero, sencillamente, no puedo. Tengo demasiadas cuentas qué pagar en casa, tengo toneladas de ropa en el clóset que desprecio porque nunca encuentro qué ponerme y por lo tanto, el poco dinero del que dispongo me lo gasto en más ropa, o en productos para el cabello (qué gay sonó eso).
No obstante, anoche me encontraba paseando por Miraflores, haciendo hora, y decidí entrar a una tienda de discos. Necesitaba preguntar el precio de aquél CD de Miranda! que me quedé con las ganas de regalarle a mi novio por nuestro aniversario. De esta forma, me dispuse a entrar de frente a la sección "rock en castellano".
Ni bien coloco mis manos en las filas de discos, descubro el primer CD de Mecano, el de la legendaria portada blanca del reloj (1982) uno de los pocos que me faltaban para completar mi colección. Desde que tengo uso de razón he visto ese disco en las estanterías, o sea que el precio ya lo conocía de memoria. No obstante, en un impulso inexplicable, lo voltée para buscar la etiqueta del precio. Esto es lo que decía: S/. 25.00 No, el huracán Wilma aún no se dignaba a azotar las costas sudamericanas, al menos no al juzgar por el remezón que sufrí en mis cinco sentidos. Sin creérmelo del todo, con las manos temblorosas (y con el gran pesar de gastarme el dinero inicialmente pactado para un reacondicionador L'Oreal), inicié el corto trayecto hacia la caja registradora, llevando el disco casi al aire, en plan sonámbulo.
- (Necesito) Me llevo este CD. - Muy bien. ¿Boleta nomás no? - Lo que sea.
Ya de arranque el dependiente me había escrutinado con mala vibra. Y es que nadie en su sano juicio compra un CD original ni bien entra a una tienda. Mucho menos en el Perú. Cuando constató el precio del mismo, abrió mucho los ojos.
- Espere un momento por favor.
No llamó a uno, sino a varios dependientes, y de pronto se formó un pequeño círculo alrededor de mí, como si fuese un ladrón. Todos me miraban como quien mira a un vendedor de chocolates transochador.
- ¿Qué pasa? ¿Algún problema? - No, no, caballero... es que no solemos vender discos a estos precios... tan bajos, ¿sabe? - ¿Entonces... no me lo va a vender? - Espere, estamos llamando al encargado.
Pasaron cinco minutos. Vino el encargado, dándoselas de enteradísimo.
- No, señor, disculpe, es un error. Ese disco cuesta 48 soles. - Pero la etiqueta dice 25. - Ya, pero se deben haber equivocado. - ... - ¿Lo va a llevar? Son 48 soles, por favor. (extendiendo la mano).
Su puta madre le pagaría 48 soles. Yo, ni cagando.
- ¿No podrían llamar a alguien más? Porque yo no me muevo de acá hasta llevarme ese disco. - A ver, un momentito... - ¿A quien está llamando? - Al dueño.
La gente, entre divertida y borde, nos miraba de reojo. Si no fuese una oferta tan ofertada, hace rato que me hubiese ido. Pero mi ideal de ser (seguir siendo) fan a morir de Mecano, pudo más.
- Sí, lo siento señor, estaba en lo cierto. Son 25 soles.
Saqué el dinero que llevaba pegosteado de sudor en el bolsillo de la casaca y se lo entregué. El empleado ni siquiera lo tocó. Mi dinero dejó una mancha húmeda de sudor sobre la superficie del mostrador. Colocó el disco en la puta bolsa y me lo entregó sin mayores aspavientos. No iba a decírselo, pero al final, era una oferta y había que agradecerle pese al trato y a la mala experiencia.
- Gracias.
El atorrante ni siquiera correspondió mi saludo con el usualmente amable "a usted, caballero", sino que se volteó para mirar a sus compañeros con cara de yatodopasó. Palpé mi morral. El reluciente CD se agitaba allí dentro. ¡Mierda qué emoción! Me esperaba absolutamente todo... ¡TODO! La parsimonia de abrir la bolsa plástica, razgar el sello de fábrica, aspirar el olor del papel couché, el delicado sonido del disco al salir de su caja por primera vez... No sé si amarme a mí mismo más que a mi suerte.
*Inicialmente iba a colocarles aquí la portada del CD, pero es bien sabido que está considerada (hasta por mí) como una de las peores portadas de discos de la historia. En su lugar, colocaré la de su primer single en vinilo, que debió ser la elegida para el álbum.
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Un Día Sin Sexo
miércoles, octubre 26, 2005 |
Normalmente no suelo hacer comentarios sobre cine fuera de mi labor como crítico para la revista "Erecciones Generales", pero la ocasión lo apremia. Anoche fui con Barbie Túrica a ver "Un Día Sin Sexo", la última película peruana en cartelera, dirigida por Frank Pérez-Garland, un chico con pinta de Steven Soderbergh que fue mi jefe de práctica en un par de cursos de la Universidad. Si mal no recuerdo, en Post-Producción Audiovisual y otro taller más.
Aquello resulta un tanto curioso, porque es precisamente allí donde podemos encontrar las mayores taras de la película. Un ritmo algo insufrible e inconstante, a la par con cierto desinterés hacia la mitad del metraje, y lo más importante, errores imperdonables de raccord y continuidad. Aparte de las fallas técnicas, existe un cierto deslucimiento en la puesta en escena. Una mirada ingenua quizás.
No obstante, la película vale porque a las finales resulta conmovedora y muy (pero muy) verdadera. A diferencia del bodrio llamado "Mañana Te Cuento" (todo un esperpento que ni merece ser mencionado), uno se ríe de buena gana, y sobretodo se identifica. Existe una escena muy bien lograda, donde Vanessa Saba y Paul Vega, desnudos en la cocina, se ponen a discutir los problemas de su relación.
Se trata de un plano larguísimo, de casi diez minutos de duración, sin cortes, en la que ambos, en una excelente actuación, tienen la absoluta libertad de soltar su texto como un dedo en la llaga. No sólo me identifiqué con Vanessa, sino que estuve a punto de soltar una lágrima. Quizás en el fondo, mis sentimientos sean más lo de una mujer que de un hombre.
Vanessa: Quiero saber por qué carajo las cosas no son como antes. Por qué mierda me siento un objeto más de esta casa. Por qué me siento una silla. ¿Por qué ya no me dices que me quieres? Paul: Porque yo tampoco te lo tengo que decir a cada rato. Vanessa: Pues me haría bien escucharlo de vez en cuando. Paul: Las relaciones cambian. No se quedan nunca igual. Vanessa: Necesito escucharlo. Paul: ¿Qué quieres que te diga? ¿"Hola amor, te extraño un culo cuando estoy en el trabajo"? Vanessa: ¡SÍ! Paul: ¿Sabes lo que pienso? Que a veces me gustaría que no necesitaras tanto de mí.
Sabias palabras, Vanessa. La película no es la gran cosa, pero se las recomiendo de veras. |
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El arte de decir que no
martes, octubre 25, 2005 |
Me pareció extraño mirar atrás y no ver ningún automóvil por los alrededores. Tampoco habían personas. Por una vez, suspiré al encontrarme completamente solo en medio de la acera. Pero ni aún así disminuí el paso, ni saqué las manos de los bolsillos. Las líneas del pavimento se multiplicaban como jeroglíficos, similares a los garabatos que se hayaban inscritos en mis pensamientos. Me sentía absorbido por alguna dimensión etérea, como en esas películas donde el protagonista regresa al lugar preciso del que partió, al inicio de su jornada; o esos sueños esporádicos, cuyos lugares y demás personajes se transfiguran con el fondo, dejándolo en el epicentro mismo de una plaza de calles e individuos sin formas definidas.
Después de todo, eran casi las diez de la mañana. No había que exigirle demasiado al tiempo. Aunque el tiempo, minutos antes, se agotó. Mi conciencia también. Sólo recordaba sus últimas palabras, que remitían, una vez más, al tiempo. Me sentí un meteorólogo. Había pasado un par de horas convenciéndome a mí mismo de que no pasaba nada, pero más tardaba en repetírmelo que en escatimar en esfuerzos inútiles. El daño ya estaba hecho. Sólo quedaba esperar.
Para distraerme, entré en la primera tienda de discos que se cruzó en mi camino. Tenía ganas de pasar de todo, inclusive de los vendedores que se acercaban a ofrecerme su ayuda. En la huída tropecé sin querer con un hombre alto. Me limité a pedirle disculpas y a sumergir la mirada en las hileras de discos que se encontraban frente a mí. El hombre no me quitó la mirada, al contrario: siguió observándome con interés. Pensé que se trataba de otro intolerante dispuesto a burlarse de mi forma de vestir, como acostumbra a ocurrir. No obsante, al corresponder la supuesta mirada inquisidora, me encontré con dos pedazos de cielo.
Debía tener un poco más de treinta años, y era alto, muy alto. En una fracción de segundo acabé de definir lo que más le gustaba de él: sus ojos y su altura. El resto de cosas, como su sonrisa plagada de dientes níveos, las descubriría después, al aceptar un café como agradecimiento por haberle ayudado a encontrar el disco de Susana Baca que tanto estaba buscando. Y lo acepté porque, a fin de cuentas, era sólo un café. Nos sentamos en la sección de no fumadores de un café al que solía ir cuando me agarraba la melancolía.
Se llamaba Benoît y estaba muy orgulloso de haber nacido en Bruselas. Eso fue lo único que pude rescatar de su avalancha de francés aceleradísimo. No obstante, me sorprendió más cuando sacó el disco de Susana Baca que le ayudé a encontrar, y me pidió que le firmara una dedicatoria, alcanzándome una estilográfica muy fina. Cometió un gran error, porque yo con una pluma o con un teclado delante, no hay quien me pare. Escribo lo que me sale del alma, sin poner reparos en la sinceridad. Y fue precisamente eso lo que puse. Que no habían pasado ni cuarenta minutos desde que lo conocí, y que sin embargo ya estaba fascinado por aquellos ojos celestes y esa amplia sonrisa de dientes pálidos.
Pensé que se horrorizaría, o que me saltaría encima, lo cual en verdad deseaba en esos momentos. Pero lo leyó con una mueca de auténtica devoción y volvió a acomodar el folleto recién escrito dentro de la caja del CD. Creí prudente agradecerle por el café, aprovechando el derroche de buenos deseos para irme de una vez, pero ni él ni yo pudimos movernos de nuestras sillas. Nos quedamos departiendo una hora más, al término de la cual pasó lo que tenía que pasar.
Habían bastado dos horas, sólo dos horas para dejar de pensar en todo, y ponerme a barajar las posibilidades de echar un polvo con él. En primer lugar, lo necesitaba, pues acababa de tener una discusión terrible con mi novio y hasta habíamos hablado de terminar. En segundo lugar, oportunidades como esta no se me presentaban todos los días. Y ni bien lo pensé, me arrepentí. No podría soportar una infidelidad, así estuviese quemándome por dentro, como en efecto estaba sucediendo.
Benoît sugirió caminar un poco para estirar las piernas. En cambio yo tenía estirada otra cosa. Caminando a su lado me sentí como un párvulo en edad de amamantar. Su espigada altura prolongaba mis fantasías. Me preguntaba como se sentiría tenerlo encima de mí, con esas piernas sobre la cama, tendidas como un par de bloques de concreto. Comencé a tener otra perspectiva del environement. La primavera nos lanzaba los primeros rayos de sol de la mañana. El calor primaveral ocasionó que se soltara un par de botones de la camisa. Oh maravilla, salió a relucir una jungla de vellos rubios que corroboraron mi malestar: quería perderme en la inmensidad de ese cuerpo, y quería hacerlo ya.
Pareció tener dotes de clarividencia, poque finalmente sugirió ir a su hotel, que quedaba unas pocas cuadras más allá, para "descansar" de nuestro largo paseo. Y ya para ese entonces me había hecho la idea de que iba a ser infiel. Por lo tanto, quería terminar de una vez por todas con ese suplicio. No me ocuparía de él, ni de nada material. Sólo de mí. Sería como una autocópula. Y ni por eso dejé de sentirme mal. Ni siquiera cuando ya estábamos dentro de la posada para turistas donde se hospedaba y mirábamos la televisión. Mejor dicho, él la miraba, porque yo lo miraba a él. Benoît comprendió de inmediato lo que ocurría.
Sin confesármelo directamente, pude leer en sus ojos el significado de su temor. El miedo lo delataba. No hicieron falta palabras para entenderlo, pues aquello era mucha coincidencia. Ambos estábamos como un par de desterrados en el desierto de la incertidumbre. Creí prudente corresponder su sinceridad con la noticia de que yo también tenía novio, y que debería irme en ese mismo instante, pues me aterraba lo que fuese a suceder.
Recogí mi morral del mueble, mientras él me esperaba en la puerta con verdadera melancolía. Nos fundimos en un abrazo de mutua necesidad, como dándonos fuerzas de flaqueza. Y fue el segundo error, porque prolongamos el abrazo hasta el dormitorio. Nos recostamos en la cama, abrazándonos con fuerza, durante casi media hora. Pude sentir su respiración, el tacto de su cuerpo, el deseo que intentaba reprimir. Mi erección se frotó con su cintura, y él fue lo bastante delicado como para no mencionarlo. En mi mente, le di las gracias. No era pecado excitarse. La noche cayó, haciéndonos reparar en el paso del tiempo, terminando con el abrazo y nuestro affaire de una tarde. Salí de aquél departamento sin mirar atrás, sin dejar ningún teléfono, ninguna dirección, con el deseo oculto que él también olvidara lo que ocurrió.
Me encontré nuevamente sin rumbo fijo. Pero ya estaba de vuelta en la realidad. Como primer signo de reconciliación con la cotidianeidad, prendí el celular que apagué cuando fui a tomar el café con Benoît. Habían 5 llamadas perdidas de mi novio, y un mensaje pidiéndome que lo vaya a recoger a la salida de la universidad. Al sentir la angustia entre el mar de estudiantes que salían de clases, y al ver su sonrisa en medio de la borrosa neblina de la noche primaveral, comprendí que las divergencias habían tomado la brecha del olvido. Y retomé, junto a él, lo que había dejado atrás. El camino de la felicidad.
UPDATE: Acabo de inscribir este post para el concurso. De resultar ganador, espero que me den mucho más que un polo extra large. Por cierto, Vodkita y "la Human" se ven regios.
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¿Cómo mamarle la polla a una chica?
lunes, octubre 24, 2005 |
Generalmente, cuando formalizas una relación, pasan dos cosas. O bien eres absorvido por el grupo de amigos de tu novio (y prescindes de los tuyos) o viceversa. Salvo que, como en mi caso, ambas partes posean una caterva de amigos con lazos previamente desconocidos. Dichas conexiones suelen aflorar cuando mencionas a fulano o a mengano, y tu novio se apresura en responder "ahhhh, fulanito es el ex-enamorado del primo del mejor amigo de la prima de la amiga de mi hermano", o alguna extensión interminable por el estilo.
No obstante, el viernes salimos con nuestros amigos bloggers, Percy y Diego. Fuimos a comer pizza al "Papa Johns" de Espinar, pues Percy estaba festejando el cumpleaños de una amiga suya que nos presentó ese mismo día. La chica era en verdad linda, ¡y qué tetas! Ese fue el verdadero tema de conversación durante la sobremesa. Al final no nos enteramos si había ligado con ella o no, pero le dimos el sello de aprobación de nuestro grupo. Nos hace falta con urgencia una chica así de regia entre nosotros, a falta de la Helefante. Y con esas tetas.
- ¿Aló? - ¡Valor, hija, valor! - ¡Funky! - Oye perra, estoy en Shell tomándome unas chelas con la Addy. ¿Te vienes? - Pero, pero... estoy acá con la niña y con dos amigos bloggers que encima son straights. - No importa. Cualquiera se vuelve gay con unas chelas en el buche, y con nosotros peor. - Sale y vale.
De manera que enrumbamos a encontrarnos con Funky y Addy Possa, quienes festejaban la ruptura sentimental de Addy gracias al desafuero etílico, en un chupódromo cercano al Oso Bar. Ni bien llegar nos dimos cuenta que la cosa iba en serio, porque no sólo estaban borrachísimos, sino que también estaban desafiando su capacidad de aguante.
Como siempre, Percy no se quedó atrás y acabó cuasi ligando con Addy Possa. Al menos eso pude concluír después de ver cómo intercambiaban números de teléfono. Personalmente no me gusta interactuar con gente alcoholizada, excepto cuando se ponen más divertidos con algunas copas de más. Funky dejó aflorar a la drag queen que lleva desde siempre en la venas, y Addy Possa se la pegó de lesbiana activa con ansias de implante de pene.
Arrimaron algunas sillas y se pusieron a bailar allí mismo una canción de Ana Bárbara. Al principio arrugué la nariz, pero después me oriné de risa, como todos los que presenciaban la escena. Había que reconocer los huevos de ambos para hacer semejante ridículo. No obstante, lo peor fue cuando, sudadísimos (y arrechísimos) , volvieron a nuestra mesa a sentarse uno encima de otro, con ganas de seguir armando escándalo.
- Funky, ¡chúpamela! - Pero Addy... - ¡Chúpamela!
Funky se metió debajo de la mesa e inició una exitosa mamada de mentirilla, mientras Addy, poseída por la emoción del momento, intentaba gritar como un verdadero semental al borde del orgasmo. A la mayoría de los asistentes les pareció demasiado. Para mí quedó resuelto que las mujeres saben divertirse más que los hombres. O al menos, tienen más huevos, sin siquiera tenerlos físicamente. |
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Grabaciones legendarias - Cap. 4
sábado, octubre 22, 2005 |
Caso: Jairzinho & Simony - "El amor no tiene edad" (1987)
El primer atisbo de esta canción me viene en forma de un videoclip precario, con una escenografía de ensueño (y de papel crepé) escandalosamente falsa, donde aparecía un morenito con african look. En un principio pensé que se trataba de una grabación solista de Michael Jackson realizada durante su infancia, la cual habría salido a la luz luego de muchos años de silencio, pero existía una particularidad: el morenito en cuestión no sólo era más bonito que el futuro rey del pop, sino que además resultaba agradable a la vista.
Junto a él cantaba una niña lánguida y tiesa, tan falta de gracia como un pez muerto, y que si no fuera por el vaivén de sus piernas hubiese pensado que era inválida. Ambos interpretaban una canción melosa que de inmediato se coló entre las preferencias de las secretarias de mi padre, gracias a una sintonía indiscriminada en las radios locales de amplitud modulada.
Por esa época escuchaba Indochine (en realidad toda mi vida he escuchado Indochine), más aún porque el mítico cassette del concierto en el "Au Zenith" se convirtió en uno de los más vendidos de aquél año. No obstante, aún quedaba grabada en mi memoria la tierna melodía de amores infantiles, interpretada por el ya mentado Michael Jackson wannabe y la niña idéntica a Clarita de "Heidi". Abuelito dime tú.
Aquella canción tuvo un éxito estrepitoso en las representaciones escolares de fin de año. Y, curiosamente, nunca me compraron el vinilo. Quizás porque en el fondo creía que mis padres se burlarían de mí si les pedía que me regalaran un disco con una portada y un contenido tan homosexual. Como suele suceder, la vergüenza ajena pudo más. No era correcto que un niño bien anduviese escuchando canciones suavecitas en el tocadiscos de su cuarto, y peor aún, a solas.
En realidad, eso era precisamente lo que hacía: me encerraba con la radio AM, esperando que repitiesen dicha canción para alucinarme como la niña pánfila, sentándome sobre la luna de papel para acariciar a consciencia y sin descaro alguno la entrepierna del negrito (quizás ya a esa edad podía haber sido superdotado). Por supuesto que luego mi imaginación infantil extendía la alucinación, y jugaba a ser Dorothy Gale de "El Mago de Oz" con las trenzas desenredadas, muy dispuesta a probar el hacha del hombre de hojalata.
Debo reconocer que dudé mucho antes de poder compartir este recuerdo, pero la fantasía de Dorothy Gale ha sido compartida por personalidades del calibre de Rufus Wainwright, o sea que tan patético no es. Lo que sí es patético es que, a casi veinte años de haberla escuchado por primera vez, haya descubierto por fín el significado intrínseco de sus estrofas. El amor no tiene edad. Vaya fantasía pedófila. Gracias, garotinhos.
Fan service: Y por partida doble, la canción la pueden escuchar en el MUSICATION de la columna izquierda, o bajársela haciéndo click aquí.
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Los chicos buenos no ligan
viernes, octubre 21, 2005 |
A estas alturas todos en mi clase de francés saben que soy faggy. Hasta el profesor, que cada vez que entro al salón, fuerza una mueca en conjunción con un agitamiento involuntario de su labio inferior, como debatiéndose entre las probabilidades del análisis de mi indumentaria, intentando saber si soy o no soy. En cuanto a las chicas, sencillamente les doy risa, quizás porque encuentran divertida la doble connotación de mi extravagancia.
El único que no lo sabe, o al menos finge no saberlo, es un chico muy guapo. Decir chico es mucho, porque tendrá menos de veinte años y es pequeño de contextura. Se llama Melo Commo. Tiene orejitas de ratón y ojos prominentes, expresivos, rematados con un par de leves ojeras que le insuflan un airecillo misterioso. Lo curioso es que Melo Commo suscitó una ligera llamada de atención de mis instintos pedófilos. No obstante, vade retro satanás. Como diría Funky, soy una mujer casada.
Hoy, sin embargo, a la salida de clases, cuando fui a Plaza Vea, me lo encontré en el empaque central. Era la primera vez que me dirigía la palabra.
- Hola Cyan. - Em... hola. - ¿Qué haces acá? - Pues ya me ves, voy a comprar. - Yo también. ¿Me acompañas? - Em... ¿por qué no?
Me pareció extraño tanto interés. Aunque su actitud fue de lo más bizarra, no porque fuese un enfermo, sino porque conmigo estaba demostrando que no era tan antisocial como en clase. No quería exagerar, pero me puse a sospechar que quizás i'm still in the market.
- Cyan, ¿tú qué compraras? - Pilas. - Pero ayer también las compraste. - Sí. - Y anteayer. - ¿Ah? - ¿Todos los días compras pilas?
Lo dijo con una sonrisa pícara. ¿Es que acaso se da cuenta de lo que compro? ¿Tan evidente es mi bolsa de Plaza Vea con pilas cuando regreso al salón después del break? ¿Por qué estaba al pendiente de mí? ¿Sería presa, acaso, de mi personalidad arrolladora? ¿O, para variar, sería otro de los que se obsesionan conmigo?
Pisa tierra, mujer.
Al llegar a la caja registradora, estiró el brazo para coger un ejemplar matutino de Perú21.
- Em... ¿lees Perú21? - Sí... ¿qué tiene de malo? - No sé... los chicos de tu edad como que suelen comprar El Bocón, Líbero o esos periódicos de puro fútbol. - Es que no me gusta el fútbol.
Suenan las campanas. Primer indicio de traqués. Lamenté no tenerle la confianza suficiente de preguntarle si le gustaba Madonna, porque esa pregunta es la que suele definir cuán homosexual es un hombre. La segunda es ¿usas gel?
- ¿Usas gel? - Un poquito, para pararme el pelo. - Qué chido. Está un poco punk. - Me gusta así.
Madonna, tenía que preguntarle sobre Madonna...
- ¿Tú qué estudias, Cyan? - Yo soy CINEASTA. - ¿En serio? ¿He visto algo tuyo? - Bueno mi primer corto, "La Guerra de los Cosméticos", está casi listo para su estreno. - ¿En 16 milímetros? - No, hijo, en digital. Tengo plata pero no tanta.
Se las daba de enterao y eso era bueno, porque no todos los chicos guapos y con clase suelen ser tan eruditos. Yo me sentía fatal de no poder meter a Madonna en la conversación.
- Bueno, me tengo que ir, nos vemos mañana, Cyan. - Ya, cuidate.
Me dio una palmada en el hombro y se fue caminando por Petit Thouars. Esos jeans le quedan regios, pensé. Me faltó darle las gracias por haberme subido el ánimo. Esta juventud está cada vez más alocada. |
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Como una vaca sin cencerro
jueves, octubre 20, 2005 |
Almodóvar fue muy sabio al colocar dicha frase en labios de Chus Lampréave, la madre de Marisa Paredes en la ficción, en la película "La Flor de Mi Secreto", para describir la aflicción del desamor.
Terminarás como una vaca sin cencerro. Perdida por la vida, sin rumbo.
Anoche estuve así, a punto de perder la razón. Me estremecí al comprobar hasta qué punto puede llegar mi alteración. Sentía que me faltaba el aire, como un asmático sin esperanza. Pero lo que más me asustó fue la punción muy cercana al pecho.
Alguien podría haber estado haciéndome vudú. Lamentablemente, las agujas me las clavé yo mismo. Me encontraba al borde del colapso, temblando. Nunca antes había temblado así. Pensé que me iba a dar un ataque de catalepsia, o lo que es peor, un ataque al corazón. Un dolor muy palpable, como una aguja ponzoñosa, me agujereaba el abdómen, a la altura del corazón. ¿Así se muere la gente?
No quise buscar ayuda. Tuve la certeza que no amanecería con vida. Mi abuela se cansaría de aporrear a la puerta y pediría ayuda a los vecinos. Y me encontrarían tirado sin vida en el piso.
Muerte natural le dicen.
Homicidio inconcluso, sin armas. Las únicas armas son las de los sentimientos. De él, y los míos también. |
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The Eliza Leegan Complex
miércoles, octubre 19, 2005 |
Patty Neta tuvo la amabilidad de venir a visitarme trayéndome una noticia bomba: la pobre acababa de ver la luz en Polvos Azules. Pensé que habría encontrado a su futuro marido entre los puestos de piratería, pero no. Se había comprado un DVD con los 20 primeros capítulos de Candy Candy, aquél anime que traumatizó a toda una generación de párvulos, incluyéndome a mí. Recuerdo perfectamente el trágico día en que fue emitida, sin anestesia, la muerte de Anthony. El grito del querubín al caer del caballo, extendido en un horroroso eco que mezclaba la imágen congelada en la pantalla con la dantesca expresión de Candy al borde del colapso, fueron demasiado para mis aún inexpertas neuronas. No sólo apagué el televisor con mi manito temblorosa, sino que tardé 3 días en recuperarme de la pérdida de mi ídolo de la infancia, haciendo con una mano en el pecho, la firme promesa de no volver a ver la serie nunca más.
La promesa la cumplí a medias, porque durante las innumerables repeticiones de la serie, pude ser testigo de algunos capítulos sueltos. De otra parte ya estaba crecidito, tendría unos 13 años y me parecía una estupidez no volver a ver un anime que arruinó mi niñez de semejante manera. Es de esta forma como podría sustentar la teoría de ser el único sudamericano de base dos que no se ha enterado del final de Candy Candy, ni mucho menos de la existencia de ciertos personajes que aparecen luego de la muerte de Anthony, como el archifamoso Terry.
Por eso, estos últimos días he dedicado mis ratos libres a revivir las aventuras de Candice White Andry, en un DVD medio telaraña, pues los capítulos han sido grabados de la televisión, tienen un pésimo sonido monoaural y la comprensión de imágen ya es de por sí atroz.
Ahora ya puedo decir que mi personaje favorito no es Candy (nunca lo fue) ni Anthony (pese a que lo idealicé como el marido perfecto) ni el galanazo de Stir (a mi parecer el personaje más guapo del anime, sus gafas son tremendas)., sino Eliza Leegan. Sí, la niña altanera de largos bucles y trenzas, que le hacía la vida imposible a la descafeinada heroína. De inmediato me identifiqué con ella. No sólo es una chica de armas tomar, sino también muy astuta, aunque pésima actriz. Sus mentiras nunca le salieron bien.
El capítulo de la llegada de Candy a la mansión de los Leegan podría ser arrancado fácilmente de mi álbum personal de recuerdos. Yo solía ser como Eliza cuando niño. Aparte de alucinarme lo máximo (no he cambiado mucho, por cierto), me dedicaba a pisotear a mis compañeros del colegio. Ni qué decir en casa. Recuerdo que cuando mis primos iban a visitarme, yo era incapaz de prestarles mis juguetes. Los miraba por encima del hombro. Una vez me pidieron que jugara con el hijo del gasfitero. Arrugué la naríz y me ocupé de hacer imposible su estancia en mi habitación.
Claro que los niños solemos estar desconectados del mundo, más aún cuando somos hijos únicos. La burbuja en la que vivimos se prolonga hasta alcanzar otras esferas de la edad. Eliza fue víctima del entorno, de una madre regia más mala que ella misma, y de un hermano homosexual reprimido. No le reprocho a Eliza sus motivaciones tiránicas. De alguna forma u otra hay que ganarse un lugar en la vida. A pesar del paso de los años, sigue cayéndome muy bien. Deberían dedicarle una serie entera. |
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Ces mots stupides
martes, octubre 18, 2005 |
Ni bien te levantas piensas en él. Aunque ya desperezándote, al abrir los ojos, te has acordado de él. Porque él está siempre presente allí, muy dentro de tí, a pesar de que no esté a tu lado. A fin de cuentas es como si lo estuviera. Es como una manera de respirar, lo asimilas, te acostumbras a ello. Te volteas y ves a hora en el celular. Las siete de la mañana.
Es muy tarde.
Una acurrucadita más.
No puedes. Ya en ese instante, todo es él. Pero TODO. ¿Qué estará haciendo? De seguro, aún durmiendo. Te lo imaginas inmerso en el sueño, con los ojos cerrados, y se te oprime el corazón por no estar allí para verlo. Para disfrutarlo. No obstante, te diviertes imaginándote cómo sería. Sus pestañas parpadeando al compás de los latidos de tu corazón, mientras se despereza, haciendo aquella mueca graciosa e infantil que provoca que te pongas a escribir novelas apasionadas y chochis. Esa es la misma mueca que pone cuando le das besos en la naríz. Y ya no puedes vivir sin ella.
Bostezas. Te amo. Volteas a sumergir la mirada nuevamente en el celular, para comprobar que te haz pasado cerca de cinco minutos pensando en chorradas y todavía estás entre las sábanas. Te amo. Ahora sí es tarde, lo que se dice TARDE. Ya no te importa. Te amo. Alcanzas la polaroid que descanza sobre la mesa de noche. Allí está. Te sonríe con la sonrisa infinita de oreja a oreja. Te acuerdas del día en que la tomaste. ¿Qué bien la pasamos, no?
Vuelves a ver la foto. Qué pequeño es. Su sonrisa puede adquirir mil y un contrastes. Sin embargo, sigue siendo la misma sonrisa con la que te conquistó cuando fueron a comer en la segunda cita y se ponía nervioso y buscaba tu mirada a como diese lugar. Ya es tarde. Dejas la foto en su sitio y partes hacia la azotea para prender el calentador de agua. A medio camino regresas para ver la foto por última vez. No te arrepientes.
El chorro de agua caliente acaba de despertarte. Recuerdas la ocasión en que se bañaron juntos e inundaron media casa. Buscas su cuerpo por entre las mayólicas y azulejos, por entre la cortina inmunda, por entre la espuma del jabón. Y estás seguro de que está por allí, en alguna parte. Te amo. Te secas con la toalla de colores y tienes una erección. No le haces caso. Continúas secando el resto de tu cuerpo, restregando con fuerza sobre tu piel, alcanzando el calzoncillo que está en el suelo y poniéndotelo aún con la erección firme. Tienes ganas de tocarte pensando en él.
Pero no puedes porque ya se te hizo tarde. Te miras al espejo y vez su reflejo sobre el tuyo. Sus ojos sobre tus ojos, su sonrisa en tu sonrisa. Te amo. Y descubres que no importa absolutamente nada, porque estás enamorado de la cabeza a los pies, y no hay marcha atrás. Posas el peine sobre tu peinado horrible, que pese a que está horrible a él le encanta. Sólo a él es capaz de encantarle. Sólo él te quiere como quieres que te quieran. Y sonríes como él. Con la sonrisa de la Rana René.
Sales del baño a ponerte tu anillo de bodas, o aquél brazalete pop que sacaste de su dormitorio sin permiso. Sientes que es tu dueño. Eliges la jukebox para el camino. Algo ligerito, nada de ruido, nada de petardadas. Sólo algo melódico. Te cuelgas el morral al hombro. Es muy tarde. Tomas desayuno a la volada. Es tardísimo. Sales de casa y recorres aquél camino que recorres junto a él cuando viene a visitarte. Y tienes la seguridad de que pensarás en él todo el día. Porque a eso, lamentablemente, se le llama estar enamorado. Y no necesitas nada más. Y así te quieres quedar. |
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Google Earth Porno
lunes, octubre 17, 2005 |
Los domingos suelen ser muy aburridos. Aunque no para todo el mundo. Tengo la suerte de estar rodeado de gente loca. Amigos locos. Amigas locas. Amigos locas. Novio loco. Los que conforman mi cerrado círculo de amistad se caracterizan, además de ser locos, porque me hacen reír cuando más lo necesito.
El tema que más me atormenta últimamente es el de mi pelo. No me canso de decirle a todo el mundo lo atroz que está. Pero Funky ese día se puso a hablarme de Google Earth. ¿El qué? Los temas informáticos (a no ser que sea la web de Cosmopolitan) me parecen cosa de nerds, y eso no es chic. Me tiene sin cuidado todo lo que tenga que ver con linux. Mejor dicho, a toda acepción tecnológica o informática que desconozca le respondo con mi típico ah, seguro es algo de linux.
Pero no.
Yo: Perra, ¿qué haces? Funky: Estoy viendo Google Earth. Yo: No me gusta el linux. Funky: No es eso, tonta. Yo: ¿Entonces? Funky: Es una paginita que tiene como un satélite que toma fotitos desde arriba, y puedes ver de todo, hasta tu casita. Yo: Me parece MOSTRO.
Suficiente tenía con una aburrida mañana de domingo como para estar aguantando tonterías de nerds. Me molesté.
Yo: Perra, salgamos a almorzar a algún sitio. Funky: Es que estoy en el Google Earth marcando todos los lugares donde he tirado.
Clasificado como lo más gay y chistoso que he escuchado en meses. |
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Cambio de look
domingo, octubre 16, 2005 |
Me atreví a cortar mi larga melena, haciendo justicia a las leyes de la naturaleza insípida, pues de un tiempo a esta parte TODOS se confabularon a hablar mal de mi cabello, como si fuesen expertos en cosmetología. Si tus compañeros en la clase de francés opinan que a tu pelo le falta vida, es porque verdaderamente algo anda mal. Si tus amigos más cercanos comentan que tu pelo está atroz, entonces la situación debe estar tirando para patética. Pero si hasta tu novio tiene el descaro de decir que te hace falta un reacondicionamiento urgente, entonces la cosa debe estar tirando para patética.
El efecto del tinte fue sólo flor de un día. A la siguiente lavada, mi pelo volvió a adquirir su tosquedad lacónica. Uno podía encontrar de todo, desde puntas resecas hasta esponjosidad exagerada. Mi cabello es como un barómetro que funciona a la perfección con las inclemencias del invierno. De ser así, me atrevería a asegurar que éste último invierno ha sido el más frío y húmedo en muchos años. Y después de todo, la única víctima de esta ola de grados bajo cero (as if) es mi pelo. La cadena de tiendas Ripley, en vez de promover campañas para llevar frazadas a los pueblos más necesitados, debería aunar esfuerzos para tentar una iniciativa tipo "Salvemos al pelo de Cyan" o algo por el estilo. La finalidad sería, claro está, esperar generosos donativos de las casas más importantes, como L'Oreal, Bed Head, Paul Mitchell o Sebastian.
Opiniones recogidas por los especialistas en temas cercanos a mi propia vida:
"¿Tu pelo está quemado o qué?" - Chica del Villa María que estudia francés conmigo. "¿Ah, qué, no es una peluca mal lavada?" - Funky, mejor amigo. "Este pelo está muy recalcitrante y visceral" - Ana Conda, opiniones desde el borde. "Rápatelo" - Anne Horexia, sinceridad al límite.
Por eso decidí finalmente tomar riendas en el asunto. Ir a un salón de los que iba antes era una locura, considerando el vaivén de mi economía. No obstante, Ana Conda me pasó el dato de una peluquería en un lugar recóndito de la Av. Caminos del Inca donde el corte estaba 15 soles. Además una de las peinadoras era caserita suya, y creadora de su look Nicola Sirkis/Brian Molko. Cualquier cosmetóloga que haya entendido la verdadera filosofía recalcitrante de Ana Conda se merecía el premio nóbel. Así, me animé a escogerlo como el lugar perfecto para mi cambio de look.
La chica fue un amor, aunque se reía demasiado. Me enseñó montones de revistas con peinados modernos, y escogí un modelo retro.
Chica: ¿Ya pero... así igualito te corto? Yo: Si puedes hazlo más indie. Chica: ¿Más qué? Yo: Em... no sé. Como que más sesentas. Chica: Ja. ¿Como Ringo Starr? Yo: Puede ser.
Claro que existe una diferencia abismal en el peinado 66 de Ringo Starr y en lo que finalmenté quedó de mi melena. No obstante, en un primer momento me gustó el resultado.
Opinión post- cambio de look:
"Se te ve chistoso" - Ana Conda reconfortante como siempre. "Te han cortado tipo casquito" - Funky diciendo las cosas sin anestesia.
Llegué a mi casa luego de un largo día de tristezas, mal humor y aclaraciones vertiginosas, y me miré al espejo. Por adelante se me veía muy Amélie. Por detrás, se me estremeció el cuerpo al ver que el efecto resultante asemejaba al escalofriante (y vapuleado) peinado honguito del 93. Dios Santo.
Ahora puedo decir que mí pelo está atroz. Felizmente no tardará mucho en crecer. |
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Tierra tiembla
sábado, octubre 15, 2005 |
Recuerdo que cuando era niño, los temblores me parecían lo máximo, sobretodo cuando ocurrían de madrugada. En esas ocasiones la familia entera coincidía en el primer piso, tras una huída simultánea desde los dormitorios, y uno podía verlos en el esplendor de su intimidad. Porque hubo de todo, desde mis padres saliendo del cuarto en paños menores, mi madre acomodándose el sostén para no tener una teta afuera (el temblor debió agarrarlos in fraganti), hasta mi abuela en ruleros, como una especie de ballena blanca en camisones muy sesentas, que parecían los manteles que llevábamos a Huampaní cuando nos íbamos de camping. Ni qué decir de mis primas, que dormían semi desnudas y llegaban corriendo embutidas en camisetas cortas y calzones mochita, desde donde se traslucían sus toallas higiénicas o los hilitos de sus tampax. Escalofriante.
Felizmente, puedo jactarme de mi juventud lozana y rozagante, pues hasta la fecha no he vivido ningún terremoto, aunque hemos estado cerca un par de veces. El temblor más fuerte del que tengo memoria ocurrió en el 91. La casualidad quizo que faltara al colegio aquél día y me quedara en cama a causa de una gripe asiática. Me encontraba encantado de la vida comiendo corn falkes y viendo Aló Gisela, cuando de repente un ruido estremecedor se trajo abajo unos adornos de cristal de mi madre. Pensé que algún camión se había estrellado contra mi casa, pero no: la pobre Gisela también lo estaba viviendo.
Gisela: [Al teléfono] Ya, señito, ¿y en qué quiere participar? Temblor: ¡Broooom! Señito: ¡Temblor, Giselita, temblor! Gisela: No se preocupe, mi vida, tranquilita nomás... Temblor: ¡Broooom! Gisela: Ay no, sigue... Anunciador: ¡Yaaaa volvemos cooon: Alooooo Giselaaaa!
Mandaron a comerciales en el acto. Sin embargo nunca pude ver qué fue lo que pusieron al aire mientras duraba el temblor, porque mi madre llegó corriendo a sacarme de la cama para lanzarnos despavortidos a la calle, gritándome que corriera con los brazos abiertos por si se abriesen grietas abismales sobre la tierra. Hay que comprenderla, porque la pobre sufrió un terremoto atroz que derribó su colegio en Trujillo, allá por los años sesenta.
Por eso anteanoche, al sentir el temblor, me limité a echar un vistazo al pasadizo, rezando para que fuese un terremoto. Así tal vez mi abuela se asustaba tanto que le daba un paro cardíaco y se quedaba tiesa. No obstante, la Navidad aún está muy lejos para que ocurran milagros adelantados. |
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Ya soy prosti
viernes, octubre 14, 2005 |
Ahora que el sol comienza a disipar la bruma mañanera y se empieza de sentir un poco de calor a la hora de almuerzo, me he dado cuenta de algo horroroso. Acabo de saquear mi armario y descubrí que todas, TODAS mis camisetas son del año pasado. Necesito renovar mi guardaropa. Necesito escribir un libro para ser miembro del jet-set y para que me lleguen donaciones de prendas Lacoste por montones. La prostitución es la única solución viable e inmediata.
Anoche fui a visitar a Barbie Túrica, quien vive en un departamento de la Av. Pardo, y nada más salir me encuentro con un bello espectáculo a mitad de la calle. Alto, rubio, ojos celestes, unos treinta y pico de edad, visiblemente extranjero, esperando en la esquina por un taxi. Debió ocurrir un desliz en los mapas de la cotidianeidad, porque ningún taxista lo perseguía. Pensándolo bien, habría que echarle la cumpla a las complicaciones del horario (las nueve de la noche).
Mientras me colocaba los audífonos del discman, noté cierto movimiento entre un grupo de personas que circundaban al extranjero de rechupete. Una de ellas, mucho más impresentable que una empleada doméstica (pues según Adry existen empleadas de ascendencia italiana en Lima), se le acerca con un sigilo propio de una chica borracha buscando cerveza gratis en un concierto de la Carretera Central.
No obstante, antes rendir mis oídos ante el beneplácito de un disco de Camera Obscura, reparé en un cachorrito abandonado en la acera. Existe algo en los perros pequeños que me hacen recordar a mi novio. Ya sé que suena atroz decirlo de esta forma, pero es cierto, a veces reconozco su mirada en aquellos ojitos tiernos y desprovistos de malicia. Deslicé una mano en mi bolsillo, en busca de una moneda destinada a concederme, al menos, la probabilidad de escuchar su vocesilla durante unos 50 segundos, si lo llamaba desde un teléfono público.
Me acerqué a uno de esos nuevos teléfonos TELMEX (son en verdad divinos), cuando advierto un cuchicheo parecido al chamullo de amas de casa en tienda de abarrotes. Al girar la cabeza diviso al extranjero cerrando una transacción sexual clandestina, a razón de pago contra entrega, con la señorita de apariencia de empleada doméstica sin raíces italianas.
Si ellas pueden, ¿por qué yo no puedo? Mañana mismo empiezo a ponerle precio a mi culo. Se aceptan ofertas y dos por uno. |
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Que me metan de todo
jueves, octubre 13, 2005 |
Mi mejor receta para la depresión es: 1) Burlarme de los demás y constatar que hay gente peor que uno mismo. 2) Lavarme el cabello tres veces en un mismo día (y probar un shampoo diferente cada vez). 3) Darle un beso a mi novio y de paso hacerle el amor como una chica descarriada (que para eso están los novios).
Saliendo de la clase de francés me di una vueltita por el Parque Kennedy, aprovechando que a mediodía la gente sale a almorzar, de modo que me encontré con un par de cosas hilarantes: 1) Una señora con el pelo teñido de rubio platino, acomodado en un descomunal moño que la hacía pasar fácilmente por un caballo de Troya o una Alaska en electroshock. 2) Un individuo de jeans acampanados y peinado hongo, exactamente la moda del verano del 93.
Regresé a casa con el espíritu reconfortado. Después de todo pululan cosas más atroces allá afuera. ¿Para qué deprimirme por cuestiones sobre el futuro?
Mi novió se escapó de clases y vino a visitarme hecho un pedo. Parecía un poco apenado por el episodio de ayer. No obstante, ninguno de los dos optó por tocar el asunto. Pese a que estaba visiblemente acatarrado, hicimos el amor como Susy Díaz (léase a lo bestia, revisar la película "Vedettes al desnudo").
Al concluír nuestra sesión, nos quedamos desnudos sobre la cama probando los DVDs que estaban sobre mi repisa. Escogimos el de "Irreversible", pasamos del rollo de la violación y buscamos prestamente la memorable escena en que Vincent Cassel y Monica Belucci enseñan de todo.
Yo estaba acostumbradísimo a dicha escena (me he masturbado muchas veces viéndola), pero mi novio se quedó deslumbrado.
Él: Por Dios, qué bueno está Vincent Cassel. Yo: Rapadito, está como para estrellarlo contra la pared. Él: No, es que es demasiado. ¡Mira qué tales brazos! Yo: Son perfectos. Él: ¡Que me meta el brazo!
En la pantalla, Vincent Cassel muestra de costado su pene flácido.
Yo: Está encogido, pero te apuesto que es grande y venoso. Él: Por Dios, ya no puedo más... ¡que me meta la lámpara!
Vincent Cassel le lame el trasero a Monica Belucci, para lo cual se arrodilla sobre ella, quedándose en cuatro patas y mostrando el culo de frente a la cámara.
Yo: Mira, está en doggy style. Dan ganas de hacerle fisting. Él: Que me meta... que me meta... ¡QUE ME META A MONICA BELUCCI!
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Lágrimas otra vez
miércoles, octubre 12, 2005 |
Te fui a recoger a la salida de clases. Al caminar juntos por la acera, comprendí que la mejor recompensa por no haberte visto en dos días era tenerte de nuevo cerca de mí, escuchando atentamente la armonía de tu voz, tus gestos y tu risa flotando bajo los faroles de la calle. Absolutamente todo se diluía a tu alrededor. Me parecía imposible que a estas alturas de nuestra relación no pueda concentrarme en las cosas que me dices. Mi mente divaga formulando mil poemas dedicados a tí, y mis sentidos sólo me comunican lo lindo que te ves.
Con el mismo tono de conversación amena que veníamos teniendo, me hiciste una pregunta escalofriante.
- En algún momento tenemos que hablar sobre lo de nuestro viaje, ¿no lo crees? - Pensé que ya habíamos hablado. - La verdad tengo mucho miedo. - ¿Miedo de qué? - Miedo a sacarnos de quicio viviendo juntos y que luego tengamos que separarnos por eso. - Bueno, si nos sacamos de quicio, no dejaremos de amarnos, ¿no? - No lo sé. - Para mí está claro que el amor es lo que cuenta. - Yo no estoy tan seguro.
Sus palabras me provocaron un dolor involuntario en el estómago. Traté de cambiar el tema.
- Amor, no sabes. - ¿Qué cosa? - Me enteré que mi madre ha programado a Patrice para que filtre mensajes subliminales en sus conversaciones y así convencerme de ir a vivir a Canadá. - Deberías hacerlo. - ¿El qué? - Deberías hacerles caso. En el fondo tú también quieres ir a Canadá en vez de Argentina. ¿no?
Me dejó sin palabras porque era cierto.
- Sí. Pero decidí ir a Argentina para estar contigo. - Creo que sería bueno que empezaras a pensar un poquito más en tí. No estoy terminando contigo, pero no puedo obligarte a que cambies tu futuro sólo por complacerme. - No es por complacerte, Billy. Para mí es imposible pensar en un futuro sin tí. - ¿Ya ves? Sigues dependiendo de mí. Deberías seguir tus metas, tus sueños, aquello que siempre te propusiste hacer. No tenemos por qué estar separados para toda la vida. - ¿A qué te refieres? - A que podemos estar un tiempo separados, hasta que logre establecerme bien, y después veríamos la forma de volver a estar juntos. - Es que yo no puedo esperar, Billy. No puedo.
Tenía que decirle mi temor más grande.
- ¿Por qué no puedes? - Porque ¿qué pasaría si tú conoces a alguien más en mi ausencia?
Su expresión cambió. Ahora me miraba con cara de estoyhartodequemeveascomounnniñoinmaduro.
- ¿Cómo? - Perdón. ¿Qué pasaría si alguien de los dos conoce a alguien más? - Bueno, son cosas que pasan, ¿no? Nadie está libre de nada.
Me esperaba otra respuesta. Me esperaba un nocariñocómocrees. Comencé a tener náuseas. Adivinaste al instante lo que me pasaba. Quería decirte que lo eras todo para mí y que si quería vivir contigo era porque en verdad no necesitaba a nadie más. Pero me dijiste algo que siempre me dices.
- Amor, no te pongas así, es una suposición. Estamos pensando en qué hacer. Ahora no tenemos nada seguro. Hay que hacer planes para que ambos podamos tener un buen futuro. Ninguno de los dos quiere una separación ¿no?
Por supuesto que no quería separarme de él. No es que no quisiera. Se me iba la vida en ello. El problema era que me estaba demostrando su amor preocupándose por mi futuro, por mi desarrollo personal, y yo ese futuro sólo lo resolvía centrándolo en él. Existe una incopatibilidad de puntos de vista acerca del amor en sí. Puse una cara de velorio.
- Amor, por favor, no te pongas así. - ¿Y cómo quieres que me ponga entonces? ¿Que festeje? ¿Que salte en una pata? - No seas pesimista, fue sólo una suposición, algo que tenemos que decidir. - Mira, a mí no me importa si nuestra vida en pareja no funciona. De ser así, podemos vivir cada uno en su casa, pero dentro de la misma ciudad. - El problema, Cyan, es que yo no estoy preparado para vivir con alguien.
Me quedé de piedra.
- Ni siquiera estoy preparado para vivir conmigo mismo.
Me imaginé viviendo dentro de un futuro sin él, incapaz de ver una película o escuchar un disco sin que su imágen me viniese a la memoria. Me puse a llorar en el camino de regreso a casa. Nunca antes había llorado en un bus. El cobrador pasó por mi lado para cobrarme el pasaje pero al ver mis ojos llorosos no me dijo nada y continuó su camino por el fondo del pasillo. Al llegar a casa aún lloraba. No quiero separarme de él. No puedo. |
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Me voy a morir
martes, octubre 11, 2005 |
Patrice se regresó a Canadá no sin antes regalarme una experiencia bizarra. Se despidió de toda la familia, pero al momento de partir en el avión me abrazó y me agarró las manos. Estuve a punto de entrar en shock porque pensé que era gay y que mi radar, que nunca fallaba, finalmente había fallado.
- ¿Qué pasa Patrice? - Tú eres el que mejor se ha portado conmigo, y te voy a dar un consejo. - ¿Cuál? - Es hora de que encuentres a tu amor verdadero. - ¿Cómo? - No esperes a tener cuarenta y tres años como yo para que tu mujer te abandone. Asegúrate de encontrarla antes. - No te entiendo. - Cuando tu tía me dejó, sufrí demasiado. No estoy en capacidad de buscar aventurillas, quiero encontrar a alguien que me dure toda la vida. Y esa búsqueda debí emprenderla antes. - Pero tú aún estás a tiempo. - Te equivocas. Dentro de diez años tendré cincuenta. Me voy a quedar solo. Y faltará poco para que me muera. No quiero morirme solo. - No digas eso. - Le tengo miedo a la muerte. - Yo también. - Yo más. Ya estoy casi a un paso. - No seas fatalista. - Ya estoy viejo, y todavía no encuentro el amor verdadero. - Ya verás que sí. - No, ya es tarde. En cambio tú, sí estás a tiempo. De lo contrario, los años pasarán y serás como yo. Y eso no se lo deseo a nadie. Tú tienes veintinco años y me parece que es la edad perfecta para establecerte. Encuentra a tu alma gemela. - Ya la he encontrado. - Entonces cásate con ella. Ya no esperes más. Sino, será muy tarde.
Patrice subió al avión y me pareció haberlo visto llorar. Mi tía me preguntó de qué hablamos y le respondí que sobre cualquier cosa. Suspiré aliviado porque pensé que Patrice podría haberse dado cuenta de que yo era gay. Pero no, no estaba tranquilo. Patrice hablaba muy en serio sobre la muerte. Me asusté. Cuando era más jóven, pensaba que sólo los gays nos quedábamos solos al final, pero resulta que no. ¿Y si mi relación con Billy se termina de un día para otro, tal como empezó? Tengo miedo de quedarme solo. Tengo miedo de morirme sin él. |
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Bailarín de ballet frustrado
lunes, octubre 10, 2005 |
Siempre escuché decir que la media hermana de mi tía (o sea mi media-tía) era lesbiana. Eso no tiene nada de malo. Al fin y al cabo eran habladurías de la gente. Lo malo es que mi media-tía gozaba de una reputación dudosa. Además de alcohólica, siempre fue la oveja negra de la familia. Cuando por fin se fue a Canadá, conoció a un buen hombre llamado Patrice que la hizo sentar cabeza, acabó con su maniatismo y se casó con ella. Vinieron al Perú muchas veces, pero nunca tuve la oportunidad de conocerlos.
Ahora, lo particular del asunto es que la familia de mi media-tía le tomó cariño al esposo más que a ella misma. Patrice se quejaba constantemente de los problemas que le ocasionaba mi media-tía, y mi familia creía enloquecer de vergüenza. Finalmente, hace un par de meses, se separaron luego de diez años de matrimonio. Como era de esperarse, mi familia le dio la razón al pobre Patrice, pues mi media-tía lo abandonó para huír a Marruecos (?).
Por eso, anoche llegó Patrice invitado por mi tía a quedarse unos días en Lima, aprovechando los trámites de su divorcio.
- ¿Aló, Cyan? - Hola tía, ¿qué pasó? - Te cuento que ya llegó Patrice. - ¿Tan pronto? - Sí, y lo peor de todo es que las desnaturalizadas de tus primas no se quieren hacer cargo de él. - Ah no tía, o sea, NO. Yo no tengo tiempo para... - Por favor hijito, el pobre con las justas habla español y está que se muere de ganas por conocer Lima. - Pero es que... - Tu mamá acaba de llamarme y dice que le parece una idea estupenda, además tendrás oportunidad para practicar tu francés. - Oh...
De modo que más que chantármelo, mi madre a la distancia se encargó de emitir una orden irrefutable para hacerme cargo del pobre canadiense, que después de todo no tenía la culpa de nada.
Lo conocí ayer. Creí conveniente empezar nuestro city tour partiendo desde el Centro Histórico. Al principio parecía un poco huraño, no paraba de hablarme de lo mucho que le había dolido la separación de mi media-tía, y sentí un poco de pena por él. Al menos conseguí digerir mi nuevo papel de guía turístico forzado.
Desde un inicio me cayó mal porque quería hacerse amigo mío, así sin más ni más. Detesto a la gente que intenta ganarse mi confianza al instante. Aparte que su aliento era de lo peor, por lo cual evitaba no acercarme mucho a él. Sin embargo, poco a poco afloró su carácter bromista, aprovechaba la mínima oportunidad para tomarme el pelo y me emocioné más aún cuando me dijo que mi francés era exquisito. Sin comentarios.
El terco quería subirse a como diera lugar a la calecita tirada por caballos en la Plaza Mayor, y logré convencerlo de ahorrarnos semejante vergüenza. No obstante, pronto noté que algo andaba mal. La gente nos miraba de manera extraña. Esto no es ninguna novedad para mí, porque por mis atuendos dizque indies suelo llamar la atención más de la cuenta, ya estoy más que acostumbrado. Pero la gente además de mirarnos, comentaban horrorizados entre sí. Al vernos reflejados en un escaparate del Jirón de La Unión, comprendí el orígen de tanto cuchicheo: éramos un chico de pelo largo extra negro (y azulado) junto a un gringo de unos cuarenta y pico, de un aura digamos meditabunda.
O sea que aparte de fungir de guía turístico, tuve que aguantar mi pinta de brichero. El que menos pensaba que yo era un puto con clase y Patrice, mi cliente. Se lo comenté, y lanzó una risotada que me dejó helado: no me había puesto a pensar acerca de si él sospechaba de mi pluma.
Asumo que no, porque me hablaba de mujeres todo el tiempo. Tuve que inventarme un largo historial de casanova, pues no me convenía que mi tía se enterara por boca suya que lo que me iban eran los tíos. Después de almorzar, lo llevé a conocer Miraflores y Barranco. No pude evitar pensar en mi novio al pasar por el Café Z y sentí una terrible nostalgia. Me dieron ganas de contarle a Patrice sobre mi novio, y decirle que Billy la persona más linda de la tierra.
Para variar, me encontré con César Soplín en Larcomar. Le presenté a Patrice y él nos presentó a su (¿nueva?) enamorada. Ya van dos veces que me lo encuentro en la semana, vaya mala suerte la mía. Caí en cuenta que los pies me mataban, de manera que regresamos a la casa de mi tía. En el camino rezaba para que Patrice se hubiese divertido, de lo contrario tendría problemas. Su extrema seriedad me hizo temerme lo peor.
Al regresar, sin embargo, Patrice le contó a toda la familia que mi francés era excelente, que yo era un buen chico y que para celebrar el éxito de nuestro día turístico, nos invitaba a todos al Teatro Municipal a ver "El Lago de los Cisnes". O sea que además de estar cansado, tuve que acompañar a mis tíos y a mis primas a ver ballet. Pensé que me aburriría y hasta me daba vergüenza quedarme dormido (porque me estaban invitando, habráse visto). No obstante, no sólo me divertí mucho, sino que descubrí que debía haber estudiado danza clásica. Aparte de la probabilidad de tener un físico envidiable, gozaría cada noche de los aplausos del público ¿qué más se puede pedir?
Desgraciadamente, aún me quedan dos días para aguantar a Patrice. Lo de aguantar es una exageración, pues me cae muy bien. Además ya tengo urdido el plan de llevarlo a una tienda de discos y poner cara de niño de Somalia al no poder comprar ninguno, para que me los compre todos. Qué suerte tenemos algunas. |
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Y yo con estos pelos
domingo, octubre 09, 2005 |
Es extraño cómo mi estado de ánimo puede depender tanto de mi pelo. Es extraño cómo al levantarme por las mañanas, después de tomar una ducha, mi mal o buen humor estén regidos por la docilidad de mi cabello luego de aplicarle todos los productos capilares habidos y por haber para controlar su rebeldía. Porque tener un pelo bonito cuesta. Sobretodo cuando suele esponjarse gracias a la excesiva humedad de Lima. Si viviera en el trópico, mi cabello no tendría nada que envidiarle al de Ashton Kutcher. Lamentablemente, esta ciudad hace que luzca carente de vida. Ni qué decir de las ceras especiales que uso para evitar tener un african look.
También resulta patético escribir sobre mi cabello si lo apreciamos desde una perspectiva chauvinista. Después de todo, este es un espacio destinado a servir como válvula de escape a mis frustraciones, pero también a lo que considero importante. Y a falta de un físico perfecto, un rostro lozano o una cintura de avispa, lo que mejor me viene es mi pelo.
No obstante, mucho más kistch es hablarle de tu pelo a todos los que te abren ventana en el MSN. Una vez me dijeron que el cabello es lo más importante para la gente gay. Y es también una de las claves para descubrir la pluma de los que aún no se animan a aflorar sus instintos.
Lo que sí es de Ripley es acabar hablando sobre tintes de pelo con un hombre straight. Al menos eso es lo que yo creía cuando C me abrió una ventana en el MSN para preguntarme el orígen de tanta felicidad. Acababa de aplicarme el tinte color negro azulado que tan bien se aprecia bajo los fluorescentes de las habitaciones y le descargué mi alboroto.
- Lo que pasa es que acabo de aplicarme un tinte que finalizó mis días difíciles. - ¿Estás con la regla? - No, días difíciles les llamo a las épocas en que mi pelo se pone imposible. - ¿Y de qué color te teñiste? - Del que siempre me tiño, negro azulado. - ¿Y? - Que no sé por qué las puntas de mi pelo han rejuvenecido, y las orquillas brillan por su ausencia. Cuando me doy la vuelta mismo Verónica Castro en el opening de "Los ricos también lloran", me parezco a Christie Turlington en un comercial de L'Oreal. - Ah, es que eso pasa cuando usas un tinte que usa poco amoníaco. El amoníaco suele resecar y quebrantar las puntas. - ¿? - ¿Qué pasa? - ¿Un straight dándome consejos de peluquería? - ¿Qué tiene? - ¿Eres metrosexual o qué? - No, pero en mi juventud solía teñirme el pelo de morado. - Mon dieu...
¿La gente progre tiñéndose el pelo? Me muero. |
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Cualquiera puede cantar
sábado, octubre 08, 2005 |
Después de ir al concierto de PESTAÑA me pregunté hasta qué punto el arte dejaba de ser arte y se convertía en chongo. Es más, Ana Conda fue la de la idea de formar una banda, y quedamos más o menos así: ella y yo en las vocales, y Aero Lito en la programación y en la caja de ritmos. De otro lado, la inscripción de groupies en nuestro club de fans oficial lo dejamos a cuenta del público blogger.Escoger el nombre fue lo más difícil. Algunas propuestas fueron "Regiofónicos" (gracias Funky), "No Controles" y "Los del jueves". Al final me decidí por algo que me apasiona: el mundo de la cosmética. Nos llamaremos LIPSTICKS y trascendermos fronteras. No hemos escrito ninguna canción pero ya elegimos el nombre de nuestro primer álbum: No te comas mi maquillaje. Por si fuera poco, el primer single se llamará Mis medias tienen huecos progres (gracias de nuevo a Funky por su inspiración catártica).
Lo más importante en el mundo de la música, mucho más que la música en sí, es la estética. Sino pregúntenle a los Dandy Warhols. Por eso, Ana Conda y yo emprendimos una sesión de fotos a la búsqueda de una instantánea perfecta para la carátula. Quedó más o menos así (y ya es hora de mandar el demo a las discográficas de Madagascar y Camerún):
Update: La foto fue retirada a pedido expreso de Ana Conda, porque según ella salía atroz. |
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Mi novio me pone más que el porno
viernes, octubre 07, 2005 |
Nos encontrábamos sacando provecho de nuestros cuerpos. A veces cuando descubro su pequeña anatomía agazapándose sobre mi peso, me pregunto en qué momento afloraron mis tendencias pedófilas. No sabría si llamarlo pedofilia, pero el que menos nos mandaría a la cárcel si nos viera. Acostarse con un chico de dieciocho años que parece de trece es la fantasía de la mayoría de señores que rondan los cincuenta. Y qué decir de los señores que desean acostarse con sus hijos. Siempre me apasionó el tema.
El caso es que el deseo sexual entre él y yo no se ha amainado en lo más mínimo: siempre encontramos vías que contribuyen a enriquecer la experiencia. Una vez fueron los videos caseros, otra vez fue la ducha. La última vez fue en la silla del cuarto donde está la computadora. No se lo comenté nunca pero mi fantasía irrealizable es forzarlo a hacer el amor contra la pared mientras tiene puesto su uniforme escolar. Después de todo, no hace mucho que acabó el colegio, o sea que aún debe tener guardado alguno en casa. Sin embargo, estas fantasías merecen ser exploradas a fondo en un próximo post.
Lo que sí es de este, es cuando él se atrevió a preguntarme antes de venirnos:
- ¿Y si nos venimos viendo una porno? - ¿Para qué quieres ver una porno? - No sé... para probar. - No sé si tenga pornos.
Mentí porque me ofuscó su atrevimiento. Si tu novio prefiere masturbarse viendo una porno en vez de venirse adentro tuyo es sinónimo de problemas.
- ¿Qué pasa, ya no te atraigo? ¿Es eso? - Ay, ¿cómo crees? Sólo quiero ver qué tal. - Es que, es que... - Hazlo por mí, ¿sí? - Okay.
Me puso su cara de niño de Somalia y me fue imposible dar mi brazo a torcer.
- No tengo pornos. - No seas mentiroso, tú eres el rey del porno. Hasta sé dónde las guardas. - Bueno, bueno, acá hay una. - ¿Y a qué esperas? Ponla.
Le puse una de las últimas que bajé de internet para quemar en VCD, curiosamente una de las que más me habían gustado. Sospeché que también le agradaría, dada nuestra mutua admiración por los hombres velludos. Se trataba de Hair Klub For Men Only, esteralizada por Brett Williams, mi actor preferido.
En otros tiempos, el espectáculo de ver a Brett Williams enfundado en un chaleco de cuero negro exhibiendo su híper peludo pecho ocasionaba cuantiosos deseos cárnicos en mi subconsciente. No obstante, algo andaba mal. Mi pene, de estar a punto de explotar por la fricción del coito inconcluso, se sumergió en una flacidez que ni una grúa era capaz de levantar.
Mi novio por su parte estaba felíz de la vida. No tuve que esperar mucho rato para verlo eyacular, luego de lo cual apagué el televisor.
- ¿Contento? - Tú no te has venido. - Qué buena capacidad de percepción tienes. - Pon la película de nuevo para que te vengas. - No me hace falta. No la necesito. - ... - Tócame por favor. Ven aquí.
Bastó que rozara su piel con la mía para que mi virilidad recuperase su fortaleza, y tras algunos roces pude terminar finalmente en su entrepierna.
Es curioso, pero ese mismo día guardé en una caja de cartón toda la pornografía que había venido recolectando desde que tengo uso de razón, y allí se quedara, confinada ante el recuerdo de una etapa de sudores mezquinos. Creo que ya no la voy a necesitar jamás. |
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Spam exorcism
jueves, octubre 06, 2005 |
Definitivamente, lo de Whitney Houston y su traumática experiencia en "The Bodyguard" fue una zapatilla al lado de lo que puede llegar a pasarme. Claro, también porque a diferencia de ella, yo no me hago famosa para después enflaquecer cual niño africano, ingresar a una clínica de desintoxicación y sentarme a rumiar el olvido de mis former fans. Whitney es y sigue siendo una persona detestable, inclusive para sus ayayeros más desesperados. Yo, en cambio, tengo una cosciencia social tremenda y respondo feliz de la vida las toneladas de fan mail que se atiborran día a día en mi bandeja de entrada.
Discúlpenme. Acabo de confundir a Whitney Houston, la artista, con su personaje en la ficción: el de la cantante acosada por un fan enamorado algo malito de la cabeza en "The Bodyguard". Pero es que lo mismo le pasó a Jodie Foster, la pobre, y esta vez sí en la vida real. Un desadaptado que se obsesionó con ella intentó matar al presidente Reagan para lograr llamar su atención. En mi caso, no me molestaría que hagan lo mismo (si alguien decide matar a Toledo para llamar mi atención sería un éxito). Sin embargo, a lo que voy es a un viejo trauma ME MOLESTA QUE LA GENTE SE OBSESIONE CONMIGO.
El día de ayer un fan enamorado, alguien que fácilmente puede haber decidido rendir su vida a mí, imprimir mi blog, memorizarlo de pe a pa y empapelar su cuarto con fotos mías ampliadas hasta la tortura, o sea alguien que además de amarme me odia (del amor al odio hay un sólo paso), ya sea porque es un blogger que empalideció de cólera al verme de vuelta en el top de los más leídos, o alguien que nunca estuvo pero quiere estar, se dedicó a mandar spams en los comentarios de blogs amigos.
¿Desesperado yo por más visitas y figurar en el top? Definitivamente hay gente que es loca o se hace. No necesito del reconocimiento de los demás para alimentar mi complejo de superioridad: he nacido con ello. De viejo es posible que me cambie de sexo y termine como Gloria Swanson en "Sunset Boulevard", la pobre, aunque para eso falta mucho tiempo y sólo me gustaría agradecerle a quien está haciendo este jueguito estúpido porque es preferible tener fans enamorados a no tenerlos. No en vano desde niño quise ser estrella.
Lo que quisiera hacer, ya poniendo los pies en la tierra, es música tipo tonti-pop. Anoche fui al Ekeko de Barranco con mi novio, Ana Conda y Aero Lito a ver a Pestaña, un grupo de petardeo electrónico que se acaba de convertir en mi banda favorita. Leonardo Bacteria y Diana Exorcism forman un tándem envidiable para el jaleo adrenalíco, gracias a sus líricas chochis (una canción dedicada a la Av. Petit Thouars que es un cague de risa), coritos adictivos (tralala...) y sus COVERS. Son sencillamente EXTRAORDINARIOS. No sólo se mandaron con una versión del "No Controles" de Olé Olé que a mi parecer es SUPERIOR a las realizadas por Flans y Café Tacuba, sino también un cover ultrasónico de "Juntos" de Paloma San Basilio, lo mejor de la noche.
A la salida intercambiamos palabras con Bacteria (en realidad quería hablar con Diana Exorcism para decirle que me había enamorado de ella al verla con esa pinta de Ana Curra en litio) y Billy emocionadísimo se compró el disco. A Aero Lito se lo regalaron para hacer una reseña en "Erecciones Generales", no obstante estoy seguro que pronto se lo arrebataré.
Estoy pensando seriamente en hacer un proyecto así, Ana Conda y yo en las vocales y Aero Lito en los sintetizadores. Después de todo, podría vender mis discos a través del blog. Hasta que eso pase, les recomiendo escuchar a los Pestaña. Les aseguro que es de lo mejor que ha salido a la luz este año. |
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En qué momento se jodió el Perú
miércoles, octubre 05, 2005 |
Estuve buscando material sobre canciones ñoñas de los años ochenta, y luego de ponerme a atar cabos sueltos, llegué a una conclusión escalofriante. Sí señoras amas de casa, he descubierto algo atroz.
La primera pista la encontré al revisar una detallada discografía de Sandra. Sandra fue (sigue siendo) una cantante alemana cuyo primer single fue el éxito mundial de 1985: "María Magdalena". Dicha canción es mencionada en las listas de ventas como la #1 en países europeos, además de Argentina, Brasil y Perú. Asimismo, el primer álbum de Sandra, "The Long Play" fue editado en Latinoamérica sólo en los países antes mencionados. Curiosmente, Sandra nunca llegaría a gozar de éxito en USA. ¿Por qué pegó tanto en Perú? Misterio.
La segunda pista provino de one hit wonders españoles de la época de la movida, como el caso de Club Naval. La canción "Aún" tuvo un mediano éxito en España, el disco y el single fueron editados en algunos países de Latinoamérica, pero fue en Perú donde tuvo una repercusión aceptable. No fue un hit, pero la gente lo recuerda. Cuando recibí comentarios de visitantes de Argentina y Chile que no conocían la canción, me pregunté, ¿por qué pegó en Perú?
La tercera pista (que debió ser la primera, porque es vox pópuli) es Indochine. No queda mucho qué decir al respecto, salvo que el grupo francés más venerado de todos los tiempos haya tenido éxito en Perú. Según me cuentan, se filtraron a nuestro dial a través de un DJ que conocía de su repercusión en radios brasileñas. Por lo tanto, Brasil y Perú fueron los únicos países de Latinoamérica donde lograron sonar. Sin embargo, fue Lima el sitio elegido para los míticos cuatro conciertos de abril de 1988. ¿Por qué Lima y no Brasil, un país mucho más seguro por esa época?
Un agregado: antes del boom de Indochine en 1987, otro grupo se coló en las radios limeñas alrededor de 1984. Fueron los Cyclope y el single "L'hymne à l'amour", un divertido cover de Edith Piaf. Algunos (pese a que no les creo) me aseguran que otras tres canciones de Cyclope también llegaron a sonar por estos lares. Para variar, el resto de países latinoamericanos no los conoce. ¿Por qué sonaron en Perú?
La cuarta pista: Mecano. Sus primeros singles de la época, como "Hoy no me puedo levantar", sonaron primero en Perú antes que en cualquier otro país fuera de España. "Perdido en mi habitación" y "Me colé en una fiesta" fueron ambos #1 en las listas de popularidad en Lima, cuando en otros países alcanzaron el segundo o tercer puesto, o cuando Mecano recién se hizo conocido por "Hawaii-Bombay". ¿Por qué fueron #1 en Perú?
Expertos melómanos aseguran que existía un nexo inmaterial entre lo que se escuchaba entre España y en el Perú. Por eso se explicaría que en Argentina desconozcan grupos que en Perú lograron repercusión. De otro lado, según los textos sobre Historia del Perú, la industria fonográfica (es decir, la fabricación de discos de vinilo) fue una de las actividades más rentables a partir de los años 60. En los 80, si bien la cosa estaba en bajada, seguían vendiéndose discos por millones, antes del paquetazo de Alan García, y nuestros índices de ventas no tenían nada qué envidiarles al resto de países del continente.
¿Por qué al mirar listas de ventas de grupos como Depeche Mode, New Order, The Cure u OMD descubrimos listas de ventas y ediciones especiales sólo en Argentina, Brasil, México y Perú? ¿Es que en los 80 el Perú entraba en la lista de los países con mayor asimilación de la industria musical?
Entonces, ¿qué pasó?
Todo tiempo pasado fue mejor. |
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Cum, cum, cum into my world
martes, octubre 04, 2005 |
En un inicio, el plan era: Comprarle un CD como regalo de aniversario. Pero no cualquier CD. Se trataba del ULTIMATE KYLIE, que además es un disco doble. O sea, doble esfuerzo para mis castigados bolsillos. La edición británica disponible en cualquier tienda no bajaba de los 100 soles. No obstante, existía otra opción viable: comprarle la edición colombiana, a sólo 75 soles, algo rácana pero con su folletito a todo color al fin y al cabo. Y coño, original.
Tenía ya el dinero en el bolsillo, imaginando sus ojillos de Sailor Moon al arrancar de encima el papel de regalo y descubrir lo que contenía. Quizás sólo se lo iba a regalar por eso. Para recibir a cambio su mirada de chico realizado. He descubierto que dependo de su sonrisa. Es capaz de mitigar cualquier malestar de mi vida. No obstante, existía un obstáculo insalvable: nuevo ciclo de francés, nuevo libro que debería adquirir. Siendo hoy el primer día de clases, tendría que volar a comprarlo al Centro de Lima (en la Alianza Francesa los venden el doble de caros). Me demoré dos horas en encontrarlo. Resultado: 80 soles menos en mi billetera.
Además del Café Creme 4, habría que agregar: - 0.50 céntimos en llamar a su casa para saber cómo haríamos para encontrarnos. - 1 sol en llamarlo a su celular porque en el teléfono de su casa no podía hablar bien. - 1 sol más en llamada al celular porque estaba indeciso y no sabía qué excusa inventar para salir de casa. - 1 sol más en llamada al celular para terminar de quedar bien. - 14 soles en un combo de Bembos porque no me daba tiempo de regresar a mi casa a almorzar y además tenía que esperar una hora a que llegara. - 10 soles de taxi hasta mi casa porque teníamos poco tiempo.
Total neto: 107.50 soles al agua en menos de tres horas. Adiós Kylie. Bienvenido el sexo de aniversario. Llegamos a casa y estuvimos a punto de darnos media vuelta. Mi padre estaba en su oficina del primer piso. ¿Hotel? Jamás. Pasamos de largo y subimos las escaleras hacia mi dormitorio. Solución viable para el sexo silencioso: ocultar los gemidos colocando las manos pacientemente sobre la boca. Penetración suave, cautelosa. In & out con elegancia. Me sentí haciendo el amor como Titi Giulfo o esas tías que suelen aparecer en las páginas sociales de Caretas.
- Amor, me siento fatal. - ¿Por qué? ¿No te gustó? Te viniste dos veces. - No, si fue un éxito pero... la verdad es que iba a regalarte el CD de Kylie, pero me quedé sin plata. - Nunca te he pedido que me compres nada. Lo único que te pido es que me ames. - Eso te lo doy gratis. La taza de interés están más allá de mi culo y más cerca de mi corazón.
De nuevo una bola de pelos. Al separarnos, no sólo tuvimos en claro que fue la mejor follada, sino que tampoco importaba cuántas veces lo hiciéramos: cada vez sería mejor que la vez anterior. Al salir de casa, mi padre me espiaba a lo lejos con una mirada inquisidora. ¿Se habría dado cuenta? Habíamos follado más silenciosos que monjas en clausura.
- Hijo, tengo algo qué decirte.
Pensé que había llegado el momento de alistar maletas y partir hacia donde me lleve el mundo.
- He encontrado algo en tu cuarto.
El lubricante lo guardo bajo siete llaves. No puede ser eso.
- Las pilas gastadas de tu discman están regadas por el suelo. He visto por televisión que las pilas gastadas emiten una vibración que provoca disfunciones mentales en el cerebro, así que mejor mételas en una bolsa de plástico y tíralas a la basura.
- Okay.
Me pregunto si en verdad se trataba sobre las pilas. Es la primera vez que me dirige la palabra en estos últimos tres meses.
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6 meses
lunes, octubre 03, 2005 |
Una cosa es cumplir seis meses con tu novio y otra muy distinta es no darse cuenta de ello porque el tiempo se ha pasado volando. Yo no lo he sentido pasar. Para mí, Billy sigue siendo el pequeño que me ausculta bajo sus enormes gafas y su menuda anatomía. Sigue siendo la primera persona en la que pienso cuando me levanto. La persona con la cual me es imposible impedir una erección al tocar alguna parte de su cuerpo, por más mínima que sea, que me enciende hasta un amical apretón de manos. La persona a la cual me quedaría mirando todo el día, inclusive cuando está comiendo un pastel de chocolate o cuando emite muecas extrañas al entrar a una tienda de discos y no poder comprarse todo lo que quiere.
Y así sucesivamente, sin ningún orden en particular: El breve levantamiento de cejas cada vez que me saluda en la calle, sinónimo de quierocomerteabesosahoramismoperonopuedocoño. Sus dedos levantando el mechón de cabellos que le caen sobre la frente. La mano sobre la boca cada vez que se ríe, según él, porque sus dientes son muy grandes. El puchero que hace luego de una risa silenciosa. Léase el ademán de reírse sin emitir sonido alguno. La manera que tiene de convencerme, fingiendo una tierna voz infantil capaz de hacerme desfallecer cuando me dice "ya pues". La suavidad de sus pies y sus uñas primorosamente cortadas. No sé si es un modelo de comercial de calzado infantil o el hijo de una podóloga que le hace la pedicure todos los días. Sus tetillas capaces de erectarse notablemente por debajo de su camiseta. Son tan duras al tacto que me encanta morderlas (y a él le gusta que lo haga). El peso de su cuerpo al sentarse sobre mis rodillas cuando escribo frente a la computadora. La forma que tiene para decirme "te amo" susurrándome al oído. Los gritos que emite cuando hacemos el amor. Los gemidos que emite cuando decidimos no hacer el amor para luego cambiar de opinión y pedirme que le saque la ropa porque ya no puede más. La risita breve y encantadora cada vez que le doy besitos cortos en su carita, en sus orejitas, en su cuellito o en su naricita. El tacto de sus pequeños brazos alrededor de mi cuello mientras me mira con ojos de niño de Somalia (podría escribir libros enteros sobre este breve momento). El mundo que cae sobre mis espaldas cuando se levanta y me dice "me tengo que ir". La aflicción en su voz cuando me inspiro, le digo palabras ñoñas y me responde "me voy a morir". La pulsera negra con pega-pega que alguna vez me robé de su cuarto y no me la saco ni para dormir. La pulsera tricolor que me trajeron de Colombia y que él alguna vez se robó de mi cuarto para usarla siempre que nos veíamos, aunque ya no se la pone (y la extraño). La opresión en mi pecho cada vez que me dice "no me odies".
Y todos los momentos, malos y buenos, que paso junto a él.
No deseo otra clase de vida.
T E
A D O R O . |
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Los lácteos me emocionan
domingo, octubre 02, 2005 |
Hace tiempo que no escribo sobre sexo. El sábado se acabó y no tuve ganas de salir, de modo que hoy haré una excepción. Les contaré sobre mi eterna experiencia con el sémen de propios y extraños.
[Advertencia: post putísimo]
Reconozco que reflexioné muchas veces antes de beberme el sémen de mi novio. O sea, ya anteriormente, cuando solía ser el campeón de las mamadas que hacían enrojecer a la mismísima Linda Lovelace, el que menos no podía soportar mis dotes de consumado felador, y más tardaba yo en engullir penes que éstos en regalarme su torrente níveo y pegajoso.
Mi época inescrupulosa incluía una ingestión completa. El efecto que deja el sémen al atravesar la garganta en pos del esófago es similar al de la leche condensada: un raspón en la campanilla de jugos cargados y empalagosos, que no dulces, pues el semen suele ser más bien salado. La primera vez, lo admito, tuve arcadas. Pero como estaba mojadísimo terminaba por acostumbrarme.
Cuando advertí lo riesgoso que implica el digerir lechadas, me limitaba a retenerlo en mi boca y hacerle creer al interesado que me lo tomaba enterito.
Compañero de turno: ¿Te gusta mi leche? Yo: Ajá... ¡Mmmmm! ¡QUÉ RICO!
Había que tener también dotes de ventrílocuo para evitar que una sola gota lograse trascender los límites de la cavidad bucal. De modo que luego de elogiar y franelear al sémen del interesado, corría al lavabo a efectuar una evacuación total. En esas estaba antes de conocer a Billy.
Aparte de la increíble capacidad amatoria de los chicos que aún no llegan a base dos, cabría destacar su contínuo estado de sobreexcitación. La primera vez que lo tuve en calzoncillos pensé que ya se había venido, pero no. Estaba empapado de pre-cum (o tenía "una bola de pre-cum", como él suele llamarlo). Y aún así me daba miedo de probarlo.
Hasta que un día, luego de la fricción del coito, nos separamos para acabar por separado. Él desató su chorro sobre su estómago, y yo pasé por allí un dedo que luego me llevé a la punta de la lengua. Yummy. Acabé terminándome todo.
El tiempo ha pasado y hasta la fecha aún no se ha venido en mi boca. El día que eso pase, brindaré en una copa de champagne. Lo vi en una película de Catherine Breillat. |
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