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6 meses
lunes, octubre 03, 2005 |
Una cosa es cumplir seis meses con tu novio y otra muy distinta es no darse cuenta de ello porque el tiempo se ha pasado volando. Yo no lo he sentido pasar. Para mí, Billy sigue siendo el pequeño que me ausculta bajo sus enormes gafas y su menuda anatomía. Sigue siendo la primera persona en la que pienso cuando me levanto. La persona con la cual me es imposible impedir una erección al tocar alguna parte de su cuerpo, por más mínima que sea, que me enciende hasta un amical apretón de manos. La persona a la cual me quedaría mirando todo el día, inclusive cuando está comiendo un pastel de chocolate o cuando emite muecas extrañas al entrar a una tienda de discos y no poder comprarse todo lo que quiere.
Y así sucesivamente, sin ningún orden en particular: El breve levantamiento de cejas cada vez que me saluda en la calle, sinónimo de quierocomerteabesosahoramismoperonopuedocoño. Sus dedos levantando el mechón de cabellos que le caen sobre la frente. La mano sobre la boca cada vez que se ríe, según él, porque sus dientes son muy grandes. El puchero que hace luego de una risa silenciosa. Léase el ademán de reírse sin emitir sonido alguno. La manera que tiene de convencerme, fingiendo una tierna voz infantil capaz de hacerme desfallecer cuando me dice "ya pues". La suavidad de sus pies y sus uñas primorosamente cortadas. No sé si es un modelo de comercial de calzado infantil o el hijo de una podóloga que le hace la pedicure todos los días. Sus tetillas capaces de erectarse notablemente por debajo de su camiseta. Son tan duras al tacto que me encanta morderlas (y a él le gusta que lo haga). El peso de su cuerpo al sentarse sobre mis rodillas cuando escribo frente a la computadora. La forma que tiene para decirme "te amo" susurrándome al oído. Los gritos que emite cuando hacemos el amor. Los gemidos que emite cuando decidimos no hacer el amor para luego cambiar de opinión y pedirme que le saque la ropa porque ya no puede más. La risita breve y encantadora cada vez que le doy besitos cortos en su carita, en sus orejitas, en su cuellito o en su naricita. El tacto de sus pequeños brazos alrededor de mi cuello mientras me mira con ojos de niño de Somalia (podría escribir libros enteros sobre este breve momento). El mundo que cae sobre mis espaldas cuando se levanta y me dice "me tengo que ir". La aflicción en su voz cuando me inspiro, le digo palabras ñoñas y me responde "me voy a morir". La pulsera negra con pega-pega que alguna vez me robé de su cuarto y no me la saco ni para dormir. La pulsera tricolor que me trajeron de Colombia y que él alguna vez se robó de mi cuarto para usarla siempre que nos veíamos, aunque ya no se la pone (y la extraño). La opresión en mi pecho cada vez que me dice "no me odies".
Y todos los momentos, malos y buenos, que paso junto a él.
No deseo otra clase de vida.
T E
A D O R O . |
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