Día de la Independencia
miércoles, setiembre 14, 2005

Ya no puedo más. Quiero irme lejos de aquí, fuera de mi casa. Salir pronto de aquí.

Así decía una estrofa de una canción del primer álbum de Mecano, y de lejos el más chochi de todos. Antes de hacer el salto a la adolescencia, dispuse de un repaso especial a toda la discografía del grupo, y esa canción me hincó más que cualquier otra. En su momento ya tenía la idea de irme muy lejos, sobretodo si consideramos que acababa de mudarme a La Molina.

Más que otra cosa, fueron órdenes directas del doctor. El niño de piernas de mujer (así solía decirme, pues a los once años era liso y lampiño con una tabla) con problemas respiratorios, asma, amigdalitis, rinitis y todas las itis, debía mudarse a una zona cálida. Cuanto más lejos del mar, mejor. Chaclacayo tampoco era la opción. De modo que la casa se construyó en una de las nuevas urbanizaciones.

Fuimos la primera familia de la cuadra, por no decir la primera casa que se construyó. Sin tiendas, farmacias ni bodegas cerca, había que manejar unos quince minutos hasta el Galax de Plaza Camacho para comprar algún producto de primera necesidad. A los cinco años las cosas fueron cambiando. No sólo vinieron más vecinos e irrumpió el comercio en el barrio, sino que también vimos impávidos cómo nuestros cerros aledaños fueron invadidos poco a poco por viviendas de esteras. Así, para protegernos de los advenedizos, se construyó un muro de concreto menos escandaloso que el de Berlín. Al tumbarse la barricada, la urbanización fue cercada con rejas por doquier, aprisionada dentro de la estrechez compacta de una burguesía aislada de los polos oligárquicos.

Además del tiempo y del polvo, hacia los últimos años, los cambios no se dieron tanto fuera como dentro de la casa. Mi madre se fue de viaje. Mi padre también. Mi abuelo murió y mi abuela se mudó conmigo para compartir juntos nuestra nueva soledad. Fracasamos en el intento. Nuestros carácteres son muy similares y la bomba no tardó en estallar, hasta hacernos mutuamente despreciables. Mi padre, que regresaba de vez en cuando, terminó por instalarse definitivamente con nosotros, quizás deseando envejecer en la casa que tanto sacrificio le costó construír, desde los cimientos.

Al menos avispado le parecerá que tomo la decisión de mudarme porque no tengo un sitio dónde tirar. Lamento desilusionar a los mal pensados. No lo hago por nadie más que por mí. Mi novio es sólo una pieza importante en el rompecabezas que constituyó la toma de decisiones, la punta del iceberg probablemente, pero nunca devino en la finalidad directa.

Es sólo que ya estuvo bueno. Me cansé de tomar dos (y hasta tres) carros para llegar a casa, gastar 10 soles al día en pasajes de bus y cincuenta soles los fines de semana, sin considerar el hecho de calentar el culo durante la hora y media (o a veces dos) que separa a La Molina de la civilización. Un coche no me sale a cuenta, porque a estas alturas de mi vida no voy a aprender a manejar ni mucho menos a gastar todo el sueldo en gasolina. La solución es viable: rentar o compartir un departamento.

La idea provino de Joe. ¿Lo recuerdan? Joe es un gringo de cuarenta y tantos, que luego de ser uno de los muchos calentados de mi etapa de voracidad pre-asentamiento de cabeza (mi etapa Blanche DuBois, le suelo decir) se convirtió en un amigo fiel. Me lo probó innumerables veces, al corregir mis ensayos en inglés para postular a NYU (qué iluso) y al brindarme la única oportunidad viable de practicar verdaderamente el idioma.

El asunto es que Joe tiene, desde que se estableció en Lima, un departamento en Miraflores. Ese distrito nunca me ha gustado ni me gustará, porque ha devenido en una trampa donde confluyen gays feos y wannabes. Siempre he preferido San Isidro, o Surco en todo caso. Mis mejores amigos (Ana Conda, Aero Lito, Kary Smáthica, Eva Siva, Paqui Derma) viven entre Encalada y Benavides. Siempre tuve el sueño oculto de vivir por esas inmediaciones.

Es ahí donde entra a tallar mi novio. Miraflores está cerca de su casa, y podríamos vernos todos los días. Al menos eso dice él. La cuestión es que poco después de hacerme la propuesta de ser roommates (y además a un módico y sorprendente precio), Joe se negó a darme asilo, aludiendo a uno de sus ex roommates que convirtió su casa en una mezcla de antro y jaula de las locas. Por supuesto que en mi caso nunca estaría dispuesto a rebajarme así, pues llevo una vida muy tranquila y la única persona que frecuento, además de los amigos con los que salgo, es mi novio.

De todas maneras tengo guardadas bajo la manga algunas artimañas para convencerlo. Una de ellas es que sólo seremos roommates hasta fin de año, pues en enero (si la Providencia está de mi parte) estaré partiendo a aquél viaje tantas veces postergado pero por fin concretizado. Si me rechaza nuevamente, tendré que buscar anuncios en el periódico, aunque la idea de mudarme con gente que no conozco me aterra. Al menos, al tomar la decisión, y sin haber salido de casa, estoy seguro de una cosa: ya soy libre.

Posteado por Cyan a las 3:06 p. m.
 
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