Revelaciones
lunes, agosto 29, 2005

No tenía ganas de comer porque le había prometido a mi consciencia una dieta indiscriminada, en vías de poder parecerme a un niño de Somalia, pero luego me arrepentí al escuchar las amenazas de la gastritis y demás transtornos alimenticios. No voy a ir de Guatemala a Guatepeor. En el interín, decidí seguir esperando la dieta que Litolobo prometió mandarme la semana pasada. Tampoco tuve ganas de comer en el dormitorio viendo los capítulos de Sex & The City que Daniel se compró en Polvos Azules, por lo que descendí las escaleras arrastrando los pies, dispuesto a sentarme en la mesa familiar que desde que todos se mandaron mudar, exprime su ambiente sepulcral, como si el almuerzo se hubiese convertido de repente en un velorio.

Mi abuela ya estaba sentada, susurrando en voz baja las plegarias que le he escuchado murmurar desde que tengo uso de razón. Más aún cuando una década atrás me negué a secundarla en sus oraciones, espetándole que había ingresado a una secta satánica, para que se dejase de una vez por todas de la cháchara eclesiástica.

No solemos hablar. A estas alturas mi abuela ha comprendido que nos odiamos mutuamente y que si vamos a vivir en la misma casa, debemos abstenernos de mayores intercambios verbales, para erradicar la insanía de volvernos locos. De ella heredé mi carácter, y por lo tanto, puedo esperarme cualquier cosa.

No había metido la cuchara en la sopa de espárragos Knorr cuando empezó a observarme con atención.

- ¿Qué pasa, tengo un animal en la cara, o qué? -pregunté.
- No, nada. Te noto un poco preocupado.

A fin de cuentas creo que no me odia tanto como yo creía. Acababa de encontrar el momento preciso para hacer mi buena obra del día, es decir, dirigirle la palabra.

- Bueno abuela, es que estoy preocupado por un amigo.
- ¿Qué le pasó?
- Que estaba saliendo de nuevo con su ex-enamorada, y ahora me acaba de contar que la chica ésta lo canceló de buenas a primeras, y que no quiere vovler a verlo.
- Pobre chico.
- Sí, está muy mal. Le ha afectado tanto que dice que no se puede mover.
- Mejor. Así no podrá cometer alguna locura, como hacen otros.

Aj. Me malogró el almuerzo. A veces sus comentarios pueden herir más que mil golpes. Me arrepentí de haberle dado bola: a la menor muestra de confianza, se había burlado de mi extenso historial clínico de intentos de suicidio. Antes me hacía mucha gracia pero ahora no, desde que Billy comenzó a tener miedo por mí.

- ¿Te estás burlando de mí o qué? -le pregunté intentando tragármela de pies a cabeza.
- No, yo digo nomás. Ojalá tu amigo sea más fuerte que tú y no quiera matarse.
- No todos son blandos de espíritu como yo, abuela.

Puse una inmensa cara de velorio, que ella interpretó muy bien. Se quedó espiándome detrás de sus gafas y con esos ojos de matriarca impasible.

- Te voy a contar algo que nunca le he contado a nadie. -me dijo son mirarme.

Quise convulsionar. Pensé que iba a pasarse de la raya e iba a acabar relatándome episodios de su vida sexual, como cuando Ale me contó que su amiga Pía a su vez le preguntaba a su abuela: "¿Tú se la chupabas a mi abuelo?". Pero no, mi abuela sería incapaz de confesarme esas cosas, sobretodo si me la imagino haciendo el amor con mi abuelo, que era 25 años mayor que ella y encimá terminó quedándose manco en un accidente de tránsito. Lo suyo debió haber sido un sexo banal muy a lo Crash.

Me quedé esperando lo que iba a decirme. ¿Ansiedad? Mucha.

- Yo también quise suicidarme -sentenció con un hilo de voz.

Jesús, María y José. O sea que lo mío es herencia directa de su locura.

- Tenía 16 años -continuó- estaba embarazada de tu mamá. Me iban a obligar a casarme con un hombre que nunca quise, que me había seducido. Y todo porque era amigo de tu bisabuelo, y porque tenía una fábrica y todo. Me casé sin saber muy bien qué pasaría. Y al principio fue un infierno. Tu abuelo era un hombre muy severo. Yo era casi una niña, no sabía qué hacer. Entonces nació tu mamá.

Yo estaba como criatura en matinée. Sólo me faltaba la canchita.

- Fue cuando decidí matarme -puntualizó- acabar con todo y dejar a ese hombre sin nada. Sin esposa y sin hija. Me tomé de esos venenos para ratas, "Campeón" creo que se llamaba. Me lo tomé y luego le di de lactar a m'hijita. Después me llevaron a la clínica y me hicieron un lavado gástrico, pero nunca nos pasó nada.

Todo el día estuve pensando en la historia. Definitivamente he heredado algunos genes de mi abuela. Ella fue más osada, por lo del veneno para ratas. Yo soy más marica y me conformaba con la navaja de mi papá y con los matizes del rojo de mi sangre sobre las mayólicas del baño. Sin embargo, no fue eso lo que me cautivó, sino la probabilidad que, de haber surtido efecto el doble suicidio, yo ya no habría estado en este mundo. Y esa idea me alcanzó de golpe.

Posteado por Cyan a las 3:18 p. m.
 
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