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Cómo sobrevivir en una discoteca gay y no morir en el intento
lunes, agosto 15, 2005 |
El título que le he puesto a este post dista mucho de ser auténtico. No sobreviví. Mejor dicho, pasé a mejor vida y luego renací cual el ave fénix sobre el polvo del asfalto miraflorino, entre noctámbulos desubicados y bricheros de mirada desafiante.
Chapitre un: Les escórpions en regardant le ciel
Parecíamos groupies de una banda de EMO. Percy (recién apodado Pervy), Claudia, Billy y yo deambulábamos por la Calle de las Pizzas con muchas ganas de divertirnos y poco dinero en los bolsillos. Alrededor de las diez de la noche, palidecí ante la sugerencia de Billy de ir a una discoteca gay. Aunque cueste creerlo, estos menesteres no son ajenos a servidor: anteriormente había traspasado ya las barreras de la intolerancia y había depositado mi anatomía sobre el entonces "Perseo", allá por el 98 (cuando estaba en caída) y en el "Downtown Vale Todo" hace un par de años, con poca pena y menos gloria.
De modo que quedamos en ir al "Legendaris". Me dicen mis informantes que el mentado sitio solía ser el "Gitano", ergo, el paraíso del ambiente limeño hacia finales de la década pasada, al cual tuve la suerte de no asistir, y lo digo con mucho orgullo. En todo caso, avanzando por la calle Berlín, llegamos a una puerta negra con empleados encurtidos en trajes negros, que nos quedaron mirando como si fuésemos extraterrestres.
Billy: [Achoradísimo] Hola. ¿Cuánto está la entrada? Vigilante: Es libre hasta las doce. Billy: Chévere. Vengan chicos. Vigilante: [Mariconsísimo] ¿Saben qué lugar es este no? Helen Phante: Es una discoteca gay, ya sabemos. Yo: Duh! Vigilante: Bueno, pasen nomás.
Chapitre deux: La cage aux folles
Cuando un par de manos invisibles nos abrieron las puertas de vaivén acolchonadas de cuero negro, sentí que estaba entrando a un Moulin Rouge de carretera. La concurrencia era escasa. Las paredes y los pisos, enchapados hasta el techo de baldosas blancas muy de baño, rematadas con un drenaje (!) en el centro de la pista de baile, le insuflaban un airecito como de salsódromo, y la cosa acababa siendo tropicalona por la decoración palmeras y vegetación huachafísima.
Nos sentamos en una mesita colindante a los baños, frente a unos espejos de pared en los que se podía observar de forma indiscriminada y caleta los movimientos del antro. Un par de lesbianas regias y muy indies, sentadas a pocos metros, nos echaron el ojo. Casi mejor para Percy, el pobre, que tan despistado como yo les dio un poco de bola y puso en práctica sus habilidades matonezcas, para no quedarse en el limbo.
Una canción de Madonna fue la culpable de que nuestros cuerpos, ajenos al horroroso mundo exterior que nos circundaba, se deslizaran silenciosos al pequeño espacio perpendicular al espejo, donde pude moverme y abrazar a Billy con toda la libertad que desde siempre anhelé. Bailamos en plan Sharon Stone en "Basic Instinct" hasta que el antro fue llenándose, poco a poco, de locas, travestis y maricones con M mayúscula, que se apoderaron de la pista de baile y la convirtieron en un concurso interprovincial de reggaeton.
Aj. Mucha loca, mucha pluma, demasiada lentejuela. Si el hecho de ver dos hombres bailando antes me provocaba espasmos, ahora sentía arcadas al contemplar a decenas de amanerados que parecían tener una licuadora en el culo. Más de uno alucinaba que estaba emulando a Linda Blair. Opté por regresar a mi mesa, guardando distancia, como resguardándome de gente leprosa, a merced de mi soledad y mi apabullante mal humor, mientras Percy, Billy y Claudia se divertían y bailaban como descosidos entre el resto de la jauría anacrónica.
Chapitre trois: La haine et l'ennui s'arretent
Algo debió percibir Billy. Tuve la certeza de que permanecía abstraído entre las canciones de Cher, pero no fue así. Surodoso, se sentó a mi lado mi estampó un gran beso, dejándome en el paladar un cierto sabor a sal. Era la primera vez que probaba su sudor en público, porque nunca hemos hecho demostraciones públicas de afecto frente a tutti li mundi.
Billy: Mi amor, vámonos a otro sitio. Yo: Pero, pero... Billy: Pero nada. Yo: Es que amor, te estás divirtiendo. Termina de bailar. No quiero ser mal tercio. Billy: Tontito. ¿Acaso no entiendes que no me divierto si es que tú no te diviertes?
Me dieron ganas de violarlo, no porque sea un adicto al sexo y al exhibicionismo, sino porque el amor que le puso a cada una de las sílabas pronunciadas me sorprendió. Volvimos a besarnos, esta vez con más lengua, salpicando, para sentir morbo y poder asimilar el frío al salir de una vez por todas de ese sitio repleto de mezquindad de esparcimiento.
Chapitre quatre: Alors, on y va!
Salimos del lugar subyugados por la adrenalina del cuerpo y el frío que hacía doler los huesos. Claudia se puso de nuevo su camiseta a rayas verdes y negras. Parecía una musa de Tim Burton. Nos encontramos nuevamente a merced de la incertidumbre y de noctámbulos acechantes a cada paso. Percy sugirió ir a un bar del que había leído en internet llamado "Oso", que se encontraba a unas cuadras de allí.
No habíamos llegado aún, pero sentí una conexión inmaterial con dicho establecimiento. Estaba atestado de gente, y la alegría fue mayor al percatarnos de que no cobraban entrada, ni estábamos sujetos a un consumo mínimo de tragos. El lugar asemejaba a una gran casa barranquina, con el techo alto, muebles kitsch y pinturas expresionistas/surrealistas en las paredes. Chicos y chicas con peinados y ropas de todos los colores del mundo se desperdigaban por el suelo, algunos sobre las mesas, otros encima de otros que ya estaban sentados en los muebles, como si estuviesen en su casa, porque era una casa, o mejor dicho, un after-party de algún concierto de Pixies.
Perdimos de vista a Percy, que se fue a traer unas cervezas, y nos metimos a un cuarto parcialmente iluminado por unos cuantos focos de neón y los destellos de un DJ sobre el tornamesa, que pinchaba una canción de mis bien amados B-52's. Claudia, Billy yo nos unimos y mimetizamos con el tumulto de chicos que saltaban por doquier, como fuegos artificales. Cuando llegó Percy, pusieron una canción de Goldfrapp, mon Dieu, ¡nunca en la vida pensé bailar Goldfrapp en una fiesta limeña!
Chapitre cinq: Rencontre
Entre las chicas que agitaban sus cabelleras en plan lunático, reconocí un rostro diáfano. Era Mili, quizás la única chica que haya considerado seriamente para volver al camino de la heterosexualidad. Junto a ella, su infaltable amiga Nina. Las conocí el verano pasado, una calurosa noche en que salimos en grupo con mi amigo Fer, y que me di el trabajo de describir con lujo de detalles en un anterior post. Me sentí apabullado porque Nina y Mili me saludaron con mucho cariño, considerando que sólo las había visto una vez. Mili me contó que seguía con novio (al parecer ya no es lesbiana) y yo no dudé en presentarles a Billy. Él, pequeño y tímido, se limitó a estamparles un beso en la mejilla a cada una y a seguir bailando con Claudia una canción de Erasure.
Mili: ¡Tu enamorado es lindo! Nina: ¡Es muy guapo! ¡Parece un muñequito! Yo: ¿Sí, no? Pero él no me cree. Mili: ¡Qué lindos se ven! Yo: Nos vamos a ir a Argentina. Nina: ¿Cuándo? Yo: A fin de año. Mili: ¡Mostro! Nina: Pero tenemos que salir los cuatro de nuevo, ¿eh? Yo: De hecho.
No pude despedirme de ellas porque Billy se traspuso del cansancio provocado por un exceso de baile y Helen tuvo ganas de irse. Regresamos a la Calle de las Pizzas para embarcarnos en un taxi, dejando a Percy y a Helen en un restaurante de after hours donde devorarían un sanguchito. En el taxi, Billy y yo nos tomamos de la mano, y estuve seguro que esa noche, a pesar de la aburrida reunión de bloggers y la anodina discoteca gay, fue una de las mejores de mi vida. |
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