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The prince of tears
lunes, agosto 08, 2005 |
Le abrí la puerta y lo primero que hice fue sofocar su pequeño cuerpo con un abrazo descomunal, como si en vez de absorver su cariño quisiera ahogarlo, intentando fundir la desesperación mancebada por más de dos días.
- Dé... déjame que cierre la puerta -dijo él, entrecortadamente.
Aquello pareció arrancado de una escena de "La Flor de mi Secreto". Quise ahorrarme explicaciones porque en momentos como ése las palabras sobraban, sólo quería comunicarle todo el pesar que me estaba carcomiendo las entrañas y me amargaba el paladar. Intentaba deshacerme del cargado sabor de mi dolor ayudado por sus besos que saben a fresa. Al menos conseguí calmarme un poco.
- Leí el blog. Me imagino que estás así por lo de tu mamá.
No hay lugar a dudas, éste chico me entiende, o se encuentra un tiempo para revisar las cuatro tonterías que escribo a la semana. En sus brazos temblaba para aplacar el chorro de lágrimas que pugnaban por salir a borbotones de mis ojos secundados por sendas ojeras de humillación guardada y mal sueño.
- No llores, por favor, no llores que yo también voy a llorar.
No encontré la suficiente fortaleza como para hacer caso a sus advertencias, y tampoco es que me cagara en ellas. Lo de adentro pudo más. Y me sentí feliz porque pude llorar todo lo que quise, en sus brazos, pues es sus brazos lo único que necesito para sentirme bien, el único lugar adonde regreso todos los días para olvidarme de la mierda del mundo material. Son mi HOGAR.
Nunca antes alguien pudo conocer la realidad descarnada y el estado de desmoralización completa en la que suelo encontrarme. A él, le dí un pase especial de espectador invitado a mi mundo, pues lo necesitaba y además ÉL ES MI MUNDO. Tan sólo me aferré en sus brazos, cerré los ojos y traté de no abandonarme demasiado en el delirio del llanto.
Fue entonces cuando lo sentí. El llanto continuaba, pero algo le pasaba a mis lágrimas. Me escocía en los ojos una sensación de humedad aplacada. Ya no manaban. Abrí los ojos y me encontré con el rostro más maravilloso de la tierra, que detenía el lecho de mis lágrimas con la punta de su lengua. Las estaba bebiendo.
Me puse a llorar de nuevo. Me olvidé del dolor, de mi madre. Lloré porque tuve clarísimo que había escogido bien. La persona capaz de beberse mis lágrimas es la única capaz de amarme de la forma que quiero que me amen. Y eso es suficiente. |
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