Autoflagelación
viernes, agosto 05, 2005

Mi madre llamó y acabó de un zarpazo con mi alegría y mi estabilidad emocional. Las madres nos dan la vida, pero a veces también nos la quitan. Lo que queda a continuación es una vasta sensación de autoflagelación, de autoconsolación mediante frases de soslayo o de mutuo cariño, con la absoluta certeza de que la carroña nos va consumiendo de a pocos, como un lodazal de incertidumbres.

Es curioso. Todos mis males provienen del teléfono. Definitivamente ése aparato está hecho para malograrme la vida. Al final creo que acabaré estrangulándome con el cable, mi cuello magullado por la soga ondulada que transmite la voz gutural de mi madre, la misma voz que me saluda casi con lástima cuando suena el teléfono.

- ¿Ya sacaste tus papeles para Francia?
- Mamá, estoy harto de decirte que no voy a ir a Francia.
- En internet hay un montón de oportunidades, hasta para Canadá, porque tu tía Mitty Gada...
- Tampoco voy a ir a Canadá. Ya te lo he dicho cientos de veces.

Cada vez que llama discutimos hasta hacernos daño, hasta destruírnos mutuamente con dardos certeros de ira y desprecio. No tengo el valor de decirle que a fin de año viajaré con Billy a Argentina, y no pienso decirle que estoy harto de ser un monigote de sus expectativas. No me daba tiempo de responderle, de proponerle vías alternativas de solución porque se exasperaba y me arañaba el alma con la misma terquedad que he heredado de ella.

- Estoy harta de esto.
- Yo también estoy harto.
- Estoy harta de tí, de tu inestabilidad, de tus problemas, de que todo lo soluciones llorando, sólo sabes crearme preocupaciones, me voy a morir de las canas verdes que me sacas.
- Mamá te recuerdo que vives en Kendall. En Miami es imposible que tengas canas verdes.
- Eso, atácame, eso es lo único que sabes hacer.

Nunca el amor y el odio han estado tan cerca de mí, tan palpables al tacto, al malestar del estómago, de querer vomitar hasta las entrañas, esa flema espesa, pegajosa y amarga de la garganta, un claro síntoma que todo está mal, que mi vida sigue siendo un error.

- Estoy harta de mantenerte.
- Mamá, te cuento que no me mantienes. La plata que envías se la doy a mi abuela, que para eso la mandas. Yo pago el internet, pago el cable, pago lo que nunca has sido capaz de darme, pago mis clases de francés y encima tengo que soportar a mi papá cuando llega de viaje. ¿Te parece poco?
- Bueno pero igual, estás ahí engordando como un tonel, estás cerca de cumplir los 30.
- Aún faltan cinco años, mamá.
- Por eso, a los 30 vas a ser un fracasado, porque eso es lo que eres.
- No. Me encargaré de demostrarte lo equivocada que estás.
- Me hiciste pagarte una universidad tan cara y ¿para qué? Para que termines ganando una miseria y haciendo cachuelos. Ni siquiera haz hecho tésis.
- Mamá, estamos en el Perú. Aquí la gente hace cine por amor al arte, nadie cobra.
- Entonces ven a Miami.
- ¡No quiero ir a Miami!

Las lágrimas se agolpaban en mis mejillas y desde lo profundo de mis vísceras sentí que estaba a punto de estallar, de decirle sí mamá, soy homosexual, sufre, que te duela, llora como yo estoy llorando ahora, y no quiero irme a tu puto Miami porque estoy enamorado y me voy a Argentina y te negaré una pensión cuando estés vieja y ningún asilo quiera darte cabida.

- Mamá, soy... soy homosex...
- Eres un cobarde, eso es lo que eres.
- Déjame terminar.
- ¿Para que me sigas contando los planes que por tu ineptitud no lograrás realizar? No gracias. Suficiente tengo con que estés en la casa volviéndote viejo y a la merced del tercer mundo.
- ¿No quieres que esté en la casa?
- Si quieres hacer tu vida como mejor te parece, pues haz como te de la gana.
- Entonces me voy, mamá, me voy donde no puedas encontrarme.
- Eres un descarado.
- Lo siento, voy a cortar porque no tengo ganas de hablar.

Tiré el inalámbrico y lo hice añicos contra el suelo. "Ahí van los 120 soles que me costó en Hiraoka", pensé, pero no me importó. El mundo se hundía a mi alrededor. No tengo padres, no tengo familia. Mi padre pasa total de mí, mi madre piensa que sólo soy un estorbo y mi abuela sólo me quiere volver loco. No tengo hermanos. La casa es muy grande para mí y mis problemas. El mundo es muy grande para mí y mis problemas. Abro un cajón del repostero y saco un tenedor que me clavo en la palma de la mano. Eso me alivia un poco. El alcohol con el que desinfecto la herida a continuación acaba con el sentimiento de culpa. No quiero volver a tomar pastillas, no después del espectáculo de la autodegradación y el infierno de la autodependencia. Ese telón se cerró y lo cerré por Billy. Mi Billy. Es lo único que tengo. A él y a mis amigos, a los que necesito más que nunca.

Posteado por Cyan a las 4:37 p. m.
 
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