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Temptation waits
viernes, julio 22, 2005 |
Y me llamó, después de todo. Aún no consigo entender por qué conservaba la secreta esperanza de que no volviera a llamar. ¿Quizás porque aquello cognotaba un posible "aprovechamiento" de la situación, por cortesía de mi carácter díscolo? Todas las respuestas, todas, habría de encontrarlas en el preciso momento en que ocurriese lo inevitable: el pene erecto como mástil de Fiestas Patrias.
- ¿Aló, Cyan? Soy Rodrigo.
Ahí estaba la vocesilla torpe del apuesto mancebo al que meses atrás había considerado una rata gorda, equipado con la antigua promesa de convertirme en la "oreja amiga" que habría de sacarlo del estado de desmoralización en el que se encontraba. Como no tenía ganas de salir, y Billy estaba disfrutando al máximo sus vacaciones (léase estar en pijama todo el día y llevar el hueving hasta estado de suprahumanidad), le di a Rodrigo mi dirección y me senté a esperarlo en la sala. Mientras hacía zapping, tratando de entretener a mi sistema nervioso (¿por qué estaba nervioso?), mi abuela pasó caminando con su cartera extra large y su penetrante olor a Thimolina Leonard.
- Vengo a eso de la once. Comes nomás. Voy al velatorio de una vecina que se ha muerto.
Estuve a punto de llamar a Rodrigo y decirle que no venga. ¿Por qué? ¿Porque estaría completamente solo en casa y sin la vigilancia discreta de mi abuela, la cual conseguía burlar cada vez que hago el amor con Billy en el cuarto colindante? Era muy tarde para cancelar, el timbre sonó prestísimo, y una corazonada me indicó que era él.
- Hola, Cyan.
Me dio un abrazo y no supe qué hacer con el cuerpo, ni dónde ponerlo. Cuando pude verlo bien bajo las arañas luminosas del techo, descubrí que estaba mucho más delgado y feo que la última vez que lo había visto. Llevaba una casaquita verde Rip Curl de franela y su infaltable mochila Samsonite. Las ojeras de su rostro se habían intensificado, pero a grandes razgos continuaba siendo el mismo. Ni bien llegó me contó atropelladamente de su crisis de "mediana edad". Veintiocho años y aún en el limbo. Palidecí al escuchar sus revelaciones, pues quizás en unos tres años yo también me encontraría en aquella misma situación. Intenté consolarlo dándole palmaditas en la espalda, y ni bien lo hice me arrepentí: se abalanzó en mi regazo y soltó unos cuantos chillidos. Me sentí muy mal porque no me atreví a abrazarlo. ¿Por qué tenía miedo de abrazarlo?
Le traje un vaso de agua y se calmó. Intentó echarse de largo en el sillón y la gran estela de polvo que salió del mismo me hizo enrojecer, pues al minuto recordé que la empleada se había largado hace una semana y la casa estaba echa una mierda. Quise explicárselo pero desvió el tema.
- No importa. Oye, ¿bien incómodo tu sillón, no? ¿Y si vamos a tu cuarto?
Lo dudé por dos segundos. Después de todo, habría sido una descortesía decirle que no. ¿Qué más daba, si ya estábamos solos en casa? Si hubiese querido aprovecharme de él, le hubiese bajado el pantalón y lo hubiese violado ahí mismo, en el sillón de la sala. De manera que lo conduje hasta mi dormitorio y me senté en en la silla del escritorio, mientras él recorría con la vista, maravillado, los afiches de las paredes y mi colección de discos.
- No tengo Selena ni nada de tex-mex, ¿eh? - Da igual. ¿Puedo prender la tele? Me pregunto qué estarán dando a esta hora. ¿Me puedo echar en tu cama?
Ni siquiera pude responderle porque de un salto posesionó de largo su anatomía sobre el colchón. Comenzó a cambiar de canales y yo a hacerme un mundo en la cabeza. El chico que hace meses me excitaba, deseaba, y con cuyo recuerdo inclusive me había masturbado, estaba echado frente a mí, en mi propia cama. ¿No era motivo suficiente para despertar mi morbo?.
El morbo empecé a sentirlo cuando recordé que había visto su torso desnudo por cam. No pasaba de ser un pechito de murciélago, pero de todos modos despertó mi curiosidad. Hubiese dado el mundo por que Billy me llamase en ese mismo momento.
- Oe, ¿hace calor, no?
Y dicho y hecho, bajó el cierre de su casaca verde, se la sacó, la tiró sobre una silla y se quedó embutido en una breve camisa manga corta que delineaba muy bien su silueta, por cuyos pliegues del cuello y de los primeros botones se veía crecer una deliciosa mata de vello pectoral. Poco tiempo después, una manos invisibles (telekinesis, quizás), desabrocharon otro botón superior de la camisa, dejando al descubierto parte de un pecho velludo, mucho más velludo de lo que yo recordaba haber visto por cam. Probablemente solía rasurarse, y en ese entonces había olvidado de hacerlo.
La sangre no sólo se me subió a la cabeza, sino también a la entrepierna. Por mi mente pasó la idea de arrancarle la camisa de un sólo sarpazo, para poder recorrer con mis manos la textura de aquella selva recóndita. Y voilà, sufrí una erección de las fuertes, de la cual hasta él pareció darse cuenta.
- ¿Por qué me miras con esa cara? - ¿Qué cara? - Suave, ah, no te confundas -rió. - ¿De qué hablas? - Cyan, te lo dije antes y te lo vuelvo a decir ahora: tu no me resultas atractivo. - Eso ya lo sabía.
Me sentí estúpido, pues tranquilamente hubiese podido hacerlo mío por la fuerza, y Rodrigo tampoco es el santo que aparentaba. Por eso le pedí que se fuera.
- ¿Te has molestado? - No, ¿por qué habría de molestarme? - Sólo preguntaba. Además, me contaste que tenías novio, ¿o no? - Así es. - Bueno, entonces, ¿no hay paltas? - Claro que no. - ¿Seguimos siendo amigos? - Por supuesto.
Me volví a sentir estúpido cuando me dio la mano para despedirse con un apretón leve y una sonrisa cachacienta. Cerré la puerta, algo aliviado. Había sobrevivido a los innumerables afrodisíacos de la tentación divina, y había sobrevivido. ¿He de sentirme contento? |
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