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Pertur Wainwright
lunes, julio 11, 2005 |
Nunca se me dio por reparar en lo mucho que se parecían, pero la evidencia es cuasi palpable. A Rufus Wainwright lo conocí a raíz del soundtrack de la película I Am Sam, donde entonaba una ensoñadora pieza original de The Beatles, llamada "Across the universe". Esa misma melodía había sido manoseada años atrás por Fiona Apple, que es una genio, porque se le ocurrió coger la canción, desnudarla de su grandilocuente instrumentación, y sustituírla por aquél lacónico susurro, tan característico de ella, deslizándose a través de una paleta sonora que despegaba a medias entre la cadencia emocional y la laxitud onírica, desde un sintetizador un tanto quejica.
La versión de Rufus, sin embargo, jamás logró encajar en mis gustos nada exigentes. Lo que sí me llamó la atención por ese entonces fue darme cuenta, tras ardua investigación, que se trataba de un rock star abiertamente gay y para remate, de una belleza sepulcral digna de un efebo de la Capilla Sixtina. Quizás demasiado bello para mi gusto. Por añadidura, sus primeros discos me amuermaban. No obstante, la curiosidad pudo más y continué asimilando esporádicamente sus futuros lanzamientos, amparado en la aureola ilegal de la música bajada por internet. Tal vez haya sido por eso que nunca antes se me habría ocurrido ponerme a observar con detenimiento alguna foto suya, pues a esas alturas no lo necesitaba. Me causaba indiferencia.
Hasta que el último número de la revista 69 cayó en mis manos y, al recorrer las páginas a breve vistazo, un espasmo helado cual ráfaga del mar antártico me alcanzó de lleno en el centro mismo de la espina dorsal. Acababa de ver la foto en blanco y negro de un muchacho agazapado en la hendidura de una gran ventana, con el mentón descansando sobre la plama de su mano mientras miraba con nostalgia hacia la calle, con elucubrante mirada de ojillos motivadores. Lo que hice a continuación fue preguntarme el por qué de tanto espasmo. Esa mirada, esos ojos, esa expresión ensimismada de divinidad trágica la había visto ya, no cabía duda alguna. Tampoco tuve que indagar tanto en las aristas de mi memoria para establecer con locuaz exactitud que aquél perfil sólo correspondía a una sola persona sobre la creación: Pertur Bado.
Me sentí como Jodie Foster a la búsqueda de Hannibal Lecter, atando cabos tras dar con pistas engañosas que no encajaban tan lejos de la verdad. Me hallé de repente a la caza de una evidencia, de una verdad absoluta para demostrarle al resto del mundo que quizás no haya estado equivocado y que Pertur haya sido, digamos, un ser de prístina belleza, muy distante de aquél rollizo impresentable con el cual me topé hace varios días en el bus. De modo que localicé en Google, todas las fotos de Rufus Wainwright que arrojó la primera indagación. Todo encajaba, especialmente el color de la piel y la mirada lánguida de los condenados a muerte. Sin embargo, faltaba encontrar algo más, algo que me permitiese asegurar la vacuedad de las meras casualidades.
La respuesta no cayó del cielo, sino de una página web cualquiera, una de las tantas que circulan por la red de redes. Una foto de Rufus Wainwright tomada hace un par de años, con la melena castaña contrastando la palidez de un rostro desesperado por romper la lírica incongruente de su propia frialdad. Era Pertur. En esa foto, Rufus Wainwright absorbía la perfección cada uno de los elementos que hicieron de Pertur una experiencia sensorial difícil de olvidar. Más allá de parecer un clon, dado a que el verdadero Pertur es mucho más rubio, prevalece la aureola mística del feeling de su tiempo. Si no me creen, les coloco la foto a continuación. Definitivamente, como diría Julio Ramón Ribeyro, sí existe el doblaje corporal.
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