|
|
|
|
El arte de mentir
martes, junio 14, 2005 |
- Abuela, ¿puedo hablar un ratito contigo? - susurré, asomando la cabeza por la rendija de la puerta, mientras ella acababa de ponerse su bata rosada y sus medias grises supergruesas, tejidas por ella misma.
Para esto, horas antes, me había cansado de trazar esquemas de un plan al que llamaremos "el grito de ayuda del nieto perfecto". También tuve que ensayarlo repetidas veces ante el espejo, y cuando por fin me sentí preparado, con las líneas de diálogo aprendidas, oleadas y sacramentadas, como un parlamento de acción dramática, porque eso era al fin y al cabo, eché mano de mi poca cordura y me puse a dar vueltas y vueltas en círculo alrededor de la mesa de centro del salón de visitas, a oscuras, como en una invocación satánica que en realidad era una de las tantas formas que conocía para sacar fuerzas de mi propia flaqueza.
Cuando me decidí a subir hacia su dormitorio, las piernas comenzaron a temblarme. Pánico escénico. Les pasa hasta a los mejores actores. Y actrices, por supuesto. Sin embargo, no había que asustarse: era imposible cometer un error a estas alturas, y cuando por fin se abrieran las bambalinas, cuando se prendieran los focos y yo ingresara al centro del escenario, el público me aplaudiría. Porque, si hasta la fecha no se han dado cuenta, YO SOY UNA ESTRELLA, algo estrellada, pero estrella, natural y poéticamente, decidida a interpretar su papel antes las oleadas de aplausos de mi público fiel, con el que guardo un romance desde el momento en que puse los pies en la tierra. Erradiqué mi infinito ego para aproximarme a la puerta de su habitación, y sin pensármelo dos veces, toqué con los nudillos de los dedos y asomé la cabeza.
- Sí, hijito, dime qué pasa - respondió ella, arropándose con su chal y posando su enorme trasero sobre las sábanas de lino que olían a vinagre bully, a perfume de bebé y a naftalina.
En ese momento se me salió el rol de la villana televisiva, also know as Esthercita de "Los Ricos También Lloran", o Maria de Fátima de "Vale Todo".
- ¿Qué ideas acabas de meterle en la cabeza a mi papá? - inquirí, con aire soberbio y mirándola con los ojos recelosos.
Ella ni se inmutó. Aquello fue la pérdida de la primera batalla y me dejó algo devastado. El plan había comenzado mal. Se suponía que ella debería haberse horrorizado con mis palabras, pero no, no dijo ni mu, más bien movió la cabeza y trató de imitar mi sorna. "Esta vieja es más peligrosa de lo que me imaginaba", pensé para mis adentros, pero ya no había marcha atrás. Tendría que continuar con el plan a pesar de haber empezado con mal pie.
- No, yo digo nomás - dijo, acomodándose el chal. - Como te encierras con ese chico hasta tarde con la luz apagada, tú sabes que muchas cosas pueden pasar, hoy en día hay que desconfiar de todos, y tú aún eres un poco quedado para darte cuenta.
Me aferré a la pared para no caerme. ¿Esta vieja, además de poner en jaque mis planes de magnifiscencia, se estaba atreviendo a insultarme y a decirme "quedado"? Daniel tenía razón en su blog. ¿Qué estaba pasando con el mundo?
Intenté dominarme, no obstante era demasiado tarde: el resentimiento afloró y terminé alzando la voz más de la cuenta.
- ¡O sea que además me insultas! ¡O sea que encima piensas que soy un inmaduro que aún no sabe escoger a sus amistades! ¡Por Dios, ya tengo casi veinticinco años! ¡No estoy en edad de pedirle permiso a nadie y mucho menos a tí! ¡Además, estoy en mi casa!
Me faltó agregar "y tú no", pero mis ánimos flaquearon al ver que ella seguía sin inmutarse y diciéndome tranquilamente: "Tampoco te pongas así... hijito." Hijita su puta madre.
Tenía que hacer algo, había probado la sorna y fracasé. Intenté ensalzar mi ira, y me salió el tiro por la culata. Me faltaba lo único que sabía hacer mejor, y en lo cual soy un consumado maestro: las lágrimas. Me acogoté, inicié una ligera tembladera, miré para todos lados, sollocé tímidamente y estallé en un largo llanto que coroné con venirme de rodillas al suelo, agarrándome la cara con vergüenza, rojo de dolor y de humillación.
- Me siento la peor persona del mundo - lloré - porque mi propia abuela me está insultando. Lo único que te falta decirme es que soy maricón. - ¡No hijito!
Bingo. Después de todo ella me había críado mientras mi madre se pasaba la vida en el Lawn Tennis. Había logrado conmoverla y si la intuición no me fallaba, hasta me pediría disculpas en menos de lo que canta un gallo.
- Hijito, escúchame - gimoteó - yo en ningún momento he dicho eso, sólo estaba preocupada porque nunca me presentas a tus amistades, y en esta vida de ahora hay que descofiar de todo el mundo. - No sé cómo haz sido capaz de pensar una cosa así de mí - lloraba yo, desconsolado - Mi amigo viene a ensayar conmigo porque estamos formando una banda que se llamará BomiToni, por eso nos encerramos, pero no tengo por qué darte explicaciones. Sólo lo hago para que tu mente enferma no siga pensando cosas horrendas. - Lo siento hijito, no pensé que fuese así, me hubieras avisado antes, pues, ¿yo cómo voy a saber? - Ahora no traeré a nadie más a la casa. Me pudriré adentro contigo. - No hijito, perdóname, tus amigos son más que bienvenidos. - Ya no confío en tí - murmuré. - ¿Qué? - Digas lo que digas, acabo de perder la confianza en tí. - Pero, pero hijo... - Para mí todo acabó, abuela. Las cosas no volverán a ser como antes... - ¡Te prometo que nunca más volveré a pensar barbaridades de tí! ¡Lo juro! - imploró ella. - No. No puedo olvidarlo. Acabas de matar el cariño que sentía por tí. Estoy muy desolado. Lo siento.
Hundí el rostro sobre la manga de mi chompa y cerré la puerta de un porrazo, dejándola pasmada, con abruptos sollozos. Me sentí fatal porque ni bien cerré la puerta me reí, reí nerviosamente. Era la risa de la victoria. Y aún sonriendo me eché colirio en los ojos y me apliqué una mascarilla de sávila para aplacar cualquier posibles ojeras. Me sentí más villana que nunca. |
|
|
|
|
|
|
|
. |
|
|