O Yeah Karen
lunes, junio 06, 2005

No dejé de sentir una inconmensurable sensación de remordimiento al observar la tierna mirada de Billy cuando extendió la mano para entregarme una pequeña bolsa blanca de plástico.

- Felíz Aniversario.

Tampoco atiné a decirle nada. Sólo dejé que mi larga melena azabache me cubriese parte de los ojos con el viento, aquél viento brumoso de invierno que encuentra maneras disímiles de colarse debajo de la ropa para congelar y endurecer los huesos de frío. Por una milésima de segundo pensé en inventar estratagemas que me permitiesen esconder mi aquejada vergüenza por no haberle comprado ningún regalo. Ya existían antecedentes tremendos, pero no venía al caso recordarlos. Tan sólo me contenté con observar nerviosamente el paquete y musitar un casi imperceptible pero muy sincero gracias, luego de caer en cuenta, sin mucho esfuerzo neuronal, que lo que había en el paquete era un disco. Quizás, si cabe, es el mejor regalo que alguien me puede hacer. Y mucho más cuando ese alguien era la persona con la cual acababa de atravesar los 2 meses más significativos y auténticos de mi vida.

De modo que al gritar mientras descubría bajo el plástico a los salvajes y sucios motivos que decoraban la superficie de la portada del disco de los Yeah Yeah Yeahs, fue un grito bastante sincero. Sincerísimo. Ni ensayado hubiese podido salir mejor. Me aquejaron unas ganas incontenibles de saltar como Mario Bros en medio de los transeúntes que pululaban por entrar al Cafe Z, a escasos metros de donde nuestra sorpresa se llevaba a cabo. Sorpresa porque nunca imaginé que Billy fuese a interpretar tan bien mis deseos de poseer una copia original de un disco bajado de internet hace un par de años y posteriormente dañado e hiper rayado tras arduas y adrenalínicas escuchas, ya sea en el discman como en la atosigante soledad de mi habitación.

Tal vez habría que recalcar la experiencia y emociones destiladas cuando te regalan un disco de los Yeah Yeah Yeahs. Porque no sólo es tu banda favorita, son los Yeah Yeah Yeahs, por el amor de Dios, los embajadores del garage revival, cuyas ensordecedoras guitarras y los gritos y remeneos de Karen O han provocado la adoración de la mitad del mundo y la repulsión de la otra mitad. Huelga decir que Karen O es una diosa por los cuatro costados, una diosa anoréxica y de extraña belleza. Léase extraña belleza como metalenguaje empleado para expresar que tras una anatomía muy lejana de los cánones estéticos universalmente aceptados, también puede residir el atractivo sexual. Karen O es una fiera criatura de personalidad arrolladora, como yo. Me gustaría que tuviésemos más en común, y robarle una cancionsaza de su repertorio para interpretarla a capella vestido como ella. QUIERO SER KAREN O. Ya puedo imaginar la expresión desencajada de Billy cuando se lo diga.

Posteado por Cyan a las 1:19 p. m.
 
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