Toma toma chuculún
lunes, mayo 23, 2005

Postrado en el sillón, impávido ante el nuevo programa de Gisela Valcárcel, corroborando la vieja hipótesis que no hay absolutamente NADA qué ver en la TV, matando tiempo esperando que empiece el programa de Magaly y/o la novela brasileña a la que me encuentro inevitablemente pegado, estaba dispuesto a cambiar de canal una vez que la animadora venida a menos introdujo ante cámaras a un impresentable grupo de reggaeton para cerrar el show y de paso hacer bailar al público. Con vergüenza ajena, me quedé estático, incapaz de formular algún impulso nervioso que presionase mi dedo sobre el botón del control remoto. Aparte de cantar el playback, los anodinos vocalistas no sabían decir otra cosa que no fuese toma toma chuculún o muévete mamita, mientras el público amenazaba con desbordar las barreras del escenario, presas de movimientos epilépticos, como una especie de barra brava en versión nada chic.

Asqueado, presioné el botón y cambié a E! Entertainment. Pero algo se quedó pegado en mi retina, una cara conocida, en efecto retardadísimo sobre el cristal de la pantalla.

¿Cómo? No puede ser.

Click. De vuelta al programa de la rubia al pomo con aires de diosa (para que vean que no soy el único).

Mon Dieu! No me había equivocado. Pese a tener el rostro desfigurado por la ansiedad de figurar ante cámaras y querer pasar como un miembro de la agrupación huachafona, permanecía la belleza reposada de quien (antes) fuese uno de mis incontables amores-platónicos-que-me-chotearon-como-todo-el-mundo-solía-hacerlo. En efecto. Era Rodrigo.

Quelle horreur! ¿Cómo era posible que un chico guapísimo se encontrara entre la atarantada (y atorrantada) juventud sin futuro? ¡Habráse visto! ¡Qué diría el semental maduro de su padre, quien además de ser el clon de Clint Eastwood, lucha por preservar la dignidad de su estirpe! Pero no. Rodrigo estaba poseído por el espíritu chocarrero de algún putón en pindinga. Lo peor de todo es que corría detrás de la cámara, contorsionándose como malabarista en quiebra, abriendo la boca para gritar toma toma chuculún, luchando (creo yo) por parecer cool en medio de una interpretación y un estilo musical que no tienen nada de cool. De otra manera, no puede explicarse por qué era capaz de matar a todo el mundo para lograr estar siempre en la toma. Llegué a la conclusión que hasta los niños de la calle, aquellos que saltan divertidos cuando las cámaras ponchan un accidente de tránsito, o que se empecinan en hacer muecas detrás de las mamachas que lloran porque su casita de esteras se quemó por dejar la vela prendida, inclusive hasta esos chibolos malagracia, eran millones de veces menos patéticos que Rodrigo.

Al final, apagué la tele y tragué saliva. De la que me salvé. ¿Se imaginan que, en un universo paralelo, alguien me diga oye chico chic, acabo de ver a tu novio bailando perreo como puta en el programa de Gisela?. Tierra trágame. O no volvía a salir jamás a la calle. O me hacía la cirugía plástica de una vez por todas, y con el Dr. Astocóndor. Como decía Funky, "siempre hay alguien peor que uno mismo".

Posteado por Cyan a las 1:07 p. m.
 
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