Grabaciones legendarias - Cap. 1
domingo, mayo 15, 2005

Caso: Club Naval - "Aún" (1984)

Transcurría el nostálgico esplendor del año 1985. Por aquella época contaba con 5 años y estaba a punto de cruzar el inexorable trampolín que divide el jardín de infantes del primer grado de educación primaria. Aún cursaba el último año de mi bien llamado "Centro Pre-Educativo Inicial", al cual terminé por acostumbrarme tras el rezago de los lloriqueos y la frustración de someterme a un mundo completamente distinto del hogar materno. Como un cachorro destetado, me sumergí en las aguas diáfanas de los guardapolvos a cuadritos, del pestilente huevo duro en la loncherita escolar (la mía era de "Los Magníficos"), de las profesoras que luchaban por enseñarnos un inglés rudimentario y a las cuales respetábamos por temor a ser castigados sin recreo o, lo que era peor, con unos cuantos manotazos en las posaderas.

Ya por ese entonces fui víctima del aguijón de la carne. Con apenas un lustro de existencia en el planeta, todavía no era consciente que desde los primeros años de mi vida estaba destinado a corromper la especie humana. Cinco años de edad no son muchos para el resto, pero para mí, sí. Era un niño bajito y sumiso, de cuerpo anoréxico y cabeza desproporcionada, como un chupetín de caramelo. Me fascinaba salir corriendo luego de las clases para ser el primero en subirme a la maletera de la Sra. Quetita, una mujer gorda y malhumorada que conducía la movilidad escolar. No me gustaba sentarme en los asientos de adelante, como el resto de mis compañeros de aula, sino refugiarme en el maravilloso esparcimiento que proporcionaba la maletera, para poder estar junto a un niño llamado Fernandito, el comandante de las primeras fechorías de nuestra inocente banda criminal parvularia. Yo embrutecía al lado de Fernandito. Su melenita castaña y la suavidad de su piel me dejaban desolado, sintiendo ya mariposas en el estómago. Me gustaba sellar nuestra amistad con peleas y revolcones en dicha maletera, con el sólo anhelo de rozar y mordisquear, bajo la falsa apariencia de broma, su suave y blanquísima piel.

Durante nuestras feroces batallas con monstruos imaginarios en la maletera de la Sra. Quetita, Fernandito dejó de jugar conmigo cuando entró a tallar un tercer personaje en nuestra breve e inconclusa historia de amor. Era Fabiola, una larguirucha adolescente, hija de la Sra. Quetita. Su madre pasaba a recogerla todos los días en nuestra misma movilidad, aprovechando que aún quedaba un espacio adelante, en el asiento del copiloto, donde no se permitía que ningún niño viajara. Así pues, en el transcurso del trayecto nuestras casas, Fabiola subía a bordo y alborotaba a los pocos infantes que nos encontrábamos en la camioneta. Con su infaltable uniforme color rata, al principio jugaba a ser la madre de todos, pero luego nos relegó al segundo plano cuando la Sra. Quetita adquirió una radio y la instaló de manera rudimentaria junto al timón. Así, Fabiola prefirió refugiarse en la búsqueda de música de moda en el dial, en vez de jugar con nosotros, acarreando tristeza entre la mayoría, sobretodo en Fernandito. Si yo a los cinco años ya tenía muy claro que me gustaba Fernandito, él ya tenía clarísimo que lo que más le llamaba la atención eran las larguiruchas piernas de Fabiola.

Ni bien Fabiola subía a la camioneta, influía el hálito de frescura juvenil que habríamos de descubrir siete años después, cuando tuviésemos la misma edad que ella. Después de saludarnos a risotadas, iniciaba la lucha por sintonizar, entre las tantas emisoras que existían en la FM, algun que transmitiera la canción que la electrizaba. Y cuando la encontraba, subía el volúmen, cantaba y ensayaba una graciosísima coreografía que había inventado ella misma. La canción que le gustaba, y por ende también a Fernandito y a todos, se llamaba "Aún". Y la cantaba un desconocido grupo de techno-pop español llamado Club Naval.

Yo por ese entonces andaba influenciado por la música de Indochine o el "Thriller" de Michael Jackson, cuyos álbumes rayaba al pincharlos una y otra vez en el tocadiscos portátil de mi dormitorio. Mi percepción de la música era otra. Pero al escuchar el pop facilón de "Aún", me rendí ante la comercialidad extrema de su simplicidad. Los sonidos juguetones del sintetizador, sumados a los escarceos de una cantante de voz nasal y águdísimo registro vocal, calaron muy hondo en mi escaso imaginario infantil. Me volví fan a morir de la canción. Como Fabiola, la buscaba incansablemente en el dial, y cuando la encontraba, fingía cantarla con la misma devoción que ella. Quizás en el fondo quería ser como ella, pero todavía no lo tenía muy en claro. Por eso, les pedí a mis papás que me compraran el vinilo de Club Naval. Lo vi expuesto en las vitrinas de una discotienda del Centro Comercial Arenales. Me empiné y le pedí al vendedor que me lo mostrara. Éste, conmovido de ver a un niño escuálido que ya demostraba su fanatismo por la música, me alcanzó el LP. Fue la primera vez que lloré en mi vida para obtener algo, ante la negativa de mis padres, que decían que era improbable comprarme todo el álbum si lo único que había escuchado era una sola canción. Además de llorar y gritar, pataleé y me revolqué en el suelo, llegando a extremos inimaginables de humillación. Y ni por eso conseguí conmoverlos.

Frustrado, me refugié en la radio. A regañadientes, robé uno de los cassettes de Facundo Cabral que tenía mi padre en su aparador, y lo borré para intentar grabar "Aún" de alguno de los innumerables programas radiales en los que era transmitido, pero sólo conseguí, tras ardua fatiga, registrar la mitad de la canción, gracias a la apología parlanchina del insoportable discjockey. Lo que quedó de la experiencia fue que a todos los niños de la movilidad, al igual que a mí, terminó por gustarnos tanto la canción, que fuimos nosotros mismos los de la idea de cantarla en playback como parte de la actuación del Día de la Madre. Por supuesto, estaba implícito que Karlita Cavassa, la niña más bonita del salón, fuese la encargada de interpretar a la cantante de Club Naval, lo cual provocó histeria colectiva entre el resto de los niños, para poder pasar el casting y ser admitidos como los coristas que bailarían detrás de ella repitiendo el insistente corito de aún, aún, aún al término del estribillo de la canción. No se cómo me las arreglé, pero finalmente fui elegido para formar parte del coro, hasta el fatídico día en que, celoso al ver que Fernandito le prestaba más atención a las faldas de Fabiola que a mí, intenté besarle/morderle la espalda, y mi furia/pasión fue de tal grado que Fernandito gritó, sangró, fue llevado a la enfermería, consiguió que me sacaran del número musical y nunca más volvió a hablarme. Fue él quien me reemplazó y cantó "Aún", enfundado como los otros niños en un complicado traje de papel platina, tras la peluca también platinada de Karlita Cavassa. La actuación fue un éxito a rabiar entre las madres que aplaudieron con salvajismo, mientras yo me contentaba con mirar desde lejos el escenario y llorar para mis adentros, tragándome todo el horror y el disgusto de no estar allí, junto a ellos, intentando pasar piola para que nadie se diese cuenta de lo mucho que sufría interiormente. Para el recuerdo quedaron las fotos del magno evento, que todavía conservo en el álbum de recuerdos del jardín de infantes.

Desde entonces, mi pasión por la canción creció de manera desmedida. Quizás sea la canción más pop y más simple que haya escuchado en mi vida. El tiempo, el dark, y Siouxsie & The Banshees terminaron por cambiar mis gustos musicales. Pasaron cerca de quince años, hasta un día de otoño de 1999, en el que, como por arte de magia, apareció en un desván de zapatos viejos el cassette de Facundo Cabral que perteneció a mi padre, y que guardaba la añeja grabación radial de los últimos dos minutos de "Aún". La escuché, la escuché y la volví a escuchar. No sólo concluí que era una canción genial, sino que tras la ñoñería y el gilipollismo de los españolitos se escondía un grupo con harto oficio . En vano intenté conseguir un mp3 de "Aún". Al parecer, el único LP que Club Naval sacó con Hispavox en 1984 (y que en el Perú fue lanzado por Discos Hispanos) nunca llegó a ser editado en CD, y jamás tuvieron otro éxito, ni otro disco. El paso de los años terminó por desterrarlos al olvido. Lo único que supe, al indagar en la red de redes, fue que Club Naval era originario de Vigo, en Galicia, España, y que se disolvieron tras ese epónimo debut ochentero.

Hace unos meses, mi búsqueda llegó a su fin. Un amigo, fanático del vintage y de la cultura pop peruana, me contó que conservaba en casa un single en vinilo de "Aún", que había sobrevivido al debastador paso de las mudanzas. Ayudado por otro amigo, que poseía un estudio de grabación, pudo elaborar un mp3 de la canción, y me lo envió por e-mail. Lo primero que sentí al volver a escucharla fue que su dinamismo permanecía intacto. No me abrumaron los recuerdos, sino que aquél adictivo sonsonete de sintetizador movió automáticamente mi cuerpo, y estuve saltando por toda la habitación durante un día entero. Desde entonces, cada vez que escucho "Aún", recuerdo mi pasión por Fernandito, aquellas tardes naranjas de 1985 (la canción nos llegó con un año de retrazo), la alegría y la fonomímica de Fabiola, la rumiante desidia al escuchar la canción, cabizbajo, en la movilidad escolar, al enterarme de que no saldría a cantarla en la actuación. Por eso y por muchas cosas más, pongo a disposición un sample de "Aún" en la columna izquierda del blog, dentro de Musication. Porque el eterno estribillo de tuuuuuuuuu no me quieres continúa intacto. Aún.

Posteado por Cyan a las 9:02 p. m.
 
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