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Fly High
jueves, abril 28, 2005 |
Estaba que me llevaba el chanfle. Desperté aproximadamente a las ocho de la mañana, al cabo de un breve y reparador sueño que duró al menos un par de horas. No conseguía tolerar esa dependencia. Era demasiado radical. El amanecer tardó demasiado, pero llegó. Llegó para todos. Para él y para mí. Lo primero que hice fue tomar una ducha, cepillarme los dientes, ignorar la correspondencia (no estaba de ánimos para ser receptivo con facturas, ninguna postal, ninguna carta, y más facturas), tomar un vaso helado de leche descremada Bella Holandesa (la Gloria es un asco) y mordisquear una que otra donnut de chocolate de hacía más de tres días.
Fui caminando hasta la casa de Addy Possa. Necesitaba conversar con alguien, pero no la encontré. ¿Dónde habría ido la hijaputa? Al menos, la randonée me sirvió para terminar de desperezarme del todo. Por supuesto, como siempre suele pasar, regresé al presto, porque olvidé mi fiel Sony Ericsson sobre la mesa de la cocina. Mon Dieu! Tres llamadas perdidas. Debió ser mientras me bañaba a ritmo de un disco de The Lightning Seeds. Las tres llamadas eran de Billy. Sonreí. Recordé que los japoneses poseen una onomatopeya para expresar el sonido de la boca alargándose al sonreír: nikko (o nikkori). Me imaginé a mí mismo en la amarillenta página de manga junto a un cartel que decía nikko en katakana. Aunque mi sonrisa, más que de japonés, era de mandarín. Era una cuestión de naturaleza, esto de los cambios bruscos de humor, muy propio de los que padecen de esquizofrenia. Ayer lloraba y hoy amanecía en Pueblo Paleta.
Superado el mosqueo inicial, el celular volvió a sonar. El número que figuraba en pantalla tenía el mismo significado para mí que los números de la Tinka.
- Ohayou gozaimasu! - Ya sabes que no sé japonés - terció Billy con cierta buena vibra. - So deshoo? Wakatta, wakatta, shinpai nai ne. - Ya vez, eso prueba que eres más inteligente que yo.
Lo que siguió a continuación, más que un diálogo de Cocteau como nuestra conversación de la noche anterior, fue intercambio verbal de lo más despreocupado. No obstante, mi cerebro sólo indicaba una cosa: quería verlo lo antes posible.
- Billy, estemm... ¿nos vemos hoy? - Si quieres... - ¿Cómo que "si quiero..."? ¿Tú no quieres? - Claro que quiero. - ¿Entonces pa' qué preguntas? - Porque me gusta sacarte de tus casillas.
Quedamos en el Starbucks del Jockey para tomar un lonchecito. De este modo, lo nuestro volvió a convertirse en una prolongación del ensueño de antaño. No creí conveniente tocarle el tema de nuestra mini-pelea. Su sonrisa de niño bien disipó cualquier duda que indicase que la disputa había sido felizmente olvidada.
- ¿Sabes por qué estoy tan felíz? - No. Sorpréndeme. - Eres un mongo. Siempre te olvidas de todo. - ¿Hay algo qué recordar? - Sí. Felíz aniversario. Cumplimos dos semanas.
Deseé ser Amèlie Poulain por un momento, para poder diluírme cual líquido elemento a través de la alfombra del Starbucks.
- Billy, lo siento. Tengo el cerebro en el culo. - Sí. Me gustaría verlo por mí mismo - dijo él, con un brillo malicioso en los ojos. - Felíz aniversario, pequeño. - Ja. ¿Por qué me cambias el tema? - ¿Qué tema? ¿No estás felíz de haber cumplido una semana soportando mi inmadurez disfrazada bajo mi personalidad arrolladora? - No digas falacias, darling. - Tons? - Hemos cumplido dos semanas y ni siquiera conozco tu casa.
No había que ser Premio Novel en Física Termonuclear para captar lo que Billy quería sugerir en realidad.
- Bueno, pues... mañana, si tienes tiempo, puedes venirte un toque, en la tardecita, si quieres... - Ah, o sea, "si quiero..." - dijo él, tratando de imitarme. - ¿Tú no quieres? - Duh! ¡Claro que quiero! - Ya vez. Los dos pensamos igual.
Aprovechando la hora avanzada, regresamos a aquél parque donde nos dimos nuestro primer beso. Esta vez, más que un beso tierno, fue un beso con paleteo incluído. Huelga decir que hubo unos toqueteos nada inocentes. ¿Será una antesala de lo que pasará mañana? Me alegra saber que no soy el único que se muere de ganas. |
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