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Mini-fight I
lunes, abril 25, 2005 |
Una vez que Funky partió, dejándonos a Billy y a mí mirándonos las caras en alguna cuadra de Larco, los ánimos se encontraban cada vez más caldeados. Era inevitable empezar a tener anticuerpos contra Billy, a causa de su extrema timidez. Además ya me había perdido perdón. No obstante, su expresión ofuscada no cambiaba por nada del mundo, y no recuerdo cuándo fue que me empecé a sentir mal. Pensé que lo peor había pasado y que, después de todo, lo quería, y el amor era capaz de superar hasta el carácter más insociable. Como no habíamos engullido alimento alguno, le propuse tomar un café o un jugo, pero los rechazó con una jeta taciturna. Y hay un momento en que uno, por más condescendiente que sea, pierde los estribos.
- Billy, ¿qué te pasa? (me tuve que tragar un ¿qué CARAJO te pasa?) - Quiero darte un beso. - Por mi no hay problema. Pero esto es Lima, no Ukrania. - Discúlpame, te he cagado la noche. - Ya te disculpé hace rato. - Pero quiero darte un beso. - Pues sería bueno ir a un hotel, pero no vas a querer. Ni tú ni yo.
La verdad yo también estaba echando bilis. Y no por la faceta huraña de Billy, sino porque me consumían las ganas de estamparlo contra la pared, darle un gran beso, decirle que no pasaba nada, que lo amaba y que por favor me cambiase esa carita, porque si se echaba a llorar yo lloraría a su lado. De modo que decidí ipso facto, para ahorrarnos susceptibilidades, tomar un taxi con dirección a Barranco, pues el concierto estaba por empezar. Sentados en el asiento trasero del taxi, nos tomamos de la mano. El taxista nos examinaba con tanta curiosidad asolapada (gracias a Dios no lo tomó a mal) que nos soltamos pronto, aunque ya habíamos llegado a nuestro destino.
Bajamos en el boulevar. Aquello parecía un remake de La Noche de los Muertos Vivientes. Ni bien llegamos, varios muchachos en bicicleta nos ofrecieron de todo, desde drogas fuertes hasta pastillas para la gripe. Lamenté que no nos ofrecieran un hotelito limpio, discreto, barato y cercano. Al menos habría servido para absorvernos las culpas. Pero la expresión de Billy no cambió al llegar a Barranco, ni cambiaría nunca más durante el resto de la noche. Hasta ese momento, la sala de concierto estaba prácticamente desierta, por lo que nos sentamos en el bar de al lado. Billy ordenó un pisco sour. Como yo no tomo alcohol, no tuve más remedio que verlo absorber lentamente su vaso de licor blanquesino. Fue por ese momento que me atacaron las ganas de llorar. Llorar por él, por la noche, por todo. Nunca he sido muy valiente, siempre soluciono mis problemas llorando. Le pedí al mozo que me trajera urgente una copa de agua sin gas. La bebí a la velocidad de un rayo, atragantándome, ante los ojos extrañados de Billy.
- Si no tomaba el agua, me iba a poner a llorar.
Billy sumergió su rostro entre las manos.
- Dios, te he cagado la noche. - No hace falta que me lo recuerdes. Ya pasó. Olvidalo. - No. No quiero olvidarlo.
Lo que siguió a continuación fue un teje y desteje. Un dame que te doy. Billy estaba mal porque yo me sentía fatal. Y yo me sentía fatal porque él estaba mal. Odio esta clase de sentimientos. Alguno de los dos tenía que terminar con ese juego absurdo. Y ese alguien fui yo. Ni bien terminé de beber el agua sin gas, me puse de pie y anuncié con cierto garbo que debíamos irnos ya, pues delante de la sala de conciertos se había formado una cola. Consideré prudente esperar a que se levantase de la silla para poder salir juntos, pero por alguna extraña razón no lo hice. Al salir, junto a la fila de fans y público asistente, divisé la espigada (e inocente) figura del primo del baterista, ergo, aquél muchachito de belleza heráldica que fue días atrás el objeto del deseo de Ana Conda. Al acercarme a él, pensé que no me reconocería. Me equivoqué.
Sus ojos se abrieron y me saludó, muy pulcrito él, dándome la mano. Estaba más guapo que la última vez que lo ví. Tenía un cierto aire a Manuel de Erreway, aunque con el pelo oscuro y algo ensortijado.
- ¡Hola! ¿Cyan, no? - Sí, el mismo. - ¡Claro! Tú trabajas para la revista Erecciones Generales. - Exacto. - Espérate, voy a buscar a... ¡ah, ahí viene!
En medio del tumulto, divisé a un ángel. Un ángel de profunda mirada y tupida barba. Sólo le faltaba la aureola. Era el Mameluco A, el objeto de mi afecto. Mejor dicho, my fixation. Fue el acabóse. Iba en plan de rock star, aunque de ademanes afrancesados, con una camisa a cuadros muy grunge, desabotonada hasta la altura del pecho. Oh my god! El hiperrealismo onírico me vino de golpe. Estaba viniendo hacia mí, haciéndome adiós con la mano. No recuerdo haberle dado tantas confianzas, pero no me quejaba. Una vez frente a mí, me dijo "Cyan", con auténtica alegría. Le extendí mi mano, temblorosa, porque percibí la tupida mata de vello marrón que se desbordaba de entre su camisa abierta y no era capaz de controlarme al tenerlo tan cerca. El Mameluco A mandó a la mierda tanta formalidad, y en un impulso, me abrazó. Literalmente, fue el abrazo del oso. El universo se detuvo por unos instantes. Durante los contados milisegundos que estuvimos unidos, alcé mi mano para acariciar su nuca, de una suavidad increíble. Cuando se separó de mí, el momento fue eterno. Al ser más alto que yo, pude aguzar, gracias a su inclinación, su piel cubierta de vello desde el pecho hasta el abdómen. Con el pretexto de bajar la mano, rocé un poco de aquella maravilla de la creación. Toqué una porción de su vello pectoral y mi erección fue instantánea. En realidad estaba erecto desde que lo ví.
- Habla Cyan. Oe qué chévere que hayas venido, causita. - Pues, encantado de verte, jeje... (risita estúpida). - Oe compare, pasa nomás. ¡Oe hagan cancha pe' pa que pase acá el amigo de la revista Erecciones Generales! Oe vas a pasar con tu amiga, ¿no? - Y... no. Mi amiga Ana Conda no ha podido venir, pero vine acá con otro pata.
Billy surgió cabizbajo de entre las sombras. Me había olvidado de él.
- Ah, yaaa. Ya chévere, chévere. Locazo. Pasen pes chicos. Por acá, por acá.
Aquello era un mar humano. La gente los reclamaba a gritos. ¡The Mamelucos, queremos a The Mamelucos! Mientras intentábamos ubicarnos en un lugar estratégico del balcón del segundo piso, Billy continuaba sin decir ni mu.
- ¿Te pasa algo? - No me siento bien. Quiero besarte. - Ya te dije que no podemos, y menos aquí. - No me hagas caso. Ya te cagué la noche lo suficiente. Ahora diviértete. - No seas tontito. Nos divertiremos juntos. Mira, ya va a empezar el concierto. - La verdad no me gustan los Mamelucos.
No podía creer lo que escuchaban mis oídos.
- ¿Qué? - Cyan, si estoy aquí es porque quise acompañarte, para estar juntos. - Pero me hubieses dicho que no te gustaba el grupo. - No mucho. - ¿Y no sería mejor habérmelo dicho ANTES, para invitar a OTRA persona que REALMENTE le gustasen los Mamelucos y que se MORÍAN por venir? Te recuerdo que por traerte a tí, prácticamente cancelé a Ana Conda. El hecho que seas mi enamorado no significa que me tengas que seguir hasta el fin del mundo. - ¿Y si quiero hacerlo, qué? - No sé, Billy. No te entiendo. - Dios mío, perdóname. Apuesto a que ahora me odias, ¿no? Te apuesto a que vas a terminar conmigo ahorita mismo. - No si prometes dejar de poner esa cara de poto toda la noche.
Pero Billy no dejó de poner cara de poto en ningún momento. Por muy arrolladora que sea mi personalidad, hay momentos en que llego a ver la luz. Él la había cagado, yo la había cagado, ya no importaba de quién era la culpa. Así, me vino la madurez de golpe. Lo amaba, es cierto, pero ¿estaba dispuesto a perderme lo que prometía ser un conciertazo?
The Mamelucos ingresaron al escenario. El público aplaudía a rabiar. Literalmente, se comieron a todos. No sólo eran geniales en vivo, sino que sus canciones sonaban increíbles, con mucho sentimiento, como si tocasen con los huevos. Aquello fue rock n'roll puro. Paroxismo al máximo. En el colmo del adrenalínico recital, se mandaron con un par de covers de The Who y The Byrds (dos de mis bandas preferidas de ésa época) que fueron coreados por la mayoría de los asistentes. Billy no parecía inmutarse en lo absoluto. En lo que se refiere a mí, me olvidé de él y decidí divertirme solo, que para eso estaba ahí. Gritaba, aplaudía, silbaba, celebraba como el que más. Me sentía poseído por una especie de energía renovada, que nunca antes había experimentado. Estuve a punto de ser tachado como el más alegre y escandaloso del público. Debido a mi alharaca, el cantante, en un intermedio que generaba un ligero pogo, me miró, me agitó la mano y soltó: "un saludo pa' la gente de la revista Erecciones Generales". El público lo acompañó con las palmas y yo me sentí morir. Luego de otra tanda de canciones propias, The Mamelucos se atrevieron a versionar a los Velvet Underground, y cuando improvisaron un tema de Roxy Music, comencé a dar de alaridos. ¡Roxy Music en vivo! Versionados al fin y al cabo, pero, ¡en vivo! ¡Qué carajo!
El concierto terminó con unas groupies echándoles escarcha y retazos de papel platina desde el segundo piso. Cerraron con broche de oro. El público, emocionado, gritaba, se subía a las sillas, aplaudía, las chicas pegaban de alaridos tipo "¡cueros!". Yo me secaba el sudor. Las manos me dolían de tanto aplaudir. Billy seguía a mi lado, y se limitó a musitar un nada amigable "tocan bien".
- Billy, préstame tu cámara, les voy a ir a tomar fotos al backstage. - Toma. Me la devuelves el lunes, porque ya me voy. - ¿Qué? ¿Cómo que ya te vas? - Mi amor, es que sólo pedí permiso hasta la una. Y son las dos. Mi vieja me va a matar. - Billy, no te vayas.
Sentí que aún había cabida para la esperanza. Sin embargo, había algo que no cuadraba. Tenía el presentimiento de que ya nada sería lo mismo. ¿Estaría molesto conmigo? Tampoco le iba a rogar que se quedara, ni mucho menos a obligarlo. Pero bien que tenía ganas de hacerlo.
- Bueno, Billy, si tienes que irte, anda. No quiero que tengas problemas en tu casa por mi culpa. - Hablamos mañana, ¿sí? - Billy, ¿está todo bien? - ¿Qué? - ¿Está todo bien entre nosotros? - Y... sí. - Joder. Te demoraste en responder. El silencio otorga. - No es eso. Es que te he cagado la noche. Todo por mi culpa. Nunca me lo perdonaré. - Por favor, no es así, Billy... - Me tengo que ir. Cuidate mucho. - Te amo. - Yo más. Bye.
Se fue cabizbajo entre la masa que se apresuraba a comprar, en un stand improvisado, el primer disco de The Mamelucos, a precio infarto. El baterista, luego de besar a sus groupies, me regaló una copia del disco, de modo que no tuve que comprarlo. Inmediatamente, me dirigí hacia los camerinos. Habían, además de los chicos del grupo, dos o tres personas que no conocía. Elegí el mejor momento para entrar. Empapado de sudor, el Mameluco A, más lindo que nunca, se quitaba el polo húmedo y se quedaba con el torso al descubierto, dejando ver ante mis trémulos ojos su tórax híper velludo. Aquello me intimidó. Me acerqué a saludarlos.
- Hola chicos. Felicidades. Tocaron de puta madre.
Los fui felicitando uno por uno. Estaban claramente borrachos. El Mameluco A, al verme, se abalanzó sobre mí y pude sentir su piel desnuda, las gotas de sudor corriéndole por la espalda, la mata de su vello pectoral en mis narices, su barba rozando mi mejilla. Intenté disimular mi explosiva erección y les propuse tomarnos una foto juntos. Le pasaron la cámara a un empleado de limpieza, me abrazaron en mancha (el Mameluco A se colocó a mi lado, tras ponerse una camiseta negra). Me faltaron brazos para colgarme de todos ellos, y el momento fue capturado en la cámara como un claro ejemplo de desparpajo. Yo, sonriendo con clase, circundado por el resto de (guapos) borrachosos que alzaban sus botellas de whisky y de cerveza y que gritaban "¡Queremos chela!". Me invitaron a sentarme y a participar de su personal celebración. Llegaron 4 chicas muy progres, que besaron en la boca a cuatro de los Mamelucos. Eran sus enamoradas. Sólo el Mameluco A, que permanecía a mi lado, no era aguardado (ni abordado) por ninguna chica. ¿Sería gay? Oh, vamos, como si yo estuviese soltero...
Durante la media hora que permanecí en el camerino con ellos, no pude tomar alguna foto del pecho velludo del Mameluco A. Cuando encendieron los porros (la hierba suele darme dolor de cabeza), me despedí de ellos y les prometí asistir a su próximo concierto. Salí del local donde aún quedaban algunas chicas que luchaban por ingresar a los camerinos. Una vez en la calle, me sentí tonto porque me puse a llorar. Había sido una noche mágica, pero mi situación con Billy era incierta. Llegué a casa, y no paraba de llorar. Me revolví en la cama una y otra vez, incapaz de probar algún somnífero o tranquilizante porque le había prometido a Billy desintoxicarme completamente, pero sin dejar de pensar en una sola idea que me absorvía los sentidos, dejándome devastado, con muchas ganas de tirarme por la ventana:
Billy me iba a dejar. |
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