You are my medication
jueves, abril 21, 2005

La verdad es que divagué más de un par de veces antes de postear lo imposteable, o mejor dicho, hacer una pequeña aclaración para disipar las malas vibras que se concentran en este humilde espacio.

*Lo anteriormente dicho es falso, este blog no tiene nada de humilde, a estas alturas todos saben que lo mejor de ser chic es ser el centro de la atención, pues en vidas pasadas estoy segurísimo de haber sido mujer, además de rubia y egresada del Villa María. Así como lo leen (muérete de envidia, Funky).

Bueno, tras el lapsus que me acaba de manifestar una de mis aletargadas neuronas, vuelvo a lo mío.

Desde aquél nubloso amanecer de agosto, día fatídico para unos y maravilloso para otros (chicos, por más mails que me manden, mi club de fans nunca tendrá cede en Puente Piedra, no offense intended), exactamente la mañana en que Medication vio la luz, nunca fue mi intención crear una "novela" acerca de todo lo que ocurre a mi alrededor, pues para eso están los miles de relatos que pululan en la red. Al principio, el que menos encontró en mí a un individuo corruptor de los estereotipos, una especie de Marqués de Sade en versión queer. Menuda equivocación. Soy un gran consumidor de literatura erótica, pero mi prosa nunca se podrá comparar a los escritos de Masoch, Yourcenar o a las dos entregas de Emmanuelle Arsan (mi favorita, aunque de tintes más bien filosóficos, si leen sus novelas en francés original).

Lo de las automedicación fue inherente mis relatos, aunque la memoria me falla, porque me es imposible acordarme si la inauguración del blog coincidió con el momento en que me dieron de alta en la clínica de reposo, luego de infinitas curas de sueño. En todo caso, no hace falta acordarse de cuándo fue, sino cómo fue. Lo repito por millonésima vez: de nada me sirve inventarme un rollo, pues mis altos contactos con la esfera farandulera me hubiesen permitido ingresar tranquilamente al staff de guionistas de Iguana (habla, Rocío Tovar). Sin embargo, por más que sea un adicto a las telenovelas y haya crecido leyendo las revistas del corazón que les quitaba a las secretarias de mi padre, jamás se me ocurriría escribir un relato folletinezco acerca de mí mismo. En primer lugar, no hubiese escogido Lima, sino Beverly Hills o el distrito de Shibuya, epicentros chics desde donde es más factible colgar una novelita porno-gay de clara tendencia lacrimógena.

En fin, los comentarios que me hacen tampoco me molestan, si yo puedo tirarme a medio mundo (porque tengo boca ancha, por no decir otras cosas), es porque vivo en un país libre y tengo todo el derecho de hacerlo, así como también los demás tienen derecho de opinar sobre mí y despotricar cuanto quieran y con el lenguaje que quieran (después de todo estamos en el Perú, nunca podremos expresarnos con finura y amaneramiento).

Por consiguiente, los despistados continúan creyendo que invento el 100% de lo que escribo, porque eso al fin y al cabo no me produce el más mínimo interés. Los bloggers que me conocen pueden dar fé de ello, unos más que otros, pero ese no es el punto. El punto, señores, es que no escribo para ustedes, sino para mí mismo. Escribir es un vicio, o como diría Truman Capote, la pasión por escribir es semejante a un látigo, y ese látigo es sólo para autoflagelarse. Escribir me apasiona, me encanta, me arrecha, me pone cachondo, me pone a mil. Cuando leo un post que he escrito con anterioridad, si está muy bien escrito, se me para.

No necesito probarle a nadie acerca de la veracidad de mis textos. Me bastan mis fuerzas y mis patéticas vivencias, que para eso las cuento al detalle. Y Billy lo sabe muy bien, porque él sigue leyendo fielmente el blog, y continúa dándome coraje para que nunca deje de postear sobre nosotros. Recientemente me confesó ser masoquista, además, le interesa mucho leer las apreciaciones que tengo de él. A estas alturas, él y yo somos uno. Una sola unidad pensante y viviente. Cuando empezamos nuestra relación, pensé en mandar Medication al carajo, porque no tenía sentido seguir escribiendo, pero él no quizo. Es más, hasta llegó a prohibírmelo, inclusive me amenazó con dejarme si cerraba el blog. Lo que pocos saben es que Billy lee los comentarios, y también comenta, pero posteando con seudónimo y tratando de escribir vaguedades, para que nadie pueda darse cuenta de que quien realmente comenta es él. Por lo tanto, sigo siendo un chico gay en medicación, un chico adicto a algo. Tan sólo ha cambiado un pequeño detalle. Ya no dependo de las pastillas, porque puedo prescindir de ellas. De Billy, en cambio, no puedo prescindir. Sin él me es imposible vivir, respirar. Ahora Billy es mi medicación.

Posteado por Cyan a las 1:01 p. m.
 
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