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De nuevo la mula al trigo
jueves, mayo 05, 2005 |
Lo que siguió poco después encajó perfectamente en la ideología del amor perfecto. Nos deshacíamos en sendas muestras de ñoñez extrema. Los elementos que gravitaban alrededor de mi mundo lo acogieron primero con curiosidad y luego con auténtica devoción. No sólo Funky, quien olvidó por completo el episodio del autismo de Billy, sino también el resto de la gente, desde Addy Possa y Kary Smática, hasta Anne Horexia y Barbie Túrica. Y eso que para Barbie Túrica, tener un novio que viva en Jesús María es algo inconcebible. En realidad ya nada puede afectarnos, nos pasamos horas de hora mirándonos a los ojos, en la penumbra de mi habitación.
El día de ayer, sin embargo, ocurrió un traspiés. Estuve a punto de obviar el tema, pues si a muchos mi vida les parece una telenovela, lo que relataré a continuación puede sonarles a una broma del destino, una tomadura de pelo o una invención de mi destartalado sentido del humor. Sin ánimos de hacerla larga (la redundancia suele apabullarme con creces), me dedicaré a desentrañar el meollo del asunto, con la mayor ligereza posible. Aunque esto último no puedo prometerlo.
Me encontraba camino a la PUCP para recoger a Billy, que salía de clases dispuesto a pasar el resto de su día conmigo. Antes habíamos conversado sobre el peligro que representaba dicha empresa. El temor de mi joven amado era que yo me pudiese encontrar de casualidad, por ahí, con algún indeceable tipo Hiro, del cual sintió unos celos incontenibles desde que vió su foto clavada en la pizarra de corcho de mi estudio. A decir verdad, la foto me gusta mucho, pese a que el modelo es un hijoputa. Pero Billy no lo entendió así y me acosó con la inconcebible idea de un salvaje remember. Hay que ser comprensivos. Así le haya dicho cientos de veces que a estas alturas era imposible acostarse con Hiro, a causa de su sobrepeso. Lo que se nos pasó a ambos fue que Hiro no era el único ex-tormento que cumplía su periodo de formación académica en la mencionada casa de estudios.
De manera que, cuando esperaba a Billy en la puerta principal de la PUCP (amén de su acostumbrada impuntualidad, nadie es perfecto), me llamó la atención un individuo que cruzaba la pista y venía caminando con prisa hacia donde me encontraba. Al principio pensé "¡Qué guapo!", porque de lejos ya se perfilaba como un chico atractivo. A mitad de camino me preguntaba de dónde lo conocía, pues su cara me resultaba familiar. Cuando estaba a pocos pasos de mí, una gigantesca ola de incertidumbre me invadió por completo. Era Pertur.
No lo veía desde octubre del año pasado. Desde aquella época en la que el sólo hecho de verlo me causaba un dolor incontenible. El sólo hecho de amarlo también me dolía. ¡Cómo había cambiado! No perdía su aura de espigado, blanquísimo y delgadísimo ángel trágico con una castaña melena de Jesucristo, pero su mirada reflejaba madurez. Estaba más alto. Supongo que habría crecido. Si saco cuentas, continúa teniendo 19 años. Y si antes parecía de mi edad, ahora parece de 27, por lo menos. Me quedé atontado al percatarme que unas elegantes gafas, delgadas, prístinas, se posaban sobre su nariz esculpida con tanta perfección que ni mil cirujanos plásticos podrían lograr. Sobretodo, sonreía. A medias, pero sonreía. ¿En qué estaría pensando Pertur, si a mí ni me miraba?
Sólo una idea rondaba mi cabeza. A pocos metros de mí estaba el chico por el que había sufrido en vano tanto tiempo. Y esta oportunidad no la podía desperdiciar. Tenía que saludarlo. Preguntarle dónde había estado y por qué dejó intempestivamente de estudiar francés. Sería una charla inocente. ¿Acaso había conseguido superar, junto a Billy, la pasión desaforada que sentía hacia Mr. Pertur Bado? Mientras ensayaba mentalmente un conjunto de posibles temas de conversación que pudiesen sonar lo más casuales y desinteresados posibles, Pertur avanzó hacia mí. Sentí una descarga eléctrica cuando me ignoró por completo, sin mirarme siquiera, para desaparecer luego de enseñarle su carnet al vigilante de la universidad e ingresar al recinto junto a una masa de estudiantes autómatas.
Quiero imaginar que no me reconoció, por cabello negro, la barba y el atuendo darkie ye-yé (aún no puedo emular el look de mi idolatrado Edu Saettone) que difieren considerablemente de la pose j-rocker de cabello platinado que utilizaba cuando ambos coincidíamos en clases. Esto lo puedo asegurar porque sus ojillos nunca se llegaron a posar en mí. Y lo odié por eso, porque mi intención no es, precisamente, pasar desapercibido. Mi personalidad arrolladora me lo impide (sí, Billy, por más que te joda que te lo diga a cada rato).
En un lapsus a posteriori pensé que aquél chico debía ser en verdad un nerd al despreciar semejante lote como yo. Pero el egocentrismo se me vino por los suelos cuando fui aquejado por ese antiguo dolor. ¡Dios, había visto al ex-amordemividaporelcualeracapazdemorir! Alguna conexión errónea debió hacer el universo, porque mi celular comenzó a repicar como un reloj cronometrado. Era Billy, disculpándose por su retraso.
- Mejor apúrate, porque no sabes lo que acaba de pasar.
Salió corriendo de la PUCP como un rayo, mirándome con ojos acuosos.
- Lo viste, ¿verdad? - Pos pa qué te digo que no si sí.
El inusitado humor no consiguió aplacar sus dudas. Quizás pensó que seguía sintiendo algo por él.
- Es obvio que sigues sintiendo algo por él.
Nunca imaginé que mi conexión con Billy llegase al extremo de poder leerme la mente. O tal vez lo intuyó en la cara de idiotizado-pusilánime de la que no podía deshacerme. Cabizbajo, no cesaba de suspirar.
- Tengo ganas de llorar.
Yo también las tenía, demonios. Pero no sabía cómo explicarle que tener un shock por haber visto a un ex (que en realidad nunca llegó a ser ex) era muy distinto a seguir enamorado de él. En realidad, hasta ahora no consigo explicárselo. |
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