El último capítulo de Pertur
lunes, mayo 09, 2005

Billy maceraba aquella extraña expresión, mezcla de miedo y desilusión, que descansaba sobre sus labios, otrora sonrientes, mientras caminábamos movidos por algo más que instinto pedestre, rumbo hacia ninguna parte. Y lo que es peor, por la Av. Universitaria, una de las más feas de Lima, cruzando los dedos para no ser atacados por una banda de desadaptados. Algunos suelen decir que estudian en San Marcos, pero en realidad tienen un instinto tan anodino para vestirse que parecen sacados de un concurso tipo "los peor vestidos" o cualquier película de los años ochenta en versión nasty.

Pero ese no es el punto. El punto es que quería circunscribirme a los hechos, descifrar si podía ensayar alguna disculpa, para luego descartar cualquier intento porque, sencillamente, no tenía nada de qué disculparme. Era como echarle la culpa al azar.

- Mira, ya te estoy haciendo sentir mal, soy de lo peor - musitó él.
- Te equivocas. No me siento mal por Pertur. Me siento mal porque hasta ahora no dejas de quitarte ese temor infundado y aún no consigues comprender que me cago en todo y todos, y que te amo más que a nada. Más que a mí mismo.
- Lo sé. Pero deberías ver la cara que tienes.

No podía ocultarlo. Pertur siempre despertó mis impulsos sexuales. Y cuando intento reprimirlos, me quedo enfrascado en una mueca afrodisíaca. Suelo mentir muy mal.

- Mi amor, tú no tienes la culpa de seguir teniendo feelings por él - me dijo, sonriendo.

Ningún feeling, ni qué ocho cuartos, ni la chucha del gato. Me armé de paciencia, aspiré todo el aire que pude para evitar algún patatús de mi sistema nervioso y procedí a explicarle, como enseñando una lección de ciencias naturales, que el haber visto a Pertur no fue más que la reacción propia de ser testigo de cualquier imágen morbosa, como por ejemplo, alguna película por TV donde Pierce Brosnan salga con el torso desnudo. Un gusto sexual, un jale del ojo. Una miradita sin consecuencias a posteriori. Y más aún cuando el objeto de fijación es un antiguo tormento solamente entendido y comprendido en su exacta dimensión por los miles de lectores que siguen fielmente mis peripecias alrededor del globo, desde Huaraz hasta Katmandú, desde Yokohama hasta Motupe, desde Salamanca hasta Saint Tropez.

Y terminó por entenderlo, así de sencillo, con su brillito en los ojos incluído. Tal vez porque el miedo a perderme (y vaya que era muy grande) estaba dispuesto a comerse todas sus suposiciones sin fundamento.

Días más tarde, regresando de la Alianza Francesa, me encontré con El Gordo. ¿Lo recuerdan? Aquél ex-compañero de clases por los días en que Pertur lo era TODO, cuando los tres caminábamos hacia el paradero y Pertur avanzaba delante de nosotros con su aura de príncipe trágico y sus manos huesudas y blanquísimas.

Había adelgazado, El Gordo. Se podría decir que estaba simpático. Hasta bien vestidito y todo. Ensayé, como bien me enseñó Alicia Silverstone, mi expresión de auténtico cariño y sorpresa sin perder en ningún momento la sobriedad, para no sonar como esos energúmenos que cuando se encuentran en la calle con alguien que no ven desde hace siglos se ponen a gritar de manera vergonzosa y uno no puede decir otra cosa salvo "qué horror". Al cabo de los saludos de rigor y el intercambio de preguntas de los años setenta, del tipo ¿cómo has estado?, ¿qué ha sido de tu vida?, ¿qué estas haciendo ahora?, etc., salió a colación el tema de Pertur. Yo no lo saqué. Simplemente, surgió a raíz de la añoranza por la época en que ambos aprendíamos la complicada pronunciación francesa.

"Y Pertur, ése conchesu, bien timidón, ¿no? el hijo de su madre vive por mi casa, una vez me lo encontré en la calle y puta, ¿tú crees que me saludó? se hizo el desentendido y se siguió de largo, caminando, sin darme la cara, y no lo seguí porque esas cosas me llegan al pincho, qué se habrá creído, antisocial de mierda, además mis patas del barrio lo manyan desde chibolo y dicen que ése huevón nunca sale de su jato, que no manya a nadie de la cuadra y que cuando sale regresa con las mismas, quién le habrá dado corona, carajo, por eso la próxima vez que lo ví, ni lo saludé, qué huevada, que lo salude su vieja" - El Gordo dixit.

Fue así como me enteré que Pertur exteriorizaba exactamente lo que era por dentro, un chico tímido e insociable, incapaz de mantener una sola conversación sin poder doblegar la incertidumbre de su voz. Claro que todo esto ya lo sabía, pero la novedad fue enterarme de su incongruencia para con el resto de su environment. ¿Típico caso de gay asustado? Puede ser. A estas alturas he optado por echar todo por la borda, y decidí no averiguarlo nunca. Luego de despedirme de El Gordo, sonreí sin motivo. Era feliz, oh my god, por primera vez en mi vida ERA feliz. Y Billy era el culpable.

Posteado por Cyan a las 2:47 p. m.
 
.