Meet the grandma
jueves, junio 16, 2005

Lo primero que hice fue quitarle el saludo. Cada vez que nos topábamos en la escaleras o en la mesa, enfrascaba la mirada en el suelo y caminaba como siendo víctima de un eterno pesar. Ella husmeaba y me buscaba tras sus impresentables gafas, intentando entablar una conversación acerca de cualquier cosa. Sospecho que de alguna manera trataba de volver a ganarse mi confianza, pero jamás consiguió doblegar mi papel de víctima en recelo. Tampoco comenté nada con Billy, sólo le pedí que de ahora en adelante fuese un poco más condescendiente con mi abuela, empezando por decirle "buenas tardes, señora" o "ya me estoy retirando, señora", porque en lo que respecta a mí, ella no recibiría ni la más mínima muestra de compasión.

Por lo tanto, cuando al día siguiente le abrí la puerta, mi abuela estaba, contra su costumbre, sentada en la mesa del comedor de diario. Conduje a Billy por el pasadizo hacia donde desembocan las escaleras, y al pasar por la puerta del comedor, intercambiaron miradas. Casi me da un síncope al notar que Billy, por iniciativa propia, se aproximó hasta el comedor, bajó las escalinatas y le estampó un húmedo beso en la mejilla.

- Buenas tardes, señora, mi nombre es Billy. Soy amigo de Cyan.
- Mucho gusto hijito, sube nomás, estás en tu casa.

Mi abuela le dice "hijito" a todo el mundo, pero el cariño tras sus breves palabras me dio qué pensar.

- Tu abuela es lo más.
- As if!
- No, en serio, es linda. Me la como.
- Cómeme a mí, mejor.

Después de poner un disco de Najwa con un volúmen considerablemente alto, Billy siguió mi mandato al pie de la letra. En medio de la cópula, mientras cabalgábamos sudorosos por las sendas del mutuo placer, se detuvo en seco para observarme con la bella inmensidad de sus ojos negros.

- ¿Y si tu abuela en verdad se hace la sorda?
- Pierde cuidado. Cantemos Najwa.

Fue así como tuvimos que reemplazar nuestros gemidos al ritmo del "Mayday", nuestro disco favorito de Najwa. Calculo que a la segunda o tercera escuchada del disco, sintiendo las proximidades del orgasmo, tuve que aullar a voz en cuello las estrofas de "The echo", canción que a partir de ese momento se convirtió en nuestro himno sexual por mérito propio. Billy se vino dos canciones después. Hay que recordar la capacidad de aguante de nuestra valerosa juventud peruana. Qué duda cabe.

Luego de la acostumbrada erradicación de fluídos (si la memoria no me falla, debió ser la primera vez que me tomé el blanco elixir de mi amado), pasamos a la "sobremesa", y cuando se hizo tarde, Billy, bien peinadito, se despidió con auténtica devoción de mi abuela.

- Señora, ya me estoy retirando.
- Nos vemos, hijito, un gusto, regresa cuando quieras, ya te dije que estás en tu casa.
- Buenas noches, señora, cuídese y abríguese.
- Gracias, gracias.

Boca de profeta. Esa noche el que se resfrió fui yo. Alrededor de las once de la noche bajé a la cocina para prepararme una taza de té caliente con limón y miel de abejas, y mi abuela tuvo el valor de dirigirme la palabra luego del "bochornoso" incidente de días atrás.

- ¡Qué lindo tu amiguito! - dijo ella, de buena gana.
- Sí, es lo máximo - repliqué yo, con una voz virulenta.
- ¿Cómo se llamaba?
- Billy.
- Billy. ¿De dónde lo conoces?
- De la Alianza Francesa.
- Ah. Me ha gustado mucho, muy educadito. Muy lindo, se le ve todo inocente y tierno. Se nota de lejos que es un chico de muy buena familia. Es de esas personas que apenas las ves, te transmiten como una sensación de paz, de bondad.

Me quedé patitieso. Patidifuso, como diría Almodóvar. Todo lo que había dicho mi abuela senil era exactamente lo que mis amigos solían decir luego de conocer al hombre de mi vida.

- Pues sí, es una buena persona.
- Dile que las puertas de esta casa están abiertas para él. La próxima vez que venga, me avisas para prepararles alguna cosita.
- No es necesatio.
- Bueno, me da gusto que seas amigo de él.

Diciendo esto, se marchó arrastrando sus gruesas piernas, devastadas por la artritis y por las várices. Yo la contemplé desde lejos y sentí una ola inmensa de remordimiento con la cual ya no valía la pena torturarse, porque comprendí que las pases ya las habíamos hecho hace tiempo. No convenía odiar a una persona consumida por la vida, que además estaba con un pie en la tumba. Si de apariencias se trata, seguiré preservando la careta del nieto perfecto, hasta el día en que ella tenga la buena idea de morise. Y Billy será nuestro nuevo mejor amigo.

Posteado por Cyan a las 2:38 p. m.
 
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