Grabaciones legendarias - Cap. 2
sábado, junio 18, 2005

Caso: Pato de Goma- "Chicos Malos" (1984)

Normalmente, cuando eres hijo único, tus padres hacen lo inimaginable por divertirte e impulsarte a que salgas de casa, afligidos quizás por el estigma de no haberte dado hermanos y por ende, mutilarte la complicidad fraternal, de modo que aplicando la Ley de Murphy, todo lo que iba a salir mal, sale mal, siendo tú el único culpable. Si además de no tener hermanos eres un niño introvertido y no tienes amigos en el barrio, la situación termina tirando para patética. Por eso tu padre, sintiéndose un fracasado porque su hijo vive en una burbuja y ni siquiera puede brindarle la atención necesaria a causa de sus inumerables viajes de negocios, decide empezar a llenar la casa de gente. Comienza liquidando sus oficinas en la Av. Colonial (siempre te preguntaste por qué tu padre eligió una zona tan nefasta para colocar el portentoso negocio familiar, aunque siempre se te hacía una travesía hacia el otro extremo del universo cuando te llevaban en el carro los sábados por la mañana bajo la eterna excusa de "yo quiero ver dónde trabaja mi papá" y podías ver por la ventanilla los rastros de un submundo marginal que era el Callao) e iniciar la ampliación de la casa. Y eso es sólo el principio.

Me refugié en mi cuarto, atemorizado por ver subir y bajar a tantos albañiles, decoradores, arquitectos e ingenieros, que inspeccionaban, medían, hablaban y hasta me saludaban con un dócil "buenos días, niñito", pero yo me asustaba y volvía a refugiarme entre mis Gabbage Patch Kids, escondiéndolos muy bien para que nadie me trajese abajo la coartada bajo la cual conseguí que me compraran varios durante nuestras visitas dominicales a la tienda Oeschle de la Avenida Larco: "mira mamá, esos muñecos no son sólo para niñas". Luego de que los trabajadores rompieron paredes y yo lloré a mares pensando que mi casa se iba a derrumbar, en menos de un mes el primer piso se convirtió en el nuevo local de las oficinas de mi padre. Para no quedarse corto, aparte de sus dos oficinistas de confianza y sus dos secretarias, mi padre contrató otras dos secretarias más. Yo bajaba y asimilaba las nuevas disposiciones de la casa, y me gané la confianza de las cuatro secretarias. Fueron ellas las primeras compañeras de mis juegos, las primeras en archivar las obras de arte realizadas a punta de papel bond oficio A-4 y crayolas, donde plasmaba cuanta idea me venía a la cabeza y me decían "este chiquito es un genio, de grande va a ser pintor".

Otras veces, cuando me aburría, jugaba a sentarme en el escritorio de mi padre y asumía el rol del jefe, mandoneándolas a mi gusto, hasta que erradiqué lo divertido del entretenimiento al ver que ellas se sentían incómodas y no se divertían tanto como yo. Opté pues, por hacerme con el tocadiscos de la oficina y colocar allí los cuentos con disquito de la colección de Walt Disney que me compraban mis padres semanalmente. De paso que perfeccionaba mi vena literaria, al leer los libritos y escuchar el disco de la clásica narradora mexicana iniciando el cuento con Campanita, el hada de Peter Pan, tocando sus campanitas así: tin-tin-tin-tiiin... Empecemos ahora. Había una vez en una tierra muy lejana... De esta forma, las secretarias y yo nos deleitábamos con clásicos como La Cenicienta, La Bella Durmiente (Maléfica me daba miedo), La Noche de las Narices Frías (bonito título para 101 Dálmatas) y hasta Mary Poppins y La Guerra de las Galaxias.

Esto ocurría generalmente de lunes a viernes al regresar del colegio, y luego de hacer mi tarea como era debido, sin que nadie me ayudara. La casa acabó de llenarse de gente cuando llegaron mis dos primas de Trujillo, adolescentes de 13 y 14 años que me ayudaron poco a poco a salir de la burbuja, jugando interminables partidos de Monopolio o Millonario (la versión peruana del Monopolio, más sencilla y monse). Dos años después, mis primas crecieron y se encontraron abocadas a la locura de los quince años, a la música de moda y sobretodo a MENUDO. De manera que me quitaban mis disquitos de Disney para escuchar lo último de esos cinco greñudos, como "Súbete a mi moto", "Claridad" o "Fuego". Ni qué decir cuando vinieron a Lima. Me quisieron llevar pero mi padre se contentó con regalarles las entradas, pues a mi edad era muy peligroso (de todos modos me saqué la espina unos 3 años después, cuando tuve 8 años y asistí al concierto de Indochine en el Amauta con las secretarias, pero eso es material para el próximo remember).

Las secretarias, que contaban entonces con 25 años, se conectaron de inmediato con mis primas, y no sólo me choteaban para escuchar a Menudo, sino que también sintonizaban la radio y deliraban con una cancioncita que terminó por encandilarme, cuyo estribillo rezaba así: "Chicos malos /malos, ¿por qué será? / no comprenden / no lo entienden / algo marcha / algo marcha mal...". Averigué, indagué, pregunté. Nadie me dio razón. Las despistadas secretarias decían "esa canción es de Menudo" y mis primas pusieron el grito en el cielo. No sólo no era Menudo, sino que ellas tampoco me dieron razón porque no escuchaban otra cosa que no fuera a los cinco puertorriqueños. Desplazado por Menudo y la anónima canción "Chicos Malos", me refugié nuevamente en mi cuarto, pedí que me compraran otro tocadiscos para mí solito y entonces descubrí a PARCHIS. No sólo me enamoré locamente de Tino y decidí que de grande sería tan linda como Yolanda y me casaría con él, sino que me compraron miles de afiches, álbumes, figuritas y hasta el cancionero. Me memoricé la discografía entera de Parchís, y en el fondo aún tenía la esperanza de que "Chicos Malos" fuese también una canción de mis ídolos españolitos. Lloré empapado de ira cuando tampoco me quisieron llevar al Hotel Crillón a recibirlos cuando vinieron a Lima.

Una niña de la movilidad del jardín de infantes, muy erudita en materia de música moderna, me confesó en el mismo carro de la Señora Quetita, mientras todos escuchábamos "Aún" de Club Naval (ver post "Grabaciones legendarias - Cap. 1") que aquella canción que buscaba, se llamaba "Chicos Malos", y no la cantaban los Parchis. La cantaba otro grupo de niñatos españoles, llamados PATO DE GOMA. En aquél momento pensé que era una burla y que la niña me estaba tomando el pelo. No podía existir un nombre tan ridículo. Mejor dicho, la canción que me encantaba no podía ser interpretada por un grupo de un nombre tan ridículo.

Frustrado, me dejé caer en mi cama, alejándome de Parchis, de Menudo, de las secretarias, de mis primas y sobretodo de Pato de Goma. Fue por esa época en que, siempre a la búsqueda desesperada de música, y pese a tener 5 o 6 años de edad, descubrí al grupo francés Cyclope, y posteriormente, a Indochine, pero eso es parte de otro capítulo. Lo que sí es de este, es que mi padre, cansado de verme ignorado por las personas que había a traído a casa para suplir mi carencia de hermanos, tomó cartas en el asunto y me llevó a jugar donde mis primos, que vivían en Pueblo Libre.

Fue así como se volvió una costumbre familiar ir después de almuerzo a la casa de mi tía. Mi madre empacaba mis chompas y camisetas (no fuera a ser que entre tanto juego transpirara más de la cuenta y luego me enfermara), yo empacaba mis juguetes, mi padre alistaba sus novelitas de detectives por si la conversación con mi tío se le hacía aburrida, y los tres subíamos al mismo tiempo al Toyota azul, pues era un carro "deportivo" y no convenía desperdiciar al elegante (y vintage) Ford blanco que mi padre acababa de comprarse para lucirse con sus amigos. Salíamos de la casa y transitábamos por la inmensidad de la Av. Brasil (esta avenida era toda una aventura para mí, porque era por allí donde transitábamos cuando me llevaban a la Feria del Hogar, una vez al año), hasta llegar a una de las quintas de Pueblo Libre, que era donde vivían mis tíos. Mis dos primos, Marisol y Mauricio, me acogieron con tanta alegría que al principio me puse receloso. En primer lugar eran mayores que yo (yo tendría unos 6 años, y ellos, 9 o 10), y en segundo lugar no los conocía bien.

Pronto limamos asperezas y nos unió la pasión infantil por el juego. Fueron ellos los que me enseñaron a pintar con tizas de colores sobre la vereda un extraño avión, para jugar Mundo. Fueron ellos también los que me enseñaron a jugar Matagente, y como se requerían más participantes, unieron a nuestro grupo a otros chicos del barrio que conocían. Vinieron dos: Cinthia y Sergio. Cinthia tenía brackets, largas coletas rubias y era algo torpe. Sergio, en cambio, tenía la pinta de una estrella infantil de televisión. Su cabello rubio y enrulado, sus ojos de gato, entre celestes y grises, su piel blanquísima y su naríz repleta de pecas me dejaron desolado. No sólo descubrí que me gustaban los niños sino que estaba terriblemente enamorado de Sergio. Sergio acostumbraba a ponerse shorts y me encantaba ver sus piernas de futbolista, o aquella memorable vez en que hacía tanto calor que se sacó la camisetita y yo pude gozar de la visión de sus tetillas rosadas y puntiagudas.

Fue mi primer child-crush. Dejé de comer, de sacar buenas notas, de divertirme con ellos durante las tardes dominicales. Mis primos se preocupaban de mi estado anímico y yo les decía que estaba bien, y es que en verdad lo estaba cuando Sergio sonreía, me cargaba en peso, me llevaba en su espalda o se ponía a conversar conmigo. Un día en que mis tíos estaban de cumpleaños y abrieron una botella de vino para emborracharse con mis padres, aprovechamos para dejar de jugar en la calle y nos fuimos a la casa de Sergio. Sergio tenía ATARI, y Cinthia y mis dos primos se sentaron en la sala a jugar y admirar aquél innovador aparatito. Por su parte, Sergio me preguntó con sus inmensos ojos de gato: "¿te gusta la música?". Casi me da un ataque porque sentí que podríamos estar unidos por el mismo vínculo, el melómano.

Me llevó a su cuarto y mientras él prendía el tocadiscos, yo me eché en su cama y aspiré su olor entre sus sábanas de El Hombre Araña. Puso un disco de Indochine. Me alegré porque ése era también mi grupo favorito, y nos pusimos a conversar acerca de nuestras canciones preferidas y lo mucho que necesitábamos aprender francés para entender lo que los francesitos decían en cada estrofa. "Me voy a matricular en la Alianza Francesa", me dijo, "tú también matricúlate pa' estar juntos". Claro que lo iba a hacer, y en eso pensaba cuando, entre su colección de vinilos, descubrí las letras amarillas sobre la carátula de cinco chicos de pinta rockabilly. Las letras decían: "PATO DE GOMA - Piel de Terciopelo". A gritos le pregunté si le gustaba aquél grupo y me respondió "por supuesto, aunque son un poco huachafos, pero son chéveres".

Yo miraba con devoción aquél vinilo, mientras Sergio lo colocaba en el tocadiscos y regresaba a echarse junto a mí en la cama. Quedamos el uno junto al otro, mirando el techo, cantando a voz en cuello "Chicos Malos" y luego me fue enseñando las otras canciones, como "Piel de Terciopelo" que fue lo que sentí cuando no pude más y le rocé levemente el brazo. Él no se dio cuenta, claro, pero a partir de allí siempre nos escápabamos a su casa y a su cuarto para escuchar a Pato de Goma. Regresando de Pueblo Libre, acurrucado en el regazo de mi madre y pensando en Sergio, mi padre prendía la radio y volvíamos a escuchar "Chicos Malos", y yo lloraba y me odiaba a mí mismo por no ser mujer y poder gustarle a Sergio. A su vez, también me sentía un chico malo. Malísimo. Desde entonces, los años fueron pasando y Sergio y mis primos se hicieron adolescentes. Dejaron de jugar conmigo cuando estaba mal visto jugar con "niñitos", pero más aún cuando Sergio se enamoró de Cinthia (que colgó los brackets y las coletas y se volvió un mujerón con tetazas y todo).

Comprendí que debía sucumbir al amor platónico y dejé de frecuentar la casa de mis tíos, hasta el día de hoy. Me cuentan que mi primo Mauricio es diseñador gráfico y trabaja en J.W. Thompson, y que mi prima Marisol es periodista de Expreso. Bastante exitosos resultaron ser. Sin embargo, aún cuando escribo estas líneas, coloco "Chicos Malos" en el Winamp y me pregunto qué será de Sergio. Quizás sea un drogadicto. Quizás sea un modelo de pasarela. Quizás haya engordado o se haya casado. Quizás no esté más en este mundo. Por eso, "Chicos Malos", de Pato de Goma, es una de las canciones más ridículas y especiales de mi vida, y por eso desde hoy podrán escucharla en MUSICATION. Esta va por tí, querubín.

Posteado por Cyan a las 12:14 p. m.
 
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