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Pornstars
martes, junio 21, 2005 |
Todas las parejas, desde la más ducha hasta la más metrosexual (para no trastocar un término surgido de las fauces de la moda) atraviesan una constante evolución congénita, circundante a los códigos de la especie humana, con el objetivo de prevalecer sobre el aburrimiento o la rutina. Desligándonos de heterogeneidades como el matrimonio y sus eternas ramificaciones basadas en el amor y el mutuo remordimiento, sin ánimos de entrar en el pantanoso terreno de la infidelidad (al paso que vamos es casi imposible desterrar cualquier atisbo de adulterio), vale la pena destacar ciertos matices innovadores que contribuyen a hacer más placentera una actividad plenamente circunscrita al placer. Si son adictos al sexo como yo, entonces podrán entender a cabalidad lo que estoy intentando contarles.
Si combinamos el sexo con voyeurismo, entonces logramos una fórmula que a muchas personas de frágil sensibilidad les será difícil y hasta imposible asimilar. Filmar nuestros propios polvos puede llegar a convertirse en rutinario si el trasfondo del tema es la propia enfermedad o perversión sexual en sí. Al fin y al cabo no le estoy haciendo daño a nadie, me cago en todos y punto. Sí, pues, me da morbo verme interpretando cada vez que puedo un numerito del kamasutra en la pantalla chica, no precisamente con el afán de imitar a Dios (a partir de ahora he decidido llamar Dios a Paris Hilton, porque la hijaputa es tanto, demasiado, y mucho a la vez), sino porque me pone en pindinga, me excita de sobremanera, me arrecha, o como quieran llamarlo.
El problema surge cuando sentimos que funcionamos mejor en el sexo, o que nuestra erección es más significativa y más firme después de haber visto una película porno. Es por eso que, para dejar de sentirme un enfermo, echaré mano de algunos testimonios de valiosísima trascendencia en el ámbito de mi universo personal.
Testimonio 1: "Ver películas porno ni me excita ni me pone. Me producen indiferencia, es más, paso totalmente de ellas." Billy DeUroh, 17 años, estudiante de la PUCP.
Testimonio 2: "Cuando vez películas porno, la conexión es diferente. Frente a la pantalla das rienda suelta a tus fantasias y puedes llegar a ser lo que siempre quisiste ser, o hacer. Por eso se te para más rápido. En cambio, cuando estás con alguien a tu lado, así sea el vocalista de Coldplay, siempre será una experiencia diferente, pero en definitiva, más placentera. Las películas porno son demasiado inmediatas. Puede resultar más rico masturbarte con ellas, aunque es incomparable a un polvo con amor" Funky Disco Queen, 26 años, ejecutivo de LAN.
Recapitulando los testimonios de las dos personas más importantes de mi vida, saqué a flote una conclusión: ¿por qué no convinar las dos cosas? Inclusive individuos más cochinos y con menos experiencia lo hacen. Everybody else is doin' it, so why can't we? Aquello me quedó clarito desde la primera vez que me acosté con Billy. No podía revelarle que era un enfermo sexual. Él lo sabía, sí, por lo que había leído en el blog, pero necesitaba una confesión de primera instancia. Recuerdo habérselo sugerido un día, y más tardé yo en proponérselo que él en negármelo: "No, ¿cómo crees?, y si después terminamos y lo cuelgas en la red, como le pasó a Dios?".
Dios era rubia y regia y tenía millones y hasta había tirado con Colin Farrell, y nosotros distábamos mucho de ser modelos de GQ, pero tan mal no estamos tampoco, así que el último fin de semana, tras una maratón de películas huecas, nos pusimos a jugar con nuestros cuerpos a la mitad de "Mean Girls". El resplandor azul de la pantalla sobre nuestras pieles ocasionó la debacle del placer, rompimos paradigmas y empezamos a amarnos como perros, en el sentido más primigenio de la palabra. Tan duros estábamos (no de coca, sino de deseo), que observábamos divertidos a nuestros palpitantes falos erguidos como trozos de estatuas de roca, y fue el mismo Billy el de la idea:
"Trae la cámara".
Más se demoró él en decirlo que yo en llegar presto con la MiniDV. La usamos en plan subjetivo, enfocándo mi boca engullendo su masculinidad o mi lengua repasando los intrínsecos fondos de sus posaderas. No usamos el night shot, como filmaron a Dios, sino que logramos una imágen latente con los últimos rayos solares del día, gracias a las cortinas que abrimos de par en par. Los vecinos nos importaron un pedo. Queríamos ser mejores que Dios, aunque no conseguí que Billy adoptara la posición del misionero. Lo mejor vino cuando coloqué la cámara en plano horizontal frente a nuestros cuerpos galopantes y sudorosos, y logramos emular a la perfección la atmósfera de "Átame!".
Al final pudimos masturbarnos juntos viéndola en la pequeña pantalla LCD de la cámara. Días después, repasando el video a solas, noté que mi culo se veía espléndido en la pantalla de TV. No sólo caí en cuenta que ganaría millones vendiéndolo, sino que podría convertirme en una estrella porno. Mejor dicho, podríamos, porque ya lo somos. Muy emocionado corrí al teléfono.
Yo: Alucina, estoy viendo el video. Billy: ¿Y? Yo: ¡Mi culo es lo más! Billy: Eres un egocéntrico. Ni más vuelvo a hacer un video contigo.
El video ha quedado relegado a las sesiones nocturnas para aplacar el friecito invernal, e imagino que lo desempolvaré dentro de medio siglo, cuando mi culo esté más caído que la putocracia en el Perú. |
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