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Nouvelle vague
lunes, julio 04, 2005 |
Mientras algunos, como yo, estamos estigmatizados por un cadencioso afán de simulación, otros, sin que los llamen, van drenando de cuando en vez, como gotas de agua empozada o pústulas sobre un cadáver maltrecho, dentro del vasto catálogo de experiencias cotidianas que más que anécdotas, transcurren en paralelo con lo que nos atrevemos a llamar "cuestiones de azar".
Pertur Bado subvierte los límites imaginarios de mis desesperadas epístolas. Mientrás más me prometa a mí mismo no volver a hablar sobre él, más continúa reescribiendo los cánones de mi destino. Ergo, valdría la pena averiguar qué titiritero se esconde tras los hilos conductores de mi intrincada existencia, pues podría jurar que se divierte con una malsana pasión al escarbar entre los desechos de la memoria escondida. Adormilada quizás.
Porque adormilado estaba cuando me quedé dormido en el autobús. Venía realizando la travesía interprovincial de Miraflores hasta La Molina, tras haberle rendido una cordial visita a mi amiga Patty Neta, de quien escribiré en los próximos capítulos. Lo que sí es de este, resulta meramente episódico si careciese de la estrella invitada que se hizo presente, muy por delante de mis ojos aún atontados por el letargo.
La persona (desconozco si era hombre o mujer) que viajaba sentada a mi lado, me propinó un pisotón al ponerse de pie para abandonar la unidad vehicular. Desperté de golpe. No tuve tiempo de gruñir alguna querella ponzoñosa por estar todavía espabilándome. Eché un vistazo hacia la ventana: una sala de juegos de estrafalario letrero me indicó que me encontraba en la intersección de las avenidas San Luis y Javier Prado. Entretanto, intentaba recordar lo que esa esquina excitaba en mi memoria.
Pertur. Muchas veces, cuando estaba colgadísimo de él, guardaba la secreta esperanza de encontrármelo en ese mismo autobús, pues sabía de antemano que aquella era la línea que él utilizaba para ir y venir de la PUCP. También tenía muy presente su acostumbrado paradero, el del puente Rosa Toro, que estaba a unas 5 cuadras de su casa. Ya para ese entonces había caído en cuenta que el ómnibus se encontraba a escasos metros de distancia del paradero de Pertur, y se me ocurrió pensar si el haberme acordado de él tal vez accionaría el mecanismo intrínseco de la casualidad.
Así fue. Entre la maraña de personas que se pusieron de pie, preparándose para bajar en Rosa Toro, distinguí una silueta espigada. La melena castaña, bastante descuidada y horquillada, caía en desorden sobre los hombros y sobre la mochila negra pintarrajeada de Liquid Paper. Fue esa mochila la que me condujo a deducir que su dueño era nada menos que el otrora célebre Pertur Bado.
No pude verle la cara sino hasta que acabó de bajar y se posicionó sobre el pavimento. Su desgastada anatomía apenas si concordaba con la instantánea que perduraba en mi memoria. Algo le había pasado. Más allá de su cabello descuidado, los bordes de su rostro y de su cuello, anteriormente sometidos a una blancura y una palidez cuasi anoréxicas, ahora permanecían entintadas por un rosado un tanto porcino. No sólo su apariencia era un desastre, sino que los pliegues del cuello denotaban una inocultable papada. Estaba gordo. Aquél no era el Pertur que recordaba. La última vez que lo vi, me emocioné por sus lentes que le insuflaban un aire intelectualoide pero ¿y ahora?
Tal vez hayan tenido mucho que ver las sombras de la noche y mi actualmente comprometido estado civil. Me atemoriza pensar en la probabilidad de haber tenido todo este tiempo una máscara, o por el contrario, haber maquillado una falsa esperanza. ¿Será ÉSE realmente el verdadero aspecto de Pertur Bado? ¿Por ese entonces mi mente desesperada y carente de cariño lo habrá confundido por un ser de belleza angelical? No me atrevo a encontrar la respuesta, ni tampoco a confesarle este nuevo descubrimiento a Billy. La última vez que vi a Pertur, decidí contarle la anécdota y acabamos teniendo una discusión. He subsanado muchos errores en mi vida. No quiero agregar uno más. |
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