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Todos vuelven
jueves, julio 14, 2005 |
Como si no fuese poco reencontrarse con teorías del hedonismo griego adormitadas en las cutículas y en los poros de la piel (léanse las reacciones a posteriori que causaron a servidor el descubrimiento de la similitud Pertur Bado/Rufus Wainwright) hacía falta aquella gota que rebasara el caudal de los recuerdos de ínfima clasificación, por demás perpetuados en la irreconocible perspectiva de mi subcosciente, hoy por hoy, digamos, sumergido en los placeres del amor absoluto, impersonado en la breve anatomía de un muchacho a punto de cumplir los 18 años dentro de una semana. Amor verdadero. Amor perfecto. Amor a punto de atravesar la cúspide del infortunio, la última prueba de fuego que corresponde también al último círculo del infierno de Dante: el de la carne. Círcolo di la merda como diría Passolini.
El teléfono, siempre mensajero de malas noticias y/o vestigios de remembranzas cocidas ya en baño maría, habría de ser, una vez más, el causante de un síncope cardíaco.
Un teléfono público, pensé. De seguro es mon bébé.
- ¿Aló?-contesté, emocionado. - ¿Aló, Cyan? - contesto alguien que no era mon bébé. - ¿Sí, quién es? - inquirí, decepcionado. - Soy Rodrigo.
Rodrigo. Rodrigo, Rodrigo, Rodrigo... a ver, a ver, pensé. Rodrigo. Una vez hubo un niño que se llamaba Rodrigo, cuando estaba en 5º grado, pero al pasar a secundaria lo jalaron de año y nunca más supe de él. Después... otro Rodrigo... no había. A no ser... Oh my god. El parque, los besuqueos de madrugada, el vientre velludo, el beso Kevin Arnold/Winnie Cooper, la decepción, la depresión, el remordimiento, el odio, el rencor. Rodrigo. Era ése Rodrigo. El Rodrigo del cumpleaños en El Sol de La Molina, en el cual el único invitado menor de 30 años fui yo. Rodrigo, que bailó canciones de Olga Tañón descalzo, y además, con su vieja. Rodrigo, aquél efebo arrollador que adormeció hasta el último rincón de mi ser y cuyo recuerdo no obstante me resistí a abandonar, ni en mis noches solitarias. Hasta la fecha, me resultaba imposible creer que le gustaran Selena, Bronco y demás, motivo más que suficiente para que Funky le apodase "la Tex-mex". Porque era ése Rodrigo. Era La Tex-Mex.
- Ro... ¿Rodrigo? -tartamudeé al recordar que éra la primera vez que él me llamaba. - Sí, o ¿ya no te acuerdas? - No sí, sí, claro, disculpa, es que, el... -balbuceé intentando lidiar con las palabras que salían a borbotones por mis comisuras. - ¿El qué? - No nada, ¿cómo estás? ¡Asu! ¿y ese milagro? - Pues acá, disculpa si te llamo así después de tanto tiempo. - No, qué va, qué ocurrencia. - ¿Y cómo has estado? - Ahí, bien, felíz, emmm... ¿te conté que tengo novio, no? ¿o no? - Sí, me contaste por messenger. - Ah, verdad. - Oye, necesito un favor.
La clásica. Ya a éstas alturas deberían aprender a decirle NO a alguien que me había hecho tanto daño.
- Sí -maldición- sí, dime, ¿qué pasa? - Tu sabes que siempre te he considerado un amigo, un buen amigo, tú sabes que yo nunca te he mentido. - Emmmm... - Además, fuiste el único que vino a mi cumpleaños y él único que conoce mi casa y todo. Mi vieja siempre se acuerda de tí, como esa vez que estábamos paseando y nos encontramos en Wong. - Ya pero, ¿a qué viene tanto floro? - Espera un ratito que meto otra moneda en el teléfono.
One moment please. Cerebro funcionando. ¿Rodrigo gastando dos soles en hablar conmigo? ¿De cuándo acá? ¿Qué está pasando con el mundo?
- Ya, ahora sí. Mira, normal si no puedes, pero la verdad estoy de malas y necesito hablar con alguien. - ¿Qué ha pasado? - No te lo puedo contar por teléfono, pero ahora estoy muy mal y quisiera un amigo para conversar.
Si hay algo que me moleste en extremo, mucho más que la gente que se obsesiona conmigo (las consecuencias de ser una estrella), es la gente que se piensa que yo puedo ser un amigo más, así como así. O la gente que me busca sólo cuando tiene problemas. Éste era uno de esos casos. Y lo que quedaba por hacer era resistir a la tentación y pagarle con la moneda de la inmisericordia. Sin embargo, el que me haya llamado amigo, o su amigo, aparte de ser patético, me causó un poco de pena. ¿Y si era verdad que estaba desesperado? ¿Sería yo el responsable de un posible suicidio? Después de todo, ya conocía de memoria el cuadro clínico de histeria y conmoción mental que el mismo Rodrigo me había contado.
De modo que le dije que sí, tras un eduardezco "¿Cómo haríamos?".
- No sé -dijo él- fácil podemos vernos por ahí. - Ya pero, ¿adónde, en el Jockey? - No, es que hay mucha gente, y tengo todo un rollo para contarte. ¿Podría ser en tu casa? - ¿Qué? - Es que sería más cómodo pues, me das tu dirección y yo llego, además estamos cerca. - No es que, esta semana estoy ocupadísimo. - Bueno entonces la otra semana, ¿te parece? - Ya hablaremos, llámame el lunes y quedamos. - Mostro.
Que venga a mi casa significaría tener que darle demasiadas explicaciones a Billy. Es natural que desconfíe, sobretodo si le aseguro que en verdad sólo vendrá a conversar un poco. Claro está, primero le pediré permiso. Aunque, ¿qué querrá Rodrigo? ¿Por qué quiere venir a mi casa? ¿Qué le digo a Billy? Ah, sí. Una de las cosas más geniales de tener un blog es que te ahorras todo el rollo y el susodicho se entera mucho antes. |
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