25 años
sábado, julio 16, 2005

Cuando era niño y me preguntaban qué quería ser de grande, respondía, sin vacilar:

- Quiero ser una estrella.

Fue así como a la pequeña estrella infantil le empezaron a comprar de todo. Hasta discos de vinilo. El que más me gustaba, y que embriagó mis noches solitarias de niño introvertido y sin hermanos, incapaz de salir a la calle en búsqueda de amigos en el barrio, fue el "Thriller" de Michael Jackson. Todas las noches, luego de hacer mis tareas y ver novelas mexicanas con mi madre, asistía con religiosidad cronometrada al rito de colocar el vinilo de "Thriller" bajo la aguja del tocadiscos e intentar emular a un ser camaleónico que sin embargo no me agrada en lo absoluto, tan sólo me regodeaba al compás de la punzaciones del sintetizador de "Billy Jean".

Un día mis padres, ansiosos por conocer el secreto que se escondía detrás de aquellos rituales nocturnos, me descubrieron contorneando la pelvis en una explosión improbable de obsenidad, y atacando las primeras tentativas del moonwalking hacia atrás que jamás me salió. Cuando me preguntaron, con pasmosa intranquilidad, qué se suponía que estaba haciendo, tampoco dudaba en responder:

- Estoy practicando. De grande voy a ser una estrella.

De modo que se entusiasmaron con la idea, quizás impulsados por la certeza de ser los millonarios mánagers del próximo Pablito Ruíz, y nunca me anteponían un "no" como respuesta cada vez que señalaba algún nuevo y banal lanzamiento en La Discoteca, una casa de discos de la Av. Larco, con el logotipo de un cassette robótico y con sombrerito de capitán, y que acostumbrábamos visitar cada fin de semana. Por lo demás, los rituales nocturnos al ritmo de "Thriller" empezaron a tener connotaciones magnánimas. Ya no estaba sólo, ahora iba teniendo un público fijo. Desde las secretarias de mi padre, pasando por las empleadas domésticas, hasta las amigas de mi madre, quienes incluisive solían llevar a sus propios hijos y decirles muy bajito al oído: "mira ese niñito qué bonito baila, tú deberías hacer lo mismo". Los familiares más cercanos también venían, y eran tal vez los más entusiastas. Inclusive mi abuela se sentaba a verme cada vez que podía, y aplaudía y se reía como la que más.

De la etapa de estrella infantil frustrada, vino la etapa de actriz dramática. No sólo descubrí la idea incongruente de querer ser mujer, sino que además me hallé indefenso ante los remilgados ademanes de los galanes de telenovela. Fue así como tuve la clarísima certeza de que quería ser una "gran" actriz como Erika Buenfil, Lucía Méndez, Verónica Castro, Rebecca Jones o Leticia Calderón. Claro que ninguna de ellas puede considerarse como "grande", pero igual las admiraba.

Al ingresar a la escuela secundaria cambié de idea. No me interesaban más las telenovelas,sino el cine. Erradiqué cualquier vestigio de estrella prefabricada y me concentré por esgrimir un plan milimétricamente calculado: me convertiría en un director de cine famoso, mis películas ganarían muchos premios y sería, finalmente, una celebridad. Cuando, a los 15 años, alguien durante un campamento de invierno me preguntó cómo me veía dentro de diez años, yo no dudé en responder:

- Seré un grandísimo director de cine. Ganaré la Palma de Oro en Cannes a los 23 años por mi primer cortometraje, y después todos se alucinarán con la idea de que soy el mejor y el más jóven director de la historia, y para colmo peruano, y sabré hablar perfectamente 5 idiomas, y Catherine Deneuve e Isabelle Huppert se jalarán las mechas por tener el protagónico de mi próxima película. Por lo menos, a los 25, me veo en la alfombra roja del brazo de Carmen Maura, nominado al Oscar como Mejor Película Extranjera.

Hoy cumplo 25 años. Tan sólo me queda sonreír al pensar que a esta edad el mundo habría cambiado, los viajes a la luna serían cosa de todos los días, y nos encontraríamos sumergidos en trajes polares debido al resquebrajamiento de la capa de ozono, viviendo en grandes edificios-colmenas y transitando en automóviles voladores. Tengo 25 años y las cosas no parecen haber cambiado mucho, salvo descubrir que ninguno de mis sueños se ha hecho realidad. No puedo evitar dejar de sentirme frustrado, abatido, viejo y sobretodo fracasado, sin una meta clara en la vida, pero con muchas ganas de vivir, eso sí. Al menos mi primer cortometraje, "La Guerra de los Cosméticos" y que cuenta con la actuación de Coco Marusix como la enfermera asesina, en plan Isabella Rosselllini en "Wild at Heart", duerme aún el sueño de los justos, esperando ser editada pese a ser más un bodrio o un blooper que un cortometraje. 25 años me parece muchísima edad. 25 años me quedan demasiado grandes, al menos con todo lo que me queda por hacer. Felíz Cumpleaños para mí.

Posteado por Cyan a las 11:40 a. m.
 
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