Blanca del Bosque
sábado, agosto 06, 2005

Después de la sensible conversación con mi madre me puse a evaluar, inconscientemente, las metas alcanzadas en el transcurrir de los últimos seis meses. En principio no me había trazado ninguna meta, por consiguiente sería inútil establecer conclusiones sobre empresas inexistentes. Los másters de edición de mi cortometraje "La Guerra de los Cosméticos" continúan juntando polvo en la columna izquierda del aparador de mi habitación. Allí siguen resguardados el puñado de actuaciones lamentables, la protagonista impresentable, la actuación estelar de Robus Tito como la célebre pitonisa de la bola de cristal, el cameo de Coco Marusix como la enfermera inválida, que parece arrancada de un film de Cronnenberg... todo celosamente guardado y marcado por el signo de la inclemencia, esperando el turno para el montaje, o mejor dicho, la edición no-lineal.

Calculo que me hacen falta más de cien dólares para conseguir que ésta patraña de la informática a la que llamo mi pecé y desde la cual escribo estas líneas, se convierta en una potente isla de edición. Le hace falta memoria RAM, si mal no recuerdan mis cálculos cuasi nerds, y para conseguirla creo que tendré que prostituírme. Hablé del asunto con Billy, medio en broma, y tal parece que se la creyó.

El segundo logro del año podría ser el blog. Podría. Me senté durante un día entero a revisar los posts de meses anteriores, y descubro muchas historias, muchos sentimientos, mucha garra. En verdad puede quedar registrado para la posteridad como un claro ejemplo de ninfomanía crónica. O al menos eso fue lo que conté en la entrevista de BlogsPeru, mencionando a los atormentados personajes de Tennesee Williams. A raíz de Polva (antes conocido como Funky) y "Todo sobre mi madre", me animé a revisar la versión del "Tranvía" que a mediados de los sesenta llevó a la pantalla Elia Kazan con una Vivien Leigh ya arrugadita y algo patética.

El guión del filme es una versión light de la controvertida (para su tiempo) pieza teatral. En ella se dejaron algunos cabos inconclusos, y sólo se deja entrever el avanzado estado de transtorno mental de Blanche Du Bois a causa de su difunto marido. La cruda realidad es que dicho marido, en la obra de teatro, era homosexual, y tras su muerte, Blanche se abandonó en brazos de extraños y a devorar pollas por doquier, convirtiéndose en toda una perra, en el absoluto sentido de la palabra.

De modo que al revisar mis posts anteriores, me doy cuenta que aparte de ser fármaco-dependiente, también solía ser ninfómano. Algunas personas opinan que aquello es sencillamente es un término médico para ocultar el puterío, pues son incapacez de comprender que es una enfermedad, un transtorno psicológico. Recién comprendo que las pastillas, además de dar náuseas, intensifican la infinita sensación de soledad, e intentamos resquebrajar nuestra infelicidad al contacto con extraños. YO SOLÍA SER BLANCHE DU BOIS. Como ella, me agazapaba en pórticos inmundos para esperar el paso de los desconocidos, que me llevaban por habitaciones llenas de telarañas y me poseían sin la menor muestra de cariño.

Algunas veces me quedaba observando el vaivén de mis pies al aire, mientras algún sujeto de rostro fantasmal gemía y se retorcía encima mío. Lo disfrutaba, sí, pero el placer era temporal, abyecto, insípido. Eyaculaba, veía un arcoiris en el techo y luego sobrevenía aquella sensación de asco, el irrefrenable sentimiento de culpa. Al salir de la habitación desconocida, luego de la cópula, me daban escalofríos al volver a pasar por los corredores donde horas (o a veces minutos) antes había caminado a grandes pasos, lleno de ansiedad, amortiguados por la verga dura y el morbo por descubrir el cuerpo del sujeto con el que habría de acostarme.

Debía ser una enfermedad, sí, porque de otro modo no comprendo cómo fui capaz de hacer el amor con un hombre muy atractivo, por cierto, pero que vivía en un apartamento lleno de cucarachas en la avenida Benavides, que consumía toneladas de cigarrillos de marihuana al día y que conservaba la foto de una feliz familia con casa, esposa e hijos en la superficie de su mesa de noche, que se agitaba mientras hacíamos el amor. Yo perdía por momentos la cordura o la concentración, y observaba aquél retrato fotográfico, aquél testimonio mudo del cual nunca sabré la verdad. Miro hacia atrás y me avergüenzo de lo que veo, de lo que escribí, de lo que en ese entonces solía tomar con absoluta normalidad sin saber que me encontraba enfermo. Y me alegro, ahora más que nunca, de haber salido de aquél abismo.

Posteado por Cyan a las 10:34 a. m.
 
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