Marshmellows y selváticos
domingo, agosto 21, 2005

El sábado me planteé deshacerme de la rutina y acompañar a Billy durante su último fin de semana de vacaciones. Hasta donde sabía, el plan era darnos una vuelta por una fiesta llamada "Perú en su Salsa" a llevarse a cabo en la Casa Drama de Barranco, para colaborar con un amigo suyo que la estaba organizando. Al principio no quería ir porque el nombrecillo rompía los postulados de mi anti-nacionalismo, pero al final comprendí que quería divertirme junto a él, y que importaba un pepino si íbamos a un rave o a un concierto de Camagüey.

Claudia y su novio gringo nos acompañaron en la aventura, en plan double date. La idea era genial pues el novio no conocía Barranco y yo le decía oh yeah, Barranco it's like Greenwich Village but next to the sea, even the guy who sells sandwiches in the middle of the street could be considered an artist. Más allá del turismo eventual por los recovecos barranquinos, aquello fue un viaje de re-descubrimiento. Caminamos hacia la bajada de la playa y por primera vez, de noche, pude recostar mis brazos sobre la baranda del mirador, observando la Costa Verde y el mar negrísimo, tímidamente iluminado por las luces de los autos y los faroles del alumbrado público.

A mi lado, Billy sonreía. Sus manos de cielo reptaban nerviosas por la superficie de mi cuello, temerosas de ser vistas por algún transeúnte puritano. Siempre me costó comprender su pánico a la hora de hacer demostraciones de cariño en público, quizás porque él tiene mucho más que perder que yo. Pero sin decirle nada, sus ojillos interpretaron muy bien lo que mi mirada intentaba transmitirle. Amparados por el jaleo que armó Claudia, nos besamos cerrando los ojos y apretando los dientes, arremetidos por una ventisca que nos despeinó y que coronó la escena como digna de una película de Joseph L. Mankiewicz.

El paseíto tuvo consecuencias anímicas. El camino de regreso a la plaza fue interminable. Las piernas me pesaban como costales pero aún así conseguimos llegar a la Casa Arte, sólo para enterarnos de que la dichosa fiestecita había sido cancelada a último momento. Primer obstáculo. Qué mala pata. ¿Y ahora?

¡Vamos a bailar!

Se propuso por unanimidad una segunda visita al Legendaris. Esta vez no dije que no, pues estaba más que dispuesto a probarle a todo el mundo la amplitud de criterio de mi personalidad arrolladora, y sentado en un rincón con una jeta de dos metros, asumiendo la pose "Daria" heredada de Ana Conda, no iba a llegar a ningún sitio y me perdería toda la diversión. Una vez en la puerta, nos disponíamos a ingresar cuando, a lo lejos, me pareció ver a los White Stripes. ¿Qué? No, no eran Jack y Meg White, pero se les parecían bastante. El chico, largirucho y con un saco plomo ultra sixties, lucía un aspecto más que oriental para llegar a ser Jack White.

¡Oe, qué haces por acá!

Se trataba de Toshiro, ¿lo recuerdan? El chino-regio-indie-músico-under que recientemente se ha animado a hacer unas tocadas como solista en algunos lugares de la movida. La chica en cuestión, menos pálida y más regia que Meg White, era su novia. Billy se enamoró de ella al instante, pero en plan de admiración obcecada. Se llamaba Malva Visco y no sólo era el paradigma de la modernidad, sino que era diseñadora de ropa indie confeccionada por ella misma, y hasta tenía su propia línea que se vendía como pan caliente en el circuito de boutiques glams/pertardas de la Lima.

- ¡Qué chévere! Oe alucina que yo soy redactor de una revista under que se llama "Erecciones Generales".
- ¡Mostro!
- Si quieres te puedo poner banners de publicidad a cambio de que me sueltes alguna prenda.
- ¡Genial! Acá te dejo mi tarjeta.

Mierda, qué lista y qué regia. Su tarjeta era a todo color y era una mezcla de estrellitas con arco iris y dibujos de cráneos de niños deformados. Sú línea de ropa se llamaba Diabèthica y era más marciana y chic que Coco Chanel. En esas estábamos cuando Claudia y su novio, que se quedaron parados mientras nosotros conversábamos con Toshiro y la Coco Chanel de Saturno, se aproximaron a decirnos que se iban.

- ¿Por qué se van? ¿No van a entrar? -inquirí.
- Mi novio no se siente bien -dijo Claudia.
- Pero, pero, pero... -dijo Billy.
- ¡Quédense! ¡No sean atroces! -dije yo.

Sin más ni más se despidieron dejándonos a merced de los nuevos White Stripes. ¿Se habrán molestado? pensé, pero no tenía caso darle vueltas al asunto porque había que reestructurar los planes. Toshiro sugirió olvidarnos del Legendaris y propuso invitarnos una jarra de cerveza en Pollo Pier's. Terminamos a merced de Toshiro y Malva Visco y su increíble capacidad para hacernos reír. La chica esta, además de ser divertida, es adicta a los malvaviscos, haciendo honor a su nombre obviamente, y sacó de su cartera verde fosforecente con puntos rosados una bolsa de marshmellows hecho en casa que poco duraron pues los devoramos en el acto.

Hablamos de François Truffaut y de la trilogía de "Volver al futuro", de Toshiro y su fijación (inclasificable) por Ana Conda, de Bowie, de Bruce Springsteen, de "Short Circuit", de Molly Ringwald, de Ally Sheedy y de la poesía intelectual. Cuando sentimos que ya era hora de mover los pies, pretextamos estar cansados y nos despedimos para enrumbar (de nuevo) hacia el Legendaris. Billy yo nos habíamos quedado sin amigos pero estábamos dispuestos a divertirnos juntos, inclusive en antros de gente plumífera y desorientada.

El sitio estaba atestado de niños wannabes y mariconas que nos miraban desorbitadamente mientras encontrábamos un sitio para sentarnos. Misión imposible en sábado por la noche. No entraba ni una aguja más en el dichoso local. La visibilidad era prácticamente nula a causa de las máquinas de humo y sin embargo pudimos encontrar, como el camino de ladrillos amarillos, una escalera que conducía al entonces vacío segundo piso.

Nos desparramamos en los sillones de color marfíl y como preámbulo al baile nos dedicamos a comernos la boca con avidez. Luego de la sesión expiatoria que dejamos de lado, porque temíamos tener que ir a aliviar la calentura en los vigiladísimos retretes, nos tomamos de la mano para ponernos a observar a los demás. Junto a él todo era diferente. Todo se tranformaba, cambiaba de color y de textura. El resto me importaba menos cuando él ponía sus bracitos alrededor de mi cuello y, lleno de amor, me miraba con esa expresión de niños famélicos frente a la cual yo tenía que tomar un respiro para no desmayarme.

Bajamos a mezclarnos y a empaparnos de sudor ajeno. La música también me importaba poco. Lo esencial era concentrarme y saltar en mi sitio, cuasi pogueando, imaginando un maravilloso universo paralelo en el que bailaba alguna canción de la primera época de Stereolab. De cuando en vez, dejábamos de saltar y nos dejábamos ganar por la ñoñería del momento, abrazándonos y besándonos frente a las locas que hubiesen dado el mundo por tener lo que nosotros estábamos teniendo. Precisamente un par de locas con ganas, un gordo impresentable con peinado de Woddy Woodpecker y un flaco con lentes de fondo de botella se pusieron a bailar a nuestro lado de manera extraña.

- Esos wannabes nos están imitando -dijo el amor de mi vida.
- Qué igualados -respondí yo.

Por supuesto que nunca imaginé que Billy decidiera emular a D'artagnan, se pusiera seriecito y aproximaría su diminuta anatomía hacia el par de impresentables, sin más armas que su escaso metro sesenta de estatura.

- ¿Tienen algún problema? -les atestó en un derroche de virilidad.

Los wannabes debieron pasarla fatal porque como que enrojecieron y acabaron de un tirón con el bailecito patético que estaban intentado realizar. Billy regresó a mi lado, triunfante, y yo lo premié con un ósculo que salpicó a dos metros a la redonda y una gran metida de mano. Menuda gratificación. Después de habernos divertido hasta el cansancio volvimos a los sillones a besarnos sin miramientos, para acabar saliendo en el clímax de la noche, riéndonos de todo y de nada, dispuestos a comernos el mundo.

Posteado por Cyan a las 8:09 p. m.
 
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