|
|
|
|
Dépendance affective et besoins humains
lunes, setiembre 12, 2005 |
Subí a la azotea. No acostumbro visitarla porque desde que mi casa se fue vaciando de gente, la azotea pasó a convertirse en los dominios de mi perro. Atravesé con cuidado el cemento repleto de pedazos de mierda endurecida y macerada por el frío inclemente. Me aproximé a la baranda, pero no pude recostar los brazos sobre ella, pues estaba cubierta de polvo, de manera que me limité a abordar el objetivo de mi visita: mirar al vacío.
Hacía tiempo que no lo hacía. Lo necesitaba. Resulta curioso que me haya animado a hacerlo de noche: el pánico a la oscuridad y a los viejos artilugios familiares que acumulan polvo en los rincones y que adquieren dimensiones escabrosas suelen desanimar mis expediciones nocturnas. Pero esta vez era diferente.
Aún recordaba la inseguridad de los primeros meses. La alegría, demasiada. La falta de cariño, compensada, y con creces. La dependencia, que no tardó en llegar. Quizás también él fue un poco agresivo al decírmelo: "no me gusta que dependas de mí". La dependencia es como un cáncer que va creciendo y cuando te das cuenta ya no hay marcha atrás. El tumor ha alcanzado tu garganta. No te deja respirar. Y así, de pronto, comienzas a asimilarlo, a vivir con él, como una criatura que al principio da problemas pero luego se convierte en algo inherente a la piel. Después ni lo notas, al final de un largo camino plagado de discusiones, miedos y lágrimas, muchas lágrimas. Al final, el triunfo. La razón sobre los sentimientos.
Miré hacia el cielo mezquino de estrellas. Desde un primer momento, el cielo fue nuestro cómplice. Desde que me dijo me gustas. Se arrepintió de haberlo dicho y me dejó con un vacilante espera un ratito, subiré a la azotea para despejarme, necesito tomar aire.
Algún tiempo después, cuando ya nos conocimos, el cielo volvió a ser testigo de nuestra inseguridad, y nos regaló una luna llena y un puñado de estrellas que iluminaron como el escaparate de una tienda el parque en el cual nos dimos nuestro primer beso.
Esta vez, sin embargo, no habían estrellas. El olor de la mierda del perro distraía un poco mis divagaciones, aunque el meollo del asunto seguía intacto. El camino de ladrillos amarillos me había conducido por fin a la Ciudad Esmeralda. En el trayecto finalmente había encontrado paz tras una estela de inseguridades, y el Mago de Oz mé otorgó un premio que nunca esperé conseguir:
- Dependo de tí -dijo, con harto sentimiento y demasiada necesidad.
Ahora nos encontrábamos en la misma página. Ahora, al cabo de cinco meses, habíamos llegado quizás al último círculo. A muchas parejas les toma toda una vida. Otras nunca lo consiguen. Nosotros, a los cinco meses, instauramos el nuevo ámbito del deseo. El balance perfecto. Así le dije al viento, desde la azotea, antes de bajar para reencontrarme con él, corriendo ansioso para decirle que sí, que es ahora por fin cuando hemos comenzado a vivir. |
|
|
|
|
|
|
|
. |
|
|