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Balance
sábado, diciembre 31, 2005 |
Cuando pienso las cosas a grosso modo, me doy cuenta que el 2006 fue el mejor año de mi vida. Y no sólo lo digo por Billy. Durante estos meses, tuve la oportunidad de conocer y compartir momentos con muchas personas que antes no conocía, y que me abrieron sus corazones, brindándome su apoyo incondicional, aún en épocas negras como la que atraviezo.
El 2005, MEDICATION cambió. Se convirtió en un pálido reflejo de lo que era antes, pero qué diablos, siempre dije que escribo lo que me sale del coño, aunque no lo tenga. Durante los primeros meses del año cierta persona condimentó mis carencias afectivas, y restauró mi alicaída autoestima. Me refiero a Rodrigo, y el gran error del 2005 podría reflejarse en la manera cómo pude colocar mis esperanzas en un chico que nunca tuvo la intensión de brindame más que su amistad. Sólo queda mencionar como anécdota, su cumpleaños en Cieneguilla, yo tomando pisco sour con su papá, mientras Rodrigo bailaba descalzo canciones de Olga Tañón con su mamá. Irrepetible.
Luego vinieron reuniones de bloggers, nuevos amigos, nuevas anécdotas, nuevos puntos de encuentro, experiencias sin planificar, Polvos con Camila, tardes de películas piratas en la casa de alguien, y sobretodo amor, mucho amor. Billy. Aquél niño, aquél maravilloso ser que me auscultaba con ojos de admiración, aquél chico dulce que se atrevió, en plena calle, a tomar mi mano en una tibia noche de marzo. Aquél pequeño que selló mis labios en un casto beso a la luz de la luna, en el parque que ambos recordaremos ya para siempre.
Ese fue el mejor día del año. La descarga eléctrica de ese beso, el elixir de su saliva sobre mi mentón, el calor de su cuerpo al aferrarse al mío, cuando lo abracé para decirle, al borde las lágrimas: "No quiero enamorarme de tí". No quería, tenía miedo. Él era un chico de (en ese entonces) 17 años. Pero aún así me hubiese arrepentido toda mi vida, de no haberme enamorado de él, pues disfruté con pasión cada uno de los ocho meses y medio que duró nuestra relación, amándolo más de la cuenta y aún añorando la ternura de su mirada y la perfección de sus manos, que hasta hoy contiene todo mi universo.
El segundo momento del año: mi cumpleaños. Las mejores 24 horas de mi vida, quizás. El concierto de Catervas aquella tarde. Billy y yo gozando entre el público, comiéndonos los ojos a través de miradas agresivas. El regreso a casa, el acto sexual apresurado, sobre una cama sin destender. La grabación de la música para la fiesta. Billy sentado en mi regazo; yo, colocando más y más canciones bailables en un CD antológico. La fiesta, mis mejores amigos, las risas, el video casero, la diversión, el bailongo y Billy, siempre Billy, aguzando la mirada y comunicándome a cada minuto (y de todas las maneras posibles) lo mucho que me amaba.
Billy. Este año fue para él. De lo demás, sólo me queda decir que el mejor disco que escuché (y que he escuchado en mucho tiempo) fue el de The Arcade Fire, y la mejor película que vi en el cine fue "In the mood for love".
Felíz Año para todos, queridos amigos. |
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Ya no
jueves, diciembre 29, 2005 |
Billy me mandó un email. Textualmente, me decía que lo perdone por la manera en como había reaccionado el sábado, y que era capaz de hacer cualquier cosa por retomar su amistad conmigo. Sonreí. Aquello era difícil porque dolía. Me dolía imaginarlo tan lejos de mí. Estando cerca de él, quizás el dolor sería mayor. No obstante, le respondí pidiéndole, una vez más, que regresara conmigo. Ya que no lo iba a ver en un largo tiempo, aproveché para mencionarle que, si se iba a Argentina, podríamos vivir este par de meses que aún le quedaban aquí. Que nuestra relación sería sin ataduras, sin planes a futuro. Ahora sí diferente, porque al darme cuenta de mis errores, ya sabía de qué hilos tirar, que botones oprimir. Por último, le pedí que se tomara todo el tiempo que quisiera para pensárselo.
En el interín, fui al médico. El sábado ya me habían derivado a psiquiatría, de manera que fui a un hospital relativamente cerca a mi casa, llamado "Hospital de Salud Mental Hermilio Valdizán". El doctor que me atendió fue bastante amable. Le conté absolutamente todo. Que en mi casa habían ocultado los cuchillos y navajas. Que el domingo cuando desperté, fui a prender la therma a la azotea y luego me asomé a la baranda, miré al vacío y quise tirarme. Y también que no podía asimilar la idea que mi relación con mi novio se había acabado. El doctor, acriollado, se mandó un floro filosófico. Me dijo que yo tenía una concepción marxista del amor, y aquello me causó mucha gracia. Me reí.
A continuación me recetó Fluoxetina, Sulpinex y Clonazepam. Se supone que estaré en observación y regresaré el lunes temprano. Igual quiero morirme. Billy me dice que me olvide de él, que será lo mejor, y no saben cuánto quisiera complacerlo. También me respondió el email. Se negó a regresar conmigo, pero lo que más me dolió fue saber que tal vez no lo volvería a ver. Me dijo que no pensaba verme al menos en un par de meses. Quizás en ese entonces él ya esté en Argentina, y regresaría a Lima para las vacaciones de quién sabe cuándo.
Sí, será mejor así, al menos para él. A mí sólo me quedará un largo sendero de caída al abismo. No me importa que él lea lo que estoy escribiendo. En un momento pensé no escribir nada, porque quién se atrevería a regresar con una persona desequilibrada como yo, pero qué diablos, él dice que nunca regresará conmigo, ya no tengo nada qué perder. Nada por qué vivir. Mi madre no se cansa de llorar en el el teléfono, de ofrecerme dinero para distraerme yendo de shopping, dinero para el gimnasio, dinero para sacar la visa y darme una vuelta por Disney para relajarme. Muy tarde me arrepiento de mi materialismo. Muy tarde me doy cuenta de que el dinero no trae la felicidad. Si tuviera que dar miles de dólares para que Billy regrese conmigo, los daría. Sé que suena patético, pero no me importa. Si tuviese que dar mi vida para que vuelva conmigo, también la daría. Esto no es vida.
Y ahora ¿quién va a querer estar conmigo? Con una persona que ni siquiera es persona. Un ser humano destruído, un montón de carne que hace daño a los demás, una mierda que caga todo lo que toca.
Ya no soy un materialista. Ya no tengo aires de superioridad. Ya no tengo personalidad arrolladora. Soy un falso. Sólo tengo mierda dentro. No tengo nada. No soy nada.
Pastillas de mierda. No sé cuándo surtirán efecto. Me las tomaré todas. |
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Voy a perder el miedo
miércoles, diciembre 28, 2005 |
El sábado en la noche ocurrió un malentendido. Debido a que terceras personas se fueron de boca, Billy se enteró que mi verdadero estado de salud difería mucho del que yo le pintaba, inclusive de la forma en que lo había dismulado en el blog. Y la verdad era que nunca estuve peor. El viernes en la noche me dio por matarme.
Hasta la fecha se me hace muy difícil entender que lo nuestro acabó, o que no habrá segunda parte, como dice la canción de Mecano. En cierta forma entendía que lo mejor era estar separados, que la relación no daba para más, que las constantes peleas y la falta de voluntad de ambos habían opacado nuestros sentimientos y nuestras ganas de seguir. Dicen que cuando una relación se acaba, ambas partes tienen la culpa, pero en este caso, la culpa recae mayormente en mí.
Claro que era humanamente imposible soportar todo lo que Billy aguantó. Estar al lado de una persona inestable, en extremo celosa, opresiva, absorvente y desequilibrada como yo no es materia feliz para nadie, pero él se quedaba. Se quedaba y advertía que algún día su amor se terminaría. En los últimos meses gozábamos de una felicidad de la boca para afuera, de pequeños remedios caseros, de mimos sin sustancia, cuando bien sabíamos que todo se iba derrumbando. En las últimas semanas él me dijo que había dejado de sentir lo mismo. Eso es comprensible, no toda la vida prevalece la magia de los primeros meses. No obstante, yo tuve la culpa que aquél amor que él me profesaba incondicionalmente, llegara a su fin.
Y el sentimiento de culpa es muy, muy grande. Tampoco debo echármela toda: su falta de disposición y de ganas era bastante palpable. No podía poner todo el peso de ambos en sus pequeños hombros. No podía ser él quien recogiera mis pedazos cada vez que me derrumbaba. Por eso, cuando se acabó, tampoco había nada qué reprochar, no había nada más que decir, ni que hacer. Se acabó y punto. Y ahí quedaba una larga estela de momentos, de vivencias, de canciones, de películas y de lugares que conformaron nuestra historia, nuestros ocho meses y medio juntos.
Tampoco iba a quedarme de brazos cruzados, y mucho menos una persona terca como yo. La relación se había acabado en el momento en que recién me daba cuenta de las cosas, cuando caí en cuenta de mis errores. Y para cualquiera, el separarse de alguien que todavía se ama es triste y patético a la vez. La llama del amor permanecía encendida en mi corazón. Había estado tranquilo, sí, y había asimilado todo lo que signficaba volver a empezar mi vida sin él, como relaté en posts anteriores, pero el viernes, al intentar relajarme escuchando un CD de Nicole, descubrí en su interior un CD que Billy había insertado, quizás olvidándose de que estaba allí, y que decía "Emepetrés para finales - Junio 2005".
En ese momento me asaltó una convulsión. Recordé toda aquella época, nuestro segundo mes juntos, la magia del descubrimiento, de lo nuevo, de la melcocha y los algodones de caramelo. Sí, estábamos mejor que nunca. El reparar en la inscripción echa con el plumón indeleble sobre el CD fue un eterno flashback hacia sus pequeños dedos al coger el lápiz, sus uñas inmaculadas, sus manos de cielo, la textura de su piel, el olor de la misma. Me derrumbé. Estuve llorando sin parar hasta la medianoche, tirado sobre el incómodo parquet de mi habitación.
El sábado las cosas no mejoraron. Intenté tener una encuentro con él para plantearle la idea de regresar, y fracasé en el intento. No quería verme, le dolía verme. Y me dolió más a mi guardar en el closet la pancarta hecha en cartulina blanca, en la cual había escrito con plumón TO ME, YOU ARE PERFECT, como en la película "Love Actually", y que había planeado enseñarle de lejos para ablandar su pequeño corazón. Hacia la tarde, en una conversación por MSN, me dio un no definitivo. No regresaría conmigo. Su amor por mí había acabado hacía meses atrás, y lo que quedó fue una larga estela de intentos, sin éxito, de salvar una relación que se venía en picada.
El ser consciente de que había dejado de amarme (y recién enterarme) causó un cataclismo en mi cuerpo. ¿Es que ya nunca sería capaz de volver con él, de tener una segunda parte? Debido al malentendido, se molestó conmigo y empezó a decirme cosas feas. Que él podía conocer y salir con quien le daba la gana, porque él ya no estaba con nadie. Que yo no tenía por qué ponerme celoso de todos los chicos o los amigos con los que él salía. ¿Es que era capaz de hablarme así, de ser cruel conmigo, después de todo lo que vivimos? Esas palabras me hirieron, me dejaron hemorragias internas. "Olvidate de mí" me dijo en tono furibundo, visiblemente molesto, y yo quise morirme.
A pesar de todo lo seguía amando. No podía avistar un futuro sin él, no podía quedarme sin su amor, sin esa fuerza que ya había dejado de sentir. Estuve llorando desde las cuatro de la tarde, pero después empecé a temblar. Mi corazón se puso a mil. Pensé que me iba a dar un paro cardíaco, me asusté. Sentí nauseas y vomité sobre la ropa. Las convulsiones no cesaron. Me puse a gritar, a gritar muy fuerte, hasta que mi padre y mi abuela llegaron al filo de mi cama, con los ojos desencajados. Mi padre me cargó en peso y me llevó hasta la calle. Mi abuela, detrás, lloraba y decía que iba a morirse también. No pasaba ni un sólo taxi. Faltaban cuarenta minutos para la Nochebuena y estábamos esperando un milagro. Cuando vomité por segunda vez en sus brazos, presa de convulsiones, vi llorar a mi padre por primera vez. Quizás en el fondo él también me quería, y quizás nunca había tenido el valor de demostrármelo.
Gracias al milagro navideño de un taxi bueno, bonito y barato que pasó por obra y gracia divina (así suele explicarlo mi abuela), pude llegar a la clínica de la Av. Constructores, donde tras pasar la puerta de Emergencia, recibimos la Navidad junto a doctores, enfermeras y pacientes noctámbulos. Tras calmarme, me dieron Alprazolam 0.5mg y me mandaron de regreso a casa. Tomé luego un Diazepam y concilié el sueño, casi cerca de las dos de la mañana, muriéndome de amor, pensando en Billy con todo el cuerpo, y escuchando el ruido de los platos en los cuales mi padre y mi abuela, ya tranquilos, degustaban el pavo frío y el chocolate con nata que no pudieron tomar a las doce.
Y bueno, fue allí donde comprendí que necesitaba ayuda médica, una vez más. Ya les iré contando. |
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Gay as Christmas
sábado, diciembre 24, 2005 |
Me levanté muy temprano, cerca de las seis de la mañana. Navidad, le dicen. Una época que, para vivirla, hay que sentirla. Yo dejé de sentirla hace mucho, quizás cuando era niño y esperaba con ansias los regalos esparcidos bajo el arbolito, ese arbolito que dejé de armar en casa hace unos 3 años.
Quienes hayan leído este blog a consciencia, sabrán de antemano que la Navidad ha marcado siempre una etapa trágica en mi vida. Aunque si lo pienso mejor, no ha sido la Navidad, sino el amor. "Me enamoré como una idiota" suele decir el diálogo almodovariano, pero fue precisamente eso lo que pasó en las Navidades del 2002, cuando decidí (porque como dice Ana Conda, el enamorarse significa elegir) enamorarme de Pendex.
Tampoco fue una relación "normal". Tan sólo fue un acercamiento entre un niño de diecisiete y un patético inexperto de veintidós. No obstante, el inexperto de veintidós se la creyó enterita. Y su corazón (en mil pedazos) fue a parar directamente al retrete del hospital donde pasó la Nochebuena, con las muñecas cortadas y vendadas, los padres llorosos, y la mirada perdida hacia la ventana, deseando morir todavía.
La situación dio un giro parecido en los años siguientes, ya sin "accidentes" de por medio. El año pasado fue Pertur el culpable de una Nochebuena solitaria y una sesión onanista que se prolongó hasta las dos de la mañana.
Este año, sin embargo, he decidido no salir a la calle. Me siento muy bien recibiendo saludos navideños, pero la calle ya significa otra cosa. Afuera, la gente compra regalos, se toma de la mano, vive intensamente el momento. Yo no me siento así. Si quiero conservar mi estabilidad emocional y mi recién encontrada tranquilidad, es mejor no salir. Viviré la Navidad desde dentro, reflexionando y trazando nuevos planes.
En un comienzo pensé que esta Navidad estaría otra vez solo. No obstante mi madre, temiendo que pase lo que sucedió hace 3 años, se encargó de pedirle a mi padre y a mi abuela que me acompañaran. Sé que mi familia en ningún momento me ha estimado, pero al menos no la pasaré solo. Estaré pensando en cada uno de ustedes, en cada uno de los amigos que se han tomado el trabajo de brindarme su apoyo. Inclusive le mandé por e-mail a Billy una tarjeta que hice a partir de una foto suya donde salía increíblemente lindo. Ojalá no se lo tome a mal. Fue un impulso que tuve. Gracias, amigos, al fin he podido sonreír.
Por eso, a ustedes les deseo lo mejor. |
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El tiempo
jueves, diciembre 22, 2005 |
Lo que tenía que pasar tarde o temprano, finalmente ocurrió: se fue el dolor. Lo que quedó después de tanta angustia fue una sensación de ternura, de ansiedad transformada en ausencia. El dolor que maceraba en las venas de mi sangre desapareció para dar paso a la esperanza. Esperanza de vida, le dicen. Y en ese momento me reí.
Qué patético soy.
¿Cómo podría obligar a una persona a quedarse conmigo toda la vida? ¿En qué mundo estaba viviendo? ¿Por qué no se me ocurrió pensar antes en mí? ¿Por qué no supe darle toda esa fuerza que tanto necesitaba? En definitiva, las cosas más claras se ven cuando uno lo ha perdido todo. Si eso pasa, porque de los restos, uno empieza a construír los cimientos de una nueva vivienda. Una vivienda mucho más amplia, de colores más bonitos, con ventanas grandes para que entre el sol y un baño pequeño para que la mierda se vaya rápidito.
Así fue como empecé a construír mi casa. Y me dio miedo porque ni mis amigos podían creerlo. No faltó quien haya dicho "no hay mal que por bien no venga". Y es que toda esta traumática experiencia sirvió para caer en cuenta de mis propios errores. Había perdido mi individualismo, mi independencia, mi condición de ser humano. Me había sometido al tormento de buscar el calor inmediato, la seguridad, la estabilidad, y eso sólo se encontraba detrás de la venda que tenía en los ojos.
Cómo son las cosas.
Hoy sólo queda reírme y echar de menos. Extrañar también, extrañar mucho, pero con una mano en el corazón y ya sin rencor, sin lágrimas. Las lágrimas pasaron a otra dimensión. Aunque pudiera parecerlo, no he dejado de estar enamorado ni un minuto. Al contrario, el amor se ha tranformado en una energía capaz de mover montañas. El equilibrio, para una persona desequilibrada como yo, es latente a través de mis propios ojos.
If I could turn back time, dijo Cher, y tuvo bastante razón. Pero la leche derramada no puedo volver a su orígen. Al derramarse, tuvo que haber antes un orgasmo. Por consiguiente, ese orgasmo lo recordaremos toda la vida. De no haber cometido errores, no habría podido darme cuenta nunca de tantas cosas, demasiadas. E inclusive, puede que ahora esté más enamorado. Ya no para sufrir, sino para vivir. Después de todo, de eso se trata la vida.
A veces pienso qué hubiese pasado si cuando aún estaba con él, las cosas hubiesen cambiado para bien. No hubiese sido mi vida, sino la de otra persona. Mi naturaleza, por ese entonces, era ser una persona sensible, incapaz de levantarse. Ahora todo es distinto. No me arrepiento. Es mi vida.
Y estoy enamorado, mucho más que el primer día. |
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Lo siento
martes, diciembre 20, 2005 |
Cuando todo se acabó, y gracias a la ayuda de amigos experimentados en la materia del desamor, me sentí tranquilo. Y me horrorizé al comprobar que, al no quedar nada, salían a flote muchas cosas de las que no me daba cuenta cuando aún estábamos juntos. Sí, definitivamente hay que perder algo para poder entender la realidad. La tranquilidad se extendió al punto que me era fácil asimilar los errores, podía ponerlos en práctica inclusive desde ese mismo momento e intentar sobreponerme para lo que pudiese ocurrir después.
Sin embargo, ayer volví a caer.
Y quizás lo siga haciendo en los próximos días. A veces logro retomar muy bien las instancias de esta nueva etapa, pero después, por más mínimo que sea el recuerdo, me hundo. Me hundo y vuelvo a subir. Justamente, por esta época, al pensar en tantas subidas y bajadas, se me da por inventar frases filosóficas. Ahí les va la primera:
La vida es como una cronometrada coreografía de natación gimnástica.
Qué carajos. Tengo derecho a aturdirme. Ayer dormí muy bien. Pero me desperté con la terrible sensación de haber sido amputado de algún órgano vital. Tal vez un brazo o una pierna. Ni siquiera pude distraerme en la clase de francés. Casi se había vuelto una costumbre recibir mensajes suyos mientras estaba en clase, o sus timbradas al celular. Cuando llegó la pausa para salir a estirar las piernas o comprar algo de comer, estuve a punto de sufrir un colapso en plena escalera. Recordé sus zapatillas negras meciéndose sobre la baranda de la pileta, o su pequeña sonrisa desde las bancas cercanas al teléfono. Sí, todos los días bajaba las escaleras con la esperanza de que me hubiese ido a recoger. Y esa esperanza hoy es, irremediablemente, imposible de concretizarse.
Ayer en la tarde fui a hacer una asignación para el último curso de francés, en casa de una compañera que vive en Barranco. De regreso pensaba subirme a algún colectivo. No obstante, decidí caminar. La distancia no es mucha, ya la había recorrido antes. Y allí, volviendo el paso sobre las huellas que algunas vez recorrimos, peleando, camino a La Noche, me sentí como Cecilia Roth en "Todo sobre mi madre". Comencé a murmurar:
Hace poco tiempo recorrí este mismo camino, pero al revés: de Miraflores a Barranco. Entonces venía con él, y hoy, estoy completamente solo.
Las calles de todo Lima se llenan de un aura muy particular cuando la Navidad está muy cerca. Villancicos, luces multicolores, melodías electrónicas venidas de los arbolitos de las casas. Yo, por mi parte, seguía caminando por el mismo sendero, tratando de encontrar nuestras huellas. Qué difícil me resulta todo. Me puse a llorar más o menos hasta cruzar 28 de Julio. Una vez allí, me sequé las lágrimas para que mis amigos no perciban mi aturdimiento. Estoy decidido a no exteriorizarlo. Mañana quizás sea un día mejor. |
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La Pastilla Roja
lunes, diciembre 19, 2005 |
Acabo de definir mi personalidad como dos polos extremos, casi opuestos, que fluctúan alrededor de un reloj de arena regido (seguramente) por el estado de ánimo y, cómo no, el tiempo. También ayuda mucho, por más trillado que suene, darse cuenta de las cosas con claridad, a falta del verdadero protagonista.
En el momento mismo de la ruptura, me dirigí hacia aquél lugar que casi un año atrás resumía las instancias de mi vida y mi equilibrio anímico: el cajón de las pastillas. Primero pensé en tomar un par de calmantes. Luego descarté la idea y escogí un somnífero para poder dormir, de ser posible, todo el día.
Sí, eso hubiese sido lo mejor.
Tomé una jarrito de café y vertí un poco de Pepsi helada. Fue en ese entonces que caí en cuenta que la solución estaba muy cerca. Ahí yacía el frasco entero de pastillas, intacto. De haber tenido el valor suficiente, hubiese apurado rápidamente todo el contenido, y quizás ahora no estuviese contándolo.
No, no valía la pena.
Devolví todas las pastillas al frasco, excepto una. Sería maravilloso poder dormir, sentir el limbo del relajamiento corporal, sólo una pastilla y tendría el camino abierto hacia la tranquilidad.
Y no pude.
Porque al mirar mi cama, aquella cama donde hacía tan sólo una semana habíamos retozado, aquellos muelles que fueron testigos en carne propia de nuestro desafuero, me acordé de su pequeña anatomía recostada sobre el colchón, mirándome con esa cara de perrito y esos ojillos negros e intensos, diciéndome "recuerda la promesa".
Fue una visión. Fue como un hechizo. Como la carta bomba de Tía Petunia enviada por Dumbledore.
Y sí, le había hecho la promesa de no volver a tomar pastillas nunca más. Le había hecho esa promesa, porque estaba enamorado de él. Y sigo enamorado de él, incluso más que antes. No podía echar a perder aquél amor que sigue fresco en mí, pese al dolor.
A continuación dije "Wait a minute... WHAT AM I DOING?????".
En un abrir de ojos decidí no hundirme. Sentí una inmensa tranquilidad, como si el trago más amargo hubiese bajado, por fin, hacia el estómago. Y a continuación paz, una paz que no experimentaba desde hace mucho. Era cierto que nos estábamos haciendo daño.
De momento disfrutaré de esta nueva etapa espiritual. Volveré a llenar mis pulmones de aire. Todo sea por mí. |
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Punto y final
domingo, diciembre 18, 2005 |
Es curioso cómo tu mundo puede venirse abajo de la noche a la mañana. Es cómico ponerse a pensar cómo lo que tienes entre las manos se va deslizando como los granos de arena entre los dedos, hasta quedarte sin nada. Te quedas observando tus manos desnudas, tus manos que en otro momento estuvieron llenas, muy llenas.
Es muy particular también la forma que tiene la vida de confabularse contra uno mismo. Uno, que tiene todas las ganas de vivir, después de todo. En un instante confluye todo: una confesión, un problema que crece, una relación que está en el limbo y que vive angustiosamente los últimos días, extendiéndose hasta formar una gran quemadura, chamuscada y negra, en el fondo mismo del corazón.
Es triste pensar que por muchas alegrías que tengas, el futuro te reserva el mayor de los tormentos.
Así fue como hablé con mi madre y le dije que era gay. Me gustaría relatarlo al pie de la letra, tal y como sucedió, pero no puedo. No me salen las palabras, ni los sustantivos ni los verbos. Todo se hunde. Todo, a pesar que mi madre me brindó su apoyo y me dijo que nada cambiaría, que era su único hijo y como tal, era merecedor de su cariño y respeto. Que no tenía nada de qué preocuparme.
En la última etapa de mi vida, hice las pases con mi madre. La llamo última etapa porque ya no sé qué pasará después. No quiero seguir. Quedé bien con todo el mundo, al menos. Con mi madre, que era lo que más me preocupaba, y con mis amigos, porque les aseguré que no me ocurriría nada, que estuviesen tranquilos.
Sin embargo, no hay razón para que se queden tranquilos. Porque todo se acabó. Mi relación con Billy se esfumó de la misma manera lenta y dolorosa como empezó, a pocos días de cumplir los nueve meses. Creo que es una cuestión de clarividencia. Nunca imaginé ponerme a escribir acerca de nuestro nueves meses juntos. Ni diez, ni once. Ni el aniversario de un año. Debí haberlo intuído. Uno piensa que terminar una relación embarcada hacia el fracaso es cortar con el problema de raíz. Los que dicen eso no piensan en personas como yo, que estamos enamoradas, que seguimos enamoradas, y que amamos igual o más que antes, y no queremos que se acabe.
Por ahora no puedo escribir más. Mi vista nublada me lo impide, las lágrimas no han parado de manar de mis ojos desde hace tres días, cuando se avecinaba la tempestad, y yo tenía miedo de darla por cierta. Hoy, hace unos momentos, cuando ocurrió la estocada final, me las arreglé para tener una despedida civilizada. Pero fue una farsa. No estoy bien.
Sólo sé que necesito de todos más que nunca. El que menos me cantará la misma cháchara: no te desesperes, tómalo con calma, y toda esa mierda. No quiero esa mierda. Si me hundo, no es porque haya decidido hundirme, sino porque poseo una disfunsión psicológica que me obligará a peregrinar, de nuevo, por los pasillos de las clínicas de autoayuda y los psicólogos que lo único que hacen es darte pastillas para volver a hacerte adicto. Si me hundo, no es por mi elección. me sentiré triste, y me embriagaré de tristeza. No, no me pondré tranquilo, ni pretenderé seguir mi vida como si nada pasara, ni seguiré escuchando las mismas canciones pop que antes me movían. No.
A la larga es lo mejor. Este blog tiene algo de qué sentirse orgulloso: se vuelve a llamar MEDICATION, con todas sus letras. Como Anne Welles, en las últimas páginas de "El Valle de las Muñecas", decide tomar, a sus cuarenta años, y luego de haber gozado de una vida exitosa, su primera pastilla, su primera vida sin preocupaciones.
"Después de todo, es la víspera de año nuevo" dice Anne.
Qué suerte. Para mí no existirá el Año Nuevo, ni la Navidad. El año pasado me quedé en casa viendo películas en la Nochebuena, y este año, C ha prometido acompañarme. Espero que alguien más se nos pueda unir. Si tengo que llorar cuando den las doce, prefiero no hacerlo solo. Igual ya estaba llorando desde hace tres días.
Una vez le hice la promesa a alguien de no volver a tomar pastillas. Esta noche, sin embargo, las volveré a tomar. No quiero que mi vida vuelva a ser un infierno. Porque yo también quiero vivir, sentirme bien conmigo mismo. O quizás no esté hecho para la vida, ya lo averiguaré.
De momento los invito a leer, en los próximos días, lo más cercano a mi abismo interior. |
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La decisión
jueves, diciembre 15, 2005 |
El día que nos besamos por primera vez, estábamos bañados de una ráfaga de cielo espectral por cortesía de una luna llena, llenísima, sin remilgos. La luna era tan grande que temí que alguno de nosotros se fuese a tranformar en hombre lobo, como en el video de Michael Jackson.
Durante nuestra última pelea también nos acompañó la luna, esta vez mostrándonos un rostro diferente, níveo, quizás en tono burlón, tal vez para hacernos recordar que tiempo atrás le dábamos las gracias por aquél beso mágico. Hasta llegamos a dedicarle una canción. Ajena a nuestra autoría, pero muy bonita.
Ahora puedo asegurar que no sé ni nunca he entendido nada de astrología. Tan sólo pienso en que el dolor, como solía conocerlo, no era ni un pálido reflejo de lo que siento ahora. Me consume, me impide respirar, como un pisotón certero sobre el dorso, directo al corazón.
Antes podía contar con una pizca de esperanza. No obstante, hoy el grado de desesperación ha provocado la renuncia conjunta de todos mis sistemas de defensa. No sólo me siento terriblemente solo, sino también con una infinita necesidad de echarme por tierra, de volver a las raíces, al feto materno, a aferrarme al cordón umbilical de mi madre para volver a ser alimentado sin tener que preocuparme por nada.
Necesito a mi madre. Me veo obligado a requerir alguna palabra de aliento, alguna frase de consolación, a aquella redención que nunca escuché salir de su boca.
Más que hacer las pases, he decidido deshacerme de la bola de vómito que llevo atravesada en la garganta.
Voy a decirle que soy gay.
No importa que estemos lejos. La línea teléfonica es indirecta y hace disminuye el grado de atrocidad de ciertas conversaciones (y confesiones).
La llamaré ahora mismo. |
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Grabaciones legendarias - Cap. 5
lunes, diciembre 12, 2005 |
Caso: Ole Ole - "No controles" (1983)
A los tres años de edad no había mucho qué hacer, salvo aburrirse en el jardín de infantes con niños idiotas, a los cuales soportaba porque entre ellos figuraba uno que llamaba especialmente mi atención. Más allá de ser vapuleado por haber ingresado al jardín a una edad tan temprana, y por ende tener un par de años menos que el resto, mi único refugio era la música y los pocos discos que mis padres pusieron a mi disposición. Eso además de las aburridas tardes frente al televisor y los interminables anuncios matutinos del Club 700.
Amparado en la soledad de mi habitación, sin hermanos, con primas quinceañeras que se pasaban la vida oyendo a Menudo y leyendo revistas "Tú", me conformaba con aquél viejo tocadiscos portátil de caja amarilla desarmable. A él llegaron algunos singles en vinilo que iba recogiendo cuando mi tío, que debía tener unos 23 años, tiraba a la basura ni bien pasaban de moda. Claro que, como es bien sabido, también habían vinilos de cosecha propia, adquiridos a pedido mío, como los de Michael Jackson, Rafaella Carrá, Yola Polastri y los disquitos de Disney que venían con cuento, y con el hada Campanita tocando sus campanitas así...
Ya a esa edad poseía la suficiente autonomía como para poder distinguir canciones, cantantes, ídolos de televisión y actrices de folletín. Si el niño lo dice, entonces había que cumplirlo. Me sentía un pequeño emperador, todo el mundo se encontraba a mi servicio. Tenía todo lo que me apetecía tener con tal sólo chasquear los dedos. Eran tiempos sin crisis. Era la época dorada de Yola. Era la época en que se compraban vinilos por decenas. Era el 83.
No obstante, nunca pude obtener el vinilo de una canción que me electrizaba. Era una canción sencilla, directa, que sacudía los sentidos y ponía el cuerpo a mover con tan sólo escuchar los primeros minutos. Inclusive hoy en día puedo asegurar que "No Controles" es mi canción favorita de todos los tiempos. Y punto.
Es una canción increíblemente perfecta. Es la mejor composición que Nacho Cano pudo lograr en su vida (salvo "Me cuesta tanto olvidarte") y hasta Ana Torroja se pregunta por qué carajos Nacho tuvo que ceder esta pieza a los anodinos Ole Ole antes que ponerla a disposición del repertorio de Mecano. El grupete aún tenía a Vicky Larraz como vocalista (en su etapa pre Marta Sánchez), cuyo look era un tanto exagerado y patético, a juzgar por aquél video donde salía embutida una vergonzoza minifalda.
Años después, cuando ya tenía más consciencia del mundo, e iba al colegio y todo, volví a escuchar la canción, pero precedida una extraña mutación. Al principio me pareció que la cantaba Samantha Fox, cosa rara en la despachada cantante inglesa, pero después pude comprobar, con horror, que quienes la interpretaban era un grupo de jovenzuelas con mucha laca en el pelo, medias rosadas de nylon y ningún talento para el baile. Eran las Flans realizando una innecesaria versión de la mítica canción, y al final lo único que quedó grabado en mi mente fue el divertido videoclip (casi amateur) y la contagiante coreografía de tres pasitos que aún me atrevo a realizar de vez en cuando.
No obstante, la fresca herencia techno-pop de la canción original es irrepetible. De tintes setenteros, la pieza no tiene nada que envidiarle al sonido Münich de Giorgio Moroder, o a ciertas joyas bailables de Amanda Lear. No existe una mejor lírica que pueda describir el pesnamiento de una chica despechada / descarriada / descontrolada. Siempre que me atrevo a escucharla, descubro cosas nuevas. Su perfección es tal que hacia la segunda estrofa, cuando uno piensa que no puede haber cosa más deliciosa en el mundo, arremete el corillo final de "No controles, no controles, ¡no controles!". Aparte del pene y el sexo oral, "No Controles" es la más grande maravilla del ingenio humano.
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No mi amor
miércoles, diciembre 07, 2005 |
Olvídense del post anterior. Fue producto de una catársis momentánea.
Retomemos. El amor lo es todo.
Cuando llevas cerca de ocho meses y medio de relación y crees haberlo visto todo, y haber vivido todo, pero TODO, siempre existe algo que renueva muy dentro del nervio volcánico de nuestra caja toráxica, aquello que llamamos LA ÑOÑEZ.
Yo: Buenas tardes. Suegra: Buenas. Yo: ¿Se encuentra Billy? Suegra: ¿De parte de quién? Yo: De Cyan. Suegra: A ver, un momentito.
No, no estoy loco, no es producto de la eternidad de los minutos de ansiedad repentina. Es que REALMENTE se está demorando bastante más de la cuenta. Ningún momentito.
Suegra: Está durmiendo. Yo: Bueno, hágale presente que le llamé.
Dos horas después, suena el teléfono de casa.
Yo: ¿Aló? Él: ... Yo: ¿Aló? Él: Mñññholammmñññ...
Por Dios (o como dice mi nueva amiga DIANA EXORCISM, "Oh, Dior"). Aquella vocesita parecía sacada de un libro de cuentos. ¿En qué momento mi novio se transformó en el niño más lindo del mundo? ¿Por qué DIANTRES me lo tenía que recordar ahora?
Yo: ¡Mi amor! Él: ¿Estás bien? Yo: Sí pero, pero... Él: Pensé que te había pasado algo... Yo: No mi amor, no, pero ¿y esa vocesita? Él: ¿Cuál?
Mi mundo se viene abajo cada vez que me habla así.
Él: ¿Cuál, mi amor? Yo: Por Dios Billy, basta que me voy a desmayar. Él: ¿Por qué? Yo: Puta madre, insisto, ¿y esa vocesita? Él: Tengo sueño... Yo: Entonces ve a dormir, mi amor. Él: Te amo mucho. Yo: Yo más.
Colgamos.
¿Por qué mierda no estoy ahí? ¿Por qué mierda no puede quedarse dormido en mis brazos para despertarlo a besitos? ¿Por qué, como dice la canción de Indochine, cada vez que lo veo dormir, yo muero un poco? ¿Por qué cada vez que me habla con esa vocesita infante, LA VERGA se me pone durísima?
Gracias a Dios la ñoñez no es nociva. |
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La voz humana
martes, diciembre 06, 2005 |
He decidido terminanente insuflarle a este blog una vieja dosis de mala leche y patetismo, como aquellos días (mejores) en que no tenía ni un perro que me ladre. Se acabó el positivismo y la pose de chica de beneficencia. Mi estado de ánimo no es ninguna farmacia.
Las malas nos divertimos mejor.
A partir de hoy me burlaré el doble de la gente que veo por la calle. Estaré prohibido de asumir una expresión de monja plástica con una sonrisa tatuada en el rostro cuando alguien se acerque a mendigar mi atención.
¿De qué me sirve poseer una actitud estéticamente correcta, si el que menos decide dejarme los pantalones manchados de mierda, como si estuviese cambiando un pañal cagado de indiferencia? Pues ahora se cagaron todos, y más les vale correr, porque no pienso amilanarme ni tragarme parsimonias.
Cual gata en celo arremeteré contra el que menos se lo merezca. Dejaré marcas de arañazos en las mejillas a quien se atreva a acercarse. Voy a dejar mi lipstick por todo tu cuerpo. Ajá. Y después me reiré y restregaré de mis labios la sangre ajena. Me arrancaré y me destazaré uno a uno los rollos de la cintura. No existe mejor dispositivo de embellecimiento corporal que la agresión premeditada.
Y ay de quién se atreva a protestar. Porque no he quemado. Sólo pasa que he extendido mi estado de ánimo hasta extremos inferiores a lo humanamente tolerable.
La regla, o Los Días 'R' Ripley, le dicen. |
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Desperate houseboy
viernes, diciembre 02, 2005 |
Ahora que mi novio me está prestando los capítulos de la segunda temporada de Desperate Housewives que se piratea por la red, me he dado cuenta de algo atroz: la voz diáfana y extraterrenal de Mary Alice, la misma que narra deliciosamente los avatares de los personajes al comienzo y al final de cada capítulo, es la misma presencia o mirada que suelo ejercer sobre mis vicisitudes a la hora de escribirlas en el blog. Los productores de Hollywood podrían con tranquilidad hacerse ricos llevando a la pantalla mis aventuras a modo de una serie semanal, en plan Queer As Folk misio, todo muy a la sudamericana.
Si cierro los ojos, puedo escuchar tranquilamente a mi voz en off haciendo la introducción de los capítulos, como Mary Alice Young, siguiendo al pie de la letra los párrafos que están escritos en el blog, sin cambiarle ni una coma. Los guiones están ya escritos, de manera que no queda mucho por hacer, salvo elegir a alguien lo suficientemente descarriado como para representarme.
Claro que mi voz no es la de Hector Felipe, ni mucho menos de La Agrado. Durante años he tratado de combatir los excesos de una infancia poco productiva a la hora de trajines propios de la virilidad, que resultaron en una voz adolescente a medio camino entre el desconcierto y la mariconería. Eso es lo que me atrevo a describi a modo personal, porque para mis amigos mi voz es más bien descaradamente homosexual (sic). Y me cago en ellos, total, no me voy a pasar la vida lamentándolo.
No obstante, la voz no depende del grado de mariconada del afectado, ¿o quizás sí? Me limitaré a dejar el escabroso tema aquí mismo, y pasar a relatar lo que había pensado hacer desde un primer momento, que es el tema de la "mirada inquisidora" de Mary Alice, porque se pueden sacar muchas conclusiones a raíz de las enseñanzas de esta señora. Lo primero es no robarse a hijos ajenos (así hayan sido sacados de hogares tan dispares como, por ejemplo, la casa de Mario Poggi), y lo segundo es aprender a no lucir peinados divinos y un modelón mientras no se tenga la consciencia tranquila. Por supuesto que si tienes un hijo como Zach, así esté tronado, siempre puedes practicar el incesto a escondidas del marido.
No obstante, de todas ellas, me quedo con el rostro perfecto e imparcial de Bree Van Der Kamp. Sólo a esa mujer se le ocurre ponerse a tender y arreglar su cama cuando su esposo amenaza con abandonarla. O a limpiar y dejar prístinas las copas de vino antes que llorar por el marido recién fallecido. Quiero ser como ella. |
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