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Baise-moi, Pertur!
martes, setiembre 28, 2004 |
Para completar mi semana de nefastas experiencias, hoy tenía examen final de francés y mi despertador nunca sonó. Malhumorado, cuando salí de casa era tardísimo y encima, la combi llegó atrasadísima. Llegué a la academia de francés con 20 minutos de retraso, por lo cual perdí el último repaso que habían estado haciendo. Como Holly Golightly, intenté ser una persona muy positiva y pensé: "al menos aún no han empezado el examen". En esas estaba cuando vi que, en la mesa redonda donde nos sentamos, sólo quedaban dos sillas libres: en una me senté yo, y ya sabía que la otra sería ocupada por el chico que me atormenta actualmente: Pertur Bado.
Me puse a temblar. Siempre lo había visto frente a mi en la mesa, pero nunca me había sentado junto a él porque la suerte nunca estuvo de mi lado. Me sentí como en la escuela primaria. Pasaron 40 minutos y Pertur no llegaba. Mi corazón se inquietó una vez más y pensé: "Es capaz de no venir hoy día, maldito chiquillo". Pero la puerta sonó y él asomó por el umbral. Su vocesita de niño asustado vibró en la niebla mañanera: "Bonjour, professeur, excuse moi". Me hice el que bostezaba para poder cerrar los ojos y pensar que cuando los volviese a abrir, Pertur estaría a mi lado. Así fue. Los abrí y lo vi con una chompa celeste Tommy Hilfiger que le quedaba muy bien, y unos pantalones de corduroy azul marino, rematados con sus gastadas Bass color carne.
No habían pasado ni 5 segundos cuando me percaté de lo equivocado que estaba y lo mal que había juzgado al chico, desde el primer día. De cerca, era guapísimo. Su cabello castaño de brillos rubios acentaba perfectamente con su piel, blanquísima, su mentón, sus pómulos, su cuello, su manzana de adán, todo, eran partes del cuerpo de un HOMBRE, no de un chiquillo. Quizás es el único chico de 18 años que aparenta tener unos 23 a lo menos, pues aparte de ser desarrollado, su estatura es considerable. Noté, temblando de ansiedad, que era más alto que yo, y al evaluarlo junto a mí, pensé: "Si él fuera mi novio, haríamos una linda pareja". Y era verdad: ese chico era un hombre bellísimo, dispuesto a ser satisfecho cuanto antes. A juzgar por su mirada triste, aún no había conocido el sexo, y yo me imaginaba palpando ese cuerpo joven, esa piel lozana, blanca, que se estremecería a mi tacto mientras con mis labios lo recorría centímetro a centímetro, haciéndole saber por qué el sexo entre hombres es mucho más satisfactorio y placentero.
Repartieron los exámenes. Vi la manito de Pertur colocar su nombre en la hoja con una caligrafñia infantil. Hasta la forma que tenía de agarrar el lapicero era digna de un parvulario, pero me causaba ternura. Yo podría amar ese chico, llegar a quererlo demasiado. ¿Puede ser aquél chico de 18 años el amor de mi vida? Cuando su piernita me rozó la rodilla y empezó a moverse mecánicamente (mientras él cavilaba, ceñudo, las respuestas de la hoja), tuve que apretar los dientes para no empezar a convulsionar. Una corriente de electricidad invadió mi cuerpo, el corazón se me salía por la boca. Dios mío! Nunca un chico me había provocado tal descarga de energía! Cuando observé su expresión pensativa, sus labios rosadísimos seguramente balbuceaban las posibles respuestas.
Noté sus poros inflamados y su barba, que debía ser abundante, estaba recién afeitada. Su cuello era grueso, totalmente masculino. Lo primero que me apetecía hacer era sentarme frente a él, como a caballo, pero encima de él y mirarlo. Antes de besarlo, le mordería y lamería el cuello, marcando mi territorio y clasificándolo, explorándolo, dejándole marcas, para que el resto del mundo supiese que él era MÍO. Solo mío, y de nadie más, nunca más. Luego nos sacaríamos la ropa y ahi, yo sentado encima de él, desnudos, con nuestros dedos exploraríamos nuestros cuerpos, la suavidad de nuestra piel, conociéndose por primera vez, evaluándose y amándonos mutuamente. Me había equivocado. Aquél no era un chico que causaba lástima. Aquél no era un chico en el que no recidía la semilla de lujuria. Todo lo contrario. Comprendí que ese chico despertaba mi APETITO SEXUAL como ningún otro.
Mi calzoncillo se mojó de líquido pre-seminal. "Excuse-moi, professeur... La toilètte...". Corrí al baño. Imaginé que Pertur estaba ahí parado, desnudo, con el miembro en 90º, palpitante, mientras yo me arrodillaba en la cama para que él me penetrara. No tuve que imaginar mucho, porque estaba tan excitado que eyaculé en menos de 5 minutos, el tiempo justo para regresar a clase y encontrarlo, aún cabizbajo, frente a la hoja del examen. "C'est fini" dijo con su vocesita de niño, se puso de pie y dejó el salón y sentí una punzada en el abdómen. Ese chico me gusta más de la cuenta y además me está haciendo sufrir más de la cuenta. El ciclo se acaba, ¿lo volveré a ver al siguiente? ¿Se matriculará o lo perderé de vista para siempre? Y si ello sucede, ¿la próxima vez, o sea mañana, el último día de clase, debo confersarle mis sentimientos, decirle que ya no puedo más, que me gusta, que me excita, que en 4 semanas me he enamorado perdidamente de él y que no me importa que no me corresponda ni que sea gay, que sólo quiero sentir su pene en mi ano, siquiera una sola vez en la vida, para aletargar la angustia que me oprime el corazón? ¿Le debería decir que lo amo, que lo deseo, que mi cuerpo lo necesita, que me viole, que me haga suyo, RAPE ME!!!, BOKU WO YARITTE AGETE!!!, BAISE MOI, PERTUR!!!, en todos los idiomas del mundo?
Amo a Pertur, no me importa qué vaya a suceder. Tengo 24 años, no puedo esperar más, dentro de 6 años tendré 30 y habré perdido mi juventud. No necesito un amante, necesito un NOVIO, necesito a PERTUR, estoy harto de esperar! Si la montaña no va a Mahoma, yo iré a donde esté Pertur. Y le diré que lo amo. Porque es verdad.
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