A los hombres también nos viene la regla
martes, enero 18, 2005

Nunca pude reencontrarme con Nina, Mili y Fer en la discoteca. Y lo que es peor, tampoco pude despedirme de Fer, que el domingo partió de vuelta a Milano. No fue a propósito: quizás a estas alturas Fer me esté odiando por no mandarle siquiera un mensaje al celular. Y eso fue, entre otras cosas, porque me dio la regla. No, no es un error de ortografía ni mucho menos mi imaginación desbordante, producto de un porro mal armado. Ni muchos menos estoy por repetir una nueva edición de "El día de los inocentes". Me dio la regla. Y este mes me vino horrible.

Dicen que los gays tenemos el lado femenino más desarrollado de lo normal (qué duda cabe) y siempre, al menos una vez al mes, nos viene un periodo de melancolía intensa, de una tristeza inexplicable y de un mal humor fácilmente irritable. Además de haberme puesto a pensar en Pertur (debería graduarme en materia de dramatismo y self-humilliation) , ocurrió algo incongruente: quise masturbarme, pero por más que una docena de pectorales velludos desfilaron por la pantalla de mi televisor (gracias a los videos bajados de E-mule), no conseguí erectarme.

Tras la natural reacción de haberme quedado impotente antes de tiempo, cruzó por mi mente la idea de lesbianismo aún por descubrir. Por lo tanto, al día siguiente me levanté temprano y le pregunté al señor que reparte el periódico todas las mañanas en la puerta de mi casa, si tenía un ejemplar de algún paskín sensacionalista-de-calata-en-portada. Podría masturbarme pensando en Audrey Hepburn, y cuando lo intenté comprobé por qué esa actriz nunca caló en el imaginario sexual masculino.

El señor me alcanzó un diario de 50 céntimos con Giuliana Rengifo en la portada. ¡Qué tetas tiene la hija de puta, mucho más grandes que las de mi amigo Funky! La abundancia mamaria usualmente llama la atención a cualquiera, y en mi caso comprobé que mi pene seguía apuntando hacia abajo. No era lesbianismo. Tampoco creía en Dios, pero le agradecí. Puse el periódico en la cama de mi perro y me dirigía a la mía, intentando afrontar la imaginaria ola carmesí.

Pertur... creo que lo amo inclusive más que antes. Aquél ser inalcansable y a la vez tan cercano. Nunca tendré los huevos para averiguar qué sucedió con él. Y tampoco los tendré para hacerme un despistaje: es la tercera vez en la semana que se me duerme el brazo derecho. ¿Amenaza de infarto o producto de la regla? Lo que más me aterraría de morir de improviso es no poder dejarles un último post.

Posteado por Cyan a las 1:22 a. m.
 
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