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Personne
miércoles, enero 19, 2005 |
Los que sean adictos a este blog se habrán dado cuenta que las cosas más sorprendentes siempre me ocurren cuando no estoy lo suficientemente disponible para aceptarlas (y asimilarlas). El inclemente sol del verano quiso que, en esta oportunidad, perdiera en el limbo un inesperado regalo en pleno mes de enero. Y vaya si se trataba de un regalo maravilloso.
Ayer me encontraba en una clase de asesoría, en la academia de francés, intentando absorber todo lo que mis escasas neuronas me lo permitían, haciéndolas trabajar más de la cuenta y ocasionándome a raíz de ello un terrible dolor de cabeza. En mi afán por tener una excelente preparación para el examen de fin de nivel que se acerca a pasos agigantados, tuve que quedarme unas 3 horas después de clase. A mitad del soponcio de mediodía, intentaba sobrellevar el calor mientras mi cuerpo goteaba un pegajoso sudor y me lamentaba y requintaba en silencio, granputeando al mundo machista de la cosmética, que hasta la fecha no ha producido ningún body fresh para hombres con esencias florales que escape a los aromas de colonias baratas tipo Brut. Lamenté no haber traído una toalla en mi mochila para poder correr al baño, secarme el sudor y echarme unas gotitas del B-United que tanto adoro.
Cuando finalmente lograron soltarme de la asesoría, los sonidos de mi estómago me recordaron que no le echaba nada al buche desde el tazón de Cap N' Crunch que devoré en el desayuno. Tenía un hambre atroz, y en la calle la triste realidad era otra: el sol de mèrde, el horrible sudor corriéndome por las sienes y mejillas, deshidratándome, deseando con ansias un manantial de agua pura. El único oasis disponible era un bidón de agua San Antonio con el infaltable vasito color guinda, seguramente inmundo y lleno de chupeteadas del populórum. Fuck! cómo me fui a olvidar mi botella de agua Evian... El único sitio donde podría obtenerla sería en el supermercado, pero... ¿caminar hasta el puente para cruzar e ir a Plaza Vea, bajo este fuckin' solazo? No way!
Resignándome, hice de tripas corazón e inicié mi trayectoria zombie hacia un lugar donde no hubiesen tantos niños arremolinados, para poder tomar un taxi con toda la libertad del mundo. Despeinado, muriéndome de hambre y de sed, acompañado de mi amiga La Enana, me dirigí hacia la esquina. La muy ladina quiso orinar, y tuve que acompañarla hasta el baño del segundo piso. Cuando bajamos, conversando de lo más bien, había ALGUIEN al pie de la escalera. Un chico. En terno azul marino. Con maletín. El pelo castaño algo enrulado, piel blanquísima, cejas gruesas y sobretodo, ojos del color del cielo, que me estaban perforando con la mirada.
Quizás ésta haya sido la primera vez en la vida que he sentido un flechazo instantáneo, por mi parte y la de él. Lo deseé desde que posé mis ojos en él, y él me decía con sus infinitos ojos celestes que también me deseaba a mí. Nos comimos con la mirada, en una escena de película, con cámara lenta, mientras yo bajaba las escaleras y La Enana hablaba huevada y media que yo no conseguía entender porque lo miraba a él. Sólo existía por él y para él. La escalera era interminable, él seguía apoyado al final del barandal, mirándome. Me sentí Alicia Silverstone en "Clueless", cuando bajaba las escaleras vestida en un Calvin Klein transparente mientras Paul Rudd, lindo, la recibía cual quinceañera.
En este caso, mi Paul Rudd también era lindo, con muchos años menos, pero enfundado en un terno... ¿sería acaso un profesor? ¿Un alumno? ¿Tendría acaso mi edad o sería mayor, calculando unos 27 a lo mucho? En todo eso pensaba cuando logramos bajar. Seguíamos mirándonos, sin sonreír, pero comprendiendo que él también había sentido el flechazo. Lo pasé de largo y junto a La Enana, caminé hacia la puerta. Él y yo giramos para vernos, sincronizados, ralentizados, como Javier Bardem y Francesca Neri en "Carne Trémula". No supe qué hacer.
Llegué a la puerta, salí a la calle y me dí la vuelta para verlo por última vez. Él también volteó, subiendo las escaleras, para perderse en el pasillo de segundo piso. Y aún cuando salió de mi campo visual, sentí que me estaba esperando en el segundo piso... ¡eso es! Quizás me esperaba en el baño del segundo piso... Pero no. No podía ir. No con La Enana. No estando despeinado y con el pelo hecho trizas, con calor, con sed, con hambre, con un infinito dolor de cabeza. ¿Cómo lo iba a besar con éste aliento de bilis, de esófago abierto esperando recibir alimento? Cuando estaba en el taxi camino a casa, pensé que no era necesaria tanta alharaca. Hubiese subido, hubiésemos conversado, le hubiese pedido su teléfono y hubiésemos quedado en vernos otro día. HUBIESE. Esa palabra de mierda sigue rigiendo mi vida.
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