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Recaída inesperada
lunes, febrero 28, 2005 |
Con lo difícil que puede resultar salir de casa el último domingo de febrero, otrora último fin de semana de carnavales, era imposible que pusiese un pie en la calle ante la probabilidad de ser mojado con balde, y si eso pasaba, tendría que ponerme a rezar para que aquél líquido vertido fuese agua potable y no orines o cualquier otra sustancia dudosa. No obstante, tenía que salir, estaba obligado a pagar una cuenta de Saga Falabella que se había vencido hace tres días, y corría la posibilidad de acrecentar una mora ya cuantiosa. De manera que después de la modorra del almuerzo, me puse un polo cualquiera, un short de jean y unas alpargatas Reef y, cuando estuve a punto de cruzar el umbral, se me ocurrió que a esa hora, algo muy probable podría pasar. Rodrigo me había contado que acostumbraba ir al Jockey Plaza los domingos, especialmente después de almuerzo, ya me lo había cruzado en varias oportunidades (cuando aún éramos amigos) alrededor de las 4 de la tarde, de modo que me metí de nuevo en casa, me tumbé en el sofá y me puse a ver algún DVD que durase poco menos de 2 horas. Elegí, para sobrellevar el calor, un concierto de Indochine de 1997.
Cuando terminó, viendo que ya eran las 5:30, decidí salir finalmente con dirección al Jockey. Elegí otro camino para evitar toparme con Rodrigo, e inclusive ingresé por la puerta de Olguín, previniendo casualidades desagradables, como reza el dicho "Juan seguro vivió muchos años". Hice todo lo posible por evitar un encuentro, había tomado otra dirección y la hora se prestaba para que hubiesen pocos peatones en el lugar, pero como quien dice, cuando está para pasar, pasa. Me encontraba sumergido en el estruendo de un CD de White Stripes colocado en el Discman, cuando de repente, entre un tumulto de gente que venía hacia mí, reconocí una mirada conocida. No un cuerpo, no una cara, sino tan sólo unos ojos, entrecerrados, como queriendo devorarme pero que al mismo tiempo me examinaban con una inusitada minuciosidad. Por un minuto me alegré de poder encontrar un punto a esas horas del día, pero la ilusión se desvaneció cuando aprecié de cuerpo entero a un individuo harto conocido: Rodrigo.
Todo pasó en menos de un microsegundo. Él me miraba, sonriendo, y yo me hacía bolas en el cerebro pensando en si lo debía saludar o si debía ser amable con él después de todo lo que pasó, pero al final opté por poner cara de desentendido. Después de todo, si venía sonriendo era obvio que me venía saludar. Y así lo hizo. Yo alcancé a fingir sorpresa hacia las últimas milésimas de segundo, para pasar piola. La sorpresa dio lugar al estupor, cuando reparé en su piel rojiza, bronceada por un posible paseo a la playa, y su barba de más de 3 días. Si hay algo que consigue levantarme del suelo y mantenerme suspendido en el aire es un hombre con vello facial. Eso, definitivamente, es un bonus. El otro bonus fueron sus shorts color khaki que guardaban con primor sus piernas hipervelludas, como enfundadas en un par de medias negras.
Rodrigo: Hola, Cyan. Cyan: A los años, ¿qué haces por acá? Rodrigo: Venía del cine, fui a ver "Piratas del Callao" con mis sobrinos. ¿Y tú? Cyan: ¿Yo? Emmm... voy a... a pagar una cuenta de Saga. Rodrigo: Ah, pensé que también ibas al cine. Cyan: No... Rodrigo: Bueno, mis sobrinos me están esperando... Cyan: Hablamos pues. Cuidate. Rodrigo: Chau.
Se fue con la misma sonrisa dulzona que parecía sincera. Mi corazón latía a mil por hora, me había desterrado hacia un mundo irreal, un universo etéreo donde confluían todas las palabras y todas las experiencias que había vivido con Rodrigo. Y fue allí, por primera vez, cuando me di cuenta que ése chico guapo tenía que ser mi amigo. Así hubiese sufrido por él, así me hubiese pagado con una mala moneda, nunca estaba de más un acompañante como él. Después de todo, la gente te mira mejor cuando tienes a alguien bonito a tu lado. Rodrigo es más que bonito, obviamente, pero corría el riesgo de caer de nuevo en sus redes. Por algo el destino lo había puesto, de nuevo, en mi camino. Llegué a mi casa con una extraña alegría que no podía describir. Al abrir el MSN, lo encontré conectado. Quería abrirle una ventana, pero no lo hice. Hasta hoy, sigo en la duda. |
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