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Brigitte Bardot
lunes, febrero 21, 2005 |
* Este fue el post que debió salir la semana pasada y que, debido a crueldades del destino, se borró y tuve que re-elaborar en una versión extremadamente condensada.
Funky me invitó a ir a una reunión en casa de una amiga suya, invitación que al principio rechacé ante la idea de llegar al lugar y no conocer a nadie, pero que terminé por aceptar ante la insistencia de Funky. Además, ya era hora de conocer nuevas personas y terminar de sepultar bajo tierra todo el asunto de Rodrigo. Al llegar, nos abrió la puerta la dueña de casa. Se llamaba Paqui Derma, la cual pese a su gordura destilaba toneladas de buena vibra y ansias de diversión, e inclusive me saludó con un abrazo y todo. Más grande fue mi sorpresa al encontrar en la sala a Addy Possa. ¿Qué hacía ella ahí? Vaya coincidencia. Resulta que Funky y Addy Possa conocían a Paqui Derma de hacía años, y decidieron juntarse para tomar unos tragos y recordar viejas anécdotas. Paqui Derma demostró una vez más su amabilidad al poner frente a mí una botella de cerveza, de manera que los cuatro nos sentamos en los sillones a beber sin mesura y a reírnos de todo y al mismo tiempo de nada.
Cuando el timbre sonó cerca de las once de la noche, Paqui Derma se puso de pie para abrir la puerta, no sin antes anunciar, con una sonrisa afectada por los 3 litros de cerveza que llevaba en el estómago, que había invitado a un amigo para que se acoplara a la pequeña fiesta que amenazaba con convertirse en una borrachera memorable. Acto seguido, Paqui regresó a la sala acompañada de un chico avispado y altísimo que presentó como Santiago. Muchacho agradable, pero que a primera vista no consiguió una nota aprobatoria en mi análisis de sex-appeal: para empezar era trigueño casi tirando a tostadito, y aunque suene racista, mi pene sólo se erecta con la piel blanca. En segundo lugar, traía puesto un polo blanco semi-deformado por el uso, un short verde viejísimo y una Vans pasadas de moda.
En contraste con el atuendo, Santiago me convenció en menos de media hora que, como dice el refrán, "la pinta es lo de menos". Se acopló perfectamente en nuestra reunión y todos, hasta Funky, lo miraban con mucho interés. Santiago hechizaba con su labia, con risa encantadora, con cada chiste que contaba, uno tras otro, como si se hubiese tragado uno de esos libros de chistes malísimos, porque no es que fueran buenos: la gracia consistía en la manera cómo los contaba. Noté que, pese a ser morochito, Santiago era bastante guapo, su sonrisa era en verdad arrolladora, y que su look no era más que una prolongación del típico party-boy matoncito pero de buen rollo.
Para completar el cuadro, Santiago me contó también que estudiaba comunicaciones, pero se decataba por el periodismo, y de una manera u otra resultamos ser colegas, qué coincidencia (las casualidades del azar continúan rigiendo mi destino). Sobre la mediachoche, Santiago, Funky, Addy Possa, Paqui Derma y yo, que llevábamos ya destapadas 3 cajas de cerveza, parecíamos amigos de toda la vida. Y como el alcohol deschava a la gente, el encargado de cagarla (al menos eso pareció) fui, curiosamente, yo. Todo comenzó cuando Santiago comandaba una plática acerca de la ausencia total de programas de rock en la televisión abierta, trayendo a colación a "Jammin", un programa de cable local que es el favorito de muchos.
Cyan: ¡Claro, Jammin es bravazo! Además, el Edu Saettone ése es un cuerazo. ¡Que me haga un hijo!
Funky, en vez de soltar una carcajada, escondió el rostro tras un cojín, Addy Possa escupió cual heizer el trago de cerveza que llevaba en la boca y Paqui Derma se puso roja de tanto toser por la risa nerviosa que le sobrevino. Santiago y yo continuábamos riéndonos de mi comentario, y fue allí mismo en que que mi cerebro, atontado ya por el alcohol, se dio cuenta de una pequeña probabidad: Santiago desconocía que yo fuese gay, y quizás tampoco supiera que Addy Possa y Paqui Derma me secundaban por ser ellas mismas, bisexuales. Algo debió percibir Santiago, porque se apuró en decir:
Santiago: Y bueh... el tal Edu tiene su pepa ¿o no?
Aquello significó una especie de aceptación por parte de Santiago hacia el aliciente homosexual del grupo, y lo que vino después fue el colmo. Terminamos hablando de drag queens, de música gay, de gays, del matrimonio homosexual y de las experiencias "dudosas"de la adolescencia.
Addy Possa: Oye, Santi, pero no me vas a negar que hay veces en que por más heterosexual que seas, siempre puede terminar gustándote algún chico, en tu caso... Santiago: Bueno, sí... yo también tuve una etapa similar. Todos: ¡Cuenta! Santiago: Nada que... cuando tenía, no sé, unos 16 o 17, me gustaba un amigo de la academia. Pero no pasó de un simple beso. Cyan: ¿Te lo chapaste? Santiago: Sí, pero como dije antes, fue sólo una etapa. ¿No tiene nada de malo, no?
Por supuesto que no tenía nada de malo. Es más, si Santiago es heterosexual, como dice ser, al menos radica en él la semilla de un posible encuentro homosexual. En eso pensaba cuando unos empezaron a ir al baño, otros a la cocina a traer cerveza o a comprar cigarros, y Santiago y yo terminamos sentados uno al lado del otro, en el mismo sillón. Hablábamos de cualquier cosa, pero yo noté cierta "confianza" por parte de Santiago. Algo había cambiado en su mirada, como si la complicidad fuese mutua. Al tenerlo cerca y observar con detenimiento sus ojos negros y sus dientes blaquísimos, acabé comprendiendo que Santiago era más que un chico simpático. Era un muchacho culto, guapo, inteligente, bromista, encantador y de cierta inocencia infantil. ¿Es que Santiago empezaba a gustarme?
Lo que pasó a continuación fue el acabóse. Santiago comenzó a imitar a unas drag queens que había visto por televisión y luego se puso a cantar una canción de Madonna que salía por los parlantes del estéreo de Paqui Derma. Addy Possa, Funky y yo nos mirábamos intrigados. ¿acaso Santiago estaba dando muestras de conducta gay? Por eso, Funky tuvo a bien hacerle la pregunta:
Funky: Oe, Santiguitsss... ¿cuál es tu actriz favorita? Santiago: ¡Brigitte Bardot!
Algo raro estaba pasando. Era extraño que un chico supuestamente heterosexual tuviera predilección por una actriz de los años 60, parte de la iconografía kitsch de la cultura pop. Ya sabemos que lo kitsch siempre desemboca en lo gay. Habría podido nombrar a Jennifer Lopez o a cualquier otra, pero ¿la B.B.? O a Santiago le gustaban las películas de Godard en las que salía la rubia explosiva o sencillamente admiraba sus condiciones de diva de las pelucas, las plataformas y el tacón alto.
Addy Possa: ¿Brigitte Bardot? ¡Anda! Santiago: Sí. Me encanta. Funky: Entonces a partir de ahora te diremos Brigitte. Cyan: ¡Sí! ¡Brigitte! Todos: ¡Brigitte! ¡Brigitte! ¡Brigitte! Cyan: ¡BRIGITTE AL PODER!
Lejos de molestarse, Santiago rió de buena gana y aceptó su nuevo apodo de mujer fatal. Seguíamos sentados en el mismo sillón, pero yo ahora lo llamaba "Brigitte". Y él, como si nada. ¿Tan buena gente era? Continuamos hablando y bebiendo. El resto volvió a sentarse y a retomar la plática, pero Santiago parecía haber tenido suficiente por esa noche. Se recostó en el sillón a echar una pequeña siesta y luego se quedó dormido sobre mi hombro. Fue razón más que suficiente para emprender la retirada. Tras agradecerle a Paqui Derma su hospitalidad, Santiago, Funky y yo salimos de la casa (Addy Possa se quedaría a dormir con Paqui). Contra todo pronóstico, quien más conversaba con Santiago era yo, de manera que Funky, como presintiendo que algo pasaba entre nosotros, se despidió rápidamente y se perdió al doblar la esquina. Yo me quedé solo con Santiago, seguíamos riéndonos y contándonos chistes, y cuando llegamos al avenida Javier Prado, una nueva coincidencia nos unió: al preguntarle dónde vivía, resultó que su casa quedaba a unas 10 cuadras de la mía.
De modo que nos sentamos en la vereda, rezando para que a las 3 de la mañana se apareciera alguna combi con dirección a La Molina. El cielo escuchó nuestros ruegos y acabamos subiéndonos a una combi maltrecha con la radio a todo volúmen. Un sólo pensamiento invadía mi mente: quería seguir viéndolo. Y para eso tenía que encontrar una excusa perfecta para pedirle, de forma sutil, su e-mail (al menos). Poco después, se me ocurrió algo interesante. Y ni siquiera tuve que mentirle.
Cyan: Alucina, yo escribo una columna de rock independiente. Santiago: Ah qué chevere. Cyan: De repente tú conoces a alguna banda nueva para hacerles una entrevista. Santiago: ¡Claro! Mira yo soy bien pata del vocalista de The Mamelucos. Cyan: Bacán, ese grupo me encanta. Santiago: Son lo máximo. Cyan: Ya pues, ¿cómo hacemos? Santiago: Mira, te doy mi e-mail, me escribes y de ahí coordinamos.
Listo y hecho. Eso no fue en absoluto difícil. Cada minuto que pasaba veía a Santiago más lindo, tenía unas ganas locas de besarlo. Y la noche nos dio un último regalo: la radio de la combi empezó a emitir, oh sorpresa (oh, divina coincidencia) una canción de Raffaella Carrá, nada menos que el superclásico "Hay que venir al sur".
Cyan: ¡Ja! La Carrá. Santiago: Sí, la Carrá. Cyan: ¿No te parece una coincidencia? Santiago: Definitivamente.
Al cabo de unos segundo acabó pasando lo que tenía que pasar: los dos cantando Raffaella Carrá a voz en cuello. ¿Cómo era posible que Santiago supiese la letra de una canción de la Carrá, y sobretodo de ésa canción? Las dudas se habían sembrado ya como un intrincado matorral de preguntas. Santiago se despidió de mí con la promesa de responder mi e-mail. Aún así, me sigue pareciendo muy sospechosa su conducta. Como dicen por ahí, no hay mal que por bien no venga.
*The Mamelucos es un seudónimo que encontré para calificar a una banda limeña de indie rock que existe en la vida real. |
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