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Party of one
lunes, febrero 07, 2005 |
No pensé asistir a su fiesta. En principio porque había quedado en asistir con un grupo de bloggers a una reunión "no oficial" organizada por Blogs Café. A mediodía, cuando reuní el suficiente valor para llamar a Rodrigo, me contestó él mismo, y luego de darme las gracias, intuí que algo andaba mal: aún no me agradecía por la tarjeta de cumpleaños de Selena que yo mismo le diseñé y envié. Rodrigo estaba demasiado entusiasmado, su voz sonaba feliz, sobretodo al contarme que Carlos lo había llamado a las 6 de la mañana, le había cantado "las mañanitas", le había regalado un oso gigante y había quedado como el enamorado más excepcional del mundo.
Rodrigo: Ay Cyan... nos va mejor que nunca.
Tragué saliva y ésta se me puso espesa, amarga. Algo en el interior de mi estómago reventó, sentí subir la efervescencia de las bilis hasta el paladar, y exhalé una baharada de aliento pésimo, como el de los perros. Me había tomado el trabajo de llamarlo para desearle Feliz Cumpleaños y lo primero que hizo fue enumerarme con lujo de detalles los cumplidos de su novio, sin siquiera agradecerme ni por la llamada ni por la tarjeta. Y a mí que me parta un rayo, pensaba, al escuchar su vocesilla infantil de niño ilusionado en la víspera de Navidad. Por supuesto, no pude más y le pregunté.
Cyan: ¿Recibiste mi tarjeta?
Rodrigo: Sí... gracias.
Cyan: ¿Te gustó?
Rodrigo: Me encantó. Eres un chico creativo y talentoso.
Cyan: Eso ya lo sé.
Rodrigo: Jajaja... en serio. Eres lindo.
Cyan: ¿QUÉ?
Rodrigo: Que eres lindo.
Cyan: No me canso de escucharlo.
Rodrigo: Lindo, lindo, lindo, lindo, lindo, lindo, lindo, lindo, lindo.
Cyan: Basta, Rodri, es suficiente.
Rodrigo: Lindo.
Lindo. Era la primera vez que me decían "lindo". Era la primera vez que un hombre me decía: "Eres lindo". No podía ser... ¿Estaba llorando? No, no era llanto, era una lágrima que corrió hasta mi mejilla, tal vez debido al exceso de emoción. No podía llorar por Rodrigo, aún no era el momento. Así fuese de pura alegría al haber conseguido que un chico me dijese "lindo". Ahí mismo comprendí que me podría enamorar de Rodrigo en un santiamén, por lo que tuve que cambiar de tema.
Cyan: ¿Y dónde vas a festejar?
Rodrigo: Mi mamá va a hacer una comida, vendrá mi familia y algunos amigos. ¿Vienes?
Cyan: No gracias. No quiero estar de violinista entre tú y tu novio.
Rodrigo: Carlos no podrá venir.
Cyan: ¿Y por eso me estás invitando?
Rodrigo: No. Te invito porque eres mi amigo, y quiero que vengas. Por favor Cyan, tienes que venir.
Cyan: Lo siento. Ya te dije que no puedo.
Colgué. Me sentía muy mal. Me vino un bajón inmenso, como los de antes. Rodrigo empezaba a meterse en mi cabeza, empezaba a afectarme. ¿Son éstas las consecuencias de ser amigos? ¿Por qué Rodrigo no puede ser mío? Hice algo que nunca había hecho antes: tomé una píldora de Prozac en pleno día, amparándome en el sofocante calor del mediodía. La sensación de aletargamiento consiguió calmarme un poco, aunque no del todo. Estaba clarísimo que era una locura regalarle el CD de Selena. Ya no sería lo mismo. No después que me dijera que Carlos y él estaban "mejor que nunca".
Eran casi las 7 de la noche, cuando Ana Conda me soltó su punto de vista: "Cyan, si te ha invitado, eso significa que en verdad eres su amigo, que en verdad piensa en tí en otro nivel, además si vas, le probarás que en verdad lo estimas". Luego de meditarlo mucho, concluí que Ana estaba en lo cierto: tenía que ir. De modo que mandé a la reunión de BlogsPeru a la mierda, llamé a Rodrigo y le dije que contara conmigo para la cena. Salí disparado de mi casa para adentrarme no muy lejos, a las afueras de La Molina, en la Urbanización El Sol. Al menos su casa me quedaba cerca. Y demonios, su barrio era más chic que el mío.
Rodrigo vivía casi llegando a Musa, en una casa de campo enorme, con huerto incluído. Salió a recibirme en polo, shorts y sandalias, algo ofuscado porque, además de sus tías, yo era el ÚNICO invitado que había asistido a su convocatoria. Efectivamente, el resto de sus amigos le habían pagado con la moneda de la indiferencia, y Rodrigo parecía estar bastante triste. Pero allí estaba yo para alegrarlo. Saludé a su madre, una señora gorda, bajita, con el pelo teñido, y a sus tías, seis en total, que fluctuaban entre los 40 y 60 años. Su padre fue todo un espectáculo: entendí al instante de dónde provenía la belleza de Rodrigo. Rodrigo senior era un ejemplar perfecto de semental maduro. Totalmente canoso, delgado, velludo, poseía un parecido a Clint Eastwood que lo hacían irresistible, aunque demasiado mayor para mí, al confesarme poco después, sin reparos, que había cumplido los 60 años. Al instante me atreví a mandarle un piropo camuflado "Parece de menos, señor, se le ve muy bien", le dije, y me agradeció con una palmada en la espalda. También, a diferencia de Rodrigo que estaba inmiscuído en su timidez, el padre resultó ser un anfitrión bastante amable: preparó piña colada y estuvo llenando mi vaso mientras me (nos) conversaba amenamente.
Rodrigo se apresuró en sacar a sus tías a bailar, y demostró su innato talento para el baile tropical. Con su madre de pareja inseparable, bailó de todo: merengue, salsa, samba, cumbia, flamenco... y los demás ritmos latinos por excelencia. Yo, después de comer, más que causarme risa o intuir una escena patética por demás (porque LO ERA), lo contemplaba desde la mesa con ojos extasiados: se veía guapísimo al bailar, dominaba la escena, se sabía de memoria las coreografías de los bailarines de Olga Táñón, y lo que llamó mi atención es que puso las sandalias a un lado y bailó descalzo.
De vez en cuando, venía y se sentaba a mi lado, extenuado, sudoroso, jadeante. Yo permanecía atontado al verlo, al observar sus piernas, tan deliciosas y velludas que parecía que tuviese medias negras. Sus pies, muy bien cuidados, extraños para los pies de un hombre. Me llevó en un tour por el primer piso de la casa: el baño, la biblioteca, su habitación. Me sentí privilegiado al poder inmiscuirme en su mundo, en su hábitat, palpaba y olía todos los muebles que él decía frecuentar, y quise echarme de largo en su cama, pero no me pareció oportuno. Sus familiares estaban felices de verme, porque pensaban que era "un amigo de la academia", papel que desarrollé a la perfección. Cuando una de las tías intentó sacarme a bailar un merengue, comprendí que era hora de retirarme. Tuve que rechazar la oferta de Rodrigo de quedarme a dormir, porque si bien lo deseaba, no estaba seguro de si me iba a ofrecer un sleeping junto a su cama o si me mandaría de frente al cuarto de huéspedes. Opté por lo primero.
Rodrigo me acompañó hasta el paradero. A pocos centímetros de distancia aún podía oler el sudor de su cuello.
Rodrigo: Espero que al menos te hayas divertido.
Cyan: Me encantó verte bailar.
Rodrigo: Ojalá no te hayas reído.
Cyan: Al contrario. Estaba impresionado.
Rodrigo: Gracias por venir, Cyan.
Quise avalanzarme sobre él y violarlo allí mismo, en la calle, contra su voluntad. Pero el colectivo llegó demasiado rápido y me despedí de él con un fuerte apretón de manos. Llegando a casa me esperaba el infierno: no pude dormir. Dando vueltas en la cama, recordé a Rodrigo, más bello que nunca, haciendo pucheros para emitir su deseo antes de apagar las velas de la torta, un deseo que conocía a la prefección. Si bien aquello pareció más una fiesta infantil que el cumpleaños de un hombre que acababa de cumplir los 28 años, me dijo algo que me dejó impactado: "Cyan, no puedo dormir en las noches. Pienso demasiado en Carlos". Yo me limité a responderle con una sonrisa. Era una broma del destino: Rodrigo no podía dormir por pensar en Carlos. Yo no podía dormir por pensar en Rodrigo. Aquél dilema shakesperiano está acabando por dejarme estragos en mi integridad física. Hoy acabo de re-inaugurar una costumbre que creía olvidada: compré un nuevo frasco de somníferos. Aleluya.
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