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Never is a promise
domingo, enero 23, 2005 |
Y tuve que volver a tomarlas. Al menos los somníferos, una buena dosis de Diazepam, porque no conté conque tantas experiencias vividas me impidiesen conciliar el sueño, haciéndome dar vueltas sobre la cama con sólo una persona en mente: Rodrigo. Rodrigo y su belleza. Rodrigo y sus besos bajo la luna. Rodrigo y el infinito aroma de su cuello. Rodrigo y su promesa de vernos al día siguiente. Antes de despedirse de mí, inclusive mucho antes de la "conversación" que tuvimos sobre continuar saliendo en plan de citas, Rodrigo tuvo a bien confiarme una historia que olvidé mencionar: hace un par de días, él había conocido a una persona por internet y quedaron en verse el sábado. Por supuesto, en el interín, Rodrigo no se imaginaba que un día antes me iba a conocer.
Según Rodrigo, el chico en cuestión no para de mandarle mensajes al celular, de lo más emotivos, que han conseguido cautivarlo a base de la vieja estrategia de "irle trabajando el corazón de a pocos". Si bien aún no lo conocía, no podía evitar sentir una enorme curiosidad por aquél extraño de los mensajes de telenovela.
Rodrigo: Cyan... quedé en conocer a este chico mañana, y ahora que ha pasado esto entre nosotros, como que la situación cambia un poco. ¿Qué hago?
Cyan: No lo sé, Rodri, es decisión tuya. Si quieres verlo, pues ve. ¿Quieres verlo?
Rodrigo: No sé... tengo curiosidad. Pero no quiero cagar las cosas entre nosotros.
Cyan: Difícil elección. Pero si estamos quedando en seguir saliendo, ya te dejé en claro que no quiero que hayan terceras personas.
Rodrigo: Tienes razón. No lo veré. Salgamos mañana.
Cyan: ¿Te parece bien a las 8?
Rodrigo: Perfecto.
Cyan: Oye, dame el télefono de tu casa.
Rodrigo: 666-6666.
Cyan: OK, yo te llamo.
Rodrigo: Cuidate mucho.
He ahí la razón por la cual tuve que tomar un par de somníferos. Esperando, sintiendo un vacío en la boca del estómago, tenía un mal presentimiento. Tal vez estaba siendo extremista, pero cuando el río suena... es porque MUCHAS piedras trae. Me puse a pensar que quizás necesitaba ayuda médica, es imposible que en menos de dos días me haya ilusionado con un chico al cual acabo de conocer. ¿Es que el amor para mí es una mera búsqueda de cariño, una necesidad irreprimible? ¿Rodrigo lo pensaría mejor y preferiría ir a conocer al enmascarado de los mensajes al celular, a pesar de que ya habíamos quedado en salir? Así fue.
Al día siguiente todo fue interminable. Los somníferos no habían opacado el sentimiento de que algo no andaba bien. Intenté concentrarme en el trabajo (a pesar de ser sábado) en internarme en alguna lectura interesante o en simplemente ir a tomar sol a la azotea, pero no pude: esperé a que llegara el mediodía para llamarlo a su casa. Me contestó una voz femenina muy cortante, intuí que debía ser su mamá, que por más que ignore que su hijo es gay, no deja de tener un interminable espiral de sospecha. Las madres siempre saben. No obstante, pronto Rodrigo se puso al teléfono con aquella voz infantil que seguía poniéndome nervioso. Pero esta vez, el nervioso era yo, sino él. Parecía que algo lo perturbaba.
Rodrigo: ¿Qué tal?
Cyan: Ahí, estaba por almorzar, tengo que salir dentro de una hora a la casa de mi amiga Ana Conda, ¿recuerdas que te lo dije?
Rodrigo: Sí, me acuerdo. Yo también saldré dentro de media hora.
Cyan: [Intentando sonar calmado] ¿Adónde vas?
Rodrigo: ...
Cyan: [Sintiendo un abismo] ¿Pasa algo?
Rodrigo: Emmm...
Cyan: [Pensando en morirme] Rodrigo... ¿qué pasa?
Rodrigo: ¿Te acuerdas de lo que te conté ayer?
Cyan: ¿El chico de los mensajes? ¿Vas a salir con él?
Rodrigo: No sé... ya habíamos quedado.
Cyan: Y yo ya había quedado contigo...
Rodrigo: Sí pero... tengo curiosidad por conocerlo.
Cyan: Pero... ¿nosotros vamos a salir a la hora que quedamos, o ya no?
Rodrigo: No lo sé aún... Yo te llamo. Yo te llamo al celular.
Cyan: ¿A qué hora?
Rodrigo: No sé... dentro de una hora.
Cyan: ¿Pero me llamas?
Rodrigo: Sí, a tu celular.
Cyan: OK
Rodrigo: Chau.
Colgó y me quedé sujetando el auricular en el aire. Ya no me parecía tan gratuito aquél cuento de hadas a lo Lewis Carrol, sino que se estaba tornando en un relato de intriga a lo H.P. Lovecraft. La comida me cayó pésima, y tuve que vomitar las lentejas y el asado y tomarme un alka-steltzer. Salí rumbo a la casa de Ana Conda sintiéndome miserable por haberme tragado toda la historia, reprimiendo mis ganas de llorar. Estaba seguro de que no llamaría, Rodrigo había utilizado el cuento laboral de "No nos llames, nosotros te llamaremos", y el único currículum vitae que había recibido de mí fueron los besuqueos a la intermperie en aquella noche oscura.
Ni bien llegué, repetí toda la tortuosa historia ante Ana Conda (¿mínimo la lees en el blog, no, hijita?) y no dudó en espetarme de improviso:
Ana: ¿Pero cómo se te ocurre decirle que quieres salir con él sin terceras personas? ¡Hace menos de 2 días que lo conoces! ¡Firmar un contrato de exclusividad con él ha sido un grave error! ¡Acabas de meter las cuatro patas!
Tenía razón, la había cagado. Al menos, Rodrigo fue sincero conmigo y me dijo que se iba a conocer al otro chico de los mensajes, y podía tranquilamente no haberme dicho nada, pero lo hizo, y eso significaba que yo le merecía alguna clase de consideración, o quizás ¿pena?. Pasó más de una hora y Rodrigo no llamaba. No me extrañaba. No me llamaría. Pasó una hora y media, dos horas...
[Riing...]
Me llamaban desde una cabina telefónica. Luego de un par de repiques, completamente desesperado, contesté. Era él. Estaba esperando al chico de los mensajes, en el lugar en el que habían quedado. ¿Por qué me contaba estas cosas? ¿Es que acaso se sentía obligado?
Rodrigo: Discúlpame si cuando me llamaste sonaba medio raro, pero es que estaba con mi madre al lado y me sentía ofuscado.
Cyan: Ah, por eso era...
Rodrigo: Lo siento. Pero me gustaría seguir viéndote, cualquier otro día. Eres el único chico que me ha escuchado verdaderamente, te has soplado todas las huevadas que te contado, sin pestañear, y eso yo lo aprecio mucho.
Cyan: OK, pero ¿cuándo, hoy? [Otro error]
Rodrigo: No sé, éste pata no llega, parece que me ha dejado plantado. Y ya sería la segunda vez que lo hace.
Cyan: ¡No puedo creerlo! Oye llámame pues.
Rodrigo: Ya.
Cyan: A ver si...
[Click!]
La comunicación se cortó luego de un pito del teléfono público que indicaba poner más monedas para continuar con la llamada. Sí, me había llamado, pero tampoco me había dado una respuesta concreta. Quería seguir viéndome pero ¿como confidente? ¿como paño de lágrimas? ¿como amigo? Ya lo dije antes, yo no necesito un amigo, necesito alguien que me de cariño, un amante, un novio, como él mismo me había dicho el día anterior.
A las 7 de la noche, saliendo de la casa de Ana Conda, quise llamarlo. Tenía que hacerlo, me había quedado en ascuas, sin poderle hacerle muchas preguntas, la comunicación se cortó, no sabía qué hacer ni qué pensar.
Ana: No lo llames. Date tu lugar. Sonarás desesperado. Ya te llamó. Ahora haste el interesante. Además, puede estar ahorita con el otro tipo y serán muy inoportuno. ¡NO LO LLAMES!
Y cometí el siguiente de los muchos errores: lo llamé. Mis manos temblaban al pulsar los números del teléfono público. Me había dicho que me llamaría, pero estaba seguro que lo olvidaría, o quizás no llegó a escucharlo... Necesitaba que me dijera cuándo llamaría, cuándo volveríamos a salir.
Cyan: ¿Aló? ¿Rodri? Soy Cyan.
Rodrigo: Ah, sí...
Cyan: ¿?
Rodrigo: ...
Cyan: Bueno, acabo de salir de casa de mi amiga, ¿y tú? ¿dónde estas?
Rodrigo: Emmm... no puedo hablar ahorita.
Cyan: Entonces, ¿nos vemos más tarde?
Rodrigo: No. No voy a poder.
Cyan: OK, entiendo. Llámame.
Rodrigo: Ya.
Colgó. Y en ese instante me odié a mí mismo por haberlo llamado. Mierda. Con el otro tipo, estaba con el otro tipo. Quizás estaban haciendo el amor. O quizás haría con él lo mismo que hizo conmigo: llevarlo a un parque para darle un beso bajo la sombra de los árboles. No pude soportarlo. Cuando llegué a mi casa, tuve que comprar un nuevo frasco de Xanax, y de paso uno de desinflamantes, sólo por puro vicio.
Tampoco logré conciliar el sueño. Al tomar somníferos, dormí con miedo de pensar que mi cuerpo o mi sistema cardíaco pudiesen asimilar tanta medicación inducida a la vez. Mi cuento de hadas se estaba derrumbando antes de empezar. Hoy desperté bajo los inclementes rayos de sol dominicales, pensando en volver a llamarlo. Tengo que llamarlo. Porque si, como dice Ana Conda, no lo llamo, ¿qué pasaría? Quizás, si no lo llamo, él no me llamaría nunca más. Por eso tengo que llamarlo.
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