First Date
sábado, enero 22, 2005

Lo pensé cuando ya estábamos sentados el uno frente al otro, en una mesa olvidada, en el desierto segundo piso del Food Court del Jockey Plaza: ésta podría ser nuestra primera cita. Ya habíamos pasado por la incomodidad de saludarnos, de balbucear unas cuantas palabras y de hacer cola en el Burger King porque yo me moría de hambre y él ya había cenado. Me sentí estúpido al mordisquear un king de pechuga mientras él me examinaba con esos ojos preciosos, sintiendo escalofríos al pensar que posiblemente estuviese saliendo conmigo por una simple y sincera pena. Qué equivocado estaba.

Como no encontrábamos tema de conversación, tardamos más de una hora en ponernos a tono con la situación. La charla se tornó amena cuando, entre risas, descubrimos que teníamos poquísimas cosas en común. Él gustaba de ver películas tontas, y admitió haber llorado cuando vió "Si tuviera 30". Yo, por dármelas de neo-snob, le conté que prefería el circuito off-hollywood y/o el cine clásico: la única película que me había hecho llorar fue "Breakfast at Tiffany's".

Él gustaba de la salsa, el vallenato y la música hispanoamericana en general, incluyendo las baladas. Yo, por dármelas de punk, le dije que me decantaba por el bossa nova, el acid-house, el trip-hop y el new-rock. Pero encontramos una cosa en común: la música cheesy de los ochentas, en especial "Caribe" de Ángela Carrasco. Como la conversación se tornó amena, pronto las risas dieron paso al nerviosismo. Puse el sandwich a un lado: ya no lo podía comer, sentí náuseas de la sola ansiedad. Nos quedamos mirándonos, el uno frente al otro, sin decir una palabra. Yo observaba sus labios deliciosamente rosados, sus dientes perfectos, tenía ganas de comerle la boca. Se lo iba a decir, y sin embargo, algo en su mirada me advirtió que estaba por lanzarse. Y lo hizo.

Rodrigo: Bueno, ya hablamos demasiado, ¿no te parece?
Cyan: Así es.
Rodrigo: Vamos... dime al menos que te gusto un poquito.
Cyan: [Freaking out] Me gusta mucho, Rodrigo. Te lo digo en serio.

Rodrigo sonrió. Ya no existieron más personas para mí en la faz de la tierra, su sonrisa había resumido mi mundo, mi espacio terrenal. "Pensé que no te gustaba, anoche tenía ganas de que hiciésemos algo", me dijo. No podía creerlo. Tenía a ese chico precioso allí, frente a mí, diciéndome que él también estaba dispuesto a alcanzar la misma felicidad que la vida se había rehusado a entregarme hace casi 25 años.

Cyan: No quiero que vayamos a un hostal.
Rodrigo: Yo menos.
Cyan: No porque no me gustes, sino porque me gustaría conocerte más.
Rodrigo: Lo mismo digo.

Era mentira: me moría de ganas por degustar ese cuerpo seguramente delicioso bajo aquél buzo azul. Rodrigo metió una mano bajo la camiseta para rascarse.

Rodrigo: Es una joda ser velludo. A veces da mucho calor, y yo soy muy velludo. ¿Eso te molesta?
Cyan: !

Se acabó. El destino acababa de colocar frente a mí al hombre perfecto, un chico terriblemente atractivo y para colmo velludo. Pero existía un detalle: Rodrigo confesó vivir con un eterno sentimiento de culpa. Católico ferviente, no aceptaba la homosexualidad como género, pero tampoco negaba que él mismo fuese gay por defecto. Y en su caso, le gustaba pasar desapercibido, prefería que la gente no supiese nada acerca de su condición. Había salido del closet en el 2003, y hoy, a sus 27 años, aún existían muchas cosas que no terminaban de cuadrarle. De lo único que estaba seguro era de que le gustaban los hombres y que quería establecer una relación formal con uno. ¿Era mucho pedir?

Cyan: Me muero de ganas de darte un beso.
Rodrigo: ¿Acá?
Cyan: No pues acá no. Busquemos un lugar más adecuado.
Rodrigo: Vamos.

Salimos caminando lentamente, yo sintiendo plomo en las piernas. El chico que estaba haciéndome volar hacia la luna y las estrellas, acababa de aceptar un beso mío. El problema era encontrar el lugar propicio. Como un niño pequeño, se dejó conducir por mí, mientras caminábamos por la avenida Manuel Olguín, a la salida del Jockey. Internándonos en las calles residenciales, pasada la medianoche, encontramos un caserón con un pórtico lo suficientemente oscuro para que nadie nos viera. Yo tragaba saliva: creía que no iba a ser capaz.

Me quité los anteojos con una parsimonia milimétrica. Rodrigo colocó su mochila en el piso, se recostó contra la puerta de aquél caserón oscuro y yo me aproximé a él, lentamente. No pude besarlo de arranque. Lo abracé. Con mi naríz acaricié su cuello, que olía riquísimo, y palpé su cabello desordenado. Él me apretaba contra sí con una ansiedad considerable, y noté que estaba tratando de frotarme su erección. Yo también me erecté, y busqué sus labios. Se los humedecí con mi lengua, y nos fundimos en un tierno beso, besándonos despacio, casi con cariño.

Fuimos interrumpidos por la luz de una camioneta que pasó por la pista y que nos iluminó, pero que no reparó en nuestra presencia. Estábamos corriendo demasiado riesgo. Optamos por irnos del lugar, caminando a pasos cortos, tratando de respirar el aire de ambos que aún permanecía con nosotros. De repente, presentí que algo estaba mal. ¿La había cagado?

Cyan: ¿Estás bien?
Rodrigo: Sí...
Cyan: Dime la verdad, por favor. No me mientas.
Rodrigo: Pues... pensé que ibas a ser más agresivo.
Cyan: ¿Te gustaría que fuese agresivo?
Rodrigo: Sí... me excita que los hombres me abracen fuertemente, que me devoren la cara entera a besos... y lo tuyo fue muy suave. Diria que demasiado. Pensaba que aquí el activo era yo. Y no me gusta tomar la iniciativa.
Cyan: Lo siento. Perdóname. Es cierto que yo soy el activo, pero eso tampoco nos da roles establecidos. Me dieron ganas de tirarte contra la pared y mordisquear tu cuerpo de pies a cabeza. Pero los nervios me lo impidieron.
Rodrigo: [Con brillo en los ojos] ¿En serio?

Seguimos caminando, y yo sentía unas ganas terribles de llorar, por más que Rodrigo ya me había dicho que no pasaba nada. No quería perder a un chico tan lindo como él a causa de mis nervios y mi inexperiencia. Hallamos un parque lo bastante grande, y nos sentamos en la vereda, bajo la sombra de un naranjo. Podría decirse que estábamos en plena oscuridad.

Rodrigo me sorprendió al sacar un chocolate y una coca-cola de su mochila. Me ofreció un poco, pero las náuseas persistían y rechacé el alimento. Nos quedamos en silencio mientras él consumía su bocadillo nocturno. Yo tomé la tapa de la botella y me la llevé al bolsillo, para que me sirviese de recuerdo. No sabía qué decirle, pues él seguía estando muy callado. Temblando, lo tomé de la mano. Él la entrelazó con la mía y nos quedamos allí, aún en silencio, en la penumbra, cogidos de la mano de manera cursi. Él palpó mi entrepierna.

"Estás erecto" me dijo, "¿te provocaría que te haga sexo oral?". Le respondí, muy a mi pesar, que no me parecía correcto. En lugar del ofrecimiento, comencé a acariciar su cuello, sus orejas, su pelo. Él cerraba los ojos y los entreabría, mirándome con ternura, perforándome con esos ojos que ya de antemano sabía que me causarían muchas malas noches.

Rodrigo: Dime algo.
Cyan: Eres lindo.
Rodrigo: No lo soy.
Cyan: No digas huevadas.

Me lancé a sus labios. Me besó casi rehusándose, y yo consideré que tenía que ser más agresivo en mis ímpetus. Comenzé a comerle la boca, pero él volteó la cara.

Cyan: ¿Qué pasa?
Rodrigo: No puedo.
Cyan: ¿Por qué? ¿No te gustó?
Rodrigo: No es eso. No sé qué me pasa. Alguien nos puede ver. No sé, creo que ya no me provoca. Lo siento.

Una lágrima bajó por mi mejilla izquierda. Él felizmente, no lo notó.

Rodrigo: Dime algo, Cyan. No te molestes conmigo, por favor.
Cyan: Ya... No sé qué decirte.
Rodrigo: Quiero seguir viéndote.
Cyan: Y yo quiero seguir besándote.
Rodrigo: Ahora no puedo.
Cyan: No te preocupes... A veces... cuando las cosas se toman con más calma... suelen durar más.
Rodrigo: [Tomando mi mano y bésándola] Tienes razón. Hay que tomarlo con más calma. Por lo pronto, quiero seguir viéndote.

Tuvimos que huír del lugar porque un vigilante nos había estado viendo y nos iluminó con linterna. Quién lo diría, ambos siendo perseguidos por hacer actos obscenos en la calle. Caminamos por la avenida Javier Prado hasta el cruce con la avenida La Molina. Rodrigo no cesaba de pedirme disculpas, y yo no dejaba de pensar que quería retener a ese chico como sea. En un momento de extrema sinceridad, me contó que no buscaba sencillamente una aventura sexual, sino alguien que le diera protección y cariño. CARIÑO, amor, afecto. Y era exactamente lo que yo pretendía darle.

Llegamos a su paradero. Creí oportuno hacerle LA PREGUNTA.

Cyan: Rodrigo, tú me gustas. Demasiado. ¿Quieres seguir saliendo conmigo y ver si podemos intentar una relación?
Rodrigo: Por supuesto, Cyan. Yo también estoy buscando lo mismo.
Cyan: Eso significa que ya no habrán más citas con terceros. Ahora somos sólo tú y yo.
Rodrigo: Me parece lo justo para ambos. Ya no veré a nadie más.
Cyan: Nos vemos mañana, entonces.
Rodrigo: Me encantaría.
Cyan: Yo te llamo.
Rodrigo: Perfecto.

Nos despedimos con un apretón de manos. Camino a mi casa pensé que me había olvidado de preguntarle algo muy importante: si acaso no le importa verme todos los días. No sé qué tan mala pueda llegar a ser la costumbre. ¿Acaso podríamos acabar por hartarnos? No me importa, tengo que conquistarlo y ENAMORARLO, hacer que se enamore de mí, y a juzgar por la manera en que abre su corazón y sus sentimientos, es una tarea muy fácil. Llegando a casa, saqué la tapa rosca de su botella de gaseosa, que había guardado en mi pantalón, la besé con afecto y la coloqué junto a mi frasco de Xanax. La observé con detenimiento, y me hice la promesa de que nunca volvería a tomar pastillas.

Posteado por Cyan a las 1:02 a. m.
 
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