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Finalement...
viernes, enero 21, 2005 |
Me resultaba imposible e increíble. Creer que iba a existir la posibilidad de un segundo encuentro con el destino era poco viable, pero llegó. Y en menos de dos días, aunque no sin antes dejarme una sensación insalubre en el paladar. Pero esta vez, hice lo que tenía que hacer. Hasta yo mismo me sorprendí.
Eran casi las 10 de la noche. Funky (mi mejor amigo) y yo estábamos extenuados luego de un apabullante día de compras en el Jockey Plaza, en medio del tumulto de gente que en verano y en vacaciones no duda a lanzarse al ruedo mercantil, y más aún cuando los grandes almacenes promocionan a todo dar sus “4 días fantásticos”. Aún así decidimos ir a comprar lo necesario para irnos a la playa el día sábado, y entre chicos guapos y amas de casa histéricas obtuvimos lo que queríamos, no sin tener que caminar de más, pues mis adoloridos pies no podían dar un paso más. Luego de un iced capuccino que nos revivió las fuerzas, decidimos (calabaza, calabaza) ir cada uno a su casa, saliendo por la puerta de Ripley del segundo piso.
Riéndonos, felices de la vida, nos disponíamos a bajar por la rampa del estacionamiento cuando, sin pensarlo, posé los ojos en un chico que caminaba para el lado opuesto. Cuando lo miré, pude notar luego de dos segundos que el chico era más que guapo, y comprobé, no sin cierto horror, que él, con sus deliciosos ojos, me devolvió la mirada, siguió caminando, mirándome, y fue en ese preciso instante cuando noté la lujuria que intentaba transmitirme. Cuando quedó fuera de mi campo visual, fue cuando pude exhalar a bocanadas.
Funky: ¡DIOS!
Cyan: …
Funky: Un poco más y me come con la mirada.
Cyan: ¿Qué? ¡Estás loco! ¡Si me miró a mí!
Funky: ¡NO, a mí!
Cyan: ¡A mí!
Existía la posibilidad que yo, en mi desesperación, hubiese malinterpretado la mirada del chico que, tal vez, ésta se hubiese posado en mi amigo, no en mí. Pero tampoco podía asegurarlo, a ciencia cierta. Lo que sí hicimos fue voltear a verlo: el chico volteó al mismo tiempo, y al comprobar que le seguíamos el juego, se quedó parado, ahí, en medio de la vereda, al igual que nosotros, que estábamos a escasos metros de distancia. Era la excusa perfecta para que ambos emitiéramos esta vez un segundo, fuerte y rotundo: “¡DIOS!”
Funky: Amigo, ve tú.
Cyan: Estás bromeando.
Funky: Ve tú. Tú lo necesitas más que yo.
Cyan: ¿Pero qué mierda le voy a decir? ¿Y si te miraba a ti y no a mí?
Funky: Qué chucha. Vas, le preguntas a quién miraba, y si se te hace, se te hace. Yo te espero en la puerta de Ripley. Si no pasa nada, me timbras. Si pasa algo, vete con él. Aprovecha.
Sentí un escalofrío y un gran impulso en la espina dorsal. Sin darle una respuesta concreta, me dirigí hacia donde estaba el chico, que se había sentado en las escaleras. No había un alma por allí. Las piernas me temblaban, el corazón se me salía por la boca, y sin embargo, me dije a mí mismo: “Es ahora o nunca”.
Lo encontré de espaldas. No volteó a mirarme y no me importó. Me senté a su lado y le extendí mi mano diciéndole “Hola” con una voz lo más masculina posible. El chico me miró, y ya con esa mirada descubrí que había caído en sus redes, de pies a cabeza. Era una mirada tierna, o acaso ¿tímida? Sus ojos parecían dos destellos sobre las pequeñas pecas de sus mejillas, su cabello castaño y arremolinado, su perfil perfecto y su piel blanquísima. Me dijo “Hola” con voz infantil. Tuve que agarrarme de la baranda para no desmayarme: su voz era cuasi idéntica a la de Pertur. No obstante, cuando el chico extendió su mano y pude observar su brazo musculoso y poblado de una considerable mata de vello negro, me olvidé a Pertur en un santiamén.
Contra todo pronóstico, el chico resultó ser bastante tímido. Demasiado. Le pregunté su nombre. Se llamaba Rodrigo. Con una vocesilla entre infantil y angelical, fue respondiendo a las preguntas que yo le sacaba con cucharita. Me contó que estudió Comunicaciones y que vivía en La Molina (cuánta coincidencia). Sin embargo, mientras él hablaba tímidamente, yo empecé a temblar, de manera inexplicable. Quizás me había dado cuenta del gran paso que había tomado y era recién ahora que lo estaba asimilando. Lamenté no tener algunos calmantes para apaciguar mi creciente epilepsia que él, gracias a Dios, no consiguió notar. Pero había que hacerle la pregunta. Y se la hice.
Cyan: Oye ¿y a quién mirabas? ¿A mi amigo o a mí?
El chico me miró con sus ojos infinitos y sonrió. Sonrió lanzando un leve exhalo, se me quedó mirando durante tres segundos y luego giró su cabeza hacia atrás.
Rodrigo: A tu amigo.
Mierda. A me parecía sospechosa tanta felicidad, tanto cuento de hadas repentino. Pero, ¿por qué me miró antes de dar su veredicto? ¿Por qué me miró con esa expresión entre dudosa y divertida? ¿Era quizás, porque mi pregunta le molestó? ¿En verdad le gustaba mi amigo, o había mentido, y le gustaba yo? No, no podía ser. Ese chico era demasiado para mí. Too much.
Cyan: [Mintiendo] Pues él se llama Funky, pero tiene novio.
Rodrigo: ¿Novia?
Cyan: Novio. Aunque ahorita su relación va muy mal, pero está enamoradísimo.
Rodrigo: Ah.
Y sonrió. SONRIÓ. ¿Por qué lo hizo, por todos los santos? Mierda, mierda, mierda. ¿Y ahora qué hago? Opté por seguir hablando, y continuamos la plática, mucho más relajada. Me contó que estaba yéndose a la casa de un amigo, y que le daba miedo ir solo porque el barrio era bastante peligroso. Quise preguntarle, en plan progre, ¿qué hace un chico como tú en un barrio como ese? Pero seguimos hablando, hasta que mi nerviosismo impidió traer a la luz un nuevo tema.
Rodrigo: Oye, me ha encantado conversar contigo.
Cyan: A mí también. [Nervios] Pero… [más nervios] me gustaría poder seguir hablando contigo otro día. Si quieres claro.
Rodrigo: Bacán.
Cyan: [Dudando] Dame tu fono.
Rodrigo: 0000-00000.
Cyan: OK, apuntado. [El mío, no me ha pedido el mío. ¿Se lo doy? ¿Y si no lo quiere?]
Rodrigo: Oe, pero dame el tuyo también pues.
Cyan: [Rojísimo] Emmm… yap. Es el 1111-11111.
Rodrigo: Genial.
[Riiiiiiiiiing…]
Mi celular. SUENA MI CELULAR. Fuck. ¿Quién puede ser? Miro antes de contestar: es Funky. Me había olvidado de él. Contesto. Le digo que me espere porque ya estaba yendo para allá. ¿Por qué le dije eso? Rodrigo se puso de pie. Mierda.
Cyan: Si quieres le digo a mi amigo para acompañarte hasta el paradero.
Rodrigo: Qué vergüenza. Me parece mucho abuso de mi parte.
Cyan: No, cómo crees, nada que ver.
Rodrigo: Bueno… gracias.
Ni bien se lo dije me arrepentí. ¿Para qué llevar a Funky? Fue un gran error. ¿Qué pintaría él ahí? Ya no podía hacer nada, el daño estaba hecho. Funky vino hacia nosotros, se saludaron y fuimos los 3 caminando hacia Javier Prado. Funky, inteligentísimo, se colocó a unos metros de ambos, como dejando en claro que quería estar fuera de nosotros. Gran atino. Fue entonces cuando mandé todo a la mierda y me atreví.
Cyan: ¿Y qué vas a hacer mañana?
Rodrigo: Mmmm… tengo que hacer hasta la 1 de la tarde, más o menos. Después estoy libre.
Cyan: Si gustas podemos salir a conversar por ahí…
Rodrigo: Me encantaría.
No. Definitivamente, este chico o está miope o se hace el tonto. ¿Por qué ha aceptado salir conmigo? ¿No que le gustaba Funky y yo no? ¿O yo le gustaba? ¡Mierda! Y para colmo, llegamos al paradero sin poder terminar de asimilar las cosas. Le dí la mano diciéndole “Te llamo” y lo dejamos allí, solo, mientras nosotros regresamos al Jockey.
Funky: Al menos no la cagaste. Sal con él. Nada pierdes.
Cyan: ¡Pe-pero él quiere contigo!
Funky: Quien sabe… la vida da muchas vueltas. ¿Acaso no te pidió tu teléfono? ¿Acaso no aceptó tu invitación a salir?
Cyan: …
Funky tenía razón, mucha razón. Pero nada podía sacar de mi cabeza que a Rodrigo le gustaba Funky. Él mismo me lo dijo: “Miraba a tu amigo”, no pudo haber mentido. Entonces ¿por qué aceptó mi invitación? ¿Por pena? ¿O porque le caí bien y quiere mi amistad? No, así no. Tengo que dejar las cosas en claro. Le diré que no busco un amigo. Tengo ya demasiados amigos. Necesito un novio, alguien con quien salir, con quién intentar algo, por más insignificante que sea, pero ALGO. Se lo diré cuando lo vea. Ya no sé qué pensar. Mierda. Y hoy tengo que llamarlo. ¿Y si no me contesta? ¿Y si ya no quiere salir conmigo? Mierda.
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