The end
martes, enero 25, 2005

Quizás siempre haya una parte de nuestro ser que nos advierta del peligro inminente y que se manifieste días antes de la tragedia. Recuerdo la noche inolvidable que pasé con Rodrigo: el beso, el disfrutar de la luna tomados de la mano bajo el árbol de un solitario parque cercano a la avenida El Derby, la idea que cruzaba por mi mente de que ese chico sentado a mi lado era demasiado perfecto para ser cierto. Cuando llegué a casa, luego de acordar futuras salidas, debía de sentirme eufórico, pero no: no conseguí dormir, me limité a dar vueltas en la cama, tenía un mal presentimiento, tal vez porque él estaba pensando, en ese mismo momento, que había cometido un error conmigo.

Ya me había destrozado la estabilidad emocional al plantar nuestra cita e irse a ver al misterioso enmascarado que no cesaba de enviarle mensajes sublimes al celular, acción con la cual traté de competir, sin éxito, y que después entendí como un gran error que me dejó en el ridículo.

Ayer logré afrontar el calor del mediodía y hacia las 2 de la tarde mi cerebro estaba haciendo tal calistenia que no pude soportarlo más. Me avalancé sobre el celular y marqué su número. Ahora me arrepiento de haber gastado el poco saldo que me quedaba en vano. Me saludó con esa timidez y esa despreocupación tan inherentes a él, con una normalidad cuasi alarmante.

Cyan: ¿Y qué tal el fin de semana?
Rodrigo: Ahí bien...
Cyan: ¿Nos vemos más tarde?
Rodrigo: ¿A qué hora?
Cyan: No sé, como a las 7...
Rodrigo: Mmmm... ¿no puede ser más temprano? A las 8 tengo que estar en mi clase de canto.
Cyan: Bueno, si me desocupo más temprano, te llamo.
Rodrigo: OK, cuidate.

No se me ocurrió preguntarle acerca del tipo con el que salió el sábado, ni mucho menos inquirirle por qué no me había llamado durante el fin de semana, cuando me prometió hacerlo tras su desplante y su intempestiva cancelación. Era ÉL quien estaba en falta, no YO. Pero hasta ese momento yo aún conservaba la calma, y sobretodo las esperanzas de verlo más tarde y podar robarle otro de sus besos impulsivos, aspirar el aroma de su cuello que sigue impregnado en mi nariz y acariciar bajo su camiseta la espesa mata de vello que cubre su pecho y estómago.

Al pensar de esa manera reparé en que además de ser lindo, Rodrigo me excitaba. Y mucho. Demasiado. Empecé a masturbarme pensando en recorrer con mi lengua aquél cuelpo delgado y velludo, pero a la mitad de la fantasía me detuve por motivos ajenos a mis ímpetus: había algo que seguía mal, un presentimiento extraño, un mecanismo que amenazaba con fallar. Lamentablemente la erección no cedió y mi pene seguía vibrante, en los perfectos noventa grados, ansioso de deseo hacia Rodrigo. Opté por tomar una ducha helada, beber de seguidilla dos latas de Red Bull y enfrascarme en el trabajo que había dejado relegado desde hace días.

A las 6 de la tarde tomé la resolución de que no podría verlo. No me alcanzaría el tiempo: él se iría a las 8, no habría tiempo ni de conversar bien ni de besarlo, que era lo que más me importaba. Pensé en pegarle una llamada para proponerle posponer nuestro encuentro para mañana, pero luego me di cuenta que no era necesario: si quería hacerme el interesante, tranquilamente podría llamarlo al día siguiente. En medio del caos mental, sólo se me ocurrió una alternativa viable y divertida: ir a visitar a mis amigos que ensayaban en el gimnasio del AELU.

Luego de una hora y media de camino, me encontré con un imprevisto: el gimnasio estaba siendo fumigado, no había atención, y por supuesto que de mis amigos, ni rastro. Me senté en una de las escalinatas tratando de buscar a alguien conocido, cuando miré mi reloj. Eran casi las 8 de la noche. Hasta hoy sigo pensando que fue mejor hacer esa llamada, porque quizás podía seguir viviendo de un engaño, de una falsa esperanza, de una postergación indefinida que no hizo más que perpetuar el dolor que yace en mí desde el momento en que puse los pies sobre este mundo.

Deposité una moneda y marqué su número desde un teléfono público cerca a la cancha de futbol. Rodrigo no tardó en responder, mucho más animado. Creí conveniente ofrecerle mis disculpas por no poder vernos hoy día, y pareció no importarle.

Cyan: ¿Te parece bien si lo dejamos para mañana?
Rodrigo: ¿Mañana a qué hora?
Cyan: No sé... Fácil a las 4, ó 5...
Rodrigo: Ya pero... normal... pero antes tengo que decirte algo.
Cyan: ¿Qué cosa?
[Click...]

Mierda, la comunicación se cortó sin haber escuchado el bip para depositar las monedas. ALGO, tenía que decirme ALGO. ¿Era lo que me esperaba? El final perfecto para la aventura de una noche, el fin indiscutible para una vida amorosa con más mierda que un inodoro de callejón de un sólo baño. Rebusqué con ansiedad entre mis bolsillos hasta encontrar otra moneda. Temblando, más de miedo que de otra cosa, volví a marcar su número, quizás ya por última vez.

Rodrigo: ¿Aló, Cyan?
Cyan: Sí... Dime, ¿qué paso? ¿qué es lo que tienes que decirme?
Rodrigo: Ah...
Cyan: [A punto de caer muerto] ¡DÍMELO!
Rodrigo: Bueno que.. ¿te acuerdas el sábado que te llamé cuando estaba esperando al pata ése?
Cyan: Ajá.
Rodrigo: Pues... no me dejaron plantado. El pata llegó.
Cyan: Sí, me lo imaginaba.
Rodrigo: Y me fue muy bien con él. Muy bien.
Cyan: Claro, por eso sonabas tan raro cuando te llamé.
Rodrigo: Sí, el hecho es que... normal, o sea, podemos salir mañana si gustas, pero sólo como amigos.
Cyan: ¿Estás con él?
Rodrigo: No aún no, pero recién estamos empezando algo.
Cyan: Ah, OK... o sea que me estás despachando de antemano.
Rodrigo: No hables así, por favor, no se trata de eso, mira...
[Click...]

Se cortó la comunicación, ahora para siempre. Se cortó mi angustia, se cortó mi ansiedad, mi alegría, mis ganas de vivir, mi vida. Todo. Y nada. Recorro el mismo camino que recorrí con Pendex, con Hiro, con todos y cada uno de los que vinieron y vendrán. El círculo vicioso de mi infelicidad es también un estrago infinito en las llagas del alma, que arañan, que hacen sentirse mal, verdaderamente mal, al reparar en aquél martilleo en el cerebro, en aquella voz interior que dice "yo te lo dije, yo te lo dije"...

Me senté en las gradas y desheché cualquier tentativa de volver a colocar una moneda y llamarlo para aclarar las cosas. No había nada qué aclarar: quería ser mi AMIGO, y hace mucho tiempo que yo NO quiero ni necesito AMIGOS. El sábado había conocido al miserable ése y luego de UN día, no dudó en liarse con él. Yo sólo fui un puente para asegurar lo que sentía, lo que le era permitido hacer por sus impulsos. A mí me tomó DOS días ganarme su confianza, arrancarle un beso y proponerle una posible relación, la cual él mismo tiró por el cagadero. Al otro imbécil le tomó un día, UN DÍA ganarse su corazón y hacerle caer en cuenta que era mejor que yo. Todos son mejores que yo. Él había echo su elección, y no le tomó mucho tiempo hacerla, casi nada, una mierda: lo escogió a él. ¿Y a mí? A mí que me parta un rayo, que me trague la tierra, que venga un ventarrón como en Macondo, que me sepulte y que me regrese al subsuelo del cual nunca debí salir.

Posteado por Cyan a las 12:20 a. m.
 
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