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Carrie Bradshaw
jueves, enero 27, 2005 |
Me ha tomado cerca de dos días comprender, luego de mucho renegar, que tal vez Rodrigo no sea precisamente la persona indicada para darle todo lo que quiero (o necesito darle). De una cosa estoy seguro: así sea tierno, Rodrigo puede ser también el ser humano más frío del mundo. La pregunta es: ¿es frío con los demás o sólo conmigo? Me refiero al asunto de las llamadas telefónicas. Con Hiro pasó lo mismo. Ambos son de una estirpe llamada "hombres-entrevistas-de-trabajo" una nueva clase de homo sapiens de nombre rarísimo e idiota, que resumen su existencia con un eficaz (y directo) "no nos llames, nosotros te llamaremos".
Si lo que deseo es entablar una amistad con Rodrigo, eso ya es más difícil. Una amistad no se hace de uno, sino de a dos y de a más. No puedo ser siempre yo el que lo llame, el que siempre se acuerde, el que lo tenga en cuenta todos los días de mi vida. No le voy a poder la misma obsesión a cambio, pero al menos una llamadita inocente desde un teléfono público para averiguar siquiera que no estoy muerto. ¿Existen verdaderamente los hombres que son incapaces de llamar por teléfono o es sólo un invento del destino para hacernos creer que la vida es color de rosa?
Cuando me levanté, miré en el calendario (porque ya no sé ni en qué día vivo), y noté que estábamos jueves. En uno de sus innumerables cuentos, García Márquez dijo que el jueves es el día más largo de la semana. Y fue un jueves como hoy, hace ya una semana, que Rodrigo se cruzó en mi vida. Y no hablo en plural porque fue él que se cruzó conmigo, no yo. Fue él quien me lanzó aquella inquietante mirada, y hasta la fecha no sé exactamente si estuvo mirando a mi amigo o a mí, a pesar de que me lo aclaró ni bien me senté a conversar con él.
O quizás él se cruzó conmigo, pero fui yo quien le hice caso, quien le seguí el jueguito de gato y ratón que terminó en un nada casto beso a la luz de la luna. Algunos se resisten a creerlo, y no sé si fue producto de mi imaginación, pero cuando besaba a Rodrigo bajo el cielo negro pude ver en lo alto una luna en cuarto creciente lo bastante luminosa para enfermarme observando la belleza de aquél chico, por puro amor al masoquismo.
Y es el masoquismo lo que me ha llevado a tomar una decisión: quiero volver a verlo. Podría tranquilamente no hacerlo, es más, quiero y no quiero, sin embargo algo en mí me motiva, secretamente, a lanzarme al ruedo nuevamente. Lo llamé ayer y recibí el mismo tono despreocupado, como si ni se hubiera detenido a pensar en mí un mísero minuto, pues es todo lo que le pido en la vida. "Cyan, creo que el chico con el que salgo me oculta algo" me dijo un poco preocupado, y yo, con la satisfacción que traen consigo los malos deseos ("ojalá que lo suyo dure poco") le sugerí vernos hoy para una inocente plática. Creo que si estoy pensando en no volver a verlo, al menos tengo que evaluar qué siento por él luego de una semana entera de confusión mental. ¿Existirá una posibilidad, por pequeña que sea, de volver adonde estábamos?
Note el lector que las preguntas vienen a mi mente como nunca. Tanta querella desesperada me hace pensar en el estilo narrativo que Carrie Bradshaw (genialmente interpretada por Sarah Jessica Parker) le imprimía a su columna "Sex and the city". Lo que menos quiero ahora es una pancarta mía en topless circulando sobre los buses de la ciudad.
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