Ah...
miércoles, febrero 09, 2005

Fue curioso haber podido ver el pene de Toshiro en todo su esplendor, y que al mismo tiempo, más allá de la impresión del momento, no me provoque el más mínimo deseo incontrolable que solía sentir al verlo. Cuando alguien me rechaza con todas sus letras (es decir, cuando me dicen sin pena ni compasión "no te hagas ilusiones, porque nunca pasará nada contigo mientras esté vivo, así tengas que pasar por sobre mi cadáver"), automáticamente mi cerebro y mis sentimientos elaboran un mecanismo de bloqueo que me impide volver a acercarme al autor del rechazo, y por consiguiente deja de interesarme y predominar en mi vida. Vale decir que Toshiro no lo hizo una, sino varias veces. Es por eso que, después de apreciar su sinceridad, lo sigo considerando un amigo valioso, y si él me pidiese una mamada, se la daría con gusto, pero no pasaría de un simple happening. Nada del otro mundo, como dicen por ahí, una paja y ya. Claro que si el lector es lo suficientemente inteligente, se dará cuenta con facilidad que el supuesto "bloqueo" no es más que un eufemismo o un floro barato para calificar mi altanería y el alto precio de mi amor propio.

Eso es exactamente lo que quisiera obtener de Rodrigo: una respuesta definitiva, para odiarlo y desearle la muerte. A diferencia de Toshiro, Rodrigo nunca podrá ser mi amigo: se trata de un muchacho inmaduro, torpe y por desgracia, amante del tex-mex. Para colmo de males es insensible, descuidado, desconsiderado. El lado bueno es la apariencia física, la gran atracción sexual que despierta en mí (sobretodo al imaginarme cómo será su cuerpo super velludo) , su voz tímida e infantil y sus ojos con leves ojeras que me hacen recordar a los de Robbie Williams. Pero no señor, no señorita: no todo entra por los ojos. Es un gran dilema, una gran mierda que mi sistema psicosomático me impide comprender, es casi inútil asimilar la idea de que, literalmente, me cago por un imbécil.

La idea de terminar con todo, finiquitar el contacto, me llegó en el momento exacto en que percibí su tono despreocupado durante la última llamada teléfónica. Está bien, yo había asistido a su cumpleaños el sábado por la noche, había sido el último invitado, su familia me trató con cariño, él me acompañó a las 2 de la madrugada hasta el paradero, inclusive me dio las gracias una docena de veces pero... ¿dónde estaban los hechos? ¿Por qué no se había conectado al MSN desde el sábado? ¿Por qué ni siquiera una mísera llamada? Aún estragado por el mar de contradicciones que fluctuaban en mi mente, decidí llamarlo para vernos ayer. La respuesta, por más que no quisiera saberla, ya la sabía.

Cyan: ¿Aló? ¿Rodrigo?
Rodrigo: Sí... ¿quién habla?
Cyan: Soy yo, Cyan.
Rodrigo: Ah...

Ah... Ese monosílabo que ni siquiera puede considerarse una palabra propiamente dicha, sino una expresión, fue lo que terminó por regir mi vida a partir de ese momento. Aquél "Ah..." le salió de las entrañas, sin pensarlo, en versión uncut y uncensored. Era el "Ah..." de la indiferencia, el "Ah..." de "ah... eres, tú, ¿cuándo me vas a dejar en paz?". El "Ah..." de "ah... otra vez tú", "Ah... a tí que te parta un rayo", "Ah... a pesar de no haberte visto desde el sábado me interesas un comino". Lo entendí perfectamente. No necesitaba más palabras. Ese "Ah..." me había dado la respuesta que necesitaba para terminar de una vez por todas con toda la mierda que tenía encima.

Cyan: ¿Qué tal?
Rodrigo: Bien... ¿oye, qué tal llegaste el sábado?
Cyan: Sin novedad... Te llamaba para ver si nos veíamos hoy.
Rodrigo: No puedo, he quedado con Carlos.
Cyan: Bueno, entonces ya fue...
Rodrigo: ...
Cyan: Cuidate, hablamos otro día.
Rodrigo: Gracias. Chau.

Y dí por finalizado todo el abismo de indiferencia que obtuve de su parte. No se si podré, pero por el momento me apetece tenerlo lejos de mi vida. Ojalá mañana al despertarme no cambie de opinión. Y algo me dice que así será.

Posteado por Cyan a las 12:49 p. m.
 
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