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La gota que colmó el vaso
viernes, febrero 11, 2005 |
Por supuesto que, como es usual en mí, hice caso omiso a la promesa de no llamar nunca más a Rodrigo. Sin embargo, temprano en la mañana, mientras me estiraba en la cama para terminar de despertarme y soportar la erección mañanera (que todos los hombres sufrimos religiosamente todos los días), pensé en él con un poco de nostalgia. Después de todo, siempre podría llamarlo de modo inocente, como quien no quiere la cosa, y averiguar cómo estaba, para que pensara que lo tengo siempre presente. En ese instante no me imaginé que, al romper mi promesa, vendría un castigo tan cruel que me haría arrepentirme, inclusive, de haberlo conocido. Por consiguiente, me veo obligado a hacer la promesa (ahora sí) de no volver a quebrantar ninguna promesa, así la brecha por conseguir la victoria se visualice cercana, pues también de ilusiones y falsas esperanzas está hecha la vida.
Mierda, me dije a mí mismo cuando descubrí que no había pagado el teléfono a tiempo y estaba con medio corte. No quería llamarlo de mi celular (algo me decía que quizás viendo quién lo llamaba, no me contestaría), así que salí a la calle en la cual, gracias a Dios, hay un teléfono público a menos de dos pasos. Coloqué la moneda de un sol y marqué, de memoria, los números de su celular. Sonaba el repique, pero luego de unos instantes, la comunicación se cortó. ¿Es que no quería responder? Marqué de nuevo. Nada, no contestaba. Ahora pienso que fue una señal del destino para indicarme que no lo llamara, que lo dejara en paz, que me olvidara de una vez por todas de él. Pero las señales del destino son fugaces, de corta duración. Apelando al sentimiento huachafo, pensé que "a la tercera sería la vencida". Lamentablemente, así fue.
Cyan: ¿Aló? Rodri... Rodrigo: ¿Sí? Cyan: Hola, soy Cyan. Rodrigo: Ah...
Esto me pareció haberlo vivido antes. No debí de llamarlo.
Cyan: ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Rodrigo: Ahí...
Su voz sonaba rarísima. Debí intuír que algo pasaba, pero la laxitud acostumbrada del tono de su voz me hizo continuar en la búsqueda de respuestas.
Cyan: Te llamé para ver si nos podíamos ver. ¿Estás libre hoy? Rodrigo: No. No voy a poder.
Tajante.
Cyan: Bueno... cuando tengas tiempo, llámame pues, así sea a cualquier hora. Rodrigo: ... Cyan: ¿Ya? Rodrigo: ... Cyan: ¿Aló? Rodrigo: ...
Silencio. Como Naomi Watts en "Mulholland Drive". Silencio. No escuchaba nada, ni su respiración, sólo silencio. Cuando estaba por colgar, escuché a alguien tomar el teléfono.
Voz: Aló. Cyan: Ah, te decía que cuando quieras me llamas y salimos... Voz: Emmm...
Esa voz no era de Rodrigo, era mucho más suave, reposada, parsimoniosa. Algo en mi interior me comunicó que acaba de CAGARLA. Así, en mayúsculas.
Voz: ¿Aló? ¿Cyan no? Cyan: ¿Sí? Voz: Hola qué tal, soy Carlos. Mira, Rodrigo no puede atenderte en éste momento. ¿Tienes algún recado para él?
El auricular se me cayó de las manos y quedó en el aire sostenido por el cordón, iniciando un movimiento semejante a un péndulo. Yo, inmóvil, con el corazón en taquicardia, intentaba asimilar lo que acababa de pasar. Carlos. ¿Por qué le pasó el celular a él? Me sentí estúpido. Ahora lo comprendía todo. La voz de Carlos parecía la de un locutor de programas románticos radiales. ¿Hector Felipe? No, era más. Era una voz sencilla, pacífica, cada palabra que articulaba sonaba como suspendida en el limbo. Una voz hipnótica. ¿Sexy? Podía ser. Ahora recién le daba la razón a Rodrigo. Pero, tenía un asunto pendiente qué resolver. No dejaría que se diera cuenta de mi aflicción. Si me había hablado con serenidad, yo le hablaría con sorna. Eso haría. Como Alicia Silverstone diciendo Sporadicus. Recogí el auricular que, para remate, durante su movimiento chocó con mi entrepierna. Ouch.
Cyan: Ah sí... Hola Carlos, qué tal. Mira, si Rodrigo está por ahí, dile que me llame, porque me dijo que tenía que contarme algo, urgentemente. Carlos: ¿Algo? ¿Qué cosa? ¿Acerca de qué tenían qué hablar? Cyan: Naaa... es un asunto privado de ambos ¿entiendes? Carlos: Ah... Cyan: Jeje... así es... ¡wow, qué calor hace! Bueno, ya se va a cortar, así que me despido. Mándale un besito a Rodrigo de mi parte. ¡Ah! Y dile que me llame, ¿eh? Carlos: Eh... claro. Cyan: Bueno pues, cuídate. Carlos: OK. Chau. Cyan: Byeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee...
Colgué. La máscara de Alicia Silverstone en versión Johana San Miguel se cayó sobre el pavimento. A grandes pasos, mis ojos se humedecieron mientras regresaba a casa. No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar. Luego de cerrar la puerta, me tiré al suelo. Observando el techo, me quedé al contacto frío contra las mayólicas. Mi cabeza me dolía, el suelo era demasiado duro e incómodo. Pero me gustó el dolor. Aplacaba el dolor que sentía en el alma, las punzadas de acupuntura que sentía por todo el cuerpo. ¿Qué podía hacer? Empecé a dar vueltas en círculo, en la sala. Fui a mi habitación y me tiré en la cama. Intenté dormir. Por supuesto, no pude.
Las primeras lágrimas se acumulaban en mis mejillas y amenazaban con convertirse en un mar descontrolado. No quería llorar. No podía darle ese gusto a nadie. Tenía que tomar algo. Si tengo que sacar a alguien de mi cabeza, borrarlo de mi sistema, imaginar que nunca existió, que nunca lo conocí, que nunca nos besamos, que nunca mordisquée su cuello, que nunca froté mi erección con la suya, que nunca absorví su olor delicioso, que nunca recorrí con mi mano la selva de vello de su abdómen, no podré hacerlo solo. Es más, no puedo, todo me recordaba a él.
¿Era así como me pagaba, luego de haber asistido como un miserable estúpido a su reunión de cumpleaños, siendo yo el único invitado? ¿Al convertirme en su paño de lágrimas y creer que existiría la oportunidad de ser amigos? Es demasiado. Too much. Por eso, acabo de llamar a un amigo médico para hacerle una consulta: con tres cápsulas de diazepam podré dormir tres días sin parar. Con suerte despertaré el domingo en la madrugada o el lunes temprano. Es la única manera en la cual podré decir al fin "borrón y cuenta nueva". Además, el sueño adelgaza. Claro que, la idea sería no despertar. Pero bueno, nada es perfecto. Son las 10 de la mañana. Un sueño de tres días es exactamente lo que necesito. Buenas noches y hasta el lunes. Rodrigo, hasta nunca. |
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