Daewoo Brigitte
jueves, febrero 24, 2005

Ya estaba en pleno trance de histeria decimonónica del mes ante la ausencia de la ola carmesí (porque a los gays también nos da la regla, señores), malhumorado, con el ceño fruncido y una mueca de disgusto, bajo los primeros rayos de sol de la mañana, maldiciendo a medio planeta porque el despertador nunca sonó y ahora llegaría tarde a clase de francés. Paré el primer micro que pasaba, un Daewoo blanco, y me senté, ahislado, en uno de los asientos del final, para evitar cualquier contacto con la humanidad que pudiese activar la detonación de mi cólera.

Me puse los headphones del discman y coloqué el "When the pawn" de Fiona Apple (lamenté no haber traído conmigo algún CD de cualquier angry grrl tipo Liz Phair), que era lo que mejor venía para etapas de incertidumbres para condimentar con un piano desconcertante y una vocesilla enigmática y cachosa. Estaba totalmente obnubilado, tratando de asimilar las canciones de Fiona y desterrando a un segundo plano el inaudible motor del vehículo, cuando, en las cercanías de la academia de Inglés, subió Brigitte Bardot.

Mejor dicho, subió Santiago, also known as "Brigitte". Al principio no lo reconocí porque estaba altísimo y había erradicado su trendy look, cambiándolo por un pantalón marrón de drill y un polo celeste bastante simple. Llevaba también un morral cruzado y unos libros de inglés bajo el brazo. ¿Era el paso del tiempo o Brigitte era, más que guapo, un chico precioso que subestimé por estar vestido la última vez como un vulgar pastrulo? Definitivamente, el hábito hace al monje, y Brigitte se veía demasiado atractivo con aquella vestimenta semi-casual.

Pero existía un problemilla: ni bien subió, Brigitte se apeó a uno de los pasamanos cercanos al chofer, al no encontrar asientos libres. Me pregunté si debía pasarle la voz, pero cundió un inesperado miedo por mi espina dorsal. ¿Miedo? ¿Por qué? ¿Por que quizás cabía la posibilidad que Brigitte se hubiese olvidado de mí, de aquella noche de copas y muy loca? ¿De que lo coronamos como Brigitte y que cantó junto a mí una canción de Raffaella Carrá a las 3 de la mañana en una vetusta combi que atravesaba la Javier Prado? ¿De que, valgan verdades, nos habíamos caído más que bien? ¿Podría olvidarse Brigitte de nuestra cada vez más acrecentada confianza?

Brigitte miró un par de veces hacia el lugar donde estaba sentado, supongo que para comprobar si existían asientos libres. No sé si en ese momento ya se había dado cuenta de mi presencia, pero lo cierto es que minutos después se hizo evidente: me había reconocido, pero no se atrevía a aproximarse. ¿Chico tímido? Si la montaña no va a Mahoma... tampoco iré a la montaña. Estaba harto de perseguir chicos, estaba harto de ser retribuído con indiferencia por tipos como Rodrigo. Si Brigitte me había reconocido, tendría que ser él quien diese el primer paso.

Ya me estaba arrepintiendo de mi estúpido razonamiento cuando varios pasajeros, entre ellos quien estaba sentado a mi lado, se bajaron. Brigitte, impulsado por el repentino éxodo de personas, reparó en mí con sus grandes ojos y sonrió, avanzando a grandes pasos entre los asientos libres. Yo ensayaba mis muecas de sorpresa bien a lo Grace Adler (Will & Grace), aunque algo más teatrales para arrancarle una sonrisa.

Se habían liberado dos asientos: el que estaba a mi costado y el que estaba adelante. Yo rezaba. Que no se siente adelante, que se siente a mi costado. Que no se siente adelante, que se siente a mi costado. Que no se siente adelante, que se siente a mi costado. Que no se siente adelante, que se siente a mi costado. Que no se siente adelante, que se siente a mi costado. Que no se siente adelante, que se siente a mi costado. Se sentó a mi costado. Aleluya. Pero antes me dio un fuerte apretón de manos (¿reinvidicando su hombría, quizás?).

Brigitte: Habla Cyan!
Cyan: Habla Brigitte, qué milagro.
Brigitte: Jajaja... Brigitte... pensé que te habías olvidado de eso.
Cyan: Nunca.

Estaba lindo. Era la primera vez que lo veía a la luz del día y había pasado el exámen con sobresaliente. Su sonrisa y sus ojos hacían una conjunción perfecta con su piel tostada. Su cabello adquiría tonos castaños junto a la ventana. Yo lo miraba embelezado pero trataba de disimular mi entusiasmo. Él, por su parte, hablaba atropelladamente, como si quisiera hacerme un resumen de su vida en menos de un segundo. Me contó, entre otras cosas, que estudiaba inglés y que salía exactamente a la hora que yo comenzaba el francés. Muchas coincidencias.

Lamentablemente, la conversación no dio para más porque ya me acercaba a mi destino y tenía que bajarme. Nos despedimos con bastante alegría y prometí escribirle, pues hasta la fecha no le he mandado ni un mísero e-mail. Bajé del micro y Brigitte me hizo adiós desde la ventana. Me pareció que me había guiñado un ojo. Intenté relajarme tratando de bajar de mi nube. Es obvio que le caigo bien, muy bien, pero ¿será más que eso? Las preguntas quedaron latentes en mi subconciente. No obstante, existe algo de lo que sí estoy segurísimo. Me gusta.

Posteado por Cyan a las 12:31 p. m.
 
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