The Bride
viernes, marzo 04, 2005

Me voy a casar. Mi madre me llamó esta mañana para darme la noticia, estaba más eufórica que de costumbre, con su voz alcanzando altas notas de soprano, intentando doblegar los chillidos que le hacía expulsar la emoción. Estaba contenta, como criatura en Navidad. Su pequeño y único hijo, el eterno bebé sin destetar, se le iba en matrimonio. Pero mi madre no estaba contenta porque su retoño se iba a casar con una mujer, poniendo fin a esa sarta de cojudeces sin sentido que hacia los últimos años se habían convertido en cojudeces con mucho sentido: mi hijo no puede ser un marica, no señor, mi hijo no. No, ésas revistas bajo su cama no eran de él. No, ese diario adolescente primorosamente escondido entre las fundas de sus vinilos de ABBA no eran suyos, pese a haber sido redactados con su propia letra.

En fin, como venía diciendo, mi madre no estaba felíz porque su niño adorado se casaba con una chica a la cual ni ella ni yo conocíamos siquiera. Estaba emocionada hasta las lágrimas porque finalmente, después de 3 años de estar separados, volveríamos a juntarnos para hacernos la vida imposible. Nos fundiríamos en un tierno abrazo que estoy seguro ella y yo anhelamos desde que se fue del Perú y nunca más pudo regresar. Así no podamos aguantarnos mutuamente, nos necesitamos. Yo también estoy contento de poder volver a verla. Lo que no me vacila es que tenga que casarme con una chica norteamericana desconocida, que mi madre acaba de conseguirse en las tierras del Tío Sam para lograr un matrimonio por conveniencia y así obtener el sueño dorado de todo joven latino con ansias de superación: un green card.

Al haber conseguido a aquella doncella (dudo que lo sea) para desposar, yo obtendría automáticamente una visa provisional para ir a conocer a "mi novia", y así quedarme de largo mientras arreglamos los trámites para el matrimonio. Lo más importante sería, en todo caso, volver a reunirme con mi madre, que nunca pudo conseguir una visa para mí. Porque ella tampoco quiere regresar a Lima, ay no, aj, a esa ciudad sin futuro en la cual nunca un señorito digno puede obtener siquiera un mínimo status de vida superior. Chévere, mami, pero no quiero vivir en Estados Unidos toda mi vida. Es cierto, tendré que trabajar al menos un par de años para poder ahorrar y seguir la soñada maestría en cine, pero como dice el vals, todos vuelven. No soy de los que huyen. Lima me parece de la puta madre. No me veo viviendo toda mi vida fuera de ésta ciudad. La calle Conquistadores, el Olivar, los desaforados bailes epilépticos en Larcomar, las tardes bohemias y tertúlicas en Barranco... Definitivamente, voy a extrañar todo.

Según mi madre, los papeles llegarán, supuestamente, en abril o en mayo. Aún quedan muchas cosas por decidir, y supongo que seguiré escribiendo el blog desde cualquier parte del mundo. De momento sólo sé que me voy a casar. No como yo me esperaba, pero será un matrimonio al fin y al cabo. Después de todo, nada es perfecto en esta vida. Ni los sueños.

Posteado por Cyan a las 10:58 p. m.
 
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