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El cuerpo avanza
miércoles, marzo 16, 2005 |
Al escribir el post anterior pude rememorar el placer intrínseco de aquella experiencia en el gimnasio, algo que yacía adormilado en mi subconsciente. Más allá de cualquier explicación lógica, valdría la pena aclarar que el cuerpo se halla circunspecto a los dictados de la mente y la razón, de tal forma que, al alcanzar un alto grado de sugestión, las consecuencias son variadas y hasta curiosas. Hay de todo como en botica. Y ojo que no estoy tratando de formular algún tratado de psicología referente a postulados freudianos, aunque huelga decir que atravesé dicha etapa durante las postrimerías de mi infancia. Recuerdo que mientras mis amiguitos se divertían jugando a los Thundercats, yo me pasaba las tardes devorando textos de Freud que, si bien no entendía completamente, me causaban inquietud por descubrir la sexualidad, que por esos tiempos desconocía, aunque me moría por probar una sesión de psicoanálisis, para horror (y estupor) de mis padres.
Lo que me sucedió esta mañana puede ser parte de la misma oleada de sensaciones que despertaron al recapitular la experiencia del beso negro involuntario en el gimnasio. Cuando me disponía a sumergirme de lleno en el último sueño de la noche, pues calculo que serían como las cinco de la mañana, me encontré a merced de Edu Saettone. Nunca supe muy bien qué estaba haciendo él en mi cama a esas horas, pero lo cierto es que ya dentro del sueño fui consciente de que, en efecto, se trataba de un sueño. Tampoco recuerdo exactamente cómo y en qué circunstacias nos desnudamos. Sólo me acuerdo que estábamos ahí, piel sobre piel contra mis sábanas amarillas, yo devorando sus labios y metiendo mi lengua por todas partes de su cuerpo, aprovechando al máximo aquél regalo de mi subconsciente.
Sin embargo, algo pasó. Como era mi sueño, creí poseer el monopolio de las acciones, pero no fue así. Para mi sorpresa, el Edu, con la verga palipitante y rojiza, se puso de rodillas y atacó mi retaguardia, primero con la lengua y luego arremetiendo su humanidad adentro mío. El placer fue tan intenso que fui capaz de sentir a plenitud los vellos de su pubis colisionando ansiosamente sobre mis nalgas, y la punta de su mojadísimo pene (sin condón) en pos de mi próstata. Me dolía sólo un poco, casi nada, pues el placer era lo que primaba. Desconozco cuánto tiempo estuvo Edu dentro de mí en el sueño, ni en cuantas poses me penetró (porque fueron varias, incluyendo un piernas al hombro), pero cuando me desperté, estaba empapado de sudor y, al darme cuenta de la hora en mi reloj de Pikachu, tuve que saltar de la cama directamente a la ducha, para no llegar tarde a la oficina. Eran más de las siete.
Por supuesto, es un decir aquello de que salté de la cama. Iba a saltar, pero un dolor extraño me aquejó. Me puse de pie, tocándome las nalgas. Algo andaba mal. Sentía a carne viva una punzante inflamación por debajo de la espalda, justo en el área de la diversión desaforada. Una vez bajo el chorro de agua tibia de la ducha, noté que el dolor, semejante a una sucesión de espasmos, seguía viniendo de vez en cuando, pero no era un dolor intenso, era más bien ligerito. ¿Tan real fue el sueño? ¿Acaso alguien me había violado por la noche, mientras yo soñaba placenteramente, como le sucedió a Angie Dickinson en Vestida para matar o a Verónica Forqué en Kika?
Era imposible, pero por si acaso decidí echar un vistazo. Con la toalla amarrada en la cintura, recorrí la casa de arriba abajo. Las cerraduras, las ventanas, todo estaba perfectamente asegurado y en su sitio. Demasiado inquietante. Una vez en la oficina, pude sacar unas cuantas conclusiones valideras. Es poco probable que haya sido víctima de una violación entre sueños. La única vez que me penetraron, utilicé dos pomos de lubricante, el susodicho me arremetió despacio, y aún así me dolió tanto (pero tanto) que en dos semanas no pude sentarme ni caminar bien. Por lo tanto, la primera teoría queda descartada.
Pienso que el sueño fue tan intenso que el cuerpo, dictaminando las exactas dosis de placer a mis cerebro, actuó por sí solo, activando las ramificaciones nerviosas que se encuentran alrededor del esfínter anal, provocando de esa manera la sensación de estar viviendo la experiencia. Doctor Freud, el cuerpo es lo máximo! No cabe duda que, si la ciencia avanza, el cuerpo también. Al menos es una vertiente espiritual y onírica del sexo 100% seguro. Espero no ser el único (y espero que se repita). |
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