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Mr. Hyde visita el túnel del amor
jueves, marzo 10, 2005 |
Salí de nuevo con Rodrigo. Pero vale mencionar aquí que la acepción de la palabra "salir" no tiene que ver con ninguna intención concreta. Simplemente salimos a conversar y punto. ¿Por qué? Ni yo mismo puedo saberlo. De lo único que sigo estando seguro es que las cosas nunca volverán a ser como fueron y que, valgan verdades, todo lo que sentía por él se diluyó en el profundo del pozo del resentimiento y de la certeza que ese chico está completamente loco. O mejor dicho, loca.
El hecho que esté mal de la cabeza no significa que no esté apto para el consumo humano. Porque lo está. Y aptísimo. Mientras conversábamos calmadamente, sus palabras se perdían en una dimensión lejana, yo no podía escucharlas porque estaba distraído mirando sus piernas, dos músculos largos perfectamente torneados y velludísimos que me gustaría acariciar con toda la lujuria del mundo. Por supuesto que de vez en cuando lo miraba a los ojos para pasar piola. Quería que se diera cuenta que le estaba prestando atención, que era su amigo, su nuevo mejor amigo, quizás, con una sola finalidad: llevármelo a la cama lo antes posible.
Alguna turbación debió percibir en mí porque me dijo: tú eres mi amigo, Cyan, te estimo demasiado, a estas alturas me es imposible pensar en tí sexualmente. ¿Verdad o poco floro? No me interesa. Si quiero degustar su cuerpo más que apetitoso, debo de hacerme el de la vista gorda y perceberar, perceberar guardando la esperanza que aquél culo algún día será mío bajo las sábanas de mi cama. Obviamente me sentí muy mal al pensar de esta forma: el niño bueno que había en mi murió hace tiempo. Los buenos sentimientos, las esperanzas, todo quedó sepultado bajo el halo del dolor, la mentira y el desengaño. Ya no soy un pobre imbécil que espera sentadito a su príncipe azul. Por más que me cueste decirlo, seré lo que todo hombre heterosexual es: una pinga con patas.
Y Rodrigo continuaba soltando piedras. Estoy arrecho, le faltó decirme. Me contó que hizo cositas en el baño de E. Wong con un cajero de la misma tienda. Me tragué mis comentarios de chico nice y adopté la pose de pata superadazo. Al menos te habrás divertido, le dije. Lo que en verdad quería gritarle es que si necesitaba algún compañero para una sesión de sexo desenfrenado, entonces yo estaba más que dispuesto a satisfacer sus urgencias. Por el momento no me dijo nada, sólo conseguí sonsacarle lo que ya sabía: que prefiere que el otro tome la iniciativa. Y aún no es el momento para florearle. Creo que al menos dejaré que pase un mes más.
Recibió una llamada de su madre. Dios mío, pensé, tremendo huevas tristes de 28 años y aún su mamita lo cela. Las madres siempre saben, sospechan. Después de todo, la pobre señora debió sentir en el fondo de sus entrañas, que su hijito de los huevos de oro está a merced de un posible violador que le hará el amor tan salvajemente que lo dejará 3 meses sin poder sentarse. En eso pensaba al observar su cuerpo espigado, pues cuando pasamos frente a un panel publicitario que anunciaba las bondades de un yogur dietético, tuve una erección al imaginarme lamiendo todo el cuerpo velludo de Rodrigo, previamente vertido de yogur de fresa, en plan Nueve Semanas y Media.
Así, cuando me despedí de él, me sentí extrañamente bien. Al salir con Rodrigo, había tenido un desdoblamiento piscológico. El Dr. Jekyll que habitaba en mi subconsciente dio paso a un Mr. Hyde que sólo piensa en irse a la cama, como el Topo Gigio. A la camita, a la camita. Seis meses sin sexo no pasan en vano, señores. Yo ya hasta perdí la cuenta. Tiembla, Lima. |
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