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Bailarín de ballet frustrado
lunes, octubre 10, 2005 |
Siempre escuché decir que la media hermana de mi tía (o sea mi media-tía) era lesbiana. Eso no tiene nada de malo. Al fin y al cabo eran habladurías de la gente. Lo malo es que mi media-tía gozaba de una reputación dudosa. Además de alcohólica, siempre fue la oveja negra de la familia. Cuando por fin se fue a Canadá, conoció a un buen hombre llamado Patrice que la hizo sentar cabeza, acabó con su maniatismo y se casó con ella. Vinieron al Perú muchas veces, pero nunca tuve la oportunidad de conocerlos.
Ahora, lo particular del asunto es que la familia de mi media-tía le tomó cariño al esposo más que a ella misma. Patrice se quejaba constantemente de los problemas que le ocasionaba mi media-tía, y mi familia creía enloquecer de vergüenza. Finalmente, hace un par de meses, se separaron luego de diez años de matrimonio. Como era de esperarse, mi familia le dio la razón al pobre Patrice, pues mi media-tía lo abandonó para huír a Marruecos (?).
Por eso, anoche llegó Patrice invitado por mi tía a quedarse unos días en Lima, aprovechando los trámites de su divorcio.
- ¿Aló, Cyan? - Hola tía, ¿qué pasó? - Te cuento que ya llegó Patrice. - ¿Tan pronto? - Sí, y lo peor de todo es que las desnaturalizadas de tus primas no se quieren hacer cargo de él. - Ah no tía, o sea, NO. Yo no tengo tiempo para... - Por favor hijito, el pobre con las justas habla español y está que se muere de ganas por conocer Lima. - Pero es que... - Tu mamá acaba de llamarme y dice que le parece una idea estupenda, además tendrás oportunidad para practicar tu francés. - Oh...
De modo que más que chantármelo, mi madre a la distancia se encargó de emitir una orden irrefutable para hacerme cargo del pobre canadiense, que después de todo no tenía la culpa de nada.
Lo conocí ayer. Creí conveniente empezar nuestro city tour partiendo desde el Centro Histórico. Al principio parecía un poco huraño, no paraba de hablarme de lo mucho que le había dolido la separación de mi media-tía, y sentí un poco de pena por él. Al menos conseguí digerir mi nuevo papel de guía turístico forzado.
Desde un inicio me cayó mal porque quería hacerse amigo mío, así sin más ni más. Detesto a la gente que intenta ganarse mi confianza al instante. Aparte que su aliento era de lo peor, por lo cual evitaba no acercarme mucho a él. Sin embargo, poco a poco afloró su carácter bromista, aprovechaba la mínima oportunidad para tomarme el pelo y me emocioné más aún cuando me dijo que mi francés era exquisito. Sin comentarios.
El terco quería subirse a como diera lugar a la calecita tirada por caballos en la Plaza Mayor, y logré convencerlo de ahorrarnos semejante vergüenza. No obstante, pronto noté que algo andaba mal. La gente nos miraba de manera extraña. Esto no es ninguna novedad para mí, porque por mis atuendos dizque indies suelo llamar la atención más de la cuenta, ya estoy más que acostumbrado. Pero la gente además de mirarnos, comentaban horrorizados entre sí. Al vernos reflejados en un escaparate del Jirón de La Unión, comprendí el orígen de tanto cuchicheo: éramos un chico de pelo largo extra negro (y azulado) junto a un gringo de unos cuarenta y pico, de un aura digamos meditabunda.
O sea que aparte de fungir de guía turístico, tuve que aguantar mi pinta de brichero. El que menos pensaba que yo era un puto con clase y Patrice, mi cliente. Se lo comenté, y lanzó una risotada que me dejó helado: no me había puesto a pensar acerca de si él sospechaba de mi pluma.
Asumo que no, porque me hablaba de mujeres todo el tiempo. Tuve que inventarme un largo historial de casanova, pues no me convenía que mi tía se enterara por boca suya que lo que me iban eran los tíos. Después de almorzar, lo llevé a conocer Miraflores y Barranco. No pude evitar pensar en mi novio al pasar por el Café Z y sentí una terrible nostalgia. Me dieron ganas de contarle a Patrice sobre mi novio, y decirle que Billy la persona más linda de la tierra.
Para variar, me encontré con César Soplín en Larcomar. Le presenté a Patrice y él nos presentó a su (¿nueva?) enamorada. Ya van dos veces que me lo encuentro en la semana, vaya mala suerte la mía. Caí en cuenta que los pies me mataban, de manera que regresamos a la casa de mi tía. En el camino rezaba para que Patrice se hubiese divertido, de lo contrario tendría problemas. Su extrema seriedad me hizo temerme lo peor.
Al regresar, sin embargo, Patrice le contó a toda la familia que mi francés era excelente, que yo era un buen chico y que para celebrar el éxito de nuestro día turístico, nos invitaba a todos al Teatro Municipal a ver "El Lago de los Cisnes". O sea que además de estar cansado, tuve que acompañar a mis tíos y a mis primas a ver ballet. Pensé que me aburriría y hasta me daba vergüenza quedarme dormido (porque me estaban invitando, habráse visto). No obstante, no sólo me divertí mucho, sino que descubrí que debía haber estudiado danza clásica. Aparte de la probabilidad de tener un físico envidiable, gozaría cada noche de los aplausos del público ¿qué más se puede pedir?
Desgraciadamente, aún me quedan dos días para aguantar a Patrice. Lo de aguantar es una exageración, pues me cae muy bien. Además ya tengo urdido el plan de llevarlo a una tienda de discos y poner cara de niño de Somalia al no poder comprar ninguno, para que me los compre todos. Qué suerte tenemos algunas. |
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